© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

miércoles, 7 de julio de 2010

Los diez pensadores más grandes de todos los tiempos: 10. Charles Darwin


Desde la encomienda de Barcelona, concluimos con el apartado dedicado a “los diez pensadores más grandes de todos los tiempos”, publicado en el libro “Las ideas y las mentes más grandes de todos los tiempos”, realizado por el filósofo norteamericano, Will Durant. En este último apartado surge el controvertido Darwin, que hizo dudar de si el hombre es un ser “de luz” o un siempre animal “evolucionado” de la noche de los tiempos.

Quizás, sólo Dios lo sabe, el ser humano sea una mezcla de ambas cosas.

Desde este humilde rincón deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.


Fotografía de Charles Darwin.


Y entonces llegó Darwin y la guerra empezó nuevamente. No podemos saber ahora lo que la obra de Darwin puede representar al final en la historia de la humanidad. Pero puede muy bien ser que, para la posteridad, su nombre destaque como un punto de inflexión en el desarrollo intelectual de la civilización occidental. Si Darwin estaba equivocado, el mundo puede perdonarle como casi ha perdonado a Demócrito y Anaxágoras; si tenía razón, los hombres tendrán que fechar, en 1859, el inicio del pensamiento moderno.

Porque ¿qué hizo Darwin más que ofrecer, calladamente y con una humildad cautivadora, una imagen del mundo completamente diferente de la que antes había contentado a la mente del hombre? Habíamos supuesto que era un mundo de orden, que se movía bajo la guía divina y una inteligencia omnipotente hacia una realización justa y perfecta en la que toda virtud encontraría, por fin, su justa recompensa. Pero Darwin, sin atacar credo alguno, describió lo que había visto. De repente, el mundo se volvió rojo y la naturaleza que hasta entonces sólo había tenido esos colores de otoño bajo el sol poniente, parecía ser únicamente una escena de carnicería y lucha en la que el nacimiento era un accidente y sólo la muerte era una certeza. La “naturaleza” se convirtió en “selección natural”, o sea, en una lucha por la existencia y no meramente por la existencia, sino por la pareja y el poder, una eliminación despiadada de lo “inadecuado”, de las flores más tiernas, los animales más gentiles y los hombres más amables. La superficie de la Tierra hervía de especies en guerra y de individuos que competían entre sí, cada organismo era la presa de alguna bestia más grande; cada vida se vivía a expensas de alguna otra vida; llegaron las grandes catástrofes “naturales”, edades de hielo, terremotos, tornados, sequías, pestilencias, hambrunas, guerras…millones y millones de cosas vivientes fueron “expurgadas”, fueron eliminadas rápida o lentamente. Algunas especies y algunos individuos sobrevivieron durante un tiempo: eso era la evolución. Esto era la naturaleza, la realidad.

Copérnico había reducido la Tierra a una mota entre nubes que se deshacían; Darwin redujo al hombre a un animal que lucha por dominar el globo transitoriamente. El hombre ya no era el hijo de Dios, era el hijo de la lucha y la rivalidad, y sus guerras hicieron que las bestias más fieras se avergonzaran de su crueldad de aficionados. La raza humana ya no era la creación favorecida de una deidad benevolente, era una especie de mono al que la suerte de la variación y la selección había elevado a una dignidad precaria y que, a su vez, estaba destinado a ser sobrepasado y a desaparecer. El hombre no era inmortal, estaba condenado a la muerte desde el mismo instante de su nacimiento.

Imagínese la tensión y el agobio que supuso eso sobre las mentes educadas en la tierna filosofía de nuestra juventud y obligadas a adaptarse a la imagen dura y sangrienta de un mundo darviniano. No es de extrañar que la vieja fe luchara ferozmente por su vida, que durante una generación “el conflicto entre religión y ciencia” fuera más amargo que en cualquier momento desde que Galileo se retractó y Bruno ardió en la hoguera. ¿Y no es cierto que los vencedores, exhaustos por la contienda, se sientan hoy tristemente entre las ruinas, lamentándose interiormente por su triunfo y ansiado secretamente el viejo mundo que su victoria ha destruido?

No hay comentarios:

Publicar un comentario