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lunes, 24 de enero de 2011

Los orígenes de la Orden del Temple: IIª parte.


Desde la encomienda de Barcelona, queremos compartir la segunda parte dedicada a los orígenes de la Orden del Temple, desde la óptica de la historiadora Helen Nicholson.

Para ello hemos seleccionado el siguiente texto de su libro “The knights Templar”. Desde Temple Barcelona confiamos en que su contenido os será interesante.

Las diferencias políticas y religiosas en las que se vio sumida la región operaron en beneficio de los cruzados. Durante siglos los sunníes habían librado guerras religiosas contra los chiítas, a los que consideraban herejes. En ocasiones tanto sunníes como chiítas vieron en los cristianos a unos útiles aliados contra sus adversarios islámicos. Un fanático grupo chiíta de Siria se haría célebre con el nombre de la “Secta de los Asesinos”, eliminando a cualquier figura política, independientemente de su credo, que supusiera una amenaza par ella. Había también diversas comunidades cristianas en la zona, que seguían versiones distintas de la fe cristiana y no reconocían la validez de las demás: los ortodoxos sirios, los armenios, los maronitas, los jacobitas y los nestorianos. […]

[…] Tras la desastrosa campaña de 1101, en la que los ejércitos cristianos fueron aniquilados por los turcos en Asia Menor, Europa occidental no emprendió más expediciones militares internacionales a gran escala a Oriente hasta 1147, cuando se puso en marcha la segunda cruzada. Sin embargo, siguieron llegando todos los años por tierra o por mar grupos de peregrinos a Tierra Santa. A medida que los barcos fueron convirtiéndose en un medio de transporte más seguro, fue aumentando el número de peregrinos que prefería viajar por mar en lugar de utilizar la vía terrestre que cruzaba el Asia Menor ocupada por los turcos. Lo habitual era que los peregrinos emprendieran en primavera su viaje y zarparan de Italia o el sur de Francia, vía Sicilia, Creta, Rodas y Chipre, donde se aprovisionaban de agua y otros suministros (las naves de la época no podían transportar suficiente agua para más de unos pocos días), y siguieran su viaje “avanzando de isla en isla” por el Mediterráneo como habían hecho con anterioridad los barcos durante siglos, sin distanciarse demasiado de la costa. La última etapa consistía en zarpar desde Chipre rumbo al este hasta divisar el litoral sirio, dirigiéndose entonces hacia el sur, sin alejarse de la costa, hasta alcanzar un lugar conveniente en el que recalar. Ese lugar podía ser Jaffa (llamada también Joppa, la actual Tel-Avid-Jaffa),que era el puerto más próximo a Jerusalén, aunque poco seguro; Acre (conquistada a su caudillo musulmán en 1104: actualmente Akko), un puerto seguro situado más al norte; Beirut (conquistada en 1110); o el puerto de Tiro en el istmo, unido al continente por una estrecha península (Sür, conquistada en 1124). Independientemente de donde desembarcaran, los peregrinos debían entonces trasladarse a lo largo de la costa hasta llegar a Jaffa, y luego por caminos internos hasta Jerusalén. Su primera visión de la ciudad santa habría sido una panorámica de la dorada Cúpula de la Roca desde la colina del monasterio de San Samuel, llamada “Montjoie” –Monte Alegría”- porque suponía la dichosa perspectiva del fin de su viaje. Llegaban a Tierra Santa para poder estar a tiempo en Jerusalén y participar el los servicios religiosos de la Pascua que se celebraban en la iglesia del Santo Sepulcro. Luego visitaban los demás lugares santos, se unían a cualquier campaña militar que estuviera en marcha y zarpaban de nuevo rumbo a la patria a finales de verano, en el mes de septiembre, antes de que comenzara la época de tormentas propia de comienzos del otoño.

Entre los peregrinos llegados a Oriente durante la primera década de la existencia de los nuevos estados cruzados figuraba Hugo, conde de la región nororiental francesa de Champagne. Tras realizar un primer viaje a Oriente en 1104 y regresar a su país en 1105, Hugo volvió de nuevo a Oriente en 1114. Ivo, obispo de Chartres, le escribió, reprendiéndole por haber abandonado a su esposa y ponerse al servicio de las milicias de Cristo (militiae Christi) para dedicar su vida a “esa caballería evangélica” (evangelicam militiam) “en virtud de la cual dos millares puedan combatir con firmeza a aquel que está dispuesto a atacarnos con doscientos mil”. Esta alusión bíblica sería utilizada veinte años después por Bernardo, abad de Claraval, cuando escribió acerca de su apoyo a la nueva Orden del Temple, aunque en las palabras de Ivo no se hacía mención alguna a los templarios. Tal vez sólo indicara que Hugo había tomado los votos de los cruzados como parte de su juramento de peregrino, aunque también es probable que hubiera prestado juramento de unirse a una confraternidad o hermandad de caballeros que se habían organizado para proteger los santos lugares de Oriente.

La hermandades de caballeros pasaron a convertirse en algo habitual en el oeste de Europa durante el siglo XI (esto es, el siglo que precedió a la primera cruzada). Estaban formadas por guerreros de cierto estatus social; no necesariamente nobles, pero sí lo suficientemente ricos como para costearse un equipamiento militar completo: una armadura con cota de malla, un yelmo, un caballo, una espada con su escudo y una lanza. “Hermandad” o “confraternidad” (del latín, confraternitas) significa literalmente “congregación o comunidad”, un grupo de personas que en calidad de igualdad, colaboran juntas por un objetivo común. Para las hermandades de caballeros del siglo XI, el objetivo era militar y religioso indistintamente. Se formaron grupos de caballeros para defender iglesias y monasterios del ataque de los bandidos. Algunos caballeros de la primera cruzada también crearon hermandades, y prometieron compartir sus recursos para ayudarse uno a otro durante el viaje. Dichos grupos podían buscar la bendición formal de un sacerdote o carecer de un reconocimiento religioso oficial. Creían, como hacían muchos caballeros, que un caballero debía poner su espada al servicio de Dios, combatir el mal y difundir la voluntad del Señor, por todo lo cual serían recompensados.

Hugo de Champagne no se quedó en Oriente en 1114. Sin embargo, en 1125 abandonó a su esposa y regresó a Oriente para unirse a la Orden del Temple. Este grupo de caballeros, creado con un propósito militar piadoso, había recibido el reconocimiento de la Iglesia en el Concilio de Nablus celebrado en enero de 1120. Según manifiesta el prólogo de la Regla de la nueva orden, redactado en 1129 en el Concilio de Troyes (en Champagne), ésta recibió el nombre de “los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén”, y uno de sus fundadores fue Hugo de Payns. Los especialistas han deducido que este Hugo era uno de los caballeros que tenía a su servicio el conde Hugo de Champagne, al que tal vez acompañara en su viaje a Oriente de 1114, quedándose allí cuando su señor regresó a Francia.

¿Qué fue de la “caballería de Cristo” y la “caballería evangélica” de la que Ivo de Chartres había hecho alusión en 1114? Tal vez Ivo se refiriera sólo a unos votos de cruzados. Si Hugo de Champagne había creado una hermandad de caballeros con la que partir rumbo a Oriente, probablemente ésta se disolviera en cuanto finalizó la expedición. Resulta tentador contemplarla como el principio de la Orden del Temple, pero antes de abrazar esa conclusión es necesario considerar los testimonios relacionados con el comienzo de la orden.

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