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miércoles, 12 de enero de 2011

Creación de la Orden del Temple: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona damos comienzo a otro nuevo protagonista que de buen seguro, nos ayudará a discernir algunos aspectos sobre el Temple.


Así el historiador y novelista, Piers Paul Read, en su libro “Los Templarios: monjes y guerreros”, con su habilidad para plasmar acontecimientos del pasado y gracias al sencillo lenguaje utilizado en su obra, nos sumerge con claridad en la Edad Media.


Desde Temple Barcelona hemos seleccionado los textos más llamativos y que mejor representan esa realidad, a veces aparcada, por elocuentes hipótesis acerca de la milicia más famosa de la historia.


Confiamos que su contenido os será interesante.


Representación de Hugo de Panys conversando con Balduino II.


Una ruta muy transitada por peregrinos cristianos conducía al este desde Jerusalén hasta Jericó y el río Jordán, en cuyas aguas muchos tomaban un rebautismo ritual. En el camino pasaban por la piedra que utilizó Jesús para montar el asno en el que entró a Jerusalén el domingo de Ramos; por el pozo al que habían arrojado a José sus hermanos; por la higuera silvestre a la que trepó Zaqueo para ver a Jesús; por la curva del camino donde el buen samaritano encontró a la víctima de un atraco; por el lugar donde la Sagrada Familia había descansado durante la huida a Egipto; y finalmente, por las aguas del Jordán donde Juan había bautizado a Jesús.


Debido a la naturaleza del terreno y al desafecto de los pobladores musulmanes, la ruta no era más segura de lo que habría sido en tiempos del buen samaritano. Desde el momento en que desembarcaban en Jaffa o Cesarea, los peregrinos eran vulnerables al ataque de merodeadores sarracenos y bandoleros beduinos que vivían en las cuevas de las colinas de Judea. Sólo los peregrinos armados podían defenderse. Las fuerzas a disposición del rey Balduino ya estaban por completo exigidas asegurando las fortalezas estratégicas y los puertos del Mediterráneo.


En 1104, el conde Hugo de Champagne llegó a Tierra Santa con un séquito de caballeros. Desde Troyes, en la cuenca superior del Sena, gobernaba un extenso y rico principado que había formado parte del reino franco occidental dejado por Carlos el Calvo. Hugo era un hombre devoto, y desdichado en su matrimonio: no sabía si él era o no realmente el padre de su hijo mayor. Entre sus vasallos se contaba un caballero llamado Hugo de Payns, un poblado a escasa distancia de Troyes por el Sena, y probablemente su lugar de nacimiento; estaba emparentado con el conde de Champagne, tenía el beneficio de Montigny y servía como oficial en casa del conde.


En 1108 el conde Hugo regresó a Europa, pero en 1114 se hallaba otra vez en Jerusalén. Si Hugo de Payns lo acompañó en su primer peregrinaje, o si llegó a Tierra Santa después, lo cierto es que se quedó allí cuando el conde volvió a Europa de nuevo. Por aquel entonces, Balduino de Le Bourg había sucedido a su primo, el rey Balduino I; y Warmund de Picquigny, al patriarca Daimbert. A ellos les propusieron Hugo de Payns y un caballero llamado Godofredo de Saint-Omer la formación de una orden de caballeros que, siguiendo la regla de una comunidad religiosa, se dedicarían a la protección de los peregrinos. La regla que tenían en mente era la de Agustín de Hipona, seguida por los canónigos de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.


La propuesta de Hugo fue aprobada por el rey y por el patriarca; y el día de Navidad de 1119, en la iglesia del Santo Sepulcro, Hugo de Payns y otros ocho caballeros –entre ellos Godofredo de Saint-Omer, Archambaud de Saint-Aignan, Payen de Montdidier, Geoffrey Bissot, y un caballero llamado Rossal o posiblemente Roland- hicieron ante el patriarca los votos de pobreza, castidad y obediencia. Se llamaron a sí mismos “Los pobres soldados de Jesucristo”, y al principio no usaron ningún hábito distinto, sino que mantuvieron la vestimenta de su profesión secular. Para proveerles de un ingreso suficiente, el patriarca y el rey les concedieron una serie de beneficios. El rey Balduino II les proporcionó además un lugar donde vivir en el palacio que se había convertido ahora en la ex mezquita de al-Aqsa, en la ladera sur del Monte del Templo, conocido por los cruzados como el Templum Salomonis, el Templo de Salomón. Por esa razón se los llamó, sucesivamente, “Los pobres soldados de Jesucristo y el Templo de Salomón”, “Los caballeros del Templo”, “los Templarios” o, sencillamente “El Temple”.


Es posible que la intención original de Hugo de Payns y sus compañeros fuera tan sólo retirarse a un monasterio, o acaso crear una hermandad laica equiparable a la del hospital de San Juan que los mercaderes de Amalfi habían fundado en Jerusalén antes de la primera Cruzada para asistir a los peregrinos. Miguel de Siria, un cronista medieval, sugirió que el rey Balduino, consciente de la imposibilidad de vigilar adecuadamente su reino, había persuadido a Hugo de Payns y a sus compañeros de conservar su condición de caballeros en lugar de convertirse en monjes “a fin de trabajar para salvar su alma, y proteger estos sitios de los ladrones”. Otro historiador medieval de las cruzadas, Jaime de Vitry, describe la naturaleza dual del compromiso templario: “Defender a los peregrinos de bandoleros y violadores”, pero también observar “pobreza, castidad y obediencia conforme a las reglas de los sacerdotes ordinarios”.


La decisión de mantenerse bajo armas puede haber sido producto de la creciente inseguridad de los latinos de Outremer. Un partida de 700 peregrinos desarmados que se dirigían de Jerusalén al río Jordán durante la Semana Santa de 1119 fue emboscada por sarracenos: 300 fueron asesinados y 60 capturados como esclavos. Los merodeadores sarracenos llegaron hasta los muros de Jerusalén, y se había vuelto peligroso salir de la ciudad sin una escolta armada. Ese mismo año llegó a Jerusalén la noticia de una catástrofe en el principado de Antioquía: Roger, el primo de Bohemundo y regente de su hijo, Bohemundo II, había sido asesinado en una emboscada al haber sido aniquiladas sus fuerzas en lo que se conocería como el “campo de sangre”. Esto provocó urgentes peticiones de ayuda al Papa Calixto II, a los venecianos, e incluso al arzobispo de Compostela, en el noroeste de España. Como siempre, los reveses eran vistos como castigos divinos: se creía que las costumbres permisivas de Oriente habían relajado y corrompido a algunos e los latinos establecidos en Tierra Santa. En enero de 1120, una asamblea de dirigentes laicos y religiosos reunida en Nablus aceptó el proyecto de Hugo de Payns tanto por su potencial espiritual como por su carácter práctico. […]


[…] En 1125, Hugo, conde de Champagne, volvió a Jerusalén por tercera y última vez. Después de repudiar a su esposa infiel y desheredar al hijo que creía que no era suyo, cedió su condado de Champagne a su sobrino Teobaldo. Hugo renunció entonces a toda su riqueza terrenal e hizo los votos de pobreza, castidad y obediencia como pobre soldado de Jesucristo. […]


[…] En 1127, Hugo de Payns y Guillermo de Burres fueron enviados por el rey Balduino II en misión diplomática a Europa occidental. Su encargo era convencer a Foulques de Anjou de casarse con la hija del rey Baludino, Melisenda, convirtiéndose así en heredero del trono de Jerusalén, y reclutar fuerzas para un proyectado ataque a Damasco. Hugo tenía un tercer objetivo: conseguir reclutas y aprobación papal para su Orden, los caballeros del Templo. La dimensión de la Orden en ese momento no está clara: los cronistas sólo mencionan a los nueve fundadores, pero el hecho mismo de que el rey Balduino hubiera elegido al maestre para esa importante misión, y que éste se sintiera capaz de incorporar nuevos caballeros a su entorno, sugieren que la Orden ya había alcanzado cierto prestigio en Outremer.


El rey Balduino II creía sin duda que su oferta a Foulques y a la nobleza europea era atractiva: cinco años antes, su situación había sido desesperada, pero ahora podía hacer su llamamiento desde una posición de fuerza. Con Tiro en manos de los latinos, podía pensar en un ataque al corazón musulmán. En 1124 había sitiado Alepo; en 1125 había derrotado a un ejército sarraceno en A’zaz, y había incursionado en territorio de Damasco. A principios de 1126, con la dotación completa de la fuerza militar de su reino, había penetrado aún más en territorio de Damasco con éxito considerable. La misma Damasco debió parecerle a su alcance: con refuerzos y un último empuje, la ciudad podía caer, alejando la amenaza musulmana hacia el interior, dando lugar a un nuevo principado para los latinos y reportando un fabuloso botín. […]Fin de la primera parte.

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