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lunes, 5 de abril de 2010

Arginy y el tesoro del Temple: IIIª parte


Hoy lunes de Pascua, retomamos el hilo en la encomienda de Barcelona, con la tercera parte de “Arginy y el tesoro del Temple, desarrollada por el historiador francés Michel Lamy, en su libro “La otra historia de los templarios”.

Deseamos que sea de vuestro agrado.

Fotografía de Jacques Breyer.

Debió de existir una tradición familiar a propósito de este tesoro, puesto que muy pronto algunos se pusieron a buscarlo. Así, Anna de Beaujeu hizo poner en marcha unas excavaciones. Se resignó a abandonar este proyecto en unas circunstancias dramáticas. Uno de los hombres encargados de los trabajos descubrió un subterráneo. Penetró en él y, de repente, los que se habían quedado fuera oyeron un terrible grito que les dejó helados de espanto. No se atrevieron a moverse del sitio. Un cuarto de hora más tarde, el hombre salió. Andaba mecánicamente, titubeando. Una parte de su cráneo parecía haber sido triturado y se veía desparramársele el cerebro. Llegado delante de sus camaradas petrificados, levantó los brazos y se desplomó. Estaba ya frío.

Anna de Beaujeu hizo parar las excavaciones y nada más se supo al respecto. Esto nos enseña, no obstante, algo: que el secreto exacto del eventual enterramiento no había llegado hasta Anna de Beaujeu que, sin duda, habría sabido llegar más fácilmente al tesoro en caso contrario. O bien el secreto familiar había dejado de ser transmitido por la causa que sea, o bien no tenía ya razón de ser en el caso de que el tesoro hubiera sido recuperado y llevado a otra parte.

Sin duda no fue de igual opinión Pierre de Rosemont, después de convertirse en propietario del lugar. Decidió retomar las excavaciones y comenzó por buscar indicios en unos viejos manuscritos conservados en los archivos de la abadía de Pommier-en-Forez. Sus trabajos permitieron desgraciadamente comprender lo que le había sucedido al obrero de Anna de Beaujeu. Pues, en efecto, una vez que se hubieron retirado cien metros cúbicos de tierra que obstruían la entrada del subterráneo, apareció una galería que se abría verticalmente. Un obrero descendió cogido al cabo de una cuerda. En un determinado momento, sintió bajo sus pies “como un tonel” que giraba. En realidad, se trataba de una enorme muela de molino. Al lado había otra muela y el pie, atrapado entre ambas, fue triturado hasta el tobillo. El desdichado tuvo la presencia de ánimo suficiente para tirar al punto de la cuerda y sus camaradas subieron inmediatamente, evitándose así que las muelas le atraparan por completo.

Al igual que Anna de Beaujeu, Pierre de Rosemont se dijo que era preferible detenerse allí que arriesgarse a cosas aún peores. Hizo condenar la entrada de la galería y derramar ciento cincuenta toneladas de tierra en el subterráneo. Prohibió a sus hijos recordarle este asunto y añadió por todo comentario:

“No tengo otra cosa que decir que el espectáculo está abajo y no arriba”.

Ello no impidió a uno de sus hijos reemprender unas excavaciones en 1922. Encontró un subterráneo al pie de la Torre de las Ocho Bienaventuranzas y descubrió en él unos documentos que databan de los tiempos de la Revolución, pero nada más. Treinta años más tarde, se pusieron en práctica otros medios. Un industrial parisino llamado Champion hizo venir in situ a un astrólogo y alquimista de renombre, Armand Barbault, así como a un especialista en ocultismo, Jacques Breyer. Muchas otras personas, incluidos unos notables, se sumaron a ellos para tratar de penetrar en el secreto de Arginy. Su grupo desembocó en la creación de la Orden del Templo Solar.

No consiguieron el camino de sus predecesores ni se acordaron de las palabras de Pierre de Rosemont. No miraron abajo sino arriba y concentraron sus esfuerzos en la Torre de las Ocho Bienaventuranzas. Estaban convencidos de que el secreto de Arginy era la piedra filosofal que permite la transmutación de los metales. Para penetrar en este secreto, se entregaron a largas sesiones de espiritismo en el curso de las cuales intentaron entrar en contacto con los espíritus de los templarios. Jacques Breyer había metido una paloma dentro de una caja, se habían concentrado todos y la señal del contacto debía ser dada por el pájaro batiendo las alas una vez que el Más Allá estuviera a la escucha. Los participantes oyeron once golpes que parecían ser dados en el exterior, en lo alto de la torre. Ello había de repetirse numerosas veces, siempre entre medianoche y las dos de la mañana, y cada vez, al mismo tiempo, la noche se volvía silenciosa, los animales enmudecían. Breyer y sus amigos mantuvieron tras estos golpes varias “conversaciones” con once templarios. La transcripción de estos diálogos con el Más Allá es bastante incoherente y no se hizo ninguna revelación sobre el tesoro. He aquí un método que no era probablemente muy eficaz, pero que no entrañaba al menos la muerte de ningún obrero.

Al cansarse sin duda de estas inútiles sesiones nocturnas, Armand Barbault consideró más expeditivo pedir ayuda a un amigo suyo médium y, efectivamente, este le indicó pronto el emplazamiento de un subterráneo. Se emprendieron de inmediato excavaciones. En ese momento, M. Champion tuvo que abandonar Arginy, reclamado por unos asuntos urgentes. Armand Barbault perdió a uno de sus parientes próximos y los obreros empezaron a abandonar la obra sin dar ninguna explicación. Todo quedó parado.

Hubo, sin embargo, otros intentos de contacto con los templarios, al tener nuestros buscadores la sensación de que no llegarían a nada mientras los manes de los hermanos del Temple no les dieran luz verde. Una noche de San Juan, organizaron “una gran conjura” en el curso de la cual Barbault entró en comunicación “con el guardián del tesoro” a través de un médium. Este último declaró:

“Veo un cofre instalado sobre unos raíles. Una mano articulada y enguantada de hierro se sumerge mágicamente en el cofre y saca de él monedas de oro. Hay ahora un montón de ellas puestas sobre la mesa. La mano sigue sacando. Otras manos, con codicia, se extienden hacia el tesoro…unas manos en forma de garras y que se vuelven de repente velludas, monstruosas, espantosas. Entonces la mano articulada recoge las monedas de oro y las devuelve al cofre. El jefe de los guardianes del tesoro es un caballero acostado en un ataúd. Habla, pero permanece rígido en su tumba. Quisiera salir. Mas para eso será necesaria una gran ceremonia con los siete conjuros rituales.”

Con esto, los investigadores no habían avanzado, a decir verdad, gran cosa…Por otra parte, el médium consideró también que los entes se burlaban de ellos y que les revelarían jamás el emplazamiento del tesoro. Tan sólo un descendiente de los templarios digno de proseguir su misión podría llegar a saberlo un día.

Pasaremos por alto algunos episodios sin gran interés durante los cuales algunos se creyeron reencarnaciones de Grandes Maestres del Temple o imaginaron que se podía dejar “embarazada” a una muchacha en el curso de una ceremonia mágica esperando conseguir que Guillaume de Beaujeu se reencarnase en el hijo así concebido. Que no cunda el pánico: la ceremonia no tuvo nunca lugar.

Jacques Breyer pensó, sin embargo, haber penetrado en el secreto y decidió revelarlo en una obra titulada Arcanos Solares. Escribió:

“La mina con las joyas está bien guardada. Cada puerta está defendida por un dragón. Para encontrar, se requiere humildad, desinterés, pureza. He aquí tres claves infalibles cuando las entiendes bien, El F.F. (el rey) que el artista debe captar está en el aire: ¡la verdadera mina está en lo alto! ¡Pobre soplador! ¿Por qué te extravías?...Vamos…reflexiona mejor, el gran arte es luz.

Sin duda las tres claves infalibles fueron mal entendidas, pues las búsquedas no condujeron a nada, a pesar de siete años de invocaciones, conjuros y otras prácticas “espiritistas”.

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