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viernes, 4 de junio de 2010

Cristo y los templarios


Desde la encomienda de Barcelona, queremos publicar el siguiente texto del escritor e historiador francés Michel Lamy de su libro “La otra historia de los templarios”; donde se trata sobre un tema que ha suscitado no pocas controversias. El tema en cuestión es la negación de Cristo por parte de los templarios.

El que se publique este texto, no quiere decir que desde este humilde rincón, se esté de acuerdo con estos argumentos, sino que lo hacemos porque somos libres y consideramos interesante dicho debate.

Deseamos que su contenido lo encontréis interesante.

Como hemos visto anteriormente, hubieron algunos templarios que manifestaron que en su iniciación como caballeros del Temple, hubieron de renegar de Cristo. ¿Cómo explicar en este marco el hecho concreto de la renegación de Cristo por los templarios? Hemos visto que no habían abrazado, en rigor, ninguna otra fe. Así pues, hay que considerar que esta renegación no debe tomarse necesariamente al pie de la letra.

Cuesta creer que este rito existiera de forma duradera en el marco del propio ingreso de los frailes en el Temple. ¿Cómo es posible que no hubiera neófitos lo suficientemente horrorizados por semejante acto como para ir a denunciarlo al exterior, empujados por el temor al castigo eterno? Una práctica masiva de este rito es algo que no se sostiene, toda vez que los postulantes eran libres de renunciar hasta el último momento. Además, si tal hubiera sido el caso, uno se pregunta por qué ochenta templarios, prisioneros en el Sudán, habrían preferido morir antes que abjurar su fe.

Muchos frailes declararon haber renegado “de palabra, no de corazón” y no faltan quienes dicen haberse confesado por dicho motivo. Parece evidente que esto les fue presentado a los postulantes no como una renegación real, sino como una especie de prueba por la que era preciso pasar sin darle demasiada importancia. Eso es lo que declararon, por lo demás, algunos de ellos. Todo esto, además, sólo es posible si este rito fue muy tardío, al menos por lo que respecta a los neófitos. En cambio, cabe sin ninguna duda integrarlo dentro del proceso de una iniciación que habría sido exigida más tarde y tan sólo a los hermanos considerados capaces de recibirla. De admitir la existencia de un círculo interno en la Orden, que perseguía un fin más secreto que el de las cruzadas, y de considerar que este círculo pudo abandonar la Orden oficial en un determinado momento, se podría comprender perfectamente que unos ritos hubieran podido dejar, con el tiempo, de ser comprendidos y aplicados al nivel en que habrían tenido que serlo.

Algunos autores han creído que los templarios hacían distinción entre dos Jesús: el “hijo de Dios” y el que muere en la cruz, que no habrían sido una sola y única persona.

Louis Charpentier escribe:

“La cruz es un suplicio que, en Palestina, era puramente romano. Se sabe que los judíos lapidaban, y si hubieran decidido dar muerte a Jesús lo habrían lapidado, tal como fue el caso de Esteban”.

Y añade:

“Jamás un procurador romano habría condenado a un hombre por una razón religiosa, si éste no hubiera fomentado desórdenes contra Roma”.

Por otra parte, la inscripción que figuraba en la cruz con las razones de la ejecución no indicaba que Cristo se dijera hijo de Dios, sino Rey de los judíos. El hombre crucificado habría, pues, sido martirizado por haber querido proclamarse rey, burlándose así de la autoridad romana en Palestina.

La existencia de dos personajes distintos, posteriormente amalgamados en los textos sagrados, explicaría, por otra parte, muchos enigmas. Sin duda permitiría comprender por qué Cristo, que predica poner la otra mejilla cuando a uno le pegan, que declara que quien a espada mata a espada muere, puede al mismo tiempo justificar en una parábola (Lucas 19, 27) a un rey diciendo:

“En cuanto a esos mis enemigos que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traedlos acá y delante de mí degolladlos”.

Es también Cristo quien declara:

“No penséis que he venido para traer paz en la tierra, he venido no para traer la paz sino la espada”.

¿Cómo conciliar: “Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su padre será castigado con la muerte” y “He venido para traer la división entre el hijo y el padre”?

No es esta segunda cara de Jesús la que puede parecer coherente con lo que dice el Sanedrín a Pilatos:

“Hemos encontrado a éste pervirtiendo a nuestro pueblo; prohíbe pagar tributo al César y dice ser Él el Mesías rey”.

Aunque nos guardaremos mucho de emitir ninguna opinión sobre este vidrioso asunto, tenemos no obstante que analizarlo en la medida en que uno de los secretos de los templarios habría sido para algunos el descubrimiento de documentos que revelan esta dualidad del personaje de Jesús.

Algunos, entre ellos Robert Ambelain, no dudan en ver en esta dualidad el signo de que Cristo tenía un gemelo. Dos hombres: el santo y el rey guerrero. Se entraría entonces en el simbolismo de la Orden del Temple, el del monje y del guerrero, el de dos hombres sobre un mismo corcel tal como lo muestra su sello más célebre. Estos dos seres que, como Cástor y Pólux, pueden alternativamente participar del mundo celestial y del material, circulando sobre ese eje del mundo que representa su lanza y montados sobre un corcel, animal psicopompo, mientras su escudo ostenta el rayo de carbúnculo, una de las formas de la rayuela, la cual une cielo y tierra.

Si los templarios hubieran adoptado, efectivamente, esta lógica, se comprendería que vieran en el dualismo de los gnósticos un acercamiento interesante a la divinidad, pero también que conservaran su secreto para un círculo interno.

Es cierto que se encuentra en los Evangelios la existencia de un gemelo: Tomás, al que Juan llama Dídimo. Ahora bien, en griego, didyme significa gemelo. Lo más curioso es que Tomás tiene también el sentido de gemelo, al derivar del hebreo tuoma. Tomás no sería un apellido o un nombre de pila sino una designación. Añadamos que algunos pasajes del Evangelio de san Juan pueden hacer pensar que Jesús tenía hermanos.

Una vez más, lo que nos interesa aquí no es la validez de estas tesis. Bastaría con que hubieran sido compartidas poco o mucho por los templarios para explicar cierto número de misterios. Pero digamos también que nada, absolutamente nada, permite afirmar que tales creencias han existido en la Orden del Temple: simplemente, esto simplificaría la comprensión del enigma templario.

La existencia de una doble persona explicaría asimismo la ambigüedad de las relaciones que algunos han creído poder descubrir entre Jesús y María Magdalena. Si Cristo es doble y tiene un gemelo, si uno es santo y el otro no…Señalemos de paso que los templarios dedicaron numerosas capillas y casas a María Magdalena, como en Provins, por ejemplo.

No nos sorprenderá saber que María Magdalena tuvo un papel importante en los escritos gnósticos fundamentales: la Pistis-Sophia, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de María, la Sophia de Jesús, los Libros del Salvador, el Evangelio de Pedro y el Evangelio de Tomás.

En el Evangelio de Felipe se lee:

Cristo amaba a Magdalena más que a todos sus discípulos. Ellos le dijeron: “¿Por qué la amas más que a nosotros?”. Y respondió Jesús: “¿Qué por qué no os amo como a ella?.

En este Evangelio, Felipe precisa incluso que Jesús besaba a María Magdalena a menudo en la boca.

¿Tuvieron los templarios conocimiento de tales textos gnósticos? En caso afirmativo, ¿qué efecto tuvo esto en ellos? No sabríamos decirlo. Tal vez un día, el descubrimiento de un manuscrito olvidado en alguna cripta templaria…¿Quién sabe?

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