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jueves, 2 de diciembre de 2010

El signo de la oca


Desde la encomienda de Barcelona, queremos tratar otro tema que nos ha llamado poderosamente la atención: la relación del juego de la oca con la Orden del Temple.

Un atrevido Michel Lamy, en su libro “La otra historia de los templarios”, vuelve a sorprendernos, explicando los paralelismos de diferentes juegos, con el gnosticismo.

Desde Temple Barcelona, deseamos que su lectura os atraiga tanto como a nosotros.

Es preciso detenerse unos instantes en esta pata de oca roja que los cagotes llevaban cosida en sus vestiduras. El abate Lecanu, en su Historia de Satán, veía en la oca un símbolo gnóstico, lo que le permitía hacer de los cagotes unos herejes.

Entre los antiguos, la oca era una imagen de los antepasados hiperbóreos que realizaban cada año el viaje hacia las tierras del Norte. Ahora bien, el juego de la oca que todo el mundo conoce pero al que se juega no muy conscientemente de lo que se hace, es un antiguo juego sagrado cuya paternidad se atribuye a un griego, amigo de los troyanos, llamado Palamedes, que es como decir “el de dedos palmeados”. Sin entrar en detalles, podemos asimismo observar que este juego es menos anodino de lo que parece. La espiral del juego comprende 63 casillas (7 series de 9). Estas dos cifras son la clave del juego: 7 es el número de puertas que hay que franquear antes de alcanzar la vida eterna. En cuanto al 9, es el número de la realización del espíritu, y por ello es por lo que también es el de Venus. Señalemos igualmente que, en el gremio de obreros, se denominaba “pata de oca” a la división del círculo en 9.

Cada 9 casillas encontramos una oca en la espiral del juego. En ellas hay representadas generalmente varias figuras parlantes: la hospedería que acoge al peregrino, el puente símbolo de paso, la prisión que constituyen nuestros deseos materiales, el laberinto que nos recuerda a Teseo y el Minotauro. Está también el pozo: éste se halla a medio camino del recorrido, pues comunica con el interior de la tierra: al mismo tiempo, la verdad puede surgir de él y ésta conduce al conocimiento, hacia la divinidad. Su eje se prolonga de manera ideal hacia los cielos igual que se sumerge en el seno de la materia. Y finalmente tenemos la muerte. El que cae en esta 58ª casilla (5+8 =13) tiene que regresar al punto de partida y comenzar de nuevo todo el recorrido. Así, el que no ha sabido “nacer a la vida del espíritu” antes de su muerte debe reencarnarse y volver a comenzar una nueva vida terrenal. Pero el que ha sabido nacer a la vida el espíritu supera la muerte a la que tan sólo cinco casillas separan de la meta final. El número 5, que es la cifra de la realización y del perfeccionamiento humanos, caro a los cátaros y a los pitagóricos.

Guardémonos mucho de tomar tales juegos por simples pasatiempos, pues si se han convertido en tales es porque no tenemos ojos para ver ni oídos para oir.

La oca conduce a la muerte, pero a la muerte superada, a la resurrección espiritual. Ella es un animal de agua, de tierra y de aire, permitiendo el paso de un plano a otro. Ella es el animal sagrado amigo de Afrodita, a la que se ve cabalgar a este palmípedo en unas copas que datan del siglo V antes de Cristo.

Lo más importante en la oca es, indiscutiblemente, su pie, su pata palmeada. Es eterna y universal en su simbolismo, puesto que existen pinturas y esculturas que representan a Buda Gautama con los pies y las manos de dedos palmeados. La forma de la pata de oca está relacionada además con la cocha de Santiago, y, al igual que ella, toma el nombre de “mérelle” (venera), esa mérelle que está íntimamente ligada a Venus, pero también al juego de la marelle (rayuela), camino del Paraíso.

La rayuela es también una manera de crear un paso, una vía que une nuestra tierra con los Infiernos y los cielos. A la pata coja, como si cojease, con andares torcidos, el jugador debe saber “dónde pone los pies”, pues quiere conocer en vida los secretos del otro mundo. Igual que Jacob que debe luchar con el ángel, es cojo, como herido en el muslo igual que el Rey Tullido de la búsqueda del Grial.

De hecho, existen varias formas de rayuelas. Una de ellas es más conocida con el nombre de juego el carro y consiste en alinear tres bolos sobre una figura que se asemeja a ese rayo de carbúnculo que adorna el escudo de un templario en el sello de la Orden. Esta última forma se construye, pues, con ocho rayos que parten del centro. Estos ocho más hacen nueve y a menudo se da a esta figura el nombre de enéada.

En Egipto, el jeroglífico del dios Tierra, Geb, estaba inspirado en la oca salvaje. Por otra parte, se le representaba muy a menudo con este animal sobre la cabeza: ahora bien, era calificado de “jefe de la enéada”. Esto demuestra, una vez más, que el simbolismo de la oca es universal.

En Egipto encontramos otro símbolo para caracterizar la oca y tenía por significado: apertura, boca, palabra. En este sentido, la oca se halla ligada al lenguaje, más especialmente al oculto, velado, que no puede ser comprendido más que por algunos: el argot cuyo nombre está íntimamente ligado al “arte gótico”. Y este lenguaje es una “jerga”, palabra que deriva de jars (ganso) o macho de la oca. El ganso es un gars (chaval), su compañera es una jerce que puede revelarse una garce (“zorra”), prueba de que el argot debe mucho a los juegos de palabras de la oca. El término inglés que designa a esta voltátil, goose, ha dado también en argot los términos gons (tío) y gonzesse (gachí). Hay que señalar que la palabra gars o gas fue igualmente utilizada en argot para designar al gallo, cuya hembra, la gallina, era evidentemente una garce. ¿Cómo extrañarse de que el dios Geb fuera amado el “Gran Cacareador”, como lo recuerda con toda razón Augustin Berger? Dueña de la “lengua de los pájaros” (o de los ansarones), la oca no deja de tener relación con el verbo oyer, oír, escuchar. Así, el noble juego de la oca es en realidad el juego del entendimiento, los Cuentos de Mamá Oca ahí están para demostrárnoslo. Y si el juego de la oca es laberintiforme, ¿no lo es acaso también para recordarnos el elemento principal del oído interno, el laberinto, cuya espiral forma, como la del juego, dos vueltas y media?

Parece que nos hayamos alejado mucho de nuestro asunto principal: los templarios. Sin embargo, nunca hemos estado tan cerca de ellos y esta digresión es indispensable para comprender lo que sigue.

Nos conduce a Pédauque, la reina famosa que no sería más que un avatar de la reina de Saba a la que la leyenda atribuye también unos pies de dedos palmeados.

Este vínculo con Salomón no es fortuito si hemos de creer a una vieja canción que dice:

Cagote de Canaán, hez de carpinteros,

¿Por qué del Este al Oeste has venido?

No eludas la respuesta, pues callando no esperes

ocultar tu historia a los pueblos de Poniente.

Bien que la conocemos, cagote. La Biblia nos cuenta

Por qué de tu país desterrado te hallas.

un Templo a tu Señor erigir querías,

cuando eres incapaz de acabar una pocilga,

ignorante en todo, ducho en nada, no sin razón

el gran rey Salomón de su obra te echó.

Esta canción viene a confirmar la tradición que habíamos ya entrevisto, que atribuía un origen oriental a los cagotes. Les vincula además a la construcción del Templo de Salomón y les hace expulsar por el propio rey tal como los fueron los asesinos de Hiram.

Añade también la canción:

Aquí tenéis la gran cagotería,

gentes todas de oficio,

que hacen laboriosos castillos.

Roja la escarapela en el sombrero,

y en el hombro la pata palmeada.

El conjunto de estos elementos pone en evidencia un entramado de relaciones sorprendente, y que vincula íntimamente entre sí a los cagotes, la lepra, el simbolismo de la oca, el lenguaje oculto de los constructores y un origen oriental.

Además, el secreto de los cagotes está evidentemente en relación con el problema del contacto, desde esta tierra, con los Infiernos y el cielo, tema de la comunicación que no hemos dejado de encontrar al hablar de los templarios. Hay que ver además una prueba simbólica en el hecho de que los cagotes eran a menudo descritos como cojos. ¿Qué tiene ello de extraño en unos seres de andares torcidos? Era tanto más normal cuanto que el castigo más común reservado a los cagotes en caso de no observar las prohibiciones promulgadas consistió precisamente en marcarles los pies con un hierro candente.

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