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miércoles, 5 de agosto de 2009

El principio de un final (IIª parte)

El rey de Francia seguía entretanto con su doble juego; en la primavera de 1306 comenzaron a correr los primeros rumores de que los templarios realizaban prácticas y ritos maléficos. Los agentes de Felipe IV, hábilmente instruidos por Nogaret y por Pedro de Blois, un jurista que elaboró muchos de los panfletos en los que se acusaba al Temple de todo tipo de delitos, difundieron las acusaciones más terribles, entre otras que estos caballeros obligaban a los novicios a realizar ritos iniciáticos, a escupir sobre el crucifijo, a tener relaciones homosexuales y a adorar ídolos. Para un cristiano esos delitos sólo podían acarrear como castigo la muerte.

Guillermo de Nogaret, canciller de Francia.

A lo largo de 1306 los rumores fueron creciendo y se extendieron por toda Francia con suma celeridad. Los bienes del Temple eran codiciados por el rey, y la riqueza de la Orden, su altanería y orgullo y la creencia cada vez más extendida de que practicaban ritos secretos provocó que fueran mirados con creciente inquina por parte de la gente común. En julio, los judíos fueron expulsados de Francia; buena parte de sus bienes pasaron a la corona. Se trataba de un paso más en el plan de enormes confiscaciones diseñado por Felipe IV y sus consejeros, una especie de ensayo general sobre lo que les iba a ocurrir a los templarios.

Jacques de Molay, maestre del Temple, conoció estos comentarios contrarios a su orden estando en la isla de Chipre, a donde había regresado tras su estancia en París. Su reacción fue inmediata; el maestre templario embarcó en Chipre, donde seguía en octubre, rumbo a Europa, y lo hizo rodeado de una gran pompa y boato. La travesía del Mediterráneo fue rapidísima, pues el 12 de noviembre ya estaba en Poitiers, donde se reunió con el Papa y con el maestre del Hospital. Traía un memorando en el que respondía a la propuesta de fusión de las órdenes, en el cual, aun considerando que dicha fusión podría acarrear algunos beneficios, señalaba que los inconvenientes serían mucho mayores, por lo que descartaba esa propuesta, alegando que el Temple era más rico que el Hospital, y que por tanto los templarios saldrían perdiendo con la unión. Además, propuso que el Papa predicara una nueva cruzada.

Clemente V estuvo durante todo su pontificado sujeto a los deseos de Felipe IV.

Mientras, Felipe IV encargó a sus agentes que difundieran que los templarios estaban rodeados de escándalos; los rumores ya eran conocidos por todo el mundo, e incluso algunos caballeros expulsados del Temple se encargaron de airearlos con detalles. Enterado de lo que estaba pasando, Jacques de Molay pidió al Papa Clemente V que abriera una investigación sobre esos rumores que circulaban ya por todas partes sobre los presuntos escándalos protagonizados por los templarios, sin duda para demostrar que no tenían nada que temer. El pontífice accedió y el 24 de agosto de 1307 anunció que se iniciaba un proceso para averiguar qué había de verdad en aquellas acusaciones.

Pero mientras los templarios actuaban de esta manera, Felipe IV estaba tramando una encerrona. El día 14 de septiembre de 1307 envió a todos los oficiales de sus reinos una circular en la que les ordenaba que estuvieran dispuestas unas fuerzas armadas para la noche del 12 de octubre, y además añadía otra orden sellada con el mandato de que no se abriera hasta ese mismo día doce. La orden secreta indicaba que todos los caballeros templarios destinados en las encomiendas de Francia fueran arrestados bajo las terribles acusaciones de cometer pecado de orgullo, de avaricia, de crueldad, de celebrar ceremonias degradantes, de proferir blasfemias, de practicar ritos idólatras y de sodomía.

Parece increíble que los templarios no tuvieran noticia de esta orden real. A pesar de haber realizado numerosas acciones de espionaje en Tierra Santa y de tener una amplia red de encomiendas, nada supieron sobre la tragedia que sobre ellos se avecinaba. Ni siquiera el maestre Molay adivinó lo que iba a ocurrir, pues poco antes del día señalado para su apresamiento recibió una invitación del rey para asistir en París a las exequias que se iban a celebrar por la muerte de Catalina de Courtenay, esposa de Carlos de Valois, el hermano del soberano; al maestre se le concedía el honor de sostener el paño fúnebre. Nada le hizo presagiar que al día siguiente iba a ser preso.

Molay ha sido tildado de “poco imaginativo, inflexible y carente de astucia”, y en efecto, sus actos así parecen definirlo. No sospechó lo más mínimo de las intenciones del rey, y por ello los templarios fueron sorprendidos sin que ofrecieran la menor resistencia.

En la orden remitida el 14 de septiembre a todos los senescales del reino, Guillermo de Nogaret indicaba que el día 13 de octubre todos los templarios de todas las encomiendas del reino de Francia deberían ser apresados a la misma hora y confiscados todos su bienes. El canciller de Francia, que era además arzobispo de Narbona, dimitió el 22 de septiembre, y Felipe IV nombró entonces a Nogaret para ocupar este cargo. En un mes los oficiales del rey pusieron en marcha un complejo sistema operativo que funcionó perfectamente. Poco antes de amanecer el 13 de octubre de 1307, los guardias de Felipe el Hermoso entraron a la vez en todos los conventos y residencias de los templarios y los apresaron si el menor contratiempo.

Jacques de Molay fue arrestado en París, donde descansaba tras haber participado en la ceremonia fúnebre de la cuñada del rey. Ningún templario se resistió a la orden de su captura. El despliegue policial fue enorme, pues fueron apresados a la vez los veinte mil miembros del Temple, de ellos sólo quinientos cuarenta y seis eran caballeros, que vivían en las alrededor de tres mil casas que tenía el Temple en toda Francia. Para que semejante operativo funcionara como lo hizo, debieron de participar en el mismo no menos de cincuenta mil hombres armados.

De Molay al conocer la detención de la Orden, no ofreció resistencia.

¿Cómo es posible que fueran capturados sin resistir? Se ha dicho que la mayoría eran hombres ya muy mayores o que no habían combatido nunca, pues los soldados templarios preparados para luchar estaban en Chipre. Aunque hubiera sido así en la mayoría de las encomiendas, es seguro que el maestre estaría protegido por un grupo de caballeros bien armados y muy diestros en el manejo de la espada; pero tampoco ésos se defendieron. Da la impresión de que se dejaron atrapar convencidos de que los que les estaba ocurriendo era como una pesadilla, que a ellos, a los caballeros que más habían peleado por defender los Santos Lugares, los que más hermanos muertos habían dejado en los campos de Tierra Santa, no les podía pasar cuanto en verdad sí estaba sucediendo.

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