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miércoles, 29 de septiembre de 2010

El simbolismo caballeresco


Desde la encomienda de Barcelona, queremos compartir con todos vosotros un texto del investigador de movimientos espirituales de Oriente y Occidente, D. José Antonio Mateos Ruiz, publicado en el libro “Codex Templi”.


Aunque no coincidamos en la totalidad del texto, sí hemos querido recuperarlo porque pensamos que todos los puntos de vista coherentes, son dignos de tener en cuenta.


Desde la página Temple Barcelona, deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.


Imagen de San Jorge, como el prototipo caballeresco.


En el mundo medieval de la caballería religiosa, el símbolo es esencialmente una ayuda para el pensamiento y una evocación. Lo exterior, convertido en símbolo, fija y compromete al caballero en una sola dirección: hacia Cristo.


En el universo místico del caballero religioso encontramos toda una rica simbología relacionada con los objetos y armas que lo caracterizan. El caballo, por ejemplo, define simbólicamente la materia, ya que este animal se asocia comúnmente con los deseos exaltados y furiosos, irreprimibles y salvajes. La furia del caballo recuerda al caballero la bestialidad de su yo inferior (ego) y sus actos insensatos y desbocados; el caballero, por lo tanto, representa el polo espiritual, el yo superior, la mano que domina la realización espiritual.


Cuando el caballero monta a caballo, la posición denota la proximidad del jinete al Cielo, mientras que la materialidad queda en la parte inferior. Algunos capiteles góticos muestran este simbolismo en sus relieves: los caballeros aparecen en ciertos lugares cabalgando sobre cabras, es decir, sobre el animal que trepa más alto en la montaña; en consecuencia, transportan a los caballeros a la cercanía de Dios. El sello del Temple representa a dos caballeros cabalgando sobre un solo caballo; se trata de una representación simbólica de los tres aspectos del ser: alma, espíritu y cuerpo. El alma y el espíritu necesitan el “vehículo” del cuerpo para manifestarse.


La espada, arma característica del caballero, es más larga cuanto mayor es la dignidad de quien la empuña. En el mundo islámico, los caballeros musulmanes utilizan el alfanje, una especie de sable curvado que fácilmente puede relacionarse con el carácter lunar de la espiritualidad de estos pueblos. En el Apocalipsis, San Juan presenta la visión de un anciano de cuya boca sale una espada de dos filos: es el poder del Verbo. El rosacruz Paracelso (1493-1541) grabó sobre su espada la palabra “AZOTH”, compuesta por las primeras y últimas letras de los alfabetos griego, latino y hebreo, intentando dar a su espada una aplicación teúrgica. La teúrgia era una especie de magia de los antiguos pueblos paganos y gentiles, mediante la cual pretendían establecer comunicaciones con sus dioses y obrar prodigios.


En los tiempos de decadencia gradual del paganismo y con el auge del cristianismo, la teúrgia representó la última de las grandes manifestaciones de la espiritualidad pagana. Su cosmovisión reunía los principales aspectos de las tradiciones mágicas del mundo antiguo egipcio y griego, y sirvió de fundamento a la que surgió luego en la cultura europea. El primer teúrgo fue Juliano el Caldeo, que vivió hacia finales del siglo II; de su vida, poco se sabe, aunque parece que fue el autor del libro Los oráculos caldeos, obra básica de la práctica teúrgica; desgraciadamente, el libro no ha llegado hasta la actualidad. El erudito Georg Luck ha sugerido que los teúrgos tomaban ciertas drogas para facilitar las experiencias de trance. Quizá por ello, Paracelso, como médico, tenía derecho a utilizar la espada como símbolo de poder sobre determinadas enfermedades.


Las indicaciones de Ibn Arabí sobre el “centro secreto” del corazón las encontramos, igualmente, en el simbolismo de la espada y de la rosa, dentro de la ascesis caballeresca. En su forma heráldica, que reproduce a la rosa silvestre de cinco pétalos, representa el ordenamiento armonioso de los cinco sentidos en torno a un centro, o “corazón”, en el que el color amarillo, tradicionalmente, se asocia al órgano de la contemplación interior. En la rosa, colocada en la cruz de la espada, converge la dimensión horizontal de la existencia –física y psíquica-, la vertical- el conocimiento por los sentidos y la mente racional- y el conocimiento por el intelecto y el espíritu; la rosa es la tradición manifiesta y la revelación directa que ocurre en el corazón por gracia divina cuando el “contemplante” se ha hecho digno de ella.


La transmutación del caballero se representa como el florecimiento del corazón divino, la “apertura” y “revelación” del Sagrado Corazón, que es la “vía de la caballería celeste”, después de haber realizado la “vía de la caballería terrestre”. La posición misma que la rosa ocupa en el centro de la cruz, formada por la espada, indica la sede del Sagrado Corazón, como la rosa, se abre y se revela al caballero celeste finalmente.


Además de la espada, el caballero porta otras armas, como son la lanza y la daga. La lanza, vista desde la perspectiva del hermetismo cristiano, está unida a la apertura del costado de Cristo crucificado, cuando el centurión Longinos clavó la lanza en el costado de Nuestro Señor; aseguran las distintas tradiciones que es, precisamente, ése el punto donde se aloja el Spiritus Mundi, que en el momento del lanzazo se liberó. En la Edad Media, las espuelas se utilizaban para azuzar a la cabalgadura, pero también servían como arma defensiva para herir en el rostro al soldado de infantería. Aún se usan en la actualidad como símbolo en distintas órdenes militares.


La simbología caballeresca no es exclusiva del mundo occidental o del Islam. En la tradición monárquica de Japón, el emperador no precisaba de ninguna ceremonia para ser consagrado; le bastaba con recibir la Triple Joya: el espejo, la espada y la perla. Mediante el espejo se le instaba a que recordara sus orígenes solares, mirándose en él; la perla simbolizaba la “piedra celeste”; y, por último, la espada representaba los dos poderes, el temporal y el espiritual, y con ella debía “decapitar” al dragón de ocho cabezas.

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