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viernes, 18 de septiembre de 2009

La guerra santa


La noción de guerra santa era, por otra parte, perfectamente conocida en Oriente. Seguía estando, sin embargo, teóricamente, muy ligada espiritualmente a la purificación interior, y ello era así tanto en las doctrinas esenias o zoroastrianas como en la yihad islámica.

La espiritualidad del monje y el papel del guerrero habían sido conciliados en la medida de lo posible en el islam antes de serlo en el cristianismo. Tal era el caso de los musulmanes rábitas de España, que llevaban una vida austera y hacían votos de defender las fronteras contra los caballeros cristianos, prefiriendo morir antes que retroceder. Y no es éste el único acercamiento que puede hacerse entre las concepciones guerreras en Oriente y en Occidente.

Se ve claramente qué patinazos podía entrañar la propia noción de guerra santa, puesto que hacía desaparecer la de guerra justa, defensiva. En adelante se podían declarar, en nombre de Dios, guerras de conquista con la sola condición de que los territorios afectados estuvieran poblados por herejes, paganos o infieles. Esta concepción sirvió para justificar un poco más tarde la cruzada contra los albigenses. No fue más que una manera para los barones del Norte de apoderarse del Languedoc so pretexto de una guerra santa contra los cátaros declarados heréticos. Por otra parte, fueron los monjes de Citeaux los que predicaron esta seudo-cruzada con el apoyo de San Bernardo.

Bernardo se dirigió al Languedoc, esperando devolver a los herejes al recto camino. Obtuvo distintos resultados; la tónica general fue la indiferencia, incluso el nerviosismo de la población. Fue incluso a veces recibido a pedradas, lo que hacía exasperarle hasta el punto de dirigirse a Dios para que mandara una gran sequía a la región. Lo cierto es que, perdida toda esperanza de convertir a estos heréticos obstinados, Bernardo pensó que no había más remedio que reducirles por medio de la espada y el fuego de la hoguera. Y dicen que fue un cisterciense quien exclamó en Béziers, en el momento en que se planteó la cuestión de saber cómo se distinguiría entre la población a los cátaros de los buenos católicos:

“Matadles a todos, que Dios reconocerá a los suyos.”

Todo esto ilustra las posibles desviaciones de una teología de la guerra. No obstante, preciso es reconocer que la Iglesia no podía oponerse a la lucha contra la inseguridad. Eran necesarios, pues, hombre armados para hacer de policía, para oponerse a unas bandas enemigas que venían a practicar el pillaje.

Ahora bien, al estar estos hombres de armas, estos defensores, con excesiva frecuencia tentados a su vez de convertirse en saqueadores, en violadores, resultaba indispensable “moralizar” la función del soldado. Es muy posible que de esta idea naciera la caballería, con su código de honor supuestamente destinado a impedir desenfrenos. Todo el que era armado caballero juraba no luchar más que por causas justas.

No se trataba de una idea muy original, puesto que era ya aplicada en Irán mucho antes de las cruzadas. Según Paul du Breuil, “los persas habían constituido una institución, la fotowwat –sustantivo que significa propiamente liberalidad, generosidad, abnegación- que caracteriza a una especie de hermandad en la que el grado de “fata” era conferido por los “sheiks”, señores o maestros de sociedades iniciáticas”.

La introducción del sistema caballeresco hizo que a la Iglesia regulase a la caballería. Completó su arsenal de lucha contra la violencia imponiendo unos períodos de descanso: las “treguas de Dios”. Multiplicó con motivo de las fiestas religiosas los períodos durante los cuales todo combate estaba prohibido. También debía arreglárselas de manera que el caballero no se saliera del papel que le había sido asignado. Para ello poseía un arma temible: la excomunión y, para culpas menos graves, la peregrinación penitencial. Todo esto por lo que respeta al principio general y la coexistencia de una sociedad religiosa y de una sociedad guerrera. Encontrar el equilibrio entre monje y guerrero era extremadamente complicado, por ese motivo era muy común entre los caballeros plantearse algunos problemas de conciencia.

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