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viernes, 30 de julio de 2010

Bernardo de Claraval y sus monjes guerreros: IVª parte.


Desde la encomienda de Barcelona, con la cuarta parte dedicada a San Bernardo y a la creación del Temple la damos por finalizada. Deseamos que hayáis disfrutado de su lectura. Un contenido que nos indica según su autor, el historiador francés Michel Lamy, que los templarios durante sus excavaciones en Jerusalén, hallaron algo que podría ser importante para las gentes de aquella época y que cabía defender.


Michel Lamy, con una redacción dinámica y atrayente, nos demuestra qué clase de hombres estaban llamados a servir a Cristo. Por un lado lo suficientemente arrepentidos de sus pecados y por otros rudos y dispuestos a matar por el Salvador.


Así comienza este interesante texto extraído del libro “La otra historia de los templarios”:


San Bernardo, agente reclutador de los monjes guerreros

No faltaron quienes, en la época, se alzaron contra la creación de una Orden militar. Así lo testimonia la carta dirigida a Hugues de Payns por el prior de la Gran Cartuja, Guiagues:


“No sabríamos en verdad exhortaros a las guerras materiales y a los combates visibles; no somos tampoco los más adecuados para inflamaros para las luchas del espíritu, nuestra ocupación diaria, pero deseamos al menos advertiros de que penséis en ello. Es inútil, en efecto, atacar a los enemigos exteriores, si primeramente no se domina a los interiores…Hagamos primero nuestra propia conquista, amadísimos amigos, y así podremos a continuación combatir con seguridad a nuestros enemigos exteriores. Purifiquemos nuestras almas de sus vicios, y podremos acto seguido limpiar la tierra de bárbaros (…) Pues no es contra unos adversarios de carne y hueso contra quienes tenemos que luchar, sino contra los principados, las potencias, contra los que rigen este mundo de tinieblas contra los espíritus del mal que habitan los espacios celestes, es decir, contra los vicios y sus investigadores, los demonios”.


Estas críticas llegaron a veces a hacer dudar a los propios templarios y Hugues de Payns tuvo que recordar, en una carta dirigida a los principales de ellos que se trata de una necesidad. Tratando de despejar sus dudas, escribía:


“Ved, hermanos, cómo el enemigo so pretexto de piedad se esfuerza por conducirnos a la añagaza del error.

Oh trompeta enemiga, ¿cuándo cesarás? ¿Cómo se transforma el ángel de Satán en ángel de luz? Si el diablo aconsejara desear las pompas del mundo, se le reconocería fácilmente. Pero les dice a los soldados de Cristo que rindan las armas, que no sigan haciendo la guerra, que huyan de los disturbios, que se dirijan a algún lugar de retiro a fin de que, presentando un falso semblante de humildad, se despoje de la verdadera humildad. ¿Qué es, en efecto, ser orgulloso sino no obedecer en aquello que nos ha sido ordenado por Dios? Tras haber tentado de este modo a los superiores, Satán se vuelve hacia los inferiores para aturullarlos.


¿Por qué, dice, trabajáis inútilmente? ¿Por qué hacer en vano un esfuerzo semejante? Estos hombres a los que servís os hacen tomar parte en su labor, pero no quieren admitiros en la participación de la fraternidad (cofradía). Cuando los soldados del Temple reciben las salutaciones de los fieles, cuando se dicen plegarias en el mundo entero por los soldados del Temple, no se hace ninguna mención a vosotros, no hay ningún recuerdo para vosotros. Y cuando casi todo el trabajo físico recae sobre vosotros, todo el fruto espiritual revierte sobre ellos. Retiraos, pues, de esta sociedad y ofreced el sacrificio de vuestro trabajo en otro lugar donde el celo de vuestro fervor sea manifiesto y fructífero”.


El Gran Maestre respondía así igualmente a los intentos de disolución de los hombres que servían al Temple sin ser caballeros. Hugues de Payns había comprendido perfectamente dónde estaban los puntos débiles de la Orden. No había que dejar desarrollarse la crítica, convenía reaccionar antes incluso de que se extendiera y se volvía urgente que una personalidad de la iglesia, indiscutible, viniera en ayuda de los templarios. En tres ocasiones, le pidió a su amigo Bernardo que hiciera el papel de autoridad espiritual y que defendiera la misión especial de los templarios. El santo hombre de Claraval le respondió:


“En tres ocasiones, salvo error por mi parte, me has pedido, mi amadísimo Hugues, que escribiera un sermón de exhortación para ti y para tus compañeros (…) Me has dicho que sería para vosotros un verdadero aliento el que yo os animara por medio de mis cartas, puesto que no puedo ayudaros mediante las armas. Y me habéis asegurado que os sería útil si animara por medio de mis palabras a cuantos no puedo ayudar por medio de mis armas.”


Y Bernardo redactó el De laude novae militiae, verdadero instrumento de propaganda, crítica de los guerreros tradicionales y apología de esa nueva milicia de Dios que constituía la Orden del Temple.


Comenzó por criticar duramente a los hombres de armas de su tiempo:


¿Cuál es, caballero, ese inconcebible error, esa inadmisible locura que hace que gastéis para la guerra tanto esfuerzo y dinero y no recojáis más que frutos de muerte o de crimen?


Engalanáis a vuestros caballos con sederías y cubrís vuestras cotas de malla con no sé qué trapos. Pintáis vuestras lanzas, vuestros escudos y vuestras sillas, incrustáis vuestros bocados y vuestras espuelas de oro, de plata y de piedras preciosas. Os engalanáis pomposamente para la muerte y corréis hacia vuestra perdición con una impúdica furia y una insolencia descarada. ¿Son estos oropeles el arnés de un caballero o las galas de una mujer? ¿O acaso creéis que las armas de vuestros enemigos se apartarán del oro, perdonarán las gemas, no penetrarán en la seda? Por otra parte, se ha demostrado a menudo que tres cosas sobre todo son necesarias en la batalla: el que un caballero esté alerta a defenderse, que sea rápido sobre la silla y presto en el ataque. Pero vosotros, por el contrario, os cubrís la cabeza como mujeres, para incomodidad de vuestra vista; vuestros pies se enredan en unas camisas largas y amplias y acampanadas. Y, así ataviados, os batís por las cosas más vanas, tales como la cólera irracional, la sed de gloria o la codicia de los bienes temporales. Matar o morir por tales objetivos no salva el alma.


¡Menuda requisitoria! A esta guerra galana, fútil, Bernardo oponía la de los monjes soldados de la Orden del Temple. Ponía el acento en la sencillez de sus costumbres, su desinterés, su caridad y, sobre todo, explicaba por qué estos monjes tenían el derecho e incluso el deber de matar, cuál era la santidad de su misión:


“El caballero de Cristo mata a conciencia y muere tranquilo: muriendo, alcanza su salvación; matando, trabaja por Cristo. Sufrir o causar la muerte por Cristo no tiene, por un lado, nada de criminal y, por el otro, es merecedor de una inmensa gloria…


Sin duda, no habría que dar muerte a los paganos, ni tampoco a los demás hombres, si se tuviera otro medio de detener sus invasiones e impedirles oprimir a los fieles. Pero en las circunstancias presentes, es preferible masacrarles que dejar el arma de los pecadores suspendida sobre la cabeza de los justos y que dejar a los justos expuestos a cometer también iniquidades. ¿Qué hacer, entonces? Si no le fuera permitido jamás a un cristiano golpear con la espada, ¿habría el precursor de Cristo recomendado solamente a los soldados que se contentaran con su soldada? ¿No les habría prohibido más bien el oficio de las armas?


Pero no es así, sino muy al contrario. Llevar las armas les está permitido, al menos a aquellos que han recibido su misión de lo alto, y que no han hecho profesión de una vida más perfecta. Os pregunto si los hay más cualificados que esos cristianos cuya poderosa mano conserva Sión, nuestra fortaleza, para defendernos a todos y para que, una vez expulsados de allí los transgresores de la ley divina, la nación santa, guardiana de la verdad, pueda entrar en ella con seguridad. ¡Sí, que dispersen, derecho tienen a ello, a esos gentiles que quieren la guerra; que supriman a cuantos nos perturban; que arrojen fuera de la ciudad del Señor a todos esos siervos de la iniquidad que sueñan con arrebatar al pueblo cristiano sus inestimables riquezas encerradas en Jerusalén, con mancillar los Santos Lugares y con apoderarse del santuario de Dios!”


Tras haber justificado el papel de los templarios, Bernardo quiso mostrar que eran una élite, los mejores de entre los hombres, y participar así de la excelencia de su reclutamiento:


“Ahora, para dar a nuestros caballeros que militan no a favor de Dios sino del diablo un modelo a imitar, o más bien para inspirarles confusión, expondré brevemente el tipo de vida de los Caballeros de Cristo, su modo de comportarse tanto en la guerra como en sus casas. Quiero que se vea claramente la diferencia que existe entre los soldados seglares y los soldados de Dios. En primer lugar, no falta disciplina entre ellos. No sienten desprecio por la obediencia. A una orden de su jefe, van, vienen; visten el hábito que él les entrega, y no esperan de otro que él su vestimenta y sustento. Tanto en el vivir como en el vestir se evita lo superfluo; se reserva la atención a lo necesario.


Es la vida en común, llevada en alegría y mesura, sin mujeres ni hijos. Y para que la perfección angélica se vea hecha realidad, habitan todos en la misma casa, sin poseer nada propio, atentos a mantener entre ellos un mismo espíritu cuyo vínculo es la paz. Diríase que esta multitud no tiene más que un corazón y un alma, de tanto como cada uno, lejos de seguir su voluntad personal, se apresura a obedecer a la del jefe. No permanecen nunca ociosos; no van ni vienen por pura curiosidad; pero cuando no se hallan en campaña (lo que ocurre raramente), para no comer el pan sin habérselo ganado, zurzen sus ropas rotas, reparan sus armaduras (…) No existe entre ellos preferencia de personas; se les juzga según su mérito, no según su nobleza (…) Nunca una palabra insolente, una tarea inútil, un estallido de risa inmoderada, una murmuración, por más nimia que sea, quedan sin castigo. Detestan el juego del ajedrez, los de azar, sienten horror por la caza de montería, y ni siquiera se divierten con la caza del pájaro por la que tantos otros andan locos. Los mimos, las que dicen la buenaventura, los juglares, las canciones jocosas, las representaciones teatrales son a sus ojos otras tantas vanidades y locuras que apartan de sí y de las que abominan. Llevan el cabello corto, pues saben que, según la palabra del apóstol, es vergonzoso para un hombre preocuparse por el cabello. No se peinan en absoluto y se bañan raramente. Por ello se les ve desaliñados, desmelenados, negros de polvo, la piel tostada por el sol y tan bronceados como su armadura”.


¡Qué retrato, qué manera de justificar a estos hombres y de mostrarles tan diferentes de los demás guerreros! No puede decirse que Bernardo trate de atraer neófitos prometiéndoles una vida fácil, y ello es debido a que los hombres que necesita el Temple deben ser capaces de dar prueba de la más absoluta abnegación y de soportar una dura vida llena de sufrimiento.


Bernardo pretendía empujar a cada uno a enrolarse más adelante y al predicar la segunda cruzada en Vézelay exclamaba:


“La tierra tiembla, se ve sacudida porque el Dios del Cielo está a punto de perder su tierra, aquella que le pertenece desde que viviera entre los hombres más de treinta años (…) Ahora, a causa de nuestros pecados, los enemigos de la cruz alzan su sacrílega cabeza, y su espada despuebla esta bendita tierra, esta tierra prometida. Y si nadie lo remedia, se lanzarán, ¡ay!, sobre la misma ciudad de Dios Vivo, para destruir los lugares donde se produjo la salvación, para mancillar los Lugares Santos que enrojeciera la sangre del Cordero Inmaculado (…) ¿Daréis a los perros lo que hay más santo, a los puercos las perlas preciosas? (…)


Pero, yo os lo digo, el Señor os brinda una oportunidad. Mira a los hijos de los hombres para ver si, entre ellos, se encuentran algunos que le comprendan, que le busquen y sufran por él. Dios se apiada de su pueblo; a los que han caído en los más graves pecados, les propone un medio de salvación. Pecadores, considerad este abismo de bondad, estad llenos de confianza. Quiere no vuestra muerte, sino vuestra conversión, vuestra vida; os ofrece una posibilidad no contra vosotros sino para vosotros. Se digna llamar a servirle, como si estuvieran llenos de justicia, a homicidas y ladrones, a perjuros y adúlteros, a hombres cargados de toda clase de crímenes. ¿No es, por su parte, una invención exquisita, y que sólo él podía encontrar?”


En cualquier caso, no es un mal hallazgo por parte de San Bernardo. ¡Qué político! Mataba dos pájaros de un tiro, reclutaba hombres rudos para luchar en Oriente y aliviaba a Occidente de una parte de la carne de horca que la poblaba. Inventaba en cierto modo la Legión Extranjera y daba realmente una oportunidad a ciertos hombres de redimirse. No obstante, al menos en sus comienzos, la Orden del Temple, por lo que a ella se refiere, fue muy selectiva en su reclutamiento y no aceptó a los malhechores que se presentaron o, en cualquier caso, no les hizo caballeros.


Los templarios contaban a partir de ese momento con los medios para hacer la guerra, puede decirse que estaban establecidos. En ese mismo período, la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén se había transformado asimismo en Orden militar. ¿Por qué no se asimilaron las dos órdenes desde un principio? ¿Por qué no se fusionaron los nueve o diez templarios de los primeros tiempos con los hospitalarios? Hubiera sido, sin embargo, la solución más lógica antes que organizar dos estructuras diferentes con sus logísticas propias. Pero, no olvidemos, el Temple tenía una misión especial que asumir desde los descubrimientos realizados en Jerusalén. A partir de entonces, no era posible ya mezclar ambas órdenes puesto que no perseguían unos objetivos estrictamente idénticos.


Y tal como escribe Luis Lallement en La vocación de Occidente a propósito de los templarios:

La Orden del Temple, cuyo blanco manto adornado con una cruz roja era de los colores rojos de Galaz, constituía en el siglo XII la armadura de la cristiandad”.

Una armadura que algunos no pensaron ya desde entonces más que en destruir.

jueves, 29 de julio de 2010

Personajes de la Biblia: Sara e Isaac


Queremos continuar desde la encomienda de Barcelona, con el apartado dedicado a los personajes más importantes de la Biblia. Para ello hemos extraído el siguiente texto que habla sobre Sara, -la esposa de Abraham- y su hijo Isaac, del libro titulado “La Biblia” y que ha sido escrito por el doctor en teología, J.R.Porter.


Confiamos que su lectura la encontraréis interesante.


De izquierda a derecha observamos a Abraham, Sara e Isaac.


Tema fundamental de la saga de Abraham son las repetidas amenazas a la promesa que Dios le ha hecho de que será el fundador de “una gran nación”. La Biblia afirma en varias ocasiones que su esposa Sara es infértil (por ejemplo, en Gn 11, 30). Abraham decide no tener descendencia y nombra heredero a uno de los esclavos de su casa (Gn 15, 3), hecho que probablemente refleja una antigua costumbre mesopotámica. Tal vez respetando otra costumbre antigua, Sara entrega su esclava egipcia –Agar- a Abraham para que le dé un heredero. Al principio del relato, el patriarca se llama Abram (que podría significar “antepasado exaltado”), pero en este punto de la narración Dios le garantiza la abundancia de su progenie futura y le asigna un nuevo nombre, Abraham, que el Génesis interpreta com “padre de la multitud de pueblos” (Gn 17, 5). Cabe añadir que el significado exacto de Abraham y Abram no está claro, aunque probablemente se trata de variantes del mismo nombre.


Tal como suceden las cosas, el pueblo elegido no desciende de Ismael, hijo de Agar. Dios promete un hijo a Sara a pesar de que, según la Biblia, en este momento la matriarca tiene noventa años y su marido noventa y nueve. Hasta entonces se la llama Saray y a partir de este momento recibe el nombre de Sara como muestra de que Dios renueva su promesa. Saray y Sara son variantes de la misma palabra que, en sentido amplio, se interpreta como “reina” o “princesa”.


En el Génesis 17, Abraham recibe el anuncio del nacimiento de Isaac a través de un oráculo divino que sirve de modelo, tanto en las Sagradas Escrituras hebreas como en el Nuevo Testamento, de varios anuncios natales muy parecidos relacionados con mujeres estériles. Dios dice que Sara “se convertirá en madre de naciones y reyes de pueblos saldrán de ella” (Gn 17, 16). El estilo literario del oráculo es de origen cananeo y cabe la posibilidad de que la descripción del nacimiento de Isaac se haga eco del nacimiento de un hijo real y siga los ritos del “sagrado matrimonio” del antiguo Oriente Próximo. De acuerdo con estos ritos, la deidad, representada por el monarca, copulaba con una mujer, generalmente con la reina o con una sacerdotisa. Los cánticos de amor que se entonaban con motivo del sagrado matrimonio solían alabar la belleza de la novia. El nombre de Sara posee significado regio y su extraordinaria belleza se menciona varias veces, por ejemplo, en el Génesis 12, 11. Por ese motivo, el farón la deseó, a pesar de que entonces contaba sesenta y cinco años. La tradición judía atribuyó gran importancia a la belleza de Sara, sobre todo en una paráfrasis del Génesis en arameo, de los Manuscritos del mar Muerto en Qumran.


La idea del sagrado matrimonio se repite en el Génesis 18. Tres ángeles o mensajeros divinos, iguales a Yahveh, visitan a Abraham con forma humana (Gn 18). Uno anuncia lo siguiente: “Volveré ciertamente a ti a la vuelta de un año, y entonces Sara, tu mujer, tendrá un hijo”. Sara lo oye y ríe, pero en el Génesis 21, 1 cuenta que concibió después de que “Yahveh hizo con Sara lo que le había prometido”, frase que podría tener connotaciones sexuales. Cuando el hijo nace, le ponen por nombre Isaac, que significa “cosa de risa”. Tanto en los escritos cananeos como en otros se afirma que la risa se acompaña el nacimiento del hijo de una deidad o de una figura real.

miércoles, 28 de julio de 2010

Leyendas templarias: El templario de Castillejo de Robledo


Desde la encomienda de Barcelona, queremos tratar un tema distendido, pero que no por ello ha dejado de tener interés y siempre el buen amante del Temple, le gusta leer: las leyendas sobre templarios.

Para ello hemos extraído un texto de nuestro buen amigo, el escritor granadino aunque residente en Barcelona desde hace varias décadas, D. Jesús Ávila Granados y que publicó en su libro “La mitología templaria”.

Desde este humilde rincón, deseamos que disfrutéis con su lectura.

Vista actual del deteriorado castillo templario de Castillejo de Robledo.

El templario de Castillejo de Robledo

En la localidad Soriana de Castillejo de Robledo, en el extremo occidental de esa provincia castellano-leonesa, se mantiene viva una antigua leyenda relacionada con un templario que, tras asesinar al superior del convento-castillo, emprendió la huida hacia la vecina población de Valdanzo, a través de un sendero conocido como de Vallejo-Caballero.

Castillejo de Robledo, a 983 metros de altitud, es uno de los pueblos típicos de las parameras sorianas, que se ocultan a los ojos del viajero hasta que, a pocos metros de distancia, se muestran por sorpresa; por encima de los marrones tejados árabes de las casas, se alzan orgullosos los restos del castillo templario, desde cuyas almenas se divisa esta enigmática población, cuyo aspecto de cerramiento y misterio se ha mantenido a lo largo de los tiempos. Bajo los cimientos de las casas, discurren numerosas venas de agua fresca y cristalina, que asoman luego en fuentes y manantiales; algunas, como la de La Salud, dicen que dan apetito al beber en ella, y fue elevada a la categoría de sagrada por los caballeros del Temple.

La iglesia parroquial, dedicada a la Virgen de la Asunción, declarada Monumento Nacional en 1974, está también vinculada con los templarios; se dice que hay una galería subterránea que comunica este templo con los sótanos del castillo superior. Lo cierto es que, los canecillos del exterior del ábside, abundan las escenas más eróticas del románico castellano, a decir por el profesor Gaya Nuño. Allí se puede ver dos parejas en el momento de culminar el coito, en un clímax tántrico que, estamos seguros, llegaría a ruborizar a la sociedad cristiana del mundo medieval, y que los templarios supieron transmitir muy bien en forma de imágenes sin pudor; muy diferentes a las que aparecen en el románico de Cantabria y otros lugares de Castilla y León; también aguardan un sentido mágico las barricas de vino que, al igual que en las vecinas poblaciones de Caracena y Ligos, se reproducen en otros canecillos. Muchas coincidencias se dan en esta población del occidente soriano; Castillejo de Robledo condensa buena parte de los misterios insondables del Temple, desde lo material hasta lo espiritual, pasando por la leyenda.

Enfrente mismo del ábside, en una pared de ladrillo, adobe y piedra, se alza una cruz que sobrecoge con los ardientes rayos del crepúsculo, en la cual se lee una frase relacionada con la afrenta del robledal de Corpes, cuando, a finales del siglo XI, las dos hijas del Cid Campeador, doña Sol y doña Elvira, fueron ultrajadas por sus esposos, los condes de Carrión; escena que aparece reflejada también en el interior del templo, en unas pinturas descubiertas en 1933. Al lado de estos frescos, está el arranque de un doble dragón –uno benévolo y otro malévolo, que, en forma de voraces serpientes, nos llevan a la dualidad del bien y del mal-, cuyos estilizados cuerpos se desplazan sobre un damero de ajedrez, como juego gnóstico; todo ello estrechamente vinculado con los templarios.

Resulta de visita obligada el tenebroso paraje en donde, según la leyenda, tuvo lugar la horrible muerte del caballero templario, atravesado por un rayo, cuando salió huyendo de Castillejo de Robledo, montado en un brioso corcel negro, tras haber cometido el asesinato del superior del convento del castillo. No tardará en encontrarlo, próximo al antiguo camino que lleva a la vecina localidad de Valdanzo, llamado popularmente el camino del Vallejo-Caballero; pero no cuente con que ningún aldeano le acompañe si el tiempo amenaza lluvia, porque, según las creencias populares, el alma del templario le jugará una mala pasada…

Castillejo de Robledo fue una importante encomienda templaria, porque los caballeros supieron muy bien elegir este estratégico enclave, especialmente rico en agua potable, que corona un territorio fértil sobre el curso medio del río Duero. En las cercanías, una ermita igualmente cargada de esoterismo, con la aparición de una imagen en el cenobio rupestre de la Virgen de la Concepción del Monte; actualmente, la imagen se conserva en el monasterio de la Vid, ya en la provincia de Burgos.

martes, 27 de julio de 2010

Barcelona y Santiago de Compostela, comienzan a preparar la visita del Papa.


La visita de Benedicto XVI a la ciudad condal el próximo 7 de noviembre, ha despertado una enorme expectación y comienzan los primeros preparativos para recibirle.

La página de Forum Libertas se ha hecho de la noticia, y hemos creído oportuno por la gran dimensión del evento, el poderlo compartir con todos vosotros.

Desde la encomienda de Barcelona, confiamos en que la noticia sea también de vuestro agrado.

Cartel publicitario de la visita del Papa a Barcelona

Barcelona y Santiago de Compostela, las ciudades españolas que recibirán la visita pastoral del Papa Benedicto XVI el próximo 6 y 7 del mes de noviembre ya están preparando el recibimiento al Santo Padre. El Papa ha confesado su entusiasmo para viajar a la ciudad gallega y unirse a los peregrinos en el año compostelano. Posteriormente, el obispo de Roma proclamará basílica la Sagrada Familia proyectada por el arquitecto Antonio Gaudí en la Ciudad Condal.

“¡De corazón dirijo un saludo especial a los peregrinos que en gran número se han congregado en Santiago de Compostela!”, exhortó Benedicto XVII a los caminantes que estaban en la ciudad con motivo de la fiesta del apóstol Santiago, “llamado ‘el Mayor’ –según explicó el Papa-, que dejó a su padre y el trabajo de pescador para seguir a Jesús y por él fue el primer apóstol en dar la vida”.


Un Benedicto XVI visiblemente animado con la idea de la visita afirmó: “En este Año Santo Compostelano, también yo espero unirme allí a los numerosos peregrinos en el próximo mes de noviembre, en un viaje en el que visitaré también Barcelona”.


“Que siguiendo las huellas del Apóstol, recorramos el camino de nuestra vida dando testimonio constante de fe, esperanza y caridad”, concluyó el Santo Padre en la festividad del santo. Ese mismo día, el rey de España, Juan Carlos I realizó una ofrenda al Patrón de España y pidió que iluminara “a nuestras autoridades políticas, económicas y sociales para que sirvan con generosidad al interés general y favorezcan la cohesión y el entendimiento entre todos”.


Barcelona descubrirá una nueva basílica

Por su parte, el arzobispo de Barcelona, el cardenal Lluís Martínez Sistach, presentó en una rueda de prensa celebrada en la sala Gaudí del museo diocesano de la ciudad el programa de la visita apostólica y adelantó que el Papa proclamará basílica el edificio proyectado por Gaudí.


El purpurado detalló que Benedicto XVI visitará también la escuela para discapacitados de la fundación diocesana del Niño Dios. Según el cardenal Martínez Sistach, Benedicto XVI “ha descubierto en la Sagrada Familia la concepción teológica de iglesia: celebrar la eucaristía y el culto”.


En este sentido, el purpurado explicó que no hay retablos en el interior del templo, sino que están en el exterior (en las fachadas del Nacimiento, la Pasión y la Gloria), ni tampoco capillas laterales, sino sólo el presbiterio, el altar, la sede y el ambón, y tres imágenes: la cruz, la Virgen María y san José, según explica Zénit.


El cardenal animó a todos a acoger al Papa y a asistir al acto de consagración de la Sagrada Familia. Para facilitarlo, se han suspendido todas las misas en las parroquias y centros de culto de Barcelona el domingo 7 de noviembre por la mañana, excepto en cárceles, hospitales y monasterios de clausura.


Siete catequesis y una oración

Barcelona está preparando la visita de Benedicto XVI profundizando en las figuras de san Pedro y de Antonio Gaudí, así como en la Sagrada Familia, tanto en la riqueza del templo expiatorio como en la familia de Nazaret como referencia espiritual.


El arzobispado de Barcelona ha preparado siete catequesis sobre estos temas, así como una oración preparatoria, explicó el coordinador de la visita del Papa a Barcelona, el padre Enric Puig, en rueda de prensa.

Las catequesis se han recogido en unos libritos, de los que el arzobispado ha editado de momento 30.000 ejemplares, que se han distribuido en todas las diócesis españolas.


Las primeras de las siete catequesis preparatorias son tres de Benedicto XVI dedicadas la figura de Pedro el pescador, el apóstol y la roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia. También profundizan en la cruz y la Eucaristía, la fe en camino, la necesidad del perdón, la humildad de Pedro y su misión.


Las siguientes tres catequesis muestran algunas claves del itinerario y progreso espiritual del genial arquitecto Antonio Gaudí, actualmente en proceso de beatificación. Tratan, entre otras cosas, su sentido de Iglesia, su vida familiar y su compromiso público y con los pobres.


Se detienen en algunos rasgos de Gaudí como “arquitecto, hombre de su tiempo y artista que a través de la belleza nos abre un camino hacia Dios”.


El librito concluye con una catequesis sobre el significado de la Sagrada Familia como templo para reunir a la comunidad en la liturgia de alabanza y otra sobre la actualidad de la familia de Nazaret como modelo para las familias, la Iglesia y la sociedad.

lunes, 26 de julio de 2010

La iniciación cristiana


Queremos abordar un tema interesante desde la óptica de la iniciación cristiana, pero desde un punto de vista profundo, con respecto a la transfiguración paulatina de la persona, cuando ésta sigue la iniciación cristiana. El investigador espiritual, el español, José Antonio Mateos Ruiz, en su texto publicado en el libro “Codex Templi”, nos ofrece un punto de vista poco doctrinal y muy metafísico sobre los distintos procesos del cuerpo durante el acercamiento hacia Dios, potenciado por la figura de Cristo.

Deseamos desde la encomienda de Barcelona, que encontréis amena su lectura.


Imagen del poder del Cristo, ante la imposición de manos.


Los gnósticos cristianos describían al hombre en cuatro niveles: físico, psicológico, espiritual y místico. Estos cuatro niveles recibían los siguientes nombres: el cuerpo, el espíritu falso, el espíritu y el poder de luz. El cuerpo y el espíritu falso –nuestra psique o alma- constituyen los dos aspectos del eidolon o yo inferior. Mientras que el espíritu y el poder de luz –alma superior y núcleo divino- constituyen los dos aspectos del daemon espiritual. Designaban como hombres “hílicos” a quienes se identificaban con su cuerpo, porque consideraban que estaban muertos para las cosas espirituales y eran como la materia inconsciente o hyle. Quienes se identificaban con su personalidad o psyche se llamaban “psíquicos”. Por último, quienes se identificaban con su espíritu recibían el nombre de “pneumáticos”, es decir, “espirituales”. Los pneumáticos, que se identificaban a través de la experiencia mística con el Cristo o daemon universal, eran los que verdaderamente conocían la gnosis. Esta iluminación espiritual transformaba al iniciado en un verdadero “gnóstico” o “conocedor”.

Las iniciaciones estaban relacionadas, de forma simbólica, con los cuatro elementos de la naturaleza: tierra, agua, aire y fuego. El paso de un grado iniciático a otro se simbolizaba mediante bautismos con estos cuatro elementos. El bautismo por agua se realizaba sobre la persona hílica, que se identifica exclusivamente con el cuerpo, transformándose en un iniciado psíquico. El bautismo por aire –“aliento santo” o Espíritu Santo- simbolizaba la transformación del iniciado psíquico en pneumático, identificado con su yo superior. El bautismo por fuego era la iniciación final, que revelaba al iniciado pneumático su verdadera naturaleza como el daemon universal, el Logos, el Cristo interior, el “poder de luz”. Es decir, lo que expresa el Evangelio de San Juan: “La luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”. Éstos eran los cuatro niveles de la iniciación en el cristianismo gnóstico.

Estas doctrinas también las encontramos en le Nuevo Testamento (Mt. 3, 11-12). El evangelista nos dice que Juan el Bautista trajo el bautismo con agua, en tanto que Jesús trajo las iniciaciones superiores del bautismo por aire –“aliento santo”- y fuego.

En los misterios paganos, el neófito también era conducido por tres etapas de iluminación, que se denominaban: catharnos, la purificación; paradosis, la transmisión de la doctrina esotérica, y epopteia, el despertar que conducía a la Verdad.

Dentro del hermetismo cristiano, podemos dividir la iniciación en dos niveles: microcósmico y macrocósmico. La primera de estas iniciaciones es el descenso consciente a las profundidades del ser humano (proceso que queda perfectamente simbolizado en la anástasis o descensos ad Inferos de Cristo para rescatar a los justos).

Su método es el énstasis, es decir, la experiencia de las profundidades básicas en lo íntimo de sí mismo. Uno se vuelve cada vez más profundo hasta que logra despertar en sí la capa primordial o “imagen y semejanza de Dios”, que es el objetivo del énstasis. La segunda iniciación se basa en las capas –esferas o cielos- macrocósmicas que se revelan a la consciencia merced al éxtasis, o sea al rapto, arrebato o salida de sí mismo –la música de las esferas, de la que hablaba Pitágoras, no era otra cosa que esta experiencia, la cual se convirtió en fuente de la doctrina pitagórica sobre la estructura musical y matemática del macrocosmos-.

San Pablo dice de su propia experiencia extática de las esferas o cielos: “Sé de un hombre en Cristo, que catorce años atrás –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado al Paraíso y oyó inefables palabras que al hombre no le es dado pronunciar” (2 Cor. 12, 2-4). De esta experiencia deducimos que San Pablo fue arrebatado hasta el “tercer cielo”, o tercera esfera macrocósmica, y, después, elevado al Paraíso, donde oyó palabras inefables. Su iniciación, merced al éxtasis, constituye la meta de la iniciación por énstasis, donde la experiencia de la capa primordial en el fondo del ser humano, el microcosmos, ha sido alcanzada. La esfera del Paraíso y la esfera del Edén son los inicia, las moradas donde uno recibe ambas iniciaciones: macrocósmica y microcósmica. El éxtasis nos eleva hacia los niveles superiores del ser y al énstasis hacia las profundidades de nosotros mismos.

El esoterismo cristiano unifica estos dos métodos de iniciación. Podríamos catalogarlos en dos grupos: “discípulos del día” y “discípulos de la noche”; los primeros son los de la “vía del énstasis”; los segundos, los de la “vía del éxtasis”. Hay también un tercer grupo de discípulos: “los del día y la noche”, quienes poseen las llaves de ambas puertas. El apóstol Juan tenía esta doble experiencia, macrocósmica y microcósmica, la del Verbo cósmico y la del Sagrado Corazón, cuya letanía dice:

“Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones”.

Por este motivo, el Evangelio de Juan es, a la vez, tan profundo y tan íntimo, tan elevado y cósmico. No es sorprendente que los capítulos de la Orden del Temple se celebraran en presencia de este santo Evangelio.

Con esta visión podemos considerar que la iniciación cristiana es la experiencia consciente del corazón del mundo y de la naturaleza solar del hombre. Lo que ahora se entiende por el término iniciador, los antiguos cristianos lo designaban por el vocablo Kyrios, Dominus o Señor. Por este motivo el hermetismo cristiano se adhiere –hoy como en el pasado- a las palabras del credo de la Iglesia:

“Y en un solo Señor, Jesucristo,

Hijo único de Dios,

Nacido del Padre antes de todos los siglos,

Dios de Dios, luz de luz,

Dios verdadero de Dios verdadero,

engendrado, no creado,

de la misma naturaleza que el Padre:

por quien todo fue hecho;

que por nosotros los hombres

y por nuestra salvación

bajó del Cielo.

Y por obra del Espíritu Santo

se encarnó de María, la Virgen,

y se hizo hombre.”

En este sentido, es interesante recoger el sentimiento, sobre la iniciación, de un anónimo hermetista cristiano: “Nos inclinamos con respeto y gratitud ante todas las grandes almas humanas del pasado y presente –sabios, justos, profetas, santos de todos los continentes y épocas de la historia humana- y estamos prontos a aprender de ellos cuanto quieran y puedan enseñarnos, pero sólo tenemos un iniciador o Señor: Cristo”.

Podemos ver cómo el Paraíso, la esfera original del ser, es también el lugar donde encontramos la raíz de la caída, o el principio de la tentación; el lugar de transición de la obediencia a la desobediencia, de la pobreza o la codicia, de la castidad a la impureza.

Los votos de castidad, pobreza y obediencia están basados en la doctrina y experiencia cristiana de la Gracia. Todo el esoterismo cristiano, incluida la mística, gnosis o magia verdadera, se fundan en esta experiencia y doctrina, uno de cuyos efectos es la iniciación. La iniciación, en un sentido tangible y real, es un acto de Gracia procedente de lo alto. Ni se gana ni se produce por cualquier medio técnico, externo o interno. Uno no se inicia; la iniciación le viene de fuera: “es iniciado”. Seguramente hay personas cansadas de oír el tema de la Gracia en los sermones de las iglesias, en los tratados de teología, en los escritos de los místicos, en las pomposas declaraciones de algunas autoridades religiosas o defensores de la fe. Evidentemente, sólo escuchamos la “letra”, pero no el “espíritu”.

Los sufíes, al igual que la tradición cristiana, enseñan que el iniciado no puede hacer nada sin la Gracia, pues si los poderes del inferior y pasional, nafs, pueden rechazar un estado de luz, del mismo modo los poderes del alma superior, rûh, pueden rechazar también a los poderes inferiores.

En esta visión sufí sobre la gracia es interesante la respuesta que da el maestro Abu Said ibn Abil Khayr, cuando le preguntaron: “¿Cuándo se verá el hombre liberado de sus necesidades?”. Y él contestó: “Cuando Dios lo libere”. Y añadió:

“Eso no tiene que ver con el esfuerzo del hombre, sino con la Gracia y la ayuda de Dios. Primero, Dios produce en él el deseo de lograr ese objetivo. Luego le abre las puertas del arrepentimiento. Después lo incita a la automortificación, para que continúe esforzándose y, durante algún tiempo, está orgulloso de sus esfuerzos, pensando que está avanzando o logrando algo; pero después cae en la desesperación y no siente ninguna alegría. Entonces conoce que su forma de actuar no es pura, sino corrompida, se arrepiente de los actos de devoción que había pensado eran suyos, y comprende que habían sido realizados por la Gracia y la ayuda de Dios, y que era culpable de politeísmo al atribuirlos a su propio esfuerzo. Cuando esto se hace manifiesto, un sentimiento de alegría entra en su corazón. Entonces Dios le abre las puertas de la certeza, de modo que durante un tiempo admita cualquier cosa de cualquiera y acepte ofensas y aguante la degradación, hasta que sepa con toda seguridad Quién le ha llevado a sufrirla y toda duda con respecto a esto se disipe en su corazón. Entonces Dios le abre las puertas del amor, y aquí también el egoísmo se manifiesta durante un tiempo y el fiel queda expuesto a la culpa, lo que significa que en su amor a Dios hace frente audazmente a todo lo que pueda acontecerle y no se preocupa por ningún reproche, sino que piensa siempre “yo amo” y de este modo no encuentra descanso hasta que percibe que es Dios quien le ama y le mantiene en estado de amor, y que eso es resultado de la Gracia y el Amor divinos, y no de su propio esfuerzo. Entonces Dios le abre las puertas de la unidad y le hace comprender que toda acción depende de Dios Omnipotente. En esto se da cuenta de que todo es Él, y todo es por Él, y todo es Suyo; que Él ha puesto esta vanidad en sus criaturas para probarlas, y que Él en su omnipotencia ordena que se mantengan en esa falsa creencia, porque la omnipotencia es Su atributo, para que cuando ellas consideren Sus atributos sepan que Él es el Señor. Lo que anteriormente era rumor se le hace ahora conocido de manera intuitiva cuando contempla las obras de Dios. Entonces reconoce plenamente que no tiene derecho a decir “yo” o “mío”. En esta etapa percibe su desamparo: los deseos desaparecen de él y se vuelve libre y apacible. Desea lo que Dios desea; sus propios deseos han desaparecido, se ha emancipado de sus necesidades, y ha logrado paz y alegría en ambos mudos”.

viernes, 23 de julio de 2010

S. S. Benedicto XVI, lanza un libro al mercado dedicado a los niños.



Hemos recibido del Servicio de Información del Vaticano, una agradable noticia. El Papa Benedicto XVI, en el intento de llevar el significado del Evangelio a los más pequeños, ha realizado un nuevo libro titulado “Los amigos de Jesús”; donde explica con un vocabulario cercano, el papel que desempeñaron los apóstoles durante su vida.


Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.


CIUDAD DEL VATICANO, 22 JUL 2010 (VIS).-"Los amigos de Jesús", es el título del nuevo libro de Benedicto XVI, en el que el Papa cuenta al público infantil y juvenil la historia de los doce apóstoles y de San Pablo.


El volumen, de 48 páginas, ilustrado por el artista italiano Franco Vignazia y publicado por la editorial San Giuliano Milanese, recoge algunos pasajes de las catequesis de las audiencias generales de los miércoles, según informa el diario de la Santa Sede "L'Osservatore Romano".

El prólogo ha corrido a cargo del sacerdote español Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación.


"Érase una vez un pequeño grupo de hombres que un día, hace dos mil años, encontró a un joven que caminaba por los senderos de Galilea. Cada uno tenía su trabajo y su familia, pero en un instante sus vidas cambiaron. Se llamaban Andrés, Juan, Pedro, Mateo, Tomás... Eran doce y hoy los conocemos como los "apóstoles". En Jerusalén todos sabían que eran los amigos de Jesús. (...) Más tarde a ellos se unió San Pablo, (...) que de perseguidor de los cristianos pasó a ser el más grande testigo de Jesús", escribe don Carrón.


El sacerdote explica que con este libro, Benedicto XVI "nos toma de la mano" y nos acompaña a descubrir quiénes eran los primeros compañeros de Cristo, cómo lo encontraron y cómo fueron conquistados por Él, hasta decidir que no lo abandonarían jamás".

jueves, 22 de julio de 2010

Bernardo de Claraval y sus monjes guerreros: IIIª parte.


Continuamos desde la encomienda de Barcelona, con la tercera parte del apartado dedicado a la importancia de San Bernardo con la creación y la autorización papal para tener una Regla aprobada por la Iglesia.

Deseamos que su contenido sea de vuestro agrado.


Étienne Harding y la tradición hebraica

Podemos interrogarnos acerca de quién fue, en lo que se refiere al fondo, el personaje más importante para la creación de la Orden del Temple: ¿san Bernardo o Étienne Harding, abad de Citeaux, el que lo había manejado todo desde el comienzo con Hugues de Champaña?


Inglés de origen, Étienne Harding se hizo primero monje en el monasterio de Sherbone. A continuación prosiguió estudios en Escocia, luego en París y en Roma. Marion Melville recuerda lo que decía de él Guillaume Malmes:

“Sabía maridar el conocimiento de las letras con la devoción; era cortés de palabra, de rostro sonriente: su espíritu se regocijaba siempre en el Señor”


Tras su paso por Molesmes, fundó Citeaux. Algunos años más tarde, se convirtió en su tercer abad.

Étienne Harding acumuló casi todos los conocimientos intelectuales que podían poseerse en la época. Reformó la liturgia e hizo de su abadía un centro cultural único. Emprendió un trabajo gigantesco: la redención de la Biblia de Citeaux, con un espíritu de corrección crítica notable. Para ayudarle, mandó llamar a unos sabios judíos. Como consecuencia de sus observaciones, hizo proceder a doscientas noventa correcciones, y cinco versículos completos de Samuel fueron enteramente reescritos. Tras lo cual, Étienne Harding prohibió que se tocara una sola palabra de esta Biblia. Daniel Réju nos indica que en aquel entonces vivía un curioso personaje en Troyes: el rabino Salomón Rachi (1040-1105). Éste fue considerado como el más gran exégeta de los textos hebraicos y como el principal comentarista e intérprete del Talmud. Analizaba siempre los textos a tres niveles: el literal, el moral y el alegórico.


Es difícil saber si Étienne Harding conoció personalmente a Rachi, habiendo muerto éste en Praga en 1105. En todo caso, es muy probable que sus yernos vinieran a trabajar a Citeaux al lado de los monjes para facilitar la traducción de documentos sagrados especialmente difíciles de interpretar.


Por este cauce, los templarios se beneficiaron de un apoyo extremadamente precioso para la búsqueda que parecían llevar en Occidente.

San Bernardo compartió sin duda el interés de Étienne Harding por los textos hebraicos, aunque disponemos de menos pruebas de ello. En cualquier caso, se alzó en varias ocasiones contra las persecuciones que los judíos tuvieron que padecer un poco por todas las partes de Europa. Fustigó a los autores de pogroms y manifestó mucha más indulgencia religiosa hacia los judíos que hacia los cátaros.


El Concilio de Troyes: para una Regla a la medida

Étienne Harding participó, por supuesto, en el Concilio de Troyes, pero ¿tomó parte en la redacción de la Regla? Esto es más difícil de afirmar. Algunos han querido ver en este texto una especie de copia de las reglas de vida observadas por los esenios en la época de Cristo. Pero ¿qué se sabía en el siglo XII de esos esenios que nos han sido sobre todo revelados gracias al descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto en Qumran? ¿Había sido transmitida una tradición respecto a ellos en los medios judaizantes? ¿Dieron por casualidad los propios templarios con algunos documentos esenios? Todo esto no pasan de ser meras conjeturas.


En cualquier caso, el Concilio de Troyes se reunió “el día de la festividad de San Hilario en el año de la Encarnación de Jesucristo de 1128, en el noveno año del comienzo de la antedicha caballería”. La asamblea consular estuvo presidida por el legado pontificio Mathieu d’Albano. Y asistían los obispos de Sens, Reims, Chartres, Soisons, París, Troyes, Orleans, Auxerre, Châlons-sur-Marne, Laon, Beauvais. Había también varios abades, entre ellos Étienne Harding, por supuesto, y laicos como Thibaut de Champaña y el conde de Nevers. Entre todos estos personajes, varios eran amigos personales de Bernardo.


Desde el prólogo de la Regla, se ve que la publicidad de la Orden estaba dispuesta a favorecer su desarrollo y que todo estaba escrito de acuerdo a un plan deliberado, a largo plazo. Se lee:


“Nos dirigimos en primer lugar a todos aquellos que menosprecian seguir su propia voluntad y desean con auténtico valor servir de caballería al Señor de los Ejércitos, y con celosa solicitud desean llevar y llevan permanentemente la muy noble armadura de la obediencia. Y por tanto os amonestamos –a vosotros que habéis desempeñado hasta este momento secular caballería en la que Jesucristo no fue la causa, sino que abrazasteis sólo por favor humano- a seguir a los que Dios ha elegido de entre la masa de perdición, y ha destinado por su grata piedad a la defensa de la Santa Iglesia, y que os apresuréis a sumaros a ellos permanentemente…”


Se tuvieron en cuenta hasta los más nimios detalles, ya que se especificaba cómo sería el calzado, cómo cortarse el bigote, el número de oraciones que debían decirse en tal o cual ocasión, etcétera.


Se trataba de adaptar una Regla monástica a los imperativos a que debían hacer frente unos guerreros. Los templarios, por ejemplo, veían con malos ojos que se les impusieran ayunos tan severos como en otras órdenes, pues, en tal caso, ¿cómo iban a poder tener la suficiente energía para batirse? Por igual razón, un monje fatigado estaba dispensado de satisfacer todas sus obligaciones en cuanto a la oración: tenía que descansar para recuperar sus fuerzas de guerrero. De igual modo, la obediencia al Maestre debía ser absoluta, militar.


La Regla se vio rápidamente completada por varias bulas pontificias así como por los retrais que desarrollaron principalmente todo lo tocante a la disciplina y a las eventuales sanciones y que enumeraron el conjunto de los deberes a los cuales cada uno estaba sujeto.

La Regla fue traducida al francés en 1140 y sufrió en esta oportunidad algunas modificaciones. Principalmente, el nuevo texto recomendaba atraer a los excomulgados a la Orden para su redención. El artículo, en efecto dice:


“Os mandamos que vayáis allí donde sepáis que se reúnen caballeros EXCOMULGADOS, y si hay algunos que quieren someterse y sumarse a la Orden de caballería de la parte de Ultramar, no debéis esperar tanto en el provecho temporal como en la eterna salvación de su alma”, mientras que el texto de la Regla latina precisaba: “Allí donde sepáis que se reúnen caballeros NO EXCOMULGADOS…”, es decir, exactamente lo contrario.


¿Error del copista? Es lo que piensan la mayoría de los comentaristas, pero ello es imposible, puesto que otros pasajes de la Regla latina que prohibían la frecuentación de hombres excomulgados fueron asimismo modificados. Se trataba, así pues, de un cambio totalmente voluntario –e importante- sobre el que ya tendremos ocasión de volver.


Por otra parte, se habían introducido otras modificaciones sin siquiera esperar la redacción de la Regla en francés. Una vez vuelto a Occidente Hugues de Payns, el patriarca de Jerusalén había revisado doce artículos y había añadido veinticuatro, entre ellos el hecho de reservar el manto blanco de la Orden únicamente a caballeros.

En realidad, la versión latina y la versión francesa parecen responder a dos lógicas distintas en varios puntos. El Concilio de Troyes había declarado dejar en manos del papa y del patriarca de Jerusalén el cuidado de perfeccionar la Regla atendiendo a las necesidades del papel que tenía que desempeñar la Orden en Oriente. Por otra parte, fue esencialmente a partir de 1163, tras la aparición de la bula Omne Datum Optimun, cuando todos estos reglamentos fueron fijados de forma definitiva. Este texto venía a reforzar más aún los poderes de la Orden y de su Gran Maestre. Autorizaba a los templarios a conservar íntegramente para ellos el botín cogido a los sarracenos, ponía a la Orden bajo la única tutela del papa, permitiéndole así escapar a cualquier otra forma de poder de la Iglesia, incluido el del patriarca de Jerusalén. Cuando sabemos, por ejemplo, que el nombramiento de los obispos dependía muy ampliamente del rey de del poder político en general, se comprende la importancia de una medida semejante, puesto que protegía a los templarios de toda injerencia a este nivel y les concedía en cierto modo un estatuto internacional. La bula confirmaba, además, que las posesiones de la Orden estaban exentas del diezmo; en cambio, con el acuerdo del obispo local, los templarios contaban con la posibilidad de percibir el diezmo en su provecho. El texto prohibía, por otra parte, someter a los templarios a juramento y estipulaba que únicamente los hermanos de la Orden podían tomar parte en la elección del Gran Maestre. La bula fijaba y congelaba los estatutos de la Orden y prohibía a cualquiera, eclesiástico o no, modificar nada de ella. Permitía, por último, al Temple tener sus propios capellanes, con quienes los frailes podían confesarse sin tener que recurrir a una persona de fuera de la Orden, construir capillas y oratorios privados. Además, eran los únicos en poder utilizar las iglesias y capillas de las parroquias excomulgadas.


Así, la Orden del Temple se veía disfrutando de una completa autonomía, sin que nadie, a no ser el papa –pero ¿tenía poder para ello?-, pudiera llevar a cabo ninguna injerencia en sus asuntos. Esta independencia era real tanto en el terreno económico como en el de la organización militar o en el ámbito espiritual y ritual. Ocurrió todo como si se hubiera dejado en las propias manos de los templarios el preservar unos secretos ahorrándoles el tener que recurrir a nadie exterior a la Orden, incluso para hacer confesión. ¿No debe verse en ello, si no la prueba, sí al menos un indicio importante que confirmaría la existencia de un “secreto” de la Orden, sin duda en relación con unos descubrimientos hechos en Jerusalén? (fin de la tercera parte)

miércoles, 21 de julio de 2010

Duelo por D. Jorge Montecinos Salinas


Desde la encomienda de Barcelona nos hemos enterado de una noticia siempre desagradable, el pasado domingo diecinueve de julio, D. Jorge Montecinos Salinas, padre del hermano y bailío de Tarragona, fr.++Álvaro Montecinos, falleció por un fallo coronario.


Desde este humilde rincón, queremos dar nuestro pésame, no sólo a nuestro estimado hermano, sino también a toda su familia.

Oremos por el descanso de D. Jorge:


Dios de los espíritus y de toda carne,

que sepultaste la muerte,

venciste al demonio

y diste la vida al mundo.

Tú Señor, concede al alma

de tu siervo Jorge,

el descanso en un lugar luminoso,

en un oasis, en un lugar de frescura,

lejos de todo sufrimiento,

dolor o lamento.

Perdona las culpas por él cometidas

de pensamiento, palabra y obra,

Dios de bondad y misericordia;

puesto que no hay hombre

que viva y no peque,

ya que Tú sólo eres Perfecto

y tu Justicia es justicia eterna

y tu palabra es la Verdad.

Tú eres la Resurrección,

la Vida y el descanso del difunto,

tu siervo Jorge.

Oh Cristo Dios nuestro.

Te glorificamos junto con el Padre

no engendrado

y con tu santísimo, bueno

y vivificante Espíritu.