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viernes, 29 de mayo de 2009

Francisco Rafael de Pascual: El legado del Temple. IIª Parte.

Las órdenes militares se extendieron por toda la cristiandad, incluido su extremo occidental, en el que la España cristiana se consideraba en cruzada permanente con el islam desde siglos atrás.

En todas partes surgieron caballeros que se incorporaban a sus filas y los reyes cristianos acogieron con agrado a estas congregaciones.

Los templarios y los hospitalarios se establecieron en la península Ibérica hacia 1130, tanto en Aragón y Navarra (unidos entonces bajo el reinado de Alfonso I el Batallador, 1104-1134) como en Castilla y León (unidos bajo Alfonso VII el Emperador, 1126-1157, desde que murió su madre doña Urraca, que había estado casada en segundas nupcias precisamente con Alfonso I, habiendo sido éste, por tanto, rey consorte de Castilla y León hasta 1126), en el condado de Portugal (que en aquellos años era todavía feudatario de Castilla, puesto que no comenzó a ser reino independiente hasta 1144) y en Cataluña (siendo conde de Barcelona Ramón Berenguer III, 1096-1131, que, poco antes de morir, según Áurea Javierre, recibió el hábito de la Orden del Temple).

Desde su establecimiento en los reinos cristianos, estas órdenes recibieron numerosos privilegios y donaciones. La más memorable fue la de Alfonso el Batallador, que cedió a las Órdenes del Temple y de los Hospitalarios de San Juan sus reinos de Navarra y Aragón; en su testamento nombró también coheredera a la Orden del Santo Sepulcro, aún no establecida en España. Ello planteó un problema de sucesión a la muerte del rey (1134), puesto que sus súbditos no aceptaron estas cláusulas; los aragoneses ofrecieron la corona de Aragón a Ramiro II el Monje (1134-1137), hermano de Alfonso, al que la Santa Sede dispensó de sus votos monásticos; Ramiro se casó con doña Inés de Poitiers, de la que tuvo una hija (octubre de 1136), doña Petronila, que heredaría el trono, cedido como dote para su matrimonio con Ramón Berenguer IV (1131-1162) de Barcelona, que fue aceptado como príncipe de Aragón y rey efectivo desde 1137. Desde entonces permanecieron unidos los territorios de Aragón y Cataluña. Los navarros, por su parte, ofrecieron la corona de Navarra a García Ramírez el Restaurador (1134-1150), nieto de Nájera (1035-1054).

Las órdenes militares cedieron sus derechos a Ramón Berenguer IV, gran protector de las milicias religiosas, y él mismo, parece que, a raíz de las negociaciones con la Orden del Santo Sepulcro, recibió el hábito de la misma y donó su primera casa matriz española en Calatayud.
Ramón Berenguer IV

La Orden del Santo Sepulcro fue introducida después en Castilla y León por Alfonso VII en 1155, quien, por su ayuda en la conquista de Extremadura, le concedió la fundación de un templo en Salamanca.

Las tres órdenes citadas (que podríamos agrupar como originarias de Tierra Santa) colaboraron en la reconquista española, recibieron grandes donaciones y privilegios en todos los reinos cristianos de la Península y poseyeron numerosas encomiendas y prioratos.

La Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, o de Malta, es reconocida internacionalmente como soberana, pero sin territorialidad, manteniendo relaciones diplomáticas con numerosos Estados, ente ellos España, en la que subsiste como Asamblea de España de la Orden de Malta, y de ella dependen diversos establecimientos benéficos.

La del Santo Sepulcro, cuyo soberano gran maestre es el Papa, subsiste también, en la actualidad, en España, con dos capítulos: uno, el de Castilla y León; y otro, el de Aragón, Cataluña y Baleares.

Con el patrimonio que tenía la Orden templaria en el reino de Valencia se creó en España la Orden de Montesa en 1317, y en Portugal se fundó la Orden de Cristo en 1320.

La retirada de los templarios de la villa de Calatrava (1157) fue el origen de la Orden de Calatrava, la más importante y antigua de las españolas, fundada en 1158 y aprobada por el Papa Alejandro III cedido la villa de Calatrava a los templarios en enero de 1147, recién conquistada, para que la defendiesen ante el empuje de los almohades).

Casi al mismo tiempo fueron aprobadas otras dos órdenes militares españolas: la de Santiago, sometida a la Regla de San Agustín, cuyos orígenes históricos se mezclan con la leyenda, “disputando a la de Calatrava la primacía incluso en la antigüedad del origen”, según el magistrado Ángel Latorre Segura, discípulo del catedrático de Historia del Derecho y de Historia de las Instituciones Luís García de Valdeavellano (1904-1985), historiador vinculado desde joven a la escuela de medievalistas dirigida por Claudio Sánchez Albornoz y miembro del Centro de Estudios Históricos.

Santiago es la única orden española que además de ser militar era también Hospitalaria; pues su finalidad no sólo era combatir al infiel, sino también proteger a los peregrinos que acudían al sepulcro del Apóstol. Fue aprobada por el Papa Alejandro III en 1175.

La segunda congregación era la Orden de Alcántara (bajo el reinado de Fernando II de León, 1157-1188), vinculada al Císter, que se llamó Orden de San Julián de Pereiro don Nuño Fernández, generalizándose a partir de entonces el nombre de Orden de Alcántara. Fue aprobada también por Alejandro III en 1177.

La cuarta orden militar española, la Orden de Montesa, fue fundada por el rey Jaime II de Aragón (1291-1327), para sustituir a la de los templarios. La nueva orden, también vinculada al Císter, fue aprobada en 1327 por el Papa Juan XXII. En el año 1400 fue unificada con la de San Jorge de Alfama (existente desde 1201, fundada por Pedro II de Aragón, 1196-1213), denominándose a partir de entonces Orden de Santa María de Montesa y de San Jorge de Alfama, cuestión en la que intervino personalmente el Papa Benedicto XIII. (próximo capítulo “la transformación de las órdenes militares”).




Escudo de la Orden de Montesa

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