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viernes, 1 de octubre de 2010

¿Se relacionó el Temple con gnósticos y esenios?


Con esta pregunta queda planteado otro de los misterios e hipótesis acerca de las distintas corrientes espirituales que pudieron conocer los templarios en Tierra Santa.

Nada sigue estando claro, las dudas a este respecto no admiten ocasión de afirmar que la Orden del Temple pudiese “desviarse” de la corriente doctrinal y ortodoxa de la Iglesia, aunque tampoco puede desmentirse de plano.

Para ello, para ayudar a los lectores de “Temple Barcelona”, a reflexionar sobre este planteamiento, hemos extraído un texto del escritor e historiador francés, especialista en la Edad Media, Michel Lamy, donde deja entrever un pequeño ápice de claridad sobre esta cuestión.

Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que el contenido lo encontréis interesante.


Si en el seno de la Orden del Temple tenían lugar ceremonias secretas, sólo queda por preguntarse a qué doctrina conviene vincularlas. Por norma general es a las creencias gnósticas a las que los autores se remiten a este respecto. Ello sería bastante lógico en la medida en que la gnosis, bajo una u otra forma, inspiró casi todas las herejías de la Edad Media.


Además, el contacto con el Mediterráneo oriental no podía sino favorecer el contagio gnóstico.


Los gnósticos habían forjado sus doctrinas a partir de un fondo común que bebía en los mitos griegos, egipcios e incluso babilónicos. La “gnosis” era de hecho una tentativa de conocimiento integral del mundo y de los principios que lo regían. Para sus adeptos, es por medio de la comprensión que el hombre tiene una oportunidad, por mínima que sea, de aprehender la divinidad o al menos acercarse a ella. Esta búsqueda del conocimiento debía conducir a Sophia, la sabiduría. En general, los gnósticos pensaban que eran necesarias varias vidas para alcanzar ese estadio y creían en la transmigración de las almas y en la reencarnación. El cuerpo era para ellos la prisión del alma, pero, mediante las pruebas sufridas y superadas en las vidas sucesivas, cada ser podía volver a un estado primordial.


Aunque el gnosticismo fue sobre todo griego, se implantó igualmente en Palestina. “Los manuscritos del Mar Muerto” nos informan acerca de las creencias de los esenios. Los textos encontrados nos describen, entre otras cosas, la historia del Señor de Justicia martirizado “sobre una madera” por los judíos. Los fieles a los que había prodigado sus enseñanzas pensaban que eran ellos los únicos elegidos de Dios. Su doctrina estaba basada en unos libros secretos que se remontaban a Moisés (lo cual nos llevaría de nuevo al Arca de la Alianza). Se decían “hijos de la Luz” y su intención era librar una lucha contra las tinieblas. Enseñaban el desapego de uno mismo y el desprecio del yo. El alma debía ser arrancada del cuerpo y de sus contingencias y era preciso emprender este proceso sin pérdida de tiempo. Pensaban que el cuerpo era malo, que no era Dios quien lo había creado, sino el Demiurgo, divinidad secundaria creadora pero igualmente Dios reinante sobre las fuerzas del mal. Mediante la creación, el Demiurgo ha aprisionado a las almas en la materia.


Plinio decía de los esenios: Formaban una nación sin mujeres, amor ni dinero. Este último punto no habría podido convenir ciertamente a los templarios.


Las bases principales de los esenios se encontraban en Khirbet Qumran, a orillas del Mar Muerto, allí donde fueron encontrados los manuscritos, y en Egipto, cerca del lago Maoris.


Su influencia en Palestina era considerable. San Juan Bautista fue uno de los suyos, ese santo tan amado por los templarios que le consagraron numerosas capillas. No faltan quienes pretenden incluso que Cristo era esenio y que era él el designado con el nombre de “Señor de Justicia”.


En cualquier caso, las creencias esenias siguieron siendo transmitidas mucho después de la época de Cristo, sujetas a diversas influencias como la del hermetismo alejandrino. Los templarios pudieron perfectamente encontrar los restos de tales creencias en Palestina, reforzadas por las supervivencias gnósticas particularmente vivas en Grecia, Constantinopla y Alejandría.

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