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miércoles, 9 de septiembre de 2009

Los mitos sobre el Temple


Ya fuera por su atribulado y en cierto modo inesperado final, ya por su historia repleta de situaciones no del todo claras, ya por el secretismo que los rodeó, los templarios son sin duda la organización religiosa que ha producido una mayor cantidad de especulaciones y de propuestas esotéricas para explicar su fundación, su existencia y su final, e incluso más allá todavía, pues son muchos los que sostienen que la Orden del Temple sobrevivió a la supresión papal de 1312 y a la muerte de su último maestre, Jacques de Molay.

En general, todo lo relacionado con los templarios ha sido trufado, prácticamente desde el momento de la supresión de la Orden, con un halo de misterio que ha dado lugar a especulaciones sin cuento, la inmensa mayoría de ellas pura ficción sin el apoyo de la menor prueba documental. Se ha llegado a decir por ello que “existe la historia del Temple y la de su leyenda”.

Buena parte de la catarata de incongruentes aseveraciones se debe a la falsificación documental que en el siglo XIX se cebó con la historia del Temple. En realidad, no se conserva en los archivos un solo documento original que ofrezca el menor indicio de que los templarios realizaran actividades esotéricas o ritos iniciáticos que no fueran los propios de ingreso para novicios en cualquiera de las órdenes de caballería.

Los templarios no sólo fueron caballeros cristianos, defensores de peregrinos, brazo armado de la Iglesia y soldados de la Cristiandad; para los especuladores de la nada también se habrían dedicado, pese a que no existe una sola prueba de ello, a la alquimia, materia en la que habrían sido unos expertos consumados.

La mayor parte de los libros que se han dedicado a la presunta faceta esotérica, ocultista o misteriosa de los templarios no tiene el menor fundamento real ni documental ni siquiera medianamente razonable; todos ellos parten de presupuestos falsos y manipulados que no resisten el menor análisis, como es el argumento de que el Temple opera como una organización secreta vinculada a la masonería.

Toda organización humana se rige por un código de comportamiento. Los templarios lo hacían por una regla, bien conocida, cuyos artículos eran públicos y estaban refrendados por los Papas y los concilios. Esa regla, no ofrece ni un solo componente que dé motivo a la especulación sobre posibles actividades secretas de los templarios.

Ahora bien, ante la absoluta carencia de cualquier referencia documental al respecto, ni siquiera del menor indicio, los fabuladores de lo absurdo, se han inventado códigos secretos que habrían quedado al margen de la historia, de los archivos y del sentido común, sólo conocidos y transmitidos por iniciados que habrían mantenido la reserva y el silencio durante siglos.

Así, sostienen que, antes de morir, Jacques de Molay, el último maestre, habría establecido una sociedad secreta para mantener viva la herencia del Temple, y habría designado a su sucesor, un tal John Mark Larmenius, un maestre que habría recibido las instrucciones para continuar en secreto la labor futura -¿cuál?, cabría preguntarse- de los templarios.

Algunos de esos especuladores sostienen que esa sociedad secreta habría dado origen a la masonería, que tiene la principal seña de identidad en el Templo de Salomón, mientras otros aseguran que esa presunta sociedad secreta se mantiene hoy oculta.

Es verdad que algunas logias masónicas recogen en sus designaciones o en sus estatutos ciertos componentes que parecen templarios; por ejemplo, los masones que siguen el rito de York son designados con el nombre de “caballeros templarios masónicos”, pero no parece que lo hagan en referencia a una continuidad con la Orden del Temple, sino precisamente con el Templo de Salomón como símbolo y referente efectivo de la sabiduría.

Algunas logias de masones en la Alemania del siglo XVIII se reclamaron de filiación templaria y herederos de la Orden del Temple. Pero aquí no hay ninguna herencia real, sino un movimiento nacionalista alemán que se concretó a lo largo del siglo XIX y que buscó en la Edad Media todo tipo de precedentes históricos para la justificación de la creación de la Gran Alemania que culminaría con la unificación de 1871 y más tarde con la vorágine insensata del Tercer Reich proclamado por Adolf Hitler y el Partido Nacional-Socialista.

En varias leyendas se asegura que los templarios eran los custodios de una santa estirpe real precedente del matrimonio de Jesucristo con María Magdalena, del cual habrían nacido varios hijos que habrían dado lugar al linaje de los reyes merovingios en Francia. Esta leyenda ha propiciado una enorme proliferación de libros en los que se considera la existencia de este linaje como el mayor secreto de la humanidad, que en caso de hacerse público socavaría los cimientos de la Santa Madre Iglesia.

Todos estos mitos que hemos expuesto anteriormente, son propios de una fervorosa imaginación grandilocuente, y por tanto no nos merecen la más mínima credibilidad. De lo que sí estamos seguros, es que a comienzos del siglo XXI, aprovechando la gran difusión de las nuevas tecnologías, como es el caso de internet, y el hallazgo por parte de la historiadora italiana Bárbara Frale en el archivo secreto del Vaticano de un documento firmado por el Papa Clemente V, donde éste absolvía al Temple de las falsas acusaciones infringidas a la Orden a comienzos del siglo XIV. A raíz de estos hechos, han proliferado numerosas asociaciones que se sienten ideológica, moral y filosóficamente templarias, y que conocedores de la decisión injusta emitida siete siglos atrás, son partidarias de la rehabilitación por parte de la Iglesia Católica de la Orden del Temple.

Para concluir, y sin ánimo de ser más papistas que el Papa, queremos decir que el buen investigador, es aquel que en base a los hallazgos documentales, es capaz de emitir un veredicto que se ajuste a la realidad. Mientras que aquella persona, bien sea historiador, periodista o amante de los misterios, que guiándose por especulaciones, consideraciones y cavilaciones sin sentido, difunde ideas equivocadas. A partir de ese instante deja de ser investigador para convertirse en manipulador.

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