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viernes, 26 de febrero de 2010

Un Cristo inquietante


Queremos abordar un tema interesante, que nos narra Jesús Ávila Granados, en su libro “La mitología templaria”; donde nos descubre el extraño Cristo crucificado sobre una curiosa cruz de madera en forma de Y.

Desde la encomienda de Barcelona, esperamos sea de vuestro agrado.

Imagen de archivo. Fotografía realizada por fr.+Ramón.

En Puente la Reina (Garés) –localidad navarra capital del fértil valle de Valdizarbe-, que se correspondería en el tablero del juego de la oca con la casilla 6, confluían cuatro importantes vías de peregrinación procedentes de Francia, como da fe la escultura de un peregrino con una frase lapidaria: “Y de aquí todos los caminos a Santiago se hacen uno solo.” A las afueras de esta esotérica villa, famosa por su monumental puente –el puente de los Pontífices-, que salva las verdosas aguas del Arga, se alza una enigmática capilla, la iglesia del Crucifijo, que pasa un tanto inadvertida para muchos. En su interior, en una capilla o nave lateral, se venera una extraña imagen del Cristo en una cruz, que tiene la particularidad de ser un triple madero en forma de pata de oca, o de Y. Llegó a España desde Renania (Alemania) a comienzos del siglo XIV, por lo cual podríamos establecer en él otro de los vínculos que el Temple mantuvo con sus hermanos los teutones; recordemos que este templo fue el pionero en las construcciones templarias de todo el camino de peregrinación a Compostela en tierras hispanas. “Esta cruz no sólo constituye una horquilla, sino que el tronco central se prolonga por detrás de la cabeza del Cristo, adoptando, en realidad, la inequívoca forma de la pata de oca”, comenta García Atienza. Esta capilla, comenzada en cuadrado y que culmina en un cimborrio octogonal –el ocho, el número de la resurrección-, es lo único, junto con los restos de un pórtico, que se conserva del complejo monacal allí existente en la Edad Media, del que desapareció el hospital, levantado en la aldea de Murugarren –posteriormente englobada en la villa del Puente la Reina, tras la fundación de ésta –en el año 1142, en tiempos del monarca García Ramírez, quien le cedió los terrenos al primer comendador del Temple en la zona, fray Glisón. En un principio, este templo fue puesto bajo la advocación de una virgen negra. Nuestra Señora de los Huertos, procedente de Urdánoz, pueblo del vecino valle de Goñi. Sobre el origen de este crucifijo, se han barajado muchas historias y leyendas; una de ellas asegura que está en Puente la Reina (Garés) por donación de unos peregrinos germanos, en agradecimiento a la hospitalidad recibida en esta población, al regresar de Compostela. No es una casualidad, por lo tanto, que en la ciudad alemana de Colonia, concretamente en la iglesia de Santa María del Capítulo, exista un crucificado de idénticas características. Recordemos que la orden teutona guardó unas muy extrañas relaciones con los templarios. Otro enigma que surge al hablar de esta extraña cruz es que, detrás de ella, en el interior de un lienzo del ábside, aparecieron unas pinturas murales, realizadas en el siglo XIII por un tal Johan Olivier; en una de ellas aparece una crucifixión de similares características a las del Cristo que allí se encuentra sobre la pata de oca de madera, lo que confirmaría el hecho de que los templarios, a pesar de su suspensión oficial, tras el decreto de apresamiento y clausura de la orden, prosiguieron en el mayor secretismo la obra ocultista que tenían encomendada, lejos del tiempo y del espacio.

El crucifijo de esta iglesia de Puente la Reina (Garés), por su singular riqueza simbólica, está vinculado, además, con las más ancestrales representaciones divinas de los cultos orientales; recordemos al Krishna hindú o a Attis, de los misterios frigios, por la crucifixión en un árbol. Además, en las coordenadas de las grandes religiones del universo, la Y griega, que sacrifica al redentor cristiano sobre la IOD hebrea, está vinculada con la décima letra del alfabeto sagrado –la séfira de la Qabbalah- que tiene como principio el mismo Yahvé, origen de todas las cosas, unión de los contrarios. La cruz, esta extraña cruz en su particular forma de pata de oca, eleva el sacrificio de Cristo a un estadio superior a Él mismo, simbolizando, al mismo tiempo, la esencia sagrada de la Arquitectura, con una mano de tres dedos inspiradora de las proporciones divinas del espacio.

Si la oca se convierte en el animal sagrado de los peregrinos jocobeos, por su triple dimensión, aérea, acuática y terrenal, el cisne sería el emblema de los caballeros del Temple, según las sagas germánicas y célticas, como elemento delimitador de las fuerzas celestiales y mortales. Éstos, los cygnatus, valerosos caballeros templarios que cabalgan a lomos de rápidos y mágicos corceles, depararán algunas de las más sobrecogedoras vinculaciones del mundo medieval, donde el Grial y la cábala judía también tuvieron un papel preponderante. “En el panteón grecolatino, la mitología cuenta cómo cada primavera Orfeo regresaba del Hades, en una carroza tirada por cisnes, para restaurar la naturaleza”, comenta el especialista Rafael Alarcón Herrera.

jueves, 25 de febrero de 2010

Símbolos Cristianos: Agnus Dei


Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con el apartado de los símbolos cristianos. Para que así todos los lectores del blog, podamos aprender cada día más del porque de estos símbolos que se utilizan en la liturgia cristiana.

Esperamos que su lectura sea de vuestro agrado.

En el cristianismo, Agnus Dei (latín: 'Cordero de Dios') se refiere a Jesucristo como víctima ofrecida en sacrificio por los pecados de los hombres, a semejanza del cordero que era sacrificado y consumido por los judíos durante la conmemoración anual de la Pascua. Este título le fue aplicado por el profeta san Juan Bautista, durante el episodio del bautismo de Jesús en el río Jordán, según se relata en los evangelios:

“Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.» Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.»

Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.”

Jn 1, 25-37

Esta imagen del Mesías como Cordero de Dios proviene de los textos proféticos, especialmente Isaías (Is 53, 7) y Ezequiel (Ez 46, 13-15), y es asumida en toda su plenitud primero por san Pablo en I Co 5, 7, y por san Juan en el Apocalipsis, libro en el que el Cordero de Dios aparece como representación directa de Jesucristo como Salvador y Juez:

“Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra.» Y en la visión oí la voz de una multitud de Angeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.» Y los cuatro Vivientes decían: «Amén»; y los Ancianos se postraron para adorar.”

Ap 5, 7-14

En la Misa, el Agnus Dei es una oración que se reza poco antes de la Comunión, tras la oración Ad pacem, y forma parte del Rito de la Paz. Es una de las partes llamadas "invariables" de la Misa, es decir, que siempre se cantan o recitan con el mismo texto y en el mismo lugar de la liturgia, sin pertenecer al Canon Eucarístico.

La importancia de este texto en la liturgia cristiana se advierte en su continua inclusión, con algunas variaciones, como elemento de cierre en diversas Letanías: las de los Santos (en celebraciones litúrgicas especiales) o las de la Virgen (tras el rezo del Santo Rosario).

Su oración

El inmemorial texto de esta oración, y que recoge la Liturgia romana es el siguiente:

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis.

Agnus Dei qui tollis peccata mundi, miserere nobis.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem.


En el Misal Romano en su versión española está traducido como:

"Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz".


En las misas de difuntos, el tercer verso se modifica de la siguiente manera:

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona ei(s) pacem.

Que, traducido al español, significa:

"Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, dale(s) la paz".


El número del pronombre (eis ó ei) varía dependiendo de que la misa de difuntos se celebre por una o varias personas.

La variación compuesta para las Letanías de la Virgen, rezadas al final del Rosario es la siguiente:

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, parce nobis, Domine.

Agnus Dei qui tollis peccata mundi, exaudi nos, Domine.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis.


Este texto es habitualmente traducido al español como:

"Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten misericordia de nosotros".

miércoles, 24 de febrero de 2010

La ramificación escocesa del Temple


Después de haber tratado la teoría francesa sobre los herederos oficiales del Temple en el capítulo “los templarios de Napoleón”, descrita por el historiador francés Michel Lamy, en su libro “La otra historia de los templarios”; hoy queremos abordar la “teoría británica” comentada a continuación y que desde la encomienda de Barcelona, deseamos que sea de vuestro agrado.

imagen de Robert Bruce

Otra tradición hace, sin embargo, de Aumont, el sucesor directo de Jacques de Molay sin pasar por el conde de Beaujeu.

D’Aumont, Maestre de Auverge, habría huido en compañía de dos comendadores y cinco caballeros disfrazados de albañiles. El grupito habría conseguido llegar a Escocia y refugiarse en una isla. Habrían contactado con el comendador George de Harris y decidido con él mantener la Orden. El día de San Juan de 1313, durante el Capítulo Extraordinario, d’Aumont habría sido nombrado Gran Maestre de la Orden. El Temple entonces, habría velado sus rituales tras los símbolos de la masonería y sus miembros se habrían hecho pasar por “masones libres” o, dicho de otro modo, por francmasones. A partir de 1361, la sede de la Orden habría sido establecida en Aberdeen, para luego expandirse de nuevo un pocos por todas partes de Europa bajo el velo de la masonería.

La tesis de un origen templario de la masonería era cara al baronet escocés Andrew-Mitchell Ramsay que, en el siglo XVIII, buscaba raíces prestigiosas para la francmasonería. En aquella misma época, en el convento llamado de Clermont, se instituyeron grados de “masones-templarios”. El barón de Hund, que participó en ello, parece estar en el origen de la historia del caballero de Aumont. Esta leyenda hizo fortuna, particularmente en Alemania, donde las sociedades secretas pululaban literalmente.

Provisto de una credencial firmada por Carlos Eduardo Stuart, el barón de Hund, se hizo otorgar el título de Gran Maestre de los templarios, lo que no dejó de levantar algunas protestas en el mundo masónico. En cualquier caso, fue así como el barón de Hund creó la Orden de la Estricta Observancia Templaria cuyo ritual sigue utilizándose en algunas logias bajo el nombre de rito escocés rectificado. Paralelamente, bajo la influencia del lionés Jean-Baptiste Willermoz, la leyenda templaria iba a llevar a la creación de determinados “altos grados” en la masonería, tales como los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa.

No entraremos en pormenores respecto a estos asuntos que animaron el mundo de las logias durante décadas. Recordemos simplemente la pretensión de la francmasonería de poseer una legitimidad templaria.

Es innegable que pudieron existir unos puntos en común, aunque sólo fuera por la propia índole de la masonería operativa, la de los gremios de obreros y de oficios. No hay que olvidar esos compañeros que pasaron a la clandestinidad después de la caída de la Orden. También ellos pudieron proporcionar a la masonería futura una parte de estas leyendas fundacionales y de esos rituales que tanto deben a la arquitectura. Pero sigamos con la pista escocesa para ver si, aparte de un deseo de los masones del siglo XVIII de atribuirse unas raíces templarias, podría esconder un fondo de verdad.

La suerte de los templarios ingleses

Inglaterra y Escocia se mostraron muy reticentes a seguir los pasos de Felipe el Hermoso. No obstante, habiendo cedido el propio Papa a las presiones del rey de Francia y pedido a los príncipes cristianos que arrestaran a los templarios que se encontraban en su territorio, su posición se volvió incómoda. Había que aparentar al menos hacer algo. Se impartieron unas órdenes, pero cabe preguntarse si no iban, acompañadas de la consigna secreta de no poner demasiado celo en ellas, puesto que no parece que fueran ejecutadas muy fielmente. Por más que Eduardo II fuera el yerno del rey de Francia, la lucha contra los templarios no era decididamente su guerra y no dudó en expresarlo y en ponerlo por escrito. Dirigió incluso misivas a los reyes de Portugal, de Castilla, de Aragón y de Sicilia, diciéndoles que no creía en absoluto las atrocidades de las que se acusaba a los templarios y que se trataba de “calumnias de malas gentes que están animadas no por el celo de la rectitud, sino por un espíritu de codicia y de envidia”.

Cuando Eduardo, a petición del Papa, se vio obligado a hacer proceder a unos arrestos, sus órdenes precisaron que los templarios debían ser bien tratados y no puestos “en una prisión dura e infame”.

Efectivamente, el trato que se les dispensó no fue demasiado terrible. Así, el Maestre para Inglaterra, Guillaume de La More, detenido el 9 de enero de 1308, fue albergado en el castillo de de Canterbury donde dispuso de todo lo necesario. El 27 de mayo fue puesto en libertad y, dos meses más tarde, las rentas de seis posesiones del Temple le fueron otorgadas para su mantenimiento. Lamentablemente, las presiones prosiguieron y el rey tuvo que tomar nuevas medidas menos agradables. Le resultaba tanto más difícil negarse a ello cuanto que un poco por todas partes había templarios que se ponían a confesar y se volvía imposible negar algunas prácticas muy poco católicas de la Orden. Pero entre tanto la mayoría de los templarios ingleses habían tenido tiempo suficiente para tomar sus disposiciones y ocultarse.

Cuando, en septiembre de 1309, los inquisidores del Papa llegaron a Inglaterra se asombraron del escaso celo puesto en los arrestos y Eduardo II estuvo, entre otras cosas, que escribir a sus representantes en Irlanda y Escocia para que obedecieran a las órdenes del papado.

Por supuesto, los inquisidores quisieron hacer uso de la tortura, pero, ahora bien, para ello necesitaban del auxilio del brazo secular. Eduardo II se hizo un poco de rogar y no autorizó más que “torturas limitadas”. En diciembre de 1309 tuvo que escribir de nuevo para apremiar a los arrestos que se llevaban a cabo con muy poco celo, pero, por supuesto, aparte de escribir para la galería, no hizo nada para volver las operaciones más eficaces. En marzo de 1310, y posteriormente en enero de 1311, insistió de nuevo ante sus oficiales, para que no se dijera, lamentando la libertad de que los templarios seguían disfrutando. Las vehementes protestas de los inquisidores no desembocaron más que en el arresto de nueve caballeros más. Desalentados, los inquisidores escribieron al Papa para quejarse de que no se les dejaba dar tormento a los prisioneros tal como ellos esperaban y reclamaron el traslado de los templarios ingleses a las mazmorras francesas.

Eduardo II pronto tuvo que resolverse a dejar a los hombres de Iglesia actuar como se les antojase.

Inglaterra, a su vez, se convertía en un lugar de descanso arriesgado para los hermanos del Temple, pero Escocia seguía siendo un refugio posible. Allí, Eduardo II no tenía un poder absoluto y sobretodo otros motivos de preocupación. Una buena parte del país se encontraba en manos de Robert Bruce, que reclamaba la independencia para Escocia. No sólo Bruce se batía contra las tropas de Eduardo II, sino que, excomulgado, no tenía ninguna razón para obedecer a las órdenes del Papa. Ahora bien, una tradición tenaz afirma que hubo templarios que ayudaron a Bruce en los combates. Se dice que fueron ellos quienes habrían hecho decantarse el resultado de la batalla a favor de los escoceses en Bannockburn en 1314, combate esencial para los futuros acontecimientos, puesto que fue decisivo para la independencia escocesa. Abandonados por el rey de Inglaterra, los templarios habrían elegido batirse en el otro bando, pero ello significa también que en 1314 estaban aún constituidos en un cuerpo perfectamente estructurado, por lo menos en territorio escocés.

martes, 23 de febrero de 2010

Cardenal Antonio Cañizares: La importancia de reavivar el sentido de la liturgia.


Fueron los ejes de su intervención en el ciclo ‘Avivar la fe’, organizado por el Arzobispado de Barcelona

Tal y como nos dijo Nuestro Señor Jesucristo, “Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”. A muchos de los millones de católicos que practicamos la religión cristiana por todo el mundo. A veces se nos olvida lo importante que es no sólo el creer en Cristo, sino sentir a Cristo.


Por eso desde la encomienda de Barcelona, queremos compartir con todos vosotros un texto publicado en forumlibertas, sobre la intervención del cardenal Cañizares, sobre lo importante que es disfrutar de la llamada del Señor; sirviendo para poder encauzar nuestras vidas, y no limitarnos tan sólo a seguir la liturgia de una manera mecánica.


Deseamos que la lectura sea de vuestro agrado.


Siguiendo el ejemplo de Benedicto XVI, el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, hizo una llamada este domingo, 21 de febrero, a “reavivar el sentido de la liturgia” como “un don de Dios”.


Al mismo tiempo, Cañizares advirtió de la “pérdida de valores” en el actual contexto de crisis económica y social por los que atraviesa España y citó algunas posiciones ‘avanzadas’ que han tergiversado el verdadero espíritu del Concilio Vaticano II.


Estos fueron los ejes centrales de su intervención en el ciclo ‘Avivar la fe’, organizado por el Arzobispado de Barcelona, que tuvo lugar en la basílica de la Purísima Concepción, de la que es rector desde 1998 Ramón Corts.


La Eucaristía, muestra de fe en Dios


El prefecto de la Congregación para el Culto Divino insistió en la defensa de la Eucaristía como muestra de fe en Dios. “La fe en Dios genera esperanza en pobres y pecadores”, añadió en su discurso.


Tenemos que recuperar las dimensiones de la Eucaristía, tenemos que recuperar los domingos con Eucaristía”, defendió.


Este reconocimiento de Dios contrasta con la actual cultura secularizada, que apoya la independencia de los hombres respecto de Dios, señaló, al tiempo que se mostraba especialmente crítico con el laicismo que “no deja espacio a la confesión”.


Si no sentimos la idea de Dios, dejamos de vivir, aquí está la crisis de nuestra cultura”, enfatizó.


“Reavivar la liturgia”


Respecto a la liturgia, monseñor Cañizares denunció que “hemos perdido la realidad de este concepto y es muy urgente reavivar el sentido de la liturgia porque es un elemento de santificación”.


En este sentido, el cardenal recordó que Benedicto XVI está llevando a cabo “una gran defensa y revitalización de la liturgia, porque es el fundamento de la vida”.


En cualquier caso, Cañizares celebró que “la Iglesia está aún muy viva”, dijo con optimismo. “Tenemos que tener en cuenta que la liturgia es un don de Dios y que, además, significa un apoyo para un concepto tan importante como es la familia. Es el derecho de Dios a la respuesta del hombre”.


Cabe recordar que, en un artículo que publicó el 2 de diciembre en el Osservatore Romano, Cañizares ya recordaba que “reavivar el espíritu y el verdadero sentido de la liturgia en la vida de la iglesia es un desafío y cometido principal, aún más en estos momentos”.


Es urgente que se reavive el genuino y verdadero sentido de la liturgia porque es algo que está en la misma entraña del ser y de la vida de la iglesia”, añadía.


El prelado concluía ese artículo explicando que “la liturgia nos remite a Dios. El sujeto de la liturgia es Dios. El sujeto de la liturgia no somos nosotros. Liturgia significa hablar de Dios, presencia y acción de Dios, reconocer a Dios en el centro de todo”.


Por todo ello, Cañizares lamentó en su intervención en la basílica de la Purísima Concepción que “en la sociedad actual se está sufriendo una pérdida de valores tanto en lo bueno como en lo malo, lo que significa la pérdida de moral, y de esta manera, se abre el camino al infierno”.