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martes, 17 de febrero de 2009

Reliquias de Cristo: La Santa Lanza


En el Evangelio de San Juan (19,34) leemos que, después de la muerte de Nuestro Salvador, "uno de los soldados le abrió el costado con una lanza [lancea], y luego salió sangre y agua". Nada se sabe de esta arma santificada hasta la descripción que hizo San Antonino de Piancenza (570 d.C.) de los santos lugares de Jerusalén, donde nos dice que en la Basílica del Monte Sión vio "la corona de espinas con la que Nuestro Señor fue coronado y la Lanza con la que fue herido en el costado".

Tal y como señala M. De Mély (Exuviae, III, 32), la mención de la Lanza en la iglesia del Santo Sepulcro en el llamado "Breviarius", no es fiable. Por otra parte, en una miniatura del famoso manuscrito sirio de la Biblioteca Laurenciana de Florencia, iluminado por tal Rabulas en el año 586, se le da una importancia significativa a la herida en el costado de Cristo. Además, el nombre Longinus -si, de hecho, no se trata de una adición posterior- está escrito en caracteres griegos (LOGINOS) sobre la cabeza del soldado que está clavando su Lanza en el costado de Nuestro Salvador. Esto parece demostrar que la leyenda que asigna este nombre al soldado (quién, según la misma tradición, fue curado de oftalmía y convertido por una gota de la preciosa sangre que salía a borbotones de la herida) pertenece al siglo VI. Además, resulta tentador, aunque temerario, conjeturar que el nombre Logginos o Logchinos está, en cierto modo, conectado con la Lanza (logche). Sea como fuere, a finales del siglo VI fue venerada en Jerusalén una Lanza que supuestamente perforó el cuerpo de Nuestro Salvador y la presencia de esta importante reliquia es testimoniada un siglo antes por Casiodoro (en el salmo LXXXVI, P.L., LXX, 621) y posteriormente por Gregorio de Tours (P.L., LXXI, 712).

En el año 615, Jerusalén fue tomada por un teniente del rey persa Chosroes. Las sagradas reliquias de la Pasión cayeron en manos de los paganos y, según el "Chronicon Paschale", la punta de la Lanza, que estaba partida, fue donada el mismo año a Nicetas, quien la llevó a Constantinopla y la depositó en la iglesia de Santa Sofía. Esta punta de la Lanza, colocada en una "yeona" o icono, fue regalada siglos después (en 1244) por Baldwin a San Luis, quien la engarzó con la Corona de Espinas (q.v.) en la Sainte Chapelle. Durante la Revolución Francesa estas reliquias fueron trasladadas a la Biblioteca Nacional de París y, aunque la corona se ha preservado hasta nuestros días, la otra reliquia ha desaparecido.

En cuanto a la segunda y parte más grande de la Lanza, Arculpus, alrededor del año 670, la vio en Jerusalén, donde debió haber sido restituida por Heraclius, pero entonces era venerada en la iglesia del Santo Sepulcro.

Después de esta fecha, no oiremos hablar de ella a ningún peregrino de Tierra Santa. Por ejemplo, San Willibald, quien llegó a Jerusalén en 715, no la menciona. En consecuencia, hay razones para creer que la reliquia mayor así como la punta habían sido llevadas a Constantinopla antes del siglo X, posiblemente al mismo tiempo que la Corona de Espinas. De todos modos, su presencia en Constantinopla parece ser atestiguada claramente por varios peregrinos, especialmente rusos, y aunque en lo sucesivo fue depositada en varias iglesias, es posible seguir su rastro y distinguirla de la reliquia de la punta. Sir John Mandeville, cuya credibilidad como testigo ha sido en parte rehabilitada en los últimos años, declaró en 1357, que había visto la hoja de la Santa Lanza en París y en Constantinopla y que la última era una reliquia mucho más grande que la primera. Fuese la que fuese, la reliquia de Constantinopla cayó en manos de los turcos y en 1492, bajo circunstancias minuciosamente descritas en "Historia de los Papas", de Pastor, el Sultán Bajazet la envió a Inocencio VIII para ganarse sus favores en el asunto de su hermano Zizim, prisionero del papa. Desde entonces, esta reliquia nunca abandonó Roma, donde se conserva bajo la cúpula de San Pedro.

Benedicto XIV (De Beat. et Canon, IV, ii, 31) afirma que obtuvo en París un dibujo exacto de la punta de la Lanza y al compararla con la reliquia mayor de San Pedro, concluyó que las dos habían formado parte de una misma hoja. M. de Mély publicó por primera vez en 1904 un dibujo exacto de la reliquia romana de la cabeza de la Lanza y el hecho de que no aparezca la punta es tan singular como en los otros dibujos, a menudo fantasiosos, de la Lanza del Vaticano.

Con el envío de la Lanza a Inocencio VIII, planearon sobre Roma grandes dudas sobre su autenticidad, como señala Burchard en su "Diario" (I, 473-86, ed. Thusasne), a causa de las conocidas Lanzas rivales preservadas en Nuremberg, París, etc., así como por el supuesto descubrimiento de la Santa Lanza en Antioquía gracias a la revelación de San Andrés en 1098, durante la Primera Cruzada. El Bolandista Raynaldi y muchas otras autoridades creyeron que la Lanza encontrada en 1098 cayó en manos de los turcos y posteriormente enviada por Bajazet al Papa Inocencio, pero de las investigaciones de M. de Mély parece probarse que se trata de la misma reliquia preservada hoy celosamente en Etschmiadzin, en Armenia. En sentido estricto, nunca se trató de una lanza, sino más bien de la cabeza de una lanza y es factible (a causa de su descubrimiento bajo circunstancias muy cuestionables por el cruzado Peter Bartholomew) que haya sido venerada como el arma con la cual ciertos judíos de Beirut clavaron una figura de Cristo crucificado; un ultraje al que se cree que siguió un milagroso brotar de sangre.

Otra Lanza que pretende ser la que produjo la herida en el costado de Cristo se guarda entre las insignias imperiales en Viena y es conocida como la Lanza de San Mauricio. Esta arma fue utilizada desde 1273 en la ceremonia de coronación del Emperador de Occidente y desde hace tiempo forma parte del emblema de la investidura. En 1424 fue a parar a Nuremberg y probablemente se trate de la Lanza conocida como la del Emperador Constantino, quien engarzó un clavo o una porción de un clavo de la Crucifixión. La historia narrada por Guillermo de Malmesbury sobre la donación de la Santa Lanza al Rey Athelstan de Inglaterra por Hugo Capeto parece ser debida a una idea equivocada. Otra última lanza supuestamente perteneciente a la Pasión de Cristo se conserva en Cracovia, pero, aunque se alega que ha permanecido allí durante ocho siglos, es del todo imposible reconstruir su historia.

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