En la Edad Media se originó una polémica con el fondo de la usura o préstamo con intereses. Los escritos de Dante reservaban en su inferno un lugar destacado para los que la practicaban. Gerson sostenía que era contrario a la naturaleza que el dinero engendrase dinero.
Aunque la desaprobación de la usura por parte de la Iglesia se orientó principalmente a la más clara y manifiesta, es decir, a los que acrecentaban enormemente el capital de las sumas prestadas.
Los banqueros de la época tuvieron mucho cuidado en operar de forma que no incurriesen en esta censura eclesiástica.
Se consideraba el contrato de préstamo una transacción comercial, una transferencia de dinero, como si de una mercancía se tratase y, por tanto, se justificaba el cobro del servicio. Ya en el siglo XV los franciscanos fueron autorizados a cobrar honorarios por los préstamos que concedían en sus casas de empeños.
Poco más tarde el Papa León X, miembro de la familia de banqueros florentinos, los Medici, aprobó formalmente los “Monti di Pietà” o casas de empeño.
La mayoría de los prestamistas europeos de la Edad Media eran cristianos y gran parte de ellos italianos. Había también prestamistas judíos y de otras nacionalidades que actuaban sin licencia real y por lo tanto al aumentar sus riesgos elevaron paralelamente las tasas de interés.
Las operaciones mercantiles y los organismos que las efectuaban tendieron a ser cada vez mayores, esforzándose por monopolizar las actividades por zonas o por materias.
Las empresas familiares se fueron haciendo cada vez más decididas, emprendiendo nuevas actividades. El incremento del capital y el desarrollo del negocio implicaba un perfeccionamiento y una organización más eficiente. Sin embargo, los cambios económicos atrajeron la atención de los estudiosos hacia los problemas del dinero, el crédito y el comercio.
Ciertos matemáticos del siglo XIV, Jacobo de Florencia y Paolo Dagomari, redactaron tratados acerca del cálculo de intereses, los pesos, las medidas y el cambio de las monedas.
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