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miércoles, 23 de septiembre de 2009

La búsqueda de financiación


Una vez aprobada la Orden, permitiéndole su Regla asumir su doble papel, religioso y militar, cabía considerar que había logrado el marco jurídico favorable a su desarrollo. Condición necesaria pero no suficiente, pues a los templarios les hacía falta una poderosa logística. No sólo habían de llevar a cabo importantes reclutamientos para formar los batallones de los monjes soldados en Tierra Santa, sino también asegurar el mantenimiento de estos ejércitos en operaciones. Había que proporcionarles sustento, armas, vestimenta, equipos, caballos, etc.

Las necesidades iban rápidamente a convertirse en colosales. Cuesta imaginar, en nuestros días, cómo los templarios pudieron hacerles frente. Tuvieron a veces que mantener hasta quince mil “lanzas” en Palestina; ahora bien, una lanza significa un caballero con todo lo que esto conlleva: escudero, pajes de armas. Estas quince mil lanzas representan, así pues, de hecho entre sesenta y cien mil hombres. A ello hay que añadir la intendencia: todos los hermanos conversos encargados del avituallamiento, del mantenimiento, de las reparaciones, del alojamiento. Pensemos que, a fin de tener siempre a disposición una cabalgadura lista, cada caballero poseía tres caballos mientras que otros dos estaban destinados a cada uno de sus servidores. En torno a esta tropa gravitaban igualmente los capellanes del Temple y los obreros encargados de las construcciones y de su mantenimiento. No hay que olvidar que los templarios construyeron y defendieron inmensas fortalezas en Palestina y que se aseguraron igualmente la custodia de numerosas plazas fuertes en España.

Era, pues, absolutamente necesario garantizar las defensas de la Orden y financiar el esfuerzo bélico desde Occidente. Apostar por un flujo continuo de donaciones hubiera sido demasiado arriesgado y de todas formas insuficiente. Tales donaciones eran absolutamente necesarias pero la utilización de sus productos debía ser racionalizada y maximizada. Convenía, por supuesto, provocar un verdadero impulso de simpatía y de generosidad para con el Temple y hacerlo lo más duradero posible. A continuación, habría que administrar de manera que se multiplicara la eficacia de la financiación.

Por lo que toca a la primera fase, la propaganda organizada por San Bernardo había de revelarse eficaz: los que no se comprometieron en las filas de la Orden se sintieron a menudo obligados a hacer donaciones a fin de participar en este impulso. La verdadera “gira” que Hugo de Payns y sus compañeros hicieron tras el Concilio de Troyes permitió poner en marcha el sistema. Tenía, por supuesto, la doble finalidad del reclutamiento y de la colecta de donaciones.

Hugo de Payns comenzó por las regiones donde estaba seguro de ser bien recibido: Champaña, en primer lugar, como es obvio, luego Anjou y Maine. Conocía perfectamente a Foulques V de Anjou, que había participado en la primera cruzada y mantenía a un centenar de hombres de armas en Tierra Santa. Estaba ya ganado a la causa de los templarios. Lo que es más, Hugo de Payns estaba encargado ante él de una misión más bien grata, puesto que era portador de una carta de Balduino, rey de Jerusalén. Éste, que no tenía heredero varón, deseaba ver a Foulques casarse con su hija Melisenda y sucederle en el trono de Jerusalén. Foulques aceptó y facilitó la gira de Hugo de Payns con sus vasallos.

Hugo continuó su periplo pasando por Poitou y Normandía. Tuvo un encuentro con el rey Enrique I de Inglaterra, que le aconsejó cruzar el Canal de la Mancha. El primer maestre de la Orden, con la carta recomendación en la faltriquera, recorrió entonces Gran Bretaña y se dirigió incluso a Escocia. Por todas partes, fue bien recibido y acumuló donaciones y regalos diversos. El oro y la plata recogidos fueron rápidamente mandados a Jerusalén mientras que Hugo continuaba su gira pasando por Flandes antes de dar por terminado su recorrido en su punto de partida: Champaña. En ese momento, se había formado ya una pequeña tropa alrededor de él, a lo largo de las etapas, dispuesta a embarcarse hacia Oriente.

Pero durante este tiempo, sus compañeros iniciales no se habían quedado de brazos cruzados. También ellos habían conseguido reclutamientos, dirigiéndose cada uno allí donde estaba seguro de ser mejor recibido: Godefroy de Saint-Omer a Flandes, Payen de Montdidier a Beauvaisis y a Picardía, Hugo Rigaud al Delfinado, Provenza y el Languedoc. Otro había ido a España.

Así, en 1129, los habitantes del valle del Ródano pudieron ver pasar una tropa al mando de Hugo de Panys y Foulques de Anjou con destino a Tierra Santa. En muy poco tiempo, el maestre del Temple había conseguido reclutar trescientos caballeros, sin contar los escuderos y los pajes que les acompañaban.

La gira de propaganda había sido un éxito real y las donaciones comenzaban a afluir de todas partes. Durante décadas, el movimiento a favor del Temple no iba a dejar de crecer. Se creaban ya casas de la Orden en Occidente y se comprometían, no sólo a asegurar la intendencia, sino también a proseguir la propaganda a fin de atraer nuevos reclutamientos y donaciones. Bien mirado, el desarrollo de la Orden es espectacular, poco menos que inexplicable en su amplitud.

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