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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Símbolos cristianos: la Vid


Continuamos con el apartado dedicado a los símbolos cristianos. Esta vez recogemos la visión que nos ofrece el Santo Padre, Benedicto XVI, sobre su simbología en los Evangelios y qué quiere transmitirnos Jesús cuando utiliza el término “vid”.


Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que su contenido sea de vuestro agrado.


La vid ofrece el fruto de la uva, y la uva nos ofrece la posibilidad de darnos el vino. El vino es una bebida alcohólica suave y dulce al paladar que siempre fue apreciada por la alta sociedad desde sus orígenes (neolítico). A día de hoy como antaño, no puede faltar tan jugoso líquido en actos sociales de considerable importancia. Podemos decir que el vino es una bebida espiritual que transporta al individuo a un estado de relajación (lógicamente cuando ésta es ingerida moderadamente) tanto mental como corpóreo.


Pero vayamos al Evangelio de Juan para entender mejor su simbología cristiana en boca de Nuestro Señor Jesucristo:


“Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid; lo mismo os ocurrirá a vosotros si no permanecéis unidos a mí. Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo lo estoy unido a él, produce mucho fruto”. (Jn 15, 4-5)


Según Joseph Ratzinger, “la imagen de la vid aparece también en el contexto de la Última Cena. Tras la multiplicación de los panes Jesús había hablado del verdadero pan del cielo que Él iba a dar, ofreciendo así una interpretación anticipada y profunda del Pan eucarístico. Resulta difícil imaginar que con las palabras sobre la vid no aluda tácitamente al nuevo vino selecto, al que ya se había referido en Caná y que Él ahora nos regala: el vino que vendría de su pasión, de su amor ‘hasta el extremo’ (Jn 13,1). En este sentido, también la imagen de la vid tiene un transfondo eucarístico; hace alusión al fruto que Jesús trae: su amor que se entrega en la cruz, que es el vino nuevo y selecto reservado para el banquete nupcial de Dios con los hombres. Aunque sin citarla expresamente, la Eucaristía resulta sí comprensible en toda su grandeza y profundidad. Nos señala el fruto que nosotros, como sarmientos, podemos y debemos producir con Cristo y gracias a Cristo: el fruto que el Señor espera de nosotros es el amor –el amor que acepta con Él el misterio de la cruz y se convierte en participación de la entrega que hace de sí mismo –y también la verdadera justicia que prepara al mundo en vista del Reino de Dios”.


Y continúa diciendo, “Purificación y fruto van unidos; sólo a través de las purificaciones de Dios podemos producir un furto que desemboque en el misterio eucarístico.” […] “Fruto y amor van unidos: el fruto verdadero es el amor que ha pasado por la cruz, por las purificaciones de Dios”.


Para concluir, Benedicto XVI nos explica, “Si el fruto que debemos producir es el amor, una condición previa es precisamente este “permanecer”, que tiene que ver profundamente con esa fe que no se aparta del Señor”. [Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger, pág. 273-274]

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