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miércoles, 16 de marzo de 2011

Padre Amorth: una vida consagrada a la lucha contra Satanás


Desde la encomienda de Barcelona recuperamos el testimonio de una de las personas que más veces ha tenido que enfrentarse contra los poderes del mal. El padre Amorth con estricto rigor se sincera ante la opinión pública y nos muestra lo que puede hacer Satanás contra la humanidad.

No publicamos sus narraciones con un afán propio de “asustar” a nuestros lectores, sino que lo hacemos de una manera informativa, para que entre todos seamos conscientes que debemos luchar contra el Maligno, tal y como también lo hicieron nuestros hermanos mayores.

Un sacerdote embrujado

Me invitaron a un encuentro de universitarios de alto nivel. Especialistas de varios países europeos hablaban de magia y brujería desde un punto de vista informativo y científico. En cuanto a mí, me invitaron para hablar de la brujería de nuestro tiempo. Después de mi conferencia, uno de los asistentes se acercó a mí y me confió su sufrimiento. Esto fue lo que me dijo:

“Lo que usted ha contado se corresponde exactamente con lo que yo estoy viviendo. Soy sacerdote y me ocurrió lo siguiente: era misionero en una gran ciudad africana. Mandé edificar varias casas, con la intención de construir una ciudad para los chicos, y contraté a una cuadrilla de lugareños. Tuve la suerte de recibir una donación cuantiosa de una organización internacional y, con ese dinero, contraté una segunda cuadrilla, formada por obreros de otra tribu.

Al finalizar el trabajo, uno de los hombres de la segunda cuadrilla me dijo: “Padre, no se le ocurra dormir en estas casas, porque se sentirá mal. ¡Mire!”. Y levantó unas baldosas del suelo para enseñarme unos objetos muy raros. Luego despegó un trozo de papel pintado, me enseñó más objetos raros y añadió: “Padre, son objetos consagrados al demonio, los pusieron aquí obreros de la otra cuadrilla. Están furiosos con nosotros, porque somos de otra tribu y usted nos dio trabajo. Ahora se han vengado y quieren matarlo”. Yo, como buen europeo racional, hice caso omiso de la advertencia y sonreí para mis adentros al pensar en lo crédulos que eran aquellos hombres.

La noche siguiente dormí en la casa; mejor dicho, no dormí en absoluto. Me atormentaron todo tipo de imágenes y de ideas absurdas y no pegué ojo. Tras varias noches de insomnio sentía deseos de suicidarme. Me llevaron al hospital e impidieron que me suicidara. Todos los análisis que me hicieron salieron bien y los tests psicológicos me declaraban perfectamente sano. Tuvieron que repatriarme. En Francia pasé años vagando por clínicas y hospitales, sin obtener resultados. Ingresé en una casa para sacerdotes enfermos, donde no me encontraron ninguna enfermedad. Ahora vivo en una cas para sacerdotes ancianos y enfermos y me reconozco en los síntomas que usted ha descrito.”

Aunque estaba muy cansado, pronuncié una larga plegaria de liberación. Él estaba muy inquieto, pero rezaba con todas sus fuerzas. Aquella noche no conseguí liberarlo. Empezamos al día siguiente y el proceso fue largo, pero al final se liberó. Dejó la casa para sacerdotes ancianos y enfermos, recuperó la fuerza de su juventud y volvió a su misión en África. De vez en cuando me escribe; lleva cuatro años de intensa actividad apostólica. Su liberación fue definitiva, no ha necesitado más intervenciones.

Una vocación salvada

Éste es el testimonio de una víctima

“Escribo porque me lo han pedido y porque yo también creo que mis palabras pueden ayudar a otros a comprender y obrar de forma correcta. Los primeros síntomas me sorprendieron una noche al acostarme, tras apagar la luz: un terror imprevisto, una inquietud febril de los sentidos, convulsiones. Mi reacción fue adentrarme en lo más profundo de mi ser, en busca de Dios, y rezarle a la Virgen. Me llevó un buen rato hacerlo, pues sufría ataques contra el sexto mandamiento. Estos fenómenos se fueron repitiendo a la hora de acostarme y también sufría tentaciones durante la noche. El sacramento del perdón me daba fuerzas; si no, no habría podido resistir las tentaciones contra el sexto mandamiento, pues una vez que comenzaban persistían con fuerza, a pesar de las oraciones.

El segundo síntoma fueron las convulsiones, que aparecían al empezar las oraciones en común durante el oficio de la mañana, y las tentaciones de desesperación o de suicidio. Mi padre espiritual me dijo que todo ello formaba parte de la lucha espiritual, pero quien me ayudó realmente fue el padre exorcista que me trataba, a menudo por teléfono. Pasé una etapa en la que me costaba mucho estudiar y hasta me costaba comer. Durante un oficio en la capilla, percibí olores fétidos y tuve la impresión de que el agua bendita que guardo en una botella estaba putrefacta. Al día siguiente, el agua estaba perfectamente y ya no olía mal.

Una violenta tentación contra el sexto mandamiento me hizo repetir: “Antes morir que ceder”. Me sirvió de gran ayuda recitar el exorcismo de León XIII y, sobre todo, recibir por teléfono el exorcismo del padre exorcista. El domingo siguiente reaparecieron los mismos síntomas. Llamé al padre exorcista y él me liberó por teléfono. Esto se repitió tres veces en el mismo día. Antes del exorcismo sentía que me volvía loco y tenía fuertes tentaciones contra la vocación; sin embargo, logré superarlas gracias al exorcismo.

En agosto reaparecieron los síntomas: cansancio extremo, jaquecas, la sensación de volverme loco, tristeza, etcétera. El padre me exorcizó en persona. Desde sus primeras palabras empecé a golpear el suelo con los pies. El demonio habló por mi boca; yo en cuanto podía rezaba interiormente, invocando el nombre de Jesús. El agua bendita me daba miedo, la píxide me quemaba en cuanto la acercaban a mí y mi cuerpo hacía movimientos incontrolables. Después del exorcismo todos los males desaparecieron y volvió la paz. Sufrí ataques una vez más, pero los superé con un exorcismo a distancia.

Terminaré diciendo que, para mí, fue muy importante descubrir la existencia del demonio. Desde ese momento empecé a luchar contra él y comprendí que yo no estaba loco. No obstante, sin la intervención de un exorcista no habría superado todo aquello y hubiese perdido mi vocación. También me sentí, y sigo sintiéndome, muy vinculado a la Pasión de Cristo.”

Destino: suicidio

¿Cuál es el objetivo final de las actividades que realizan brujos, cartománticos, sectas satánicas, etcétera?

El objetivo final es la muerte, porque Dios es el dios de la vida, mientras que Satanás es el dios de la muerte. El diablo ha inspirado muchos suicidios en grupo.

Yo nunca he tratado a personas que después se hayan suicidado, pero he tenido muchos casos de individuos que habían intentado suicidarse, aunque, por suerte, algo les impidió llevar a cabo su propósito. Cuando alguien empieza a recibir exorcismos, es casi imposible que se suicide.

Un caso típico es el de una chica a quien exorcicé muchas veces. Se curó por completo, retomó su vida cotidiana y ahora tiene un puesto de profesora. Sin embargo, su restablecimiento costó años y años. No recuerdo bien cómo entró Satanás, porque heredé a este pariente del padre Candido, que la trató duramente mucho tiempo, y me la pasó cuando él ya no podía exorcizarla.

Pues bien, esta chica, un día, empezó a pasearse, con un saco de dormir al hombro, por la vía del tren de la línea Roma-Livorno-Génova. En una de las grandes curvas, se metió dentro del saco y se tendió sobre las vías. Quería matarse, quería que un tren la pasara por encima. Es un caso inexplicable, no se puede comprender.

En otra ocasión, aquí, en Roma, la chica anduvo por una calle muy transitada, sin mirar los semáforos ni nada, con el fin de que la atropellaran, y ningún vehículo la rozó. Intentaba suicidarse, pero nunca lo lograba. Y es que, si se empiezan los exorcismos, eso significa que la persona tiene la voluntad de curarse, de liberarse, lo cual desencadena una lucha interior; y el Señor responde a las invocaciones, otorgando las gracias necesarias para que se produzca la liberación.

¿Sabe usted de algún caso que no haya terminado bien?

El padre Candido me contó el único caso que tuvo de una chica que, al final, acabó suicidándose.

La exorcizaba porque estaba poseída por el diablo. Esta chica tenía una madre muy pérfida. Una vez, la madre fue a hablar con el padre Candido y él le explicó los trastornos que padecía su hija. La mujer asentía, pero el padre comprendió que no creía nada de lo que le decía.

Vivían en un sexto piso. Un día, la chica se confió a su madre y le dijo: “Lo único que deseo es suicidarme, ya no puedo más”. La madre le respondió: “Bah, no sirves para nada, no serías capaz de hacerlo”, tras lo cual se acercó a la ventana y la abrió. Y su hija se tiró.

Es el único caso que conozco de una persona exorcizada que, al final, terminó así.

En estas personas, la tentación del suicidio es muy común, muy fuerte, porque sufren dolores agudos. Sin embargo, según mi experiencia, cuando una persona empieza a recibir exorcismos, es imposible que logre quitarse la vida. Puede que lo intente, pero nunca consigue su objetivo. Hay muchos casos de personas que han ingerido sustancias venenosas, pero siempre las han encontrado a tiempo, las han llevado al hospital y les han hecho un lavado de estómago. Conozco muchos casos de este tipo. Satanás impulsa al suicidio, porque es el dios de la muerte. Por eso san Agustín dice que, si Dios no lo frenase, el diablo nos mataría a todos.

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