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jueves, 5 de noviembre de 2009

Los Señores del Mal


El Maligno está siempre pendiente a lo que el hombre hace. Y siempre ha intentado, intenta y continuará intentando tentar al hombre para que realice sus fines. Los templarios fueron conscientes de la lucha que debían entablar constantemente con las fuerzas del mal, para no caer en sus manos. Muchos son los nombres con los que se ha intentando describir al líder del Mal. Sea como fuere su nombre, los hombres y mujeres de buena fe, deben permanecer atentos a sus engaños. Por eso, desde la encomienda de Barcelona, queremos compartir un texto del escritor y periodista español Jesús Ávila Granados, de su libro “La mitología templaria”. Deseamos sea de vuestro agrado.

El príncipe de las tinieblas, el poseedor del pecado, según la Iglesia, ha sido siempre el enemigo a batir; resultan innumerables las referencias documentales que, desde diferentes puntos de vista, nos han llegado hasta nuestros tiempos. En el Concilio de Braga (Portugal), celebrado en el año 363, se declara excomulgado a todo aquel que negara que el Diablo era, antes, un ángel bueno creado por Dios y afirmara, en cambio, que Satanás nació del caos y de las tinieblas y no tiene Creador, sino que él mismo es el principio y la sustancia del Mal.

Al escritor y político bizantino Miguel Psellos (1018-1078), restaurador de la filosofía neoplatónica, se le debe un estudio publicado en Constantinopla sobre las diferentes clases de demonios; interesante trabajo que recogió, siglos después, Guaccio, quien lo resumió en su obra enciclopédica Compendiun Maleficarun, publicada en el año 1608. Este último enriqueció el tema, describiendo de forma magistral las ceremonias de hechicería y brujería protagonizadas por los demonios. Entre los príncipes de los infiernos destaca a Astaroth, que tenía la facultad de seducir a través de la pereza y la vanidad, mientras que Verrin seducía mediante la impaciencia; lo que resulta del mayor interés resaltar es que, en ambos casos, el adversario de tales diablos era san Bartolomé.

Pero el poseedor de las fuerzas maléficas ha sido denominado con diferentes nombres: demonio, Diablo, Lucifer, Satán, Belial, Beelzebub, etcétera; veremos, a continuación, por orden alfabético, qué significa cada una de estas denominaciones.

Beelzebub: Ser relacionado con el señor de las moscas –Beelzebub-, se traduce en griego como “señor de las moscas” y aparece citado únicamente en el Nuevo Testamento. Su misión era enviar plagas de estos insectos a los humanos para castigarlos y su relación con el Diablo fue más tardía.

Belial: Nombre que aparece únicamente en el Nuevo Testamento y también en los manuscritos descubiertos en las cuevas de Qumran del mar Muerto. Se trata de un personaje que, a modo de ángel de las tinieblas, se enfrentó a los ángeles de la luz. Es un ser tolerado por Dios que intenta llevar el mal a los humanos, para terminar siendo derrotado.

Bestia: Ser portador del Mal, que tienta contra la virtud y los hombres, para caer en el pecado, según las concepciones que aparecen en los códices miniados medievales, en forma de Bestiarios. La Bestia diabólica aparece representada como dragones que lanzan llamas de fuego y está igualmente vinculada con el mito del Pelícano, que hunde sus raíces en las creencias cátaras, que se remontan a la antigüedad celta y son recogidas por los templarios.

Demonio: Término de origen griego que deriva de daío, que se traduce por “desgarrar”. Al comienzo de la civilización helénica se creía en un espíritu malo que buscaba su alimento devorando los cuerpos de los muertos tras desgarrarlos; más tarde, el demonio alcanzó la categoría de un semidiós, que tenía la misión de castigar a los humanos por sus pecados. Pero estas divinidades también llegaron a alcanzar poderes maléficos, que les permitían poseer a los hombres a través de unas fuerzas sobrenaturales, haciendo que les adorasen; en la versión griega del Antiguo Testamento, seguida por los cristianos antes de la redacción del Nuevo Testamento, se asociaba al demonio con el príncipe del Mal.

Diablo: Procede del término griego diábolo, “el que arroja algo a través de”; se trataba de difamaciones y calumnias. Todo comenzó cuando, en el siglo III a.C., los judíos llevaron a cabo la traducción de la Biblia hebrea al griego. El Diablo es citado en el Antiguo Testamento como un despiadado acusador, destructor, al mismo tiempo, de la paz y el respeto entre los hombres, y causa de su perdición a través del pecado.

Lucifer: Se traduce como “portador de la luz”. A comienzos del cristianismo, a Jesús también se le llamó Lucifer, el ser portador de la luz de los creyentes. Fue durante los siglos medievales cuando a este personaje se le asoció con el príncipe de las tinieblas, al ser interpretado erróneamente un texto de Isaías, en donde se lee: “Un lucero cayó del cielo para ir al infierno después de intentar ocupar el lugar de Dios”. Se trataba, en realidad, de la descripción de la muerte del monarca asirio Sargón II, el fundador de la dinastía de los sargónidas (siglo VII a.C.), que algunos atribuyen al rey Nabucodonosor II. Al morir ambos reyes, sus cuerpos se precipitaron desde las alturas y cayeron a las profundidades del averno, por sus ansias de poder.

Satán: Ser que aparece en pocas ocasiones en el Antiguo Testamento, y no en forma de individuo, sino para designar al acusador. Eran, por lo tanto, los mismos ángeles que Dios encargó para que le avisaran de las malas acciones llevadas a cabo por los humanos. Progresivamente, este conjunto de ángeles se revela contra el poder celestial, al preferir adorar a Adán, y son portadores de la serpiente que provocó el pecado original. A partir del Nuevo Testamento, Satán y el Diablo ya son sinónimos del ser portador del Mal.

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