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miércoles, 2 de marzo de 2011

Saladino y su lucha contra el Temple: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con la segunda parte del apartado dedicado a Saladino y a su aferrada lucha contra la Orden del Temple y que hemos extraído del libro de Piers Paul Read “The Templars”.

Desde este humilde rincón, deseamos que os guste.

Una de las consecuencias de la muerte de Nur ed-Din y la confusión que sobrevino fue el cese de la contención que el gobernador de Alepo había ejercido sobre los turcos selyúcidas. En 1176, su sultán, Kilij Arslan II, avanzó contra Bizancio. En Myriocephalum, los turcos aniquilaron al ejército defensor conducido por el emperador Manuel. Esa derrota fue tan catastrófica como la de Manzikert en 1071, que había originado la primera Cruzada. Anatolia pasaba para siempre a manos turcas, y la capacidad de Bizancio para influir en los acontecimientos de Siria había desaparecido con ello. Ahora los francos estaban solos.

La situación empeoró con las divisiones dentro del reino de Jerusalén. Aunque paciente y persistente, el joven rey Balduino IV no lograba afianzar un liderazgo fuerte. Raymond III de Trípoli, que en su carácter de pariente varón más cercano había actuado como regente hasta que el rey alcanzó la mayoría de edad, era experimentado, cauto y, tras años como prisionero de los musulmanes, hablaba árabe y conocía bien la psicología del enemigo. Lo apoyaban las familias más arriesgadas del reino de Jerusalén y los caballeros del Hospital, pero se le oponían los Templarios y los llegados a Palestina más tarde, liderados por Reginaldo de Châtillon, quienes estaban impacientes por guerrear y conquistar nuevas tierras.

Aunque se hablaba mucho de una ayuda procedente de Occidente en la forma de una nueva cruzada conducida por el rey Luis VII de Francia y el rey Enrique II de Inglaterra –casado ahora con la exmujer de Luis-, Leonor de Aquitania, el único príncipe que apareció en Tierra Santa fue Felipe, conde de Flandes, e insistía en haber ido como peregrino y no para encabezar una cruzada.

Aprovechando la desunión de los francos, Saladino condujo un ejército por el desierto del Sinaí hacia la fortaleza templaria de Gaza. Los Templarios aprestaron sus fuerzas para defenderla, pero Saladino siguió de largo y amenazó con sitiar Ascalón. Advertido de la maniobra, Balduino IV se puso al frente de un ejército y llegó a la ciudad antes que Saladino, que, dándose cuenta de que Jerusalén quedaba indefensa, dejó una fuerza menor para contener a Balduino y marchó hacia Tierra Santa. Balduino comprendió entonces que lo habían flanqueado; llamó a los Templarios de Gaza, franqueó el cerco de Ascalón y, el 25 de noviembre de 1177, alcanzó al ejército egipcio en Montgisard. Tomado por sorpresa y disparadas sus fuerzas, Saladino escapó de nuevo a Egipto.

La victoria fue un triunfo para los francos, y pudo haberlos llevado a sobrestimar su verdadero poder. Aunque los cronistas francos sostienen que el ejército fue conducido por Balduino, los historiadores musulmanes insisten en que su comandante fue Reginaldo de Châtillon. Es probable que éste hubiera peleado con gran coraje y que la victoria aumentara su prestigio.

Sin hombres suficientes para llevar esa victoria más adelante, el rey Balduino IV reforzó su frontera con Damasco construyendo un castillo sobre el Jordán, en un lugar llamado Vado de Jacob: se decía que era allí donde Jacob había luchado con un ángel, según se describe en el Génesis. Su posición estratégica sobre la ruta que va desde la costa hasta Damasco, y dominando la fértil llanura de Banyas, hasta ese momento abierta a musulmanes y cristianos, había sido reconocida por Saladino, quien creía haber llegado con el rey Balduino al acuerdo de mantener desmilitarizada la zona. Pero Balduino cedió a la fuerte presión de los Templarios y construyó la fortaleza en un momento en que Saladino se hallaba distraído por deslealtades entre los miembros de su familia.

En el verano de 1179, Saladino sitió el castillo; Balduino acudió a liberarlo junto a Raymond de Trípoli y a los Templarios comandados por Odo de Saint-Amand. El 10 de junio, el conde Raymond y los Templarios atraparon al ejército de Saladino. Impulsivamente, los Templarios se lanzaron al ataque, pero fueron rechazados. Los que lograron al ataque, pero fueron rechazados. Los que lograron cruzar el río Litani se refugiaron en la gran fortaleza de Beaufort; pero entre las víctimas fatales de los francos hubo muchos Templarios, y entre aquellos que fueron tomados prisioneros se hallaba el gran maestre, Odo de Saint-Amand.

Odo murió en cautiverio al año siguiente, demasiado orgulloso para aceptar que lo cambiasen por un prisionero musulmán. El cronista Guillermo de Tiro, cuyo hermano murió en ese enfrentamiento, condenó a Odo por la arrogancia que era vista entonces como un defecto común de los caballeros del Temple: sus acciones estaban “dictadas por el espíritu del orgullo, el cual tenía en exceso”; era “un hombre despreciable, orgulloso y arrogante, con el espíritu de la ira a flor de piel, que no temía a Dios, ni tenía reverencia por el hombre”. Sin duda, fue un ejemplo del caballero que había hecho su nombre en el mundo secular y se había unido más tarde a la Orden no por vocación religiosa, sino como un paso más en las altas esferas de la administración laica de la cristiandad.

Es imposible saber si al cabildo templario que eligió a Odo le había interesado o no discernir la sinceridad de la vocación, o si había visto alguna ventaja en la elección de un gran maestre que ya era una figura de cierto renombre; pero quizá por reacción, los caballeros eligieron ahora como sucesor de Odo de Saint-Amand a un Templario de carrera, Arnoldo de Torroja, quien ya había sido anteriormente gran maestre de Provenza y en España.

Aprovechando la tregua de dos años acordada entre Saladino y el rey Balduino IV –una tregua impuesta a ambas partes por una sequía y el consiguiente riesgo de hambruna- Arnoldo de Torroja viajó a Europa con el gran maestre del Hospital, Roger des Moulins, y con Heraclio, el recientemente elegido patriarca, para solicitar ayuda económica en Italia, Francia e Inglaterra. Heraclio, un sacerdote de Auvernia casi analfabeto, había sido amante de la madre del rey, la reina Agnes, cuya influencia le valió primero el nombramiento de arzobispo de Cesarea y más adelante el de patriarca de Jerusalén. Su actual amante, Paschia de Riveri, conocida como Madame la Patriarchesse, era la esposa de un mercero de Nablus.

El gran maestre del Temple, Arnoldo de Torroja, cayó enfermo en Verona y murió allí el 30 de setiembre de 1184. El capítulo templario de Jerusalén eligió para sucederlo a un caballero de origen flamenco o anglonormando, Gerardo de Ridefort. Gerardo parece haber sido el clásico caso de un caballero que se une a la Orden faute de mieux. Había llegado a Tierra Santa a principios de la década de 1170 y había servido a Raymond III, conde de Trípoli. Según los cronistas, Raymond le aseguró que recibiría un feudo en su territorio cuando se produjera una vacante. En 1180, Guillermo Dorel, señor de Botron, murió dejándole el feudo a su hija Lucía. Raymond, posiblemente presionado por deudas, se retractó de su promesa a Gerardo y “vendió” a Lucía como novia, por su peso en oro, a un mercader pisano llamado Plivano. Lucía le proporcionó 10.000 besants, lo que la ubica aproximadamente en los sesenta y tres kilos.

Con sus perspectivas así defraudadas, Gerardo se unió al Temple. Se dijo que en aquel momento padecía una grave enfermedad, lo cual pudo haberlo desilusionado de las ambiciones mundanas, concentrando su mente en el mundo venidero. Pero el brote de devoción no alivió la humillación que sentía como caballero ante la preferencia mostrada a favor de un mercader, y el incidente le dejó un profundo resentimiento contra el conde Raymond de Trípoli. A la muerte de Arnaldo de Torroja, Gerardo era senescal de los Templarios el reino de Jerusalén.

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