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miércoles, 14 de abril de 2010

Arginy y el tesoro del Temple: IVª parte


Queremos concluir con este último texto, sobre el apartado dedicado al tesoro de Arginy, que publicó el escritor e historiador francés Michel Lamy, en su libro “La otra historia de los templarios”.

Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que estos textos hayan sido de vuestro agrado.

Fotografía de la Torre de las Ocho Bienaventuranzas.

Jacques Breyer, por medio de sus frases sibilinas, debía de querer indicar que el secreto del tesoro se encontraba en la Torre de las Ocho Bienaventuranzas a la altura de las ventanas, proporcionando el paso del sol por una de ellas la clave definitiva. Tal fue en parte la opinión también Madame Jeanne de Grazia, que decía:

“De las ocho pequeñas ventanas trilobuladas de la Torre de Alquimia, sólo una de ellas está obstruida por unas piedras unidas con cemento. Habría que destaparla y observar la dirección del haz luminoso que penetra por ella el 24 de junio. El sol del solsticio debe desempeñar un papel destacado, iluminar tal vez una piedra que dará una indicación decisiva.

Sobre el terreno, Madame de Grazia dijo haber descubierto los signos clave de un escondite mayor, que figura en primer lugar en el blasón de Bienaventuranzas. Entre estos signos, unos símbolos alquímicos que se encuentran igualmente en el interior del castillo. Podrían deberse al barón de Camus, “iniciado del Renacimiento”, que fue inhumado con su esposa en una cripta situada a ocho o nueve metros bajo tierra.

Algunos han pensado igualmente que el misterio de Arginy estaba ligado a su emplazamiento particular que facilitaba algunos “contactos” y algunas operaciones mágicas. La propia arquitectura del castillo, y sobretodo de la Torre de las Ocho Bienaventuranzas, estaría en consonancia con el lugar y representaría una parte importante del secreto. ¿Habría sido por esta razón por la que Guichard de Beaujeu y sus compañeros fundaron su sociedad de los “Perfectos Arquitectos”?

El lugar es, en efecto, especial: tres ríos subterráneos superpuestos pasarían bajo el castillo, haciendo del emplazamiento un nudo telúrico importante. Es cierto que, cuando el conde de Rosemont mandó realizar unas prospecciones en la sala baja del torreón, el agujero se vio inmediatamente inundado.

Otra persona que se interesó mucho por Arginy fue Gabrielle Carmi. Unos sueños ligados a varios emplazamientos importantes que habían sido ocupados por el Temple la tuvieron obsesionada durante largo tiempo, tanto más cuanto que desembocaron en un descubrimiento concreto: el de un cofrecillo de concha encontrado en un pequeño pueblo de Seine-et-Marne. Gabrielle Carmi, que cuenta toda esta historia en una obra titulada El tiempo fuera del tiempo, concedió una gran importancia a sus sueños. Uno de ellos la condujo a un lugar cuyo nombre no dio, pero que indiscutiblemente es Arginy. Escribió:

“Sueño de nuevo con el castillo de la torre aislada. Vuelvo a ver la torre que sitúo como formando parte e un conjunto de edificios de los que es una prolongación, pero de los que hace mucho tiempo que está separada (…) Enfrente de ella, a unos ochenta metros, he visto, en el suelo, una luz azul eléctrico inmaterial, parecida a la que vi con ocasión del descubrimiento del cofre de concha de Hermé.

Esta luz formaba dos dibujos espaciados el uno del otro un metro cincuenta, cada uno de ellos representaba dos S separadas por un intervalo. A cierta profundidad por debajo, veo un cofre. Éste está colocado sobre una losa en el interior de un subterráneo que forma, en ese lugar, una estancia circular cuya entrada no veo. El cofre es de piedra. Tiene la forma de un pequeño sarcófago de alrededor de un metro de largo. Su tapa, también de piedra, es de doble vertiente.

En el interior del cofre, que está abierto, veo un libro muy grueso formado por hojas de pergamino. Éstas están unidas por dos placas, una encima y la otra debajo, atadas con una cuerdecilla de metal oscuro en forma de lazada. Las placas son también de metal oscuro. Este libro tiene el tamaño habitual de los antifonarios de música gregoriana que se ven en lo fascistoles de las iglesias (…) He vuelto a ver la página que lleva los siete puntos de oro unidos por unas líneas. He visto también otras páginas de este libro, cubiertas de signos o de letras que desgraciadamente no he recordado al despertar. Tengo la certeza absoluta de que se trata de documentos de una enorme importancia, que se refieren sólo una parte de ellos a la Regla de los templarios. He tenido la sensación de que estaba en presencia de un gran y verdadero misterio (…) Algunas enseñanzas se refieren a los secretos y técnicas concernientes al arte de la construcción. Pero no sólo a la manera de ensamblar los materiales. También las reglas que hay que seguir para determinar la orientación, la forma y las proporciones de los edificios para que éstos tengan su pleno valor iniciático, están precisadas en ellas (…).”

Gabrielle Carmi fue a Arginy. Allí se sintió atraída por un lugar en especial, por el emplazamiento donde habían aparecido los signos luminosos de su sueño. Volvió a sentir la presencia del cofre, bajo sus pies en un lugar donde antaño se alzara una torre. Unas excavaciones superficiales permitieron sacar a la luz cuatro escalones. No se excavó, sin embargo, más lejos y se volvió a tapar incluso el hoyo así abierto, recubriendo de nuevo los subterráneos que convergían hacia el lugar del cofre. Uno de ellos partiría de la torre aislada y el otro de un lugar más próximo al castillo.

Esto tiene el valor que tienen los sueños, por supuesto, pero los de Gabrielle Carmi son muy interesantes, toda vez que los subterráneos existen. Hemos visto que, en efecto, unas excavaciones permitieron sacar a la luz una galería al pie de la Torre de las Ocho Bienaventuranzas.

Las llaves del Paraíso.

Antes de terminar con esta extraña historia, vamos a dar un paseo a vuelo de pájaro con la ayuda de los mapas. Recordemos que la toponimia encubre a menudo la clave de los lugares. Sirvámonos de los mapas del I.G.N. al 1/25000 con las cotas 2929 Este, 3029 Oeste, 2930 Este, 3030 Oeste.

Varios son los elementos dignos de ser destacados en la toponimia de la región. En primer lugar, la frecuencia de los nombres de lugares ligados a la historia sagrada: Bethléen, Lazare, La Balthazarde, La Jacobée, La Zaqharie, Saint-Abram. Hay también un número asombroso de topónimos que se encuentran varias veces y a menudo muy próximos los unos a los otros. Así, encontramos tres veces Jérusalem, tres Saint-Julien, tres Saint-Roch, tres La Rochelle, cuatro Saint-Jean, dos Saint-Étienne, dos La Varenne, dos Saint-Paul, dos Saint-Abram, dos Saint-Pierre y un Razès correspondientes a un Razet.

Estas repeticiones, por decirlo así, no debían de facilitar en absoluto la designación de los lugares. Difícil de saber de qué Jerusalén se habla si no se proporcionan explicaciones suplementarias. Entonces, ¿qué sentido tiene haber constituido esta curiosa madeja de topónimos muy difícil de desenredar? ¿No podría servir de hilo de Ariadna para aquel capaz de llegar al final?

Conviene igualmente señalar, a cinco kilómetros al nordeste de Arginy, la existencia de un conjunto de topónimos típicamente templarios: Le Bois des Épines, La Fonderie de Saint-Jean, Saint-Jean-d’Ardières, l’Épinay.

Hay que señalar que se está muy cerca de Belleville, donde se encuentra un lugar llamado La Commanderie, próximo a Sainte-Catherine.

Si nos centramos en Arginy y en los lugares más próximos, vemos una Croix-Rouge y un lugar llamado Les Chavaliers.

Pero, sobretodo, hay que destacar, en medio de los viñedos, aproximadamente a un kilómetro y doscientos metros al oeste de la Torre de las Ocho Bienaventuranzas, una capilla consagrada a san Pedro. Forma con Arginy y un lugar llamado Le Nicolas un triángulo equilátero. ¿No fue a san Nicolás a quien fue dedicada la capilla misteriosa construida por el conde de Beaujeu tras la resurrección de su hijo?

En cualquier caso, se podría casi apostar que un subterráneo conduce a Arginy a partir de la capilla de San Pedro. Tal vez la “luz” indica su entrada dibujando en el suelo extraños reflejos después de haber pasado por el prisma de los vitrales. Una vez más, el santo de las llaves muestra sin duda la vía del Paraíso y de sus bienaventuranzas.

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