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jueves, 7 de octubre de 2010

La creación del Temple como “policía” de caminos


Desde la encomienda de Barcelona queremos tratar un tema interesante: la creación del Temple. Hay quien sugiere que el Temple no fue creado sólo para proteger a los peregrinos de Tierra Santa, si no que tenían una misión especial.


Nosotros hemos creído oportuno en honor a la verdad, recoger un texto del historiador y escritor francés Michel Lamy de su libro “La otra historia de los templarios”; donde trata con rigurosidad histórica este tema.


Desde Temple Barcelona, os deseamos disfrutéis de su lectura.


Dibujo de templarios salvaguardando a los peregrinos de Tierra Santa.


También la fundación de la Orden comporta muchas zonas oscuras. Remitámonos en primer lugar a la versión oficial tal como la transmiten los cronistas de la época. Guillermo de Tiro, nacido en Palestina en 1130, arzobispo de Tiro en 1175, no había podido asistir a los comienzos de la Orden y hablaba de ella, así pues, en función de lo que le habían contado.


Jacques de Vitry era más preciso, aunque hubiera escrito un siglo más tarde. Debía de contar con algunos detalles “oficiales” sobre los comienzos de la Orden, puesto que estaba estrechamente vinculado a los templarios. Puede pensarse, pues, que lo que sigue le fue directamente referido por dignatarios del Temple:


“Algunos caballeros, amados de Dios y dedicados a su servicio, renunciaron al mundo y se consagraron a Cristo. Mediante solemnes votos pronunciados ante el patriarca de Jerusalén, se comprometieron a defender a los peregrinos contra los malhechores y ladrones, a proteger los caminos y a servir de caballería al Señor de los Ejércitos. Observaron la pobreza, la castidad y la obediencia, según la Regla de los canónigos regulares. Sus jefes eran dos hombres venerables, Hugues de Payns y Geoffroi de Saint-Omer. Al comienzo no fueron más que nueve quienes tomaron tan santa decisión, y durante nueve años sirvieron con hábitos seglares y se vistieron con lo que los fieles les daban de limosna. El rey, sus caballeros y el señor patriarca se sintieron llenos de compasión por aquellos nobles hombres que lo habían abandonado todo por Cristo, y les concedieron algunas propiedades y beneficios para subvenir a sus necesidades, y para las almas de los donantes. Y porque no tenían iglesia ni morada que les perteneciera, el rey les dio albergue en su palacio, cerca del Templo del Señor. El abad y los canónigos regulares del Templo les dieron, para las necesidades de su servicio, un terreno no lejos de palacio, y por dicha razón se les llamó más tarde templarios.


En el año de gracia de 1128, tras haber morado nueve años en el palacio, viviendo todos juntos en santa pobreza según su profesión, recibieron una Regla gracias a los desvelos del Papa Honorio y de Esteban, patriarca de Jerusalén, y les fue asignado un hábito blanco. Lo cual se hizo en el Concilio celebrado en Troyes, bajo la presidencia del señor obispo de Albano, legado apostólico, y en presencia de los arzobispos de Reims y de Sens, de los abates de Citeaux y de muchos otros prelados. Más tarde, en tiempos del papa Eugenio (1145-1153), pusieron la cruz roja sobre sus hábitos, llevando el blanco como emblema de inocencia y el rojo por el martirio (…) Su número creció tan rápidamente que pronto hubo más de trescientos caballeros en sus asambleas, todos ataviados con mantos blancos, sin mencionar sus innumerables servidores. Adquirieron asimismo bienes inmensos de uno y de otro lado del mar. Poseen… ciudades y palacios, de cuyas rentas destinan cada año una determinada suma para la defensa de Tierra Santa en manos de su soberano señor, cuya principal residencia está en Jerusalén”.


Jacques de Vitry proporcionaba igualmente algunas indicaciones acerca de la disciplina interna que regía en la Orden. Podríamos remitirnos también a Guillaume de Nangis o buscar alguna aclaración en la versión latina de su Regla, que declara en su preámbulo:


“por los ruegos del Maestre Hugues de Payns, bajo cuya dirección la llamada caballería dio comienzo por la gracia del Espíritu Santo”.


¿Qué hay que concluir de todo esto? Que algunos caballeros renunciaron al mundo bajo la guía de Hugues de Payns para ponerse al servicio de los peregrinos y que así creció la Orden del Temple.


Podemos decir igualmente que los templarios no fueron más que nueve durante nueve años y que ha corrido mucha tinta acerca de esta cifra. Pero ¿quiénes eran estos nueve valientes?


Aparte de Hugues de Payns, encontramos a Geoffroi de Saint-Omer, flamenco; a André de Montbard, nacido en 1095 y tío de san Bernardo por su hermanastra Aleth. Figuraban también Archambaud de Saint-Aignan y Payen de Montdidier (a veces designado con el nombre de Nivard de montdidier), ambos flamencos. Y luego Geoffroi Bissol, sin duda natural del Languedoc, y Gondemar, que es posible que fuera portugués. Por último, un tal Roral o Rossal o Roland o también Rossel, del que nada más se sabe, y un muy hipotético Hugues Rigaud, que habría sido originario del Languedoc.


Una vez más las informaciones fidedignas son mínimas.


¿Por qué se reunieron estos hombres? Jacques Vitry nos lo ha dicho: para defender a los peregrinos contra los malhechores y ladrones, proteger los caminos y servir de caballería al Señor de los Ejércitos.


De hecho, los ejércitos de los cruzados que habían permanecido in situ no contaban con medios para dominar todo el territorio, y más teniendo en cuenta que muchos hombres habían regresado a Occidente. Las ciudades estaban perfectamente controladas, pero la mayor parte del país permanecía aún bajo dominio musulmán. Algunas pequeñas ciudades no contaban siquiera con una guarnición cristiana. Los francos se contentaban con vagos pactos de no agresión y les hacían pagar un tributo. Algunos señores árabes aprovechaban esta situación para llevar a cabo golpes de mano y atacar las caravanas de peregrinos. Los campesinos musulmanes, a fin de resistir contra el invasor, no dudaban en organizar el bloqueo económico de las ciudades a fin de provocar hambrunas o bien capturaban a los cristianos aislados y los vendían como esclavos. En las propias ciudades tenían lugar atentados. En pocas palabras, la seguridad era una palabra vacía de significado.


Una ruta, muy especialmente, era considerada arriesgada y poco segura. Ésta unía Jaffa con Jerusalén y los egipcios de Ascalón realizaban en ella a menudo razzias. Los peregrinos sólo podían circular por la misma agrupados en pequeñas tropas lo mejor armadas posible. Hugues de Payns habría decidido poner remedio a aquella situación y organizar un equipo “para que guardasen los caminos, por allí por donde pasaban los peregrinos, de malhechores y ladrones que solían causar grandes males”, como decía Guillermo de Tiro.


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