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sábado, 20 de marzo de 2010

Israel: Dios fue criptógrafo.


Después de unos días de merecido descanso. Volvemos con un interesante texto, extraído del libro “En busca de la Edad de Oro” del periodista e investigador español, Javier Sierra.

En él habla sobre un misterioso código que parece ser está encriptado en las Sagradas Escritras; concretamente en el Antiguo Testamento.

Deseamos desde la encomienda de Barcelona, que sea de vuestro agrado.

Michael Drosnin aterrizó en Jurusalén el primero de septiembre de 1994 con un escrito bajo el brazo que creía que podría cambiar el futuro de su país.

En la ciudad de las tres religiones se reunió de inmediato con el poeta Chaim Guri, amigo del entonces presidente del estado de Israel Isaac Rabin, y le entregó una carta que poco después llegó a manos del primer ministro. Su mensaje decía así:

Un matemático israelí ha descubierto en la Biblia un código oculto que parece revelar hechos ocurridos miles de años después de que fuera escrita.

Si me he permitido escribirle es porque la única vez en que su nombre aparece completo –Itzhak Rabin- las palabras “asesino que asesinará” lo cruzan.

Esto no debería tomarse a la ligera, toda vez que los asesinatos de Anwar el-Sadat y de John y Robert Kennedy también aparecen codificados en la Biblia; en el caso de Sadat, con el nombre completo del homicida, la fecha, el lugar del atentado y el modo de perpetrarlo.

Creo que corre usted un grave peligro, pero también que el peligro puede ser evitado.

Rabin desatendió la advertencia del periodista afincado en Estados Unidos. El General Triste era un hombre fatalista, rehuía los augurios y deploraba el misticismo. Pero aunque era fundamentalmente laico, se mostraba muy respetuoso con las creencias de los demás.

Sólo dos meses después de recibir esta carta, Rabin escuchó el clamor de su pueblo en una histórica manifestación por la paz. Ante miles de personas en Tel Aviv, el máximo dirigente israelí afirmó: “Creo que la mayoría quiere la paz y estoy preparado para asumir el riesgo”. Cuando acabó su discurso, estrechó la mano de los organizadores del acto y bajó las escaleras de la tarima de personalidades, dirigiéndose hacia el coche oficial. En ese preciso momento, un joven sacó un arma corta y disparó tres veces sobre el “halcón”. Una de las balas se alojó en la columna y las otras dos destrozaron su vientre.

Isaac Rabin moría en el hospital de Ijilnov, en la capital de Israel, aquel mismo 4 de noviembre de 1995.

Historia de un descubrimiento

-Cuando conocí la noticia de la muerte de Rabin, caí al suelo y dije: “¡Oh, Dios mío! ¡El código secreto es auténtico!.

Bruno Cardeñosa y yo nos miramos.

Habíamos acudido al hotel Palace de Madrid para entrevistarnos con Michael Drosnin, un periodista del Washington Post y el Wall Street Journal que llevaba dos años implicado en una investigación sin precedentes. Según nos explicó, el asesinato de Rabin le convenció de que los cinco primeros libros de la Biblia contienen datos sobre el pasado, presente y futuro de la humanidad, encriptados hace miles de años por una mente privilegiada.

Drosnin acababa de publicar en español, justo en esos días, el libro donde contaba su aventura, y había accedido a adelantarnos en privado algunos de los pormenores de tan extraordinario caso. Él mismo reconoció que su trabajo era sólo la punta del iceberg de un enorme movimiento de expertos que creían haber localizado en la Biblia el lenguaje secreto de Dios.

Mucho antes de que Drosnin se implicara en este asunto, rabinos como el checo H. M. D. Weissmandel descubrieron hace medio siglo que si se tomaba el texto original hebreo del Génesis, se eliminaban los signos de puntuación y se juntaban todas sus letras en una línea enorme de 78.064 caracteres, podían hallarse mensajes secretos de un modo muy particular.

Por ejemplo, tomando una palabra de cada cincuenta al inicio de este libro, se formaba claramente el vocablo “Torá”, que es precisamente el nombre que reciben los cinco primeros libros de la Biblia en hebreo.

Es decir, que si se ordenaba esa línea en filas de cincuenta letras cada una, “Torá” aparecía claramente legible en vertical, al inicio de cada una de sus primeras cinco hileras.

Por supuesto, ese hallazgo no tendría mayor significación si no fuera por el hecho de que existe una antiquísima tradición cabalística que afirmaba que Dios mismo insertó mensajes codificados en la Torá y que los rollos donde se conservan son copias extraordinariamente fieles de las versiones precedentes desde hace al menos mil quinientos años. De hecho, la existencia de esta característica secreta podría explicar ahora por qué la tradición judía ha sido siempre tan meticulosa al copiar al milímetro sus “torás”, ya que de este modo se aseguraba la pervivencia del código que contienen.

¿Pero a qué clase de código se enfrentan los expertos?

Años después del hallazgo de Weissmandel, Doron Witzum, un físico y estudiante bíblico afincado en Jerusalén, trató de llegar más lejos aplicando la ciencia matemática y los ordenadores a este misterio. Su intención era determinar de una vez por todas si existía algún tipo de mensaje oculto en la Biblia o, por el contrario, todas sus suposiciones se fundamentaban en un oportuno azar.

Así, Witzum convirtió la Torá entera –no sólo el Génesis- en una línea de 304.805 letras hebreas y comenzó a buscar aleatoriamente mensajes en su interior. Para ello utilizó el mismo método descubierto por el rabino Weissmandel, que pronto recibió el nombre de SLE, Secuencia de Letras Equidistantes. Y justo ahí comenzaron a sucederse algunos descubrimientos asombrosos, estadísticamente inexplicables.

Witzum descubrió, con ayuda del matemático Eliyahu Rips –que evaluó el valor probalistico de los resultados- y el informático Yoav Rosenberg –que diseñó un programa de ordenador especial para buscar en la Torá todas las posibles posibilidades de letras-, que en los primeros cinco libros de la Biblia están codificados los nombres de 32 importantes rabinos, con sus respectivas fechas de nacimiento y muerte. Y si esto es asombroso, no lo es menos saber que la probabilidad de que uno solo de estos datos estuviera codificado en esa enorme “sopa de letras” era de una entre 62.500…¿Y 32?

Para tratar de determinar la intencionalidad de esta información encriptada, Witzum creó un protocolo científico que le permitiera distinguir ente las SLE producto del azar (que pueden encontrarse en cualquier texto, incluido este libro) y las deliberadamente introducidas por alguien en la Biblia.

Este método tenía en cuenta la proximidad de las letras entre sí y el hecho de que aparecieran junto a la palabra clave otros datos relativos al vocablo buscado. Exactamente igual a como había sucedido con los rabinos y sus respectivas fechas de nacimiento y muerte.

Tan exigente fue su procedimiento de trabajo, que la prestigiosa revista Statistical Science, publicada por el Instituto de Matemáticas Estadísticas de Hayward (California), revisó durante seis años su experimento de los rabinos y publicó finalmente su trabajo, dándole pleno respaldo científico.

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