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viernes, 29 de abril de 2011

La vida religiosa de los Templarios: IVª parte


Desde la encomienda de Barcelona retomamos el apartado dedicado a la vida religiosa de los templarios. En esta última y definitiva parte, su autora, la historiadora y especialista en la Orden del Temple, Mrs. Helen Nicholson, en su libro “The Knights Templar” nos adentra en la importancia que tuvo el trabajo en comunidad de los templarios por encima del individualismo; así como su fidelidad para y por Cristo.

Desde Temple Barcelona, deseamos que este apartado haya sido también de vuestro más sincero agrado.

Entre 1161 y 1174 se llevó a cabo la traducción de otras obras al francés anglonormando. El autor de esas traducciones fue un poeta anónimo que trabajó al servicio del hermano Enrique d’Arcy, comendador del Temple en Bruer, Lincolnshire. Entre las obras traducidas figuraban una “Vida de los Padres” (hechos de los primeros cristianos), un relato acerca de la futura llegada del Anticristo, una versión de la famosa historia del descenso de san Pablo a los infiernos y una vida de santa Taide, prostituta convertida, protagonista de una leyenda muy popular en la Edad Media. Algunos de esos relatos resultaban lógicamente atrayentes para los templarios: santa Taide había vivido una vida de pecado antes de convertirse, al igual que también la habrían vivido muchos caballeros seculares antes de su ingreso en la orden (al menos, según lo que cuenta el apartado 49 de la Regla). La historia del Anticristo hacía hincapié en la importancia de mantenerse firmes en la fe, a pesar de todas las persecuciones y tentaciones del Anticristo, y prometía una gran recompensa en los cielos a los que siguieran siendo fieles a Cristo hasta el fin de sus días.

El del Anticristo era un relato particularmente importante para los templarios. Algunos hombres de la época interpretaban las cruzadas y la reconquista de los Santos Lugares en un contexto escatológico. Creían que todo ello formaba parte del advenimiento del reino de Cristo. Pero primero había que vencer al Anticristo, cuya llegada –anunciada por los apóstoles (1 Juan 2, 18)- sería la señal de que el final del mundo estaba próximo. Algunos autores cristianos identificarían a Mahoma con el Anticristo. Por lo tanto, los templarios, paladines de la Cristiandad frente al Islam, formaban la vanguardia de la guerra contra el Anticristo y necesitaban estar bien informados al respecto. […]

[…] Sin embargo, hay muy pocos testimonios de escritos templarios. La primera versión de Itinerarium peregrinorum, un relato acerca de la tercera cruzada, contiene material que sin duda procedía directamente de los templarios, pero la obra propiamente dicha no fue escrita por ningún miembro de la orden. Es evidente que el autor histórico que en la actualidad conocemos como el “templario de Tiro” no fue un templario: su apelativo moderno deriva del hecho de que fue secretario del maestre Guillermo de Beaujeu. Se han hecho especulaciones sobre el papel de los templarios en el desarrollo de la leyenda del Santo Grial, pero una lectura atenta de esas historias revela que no es así. El concepto de caballería en las leyendas del Santo Grial difiere mucho del ideal templario: los caballeros del Grial actúan solos, no como parte de una comunidad.

Probablemente, la razón de que ningún templario fuera canonizado por la Iglesia radique en el hincapié que hizo la Orden del Temple en el concepto de comunidad cuyos hermanos debían actuar conjuntamente. Como todos sus miembros tenían que trabajar unidos al servicio de Dios, es posible que la orden intentara evitar la devoción por un hermano en concreto. Si uno era distinguido de ese modo, se habría fomentado el “individualismo” en la búsqueda del martirio y la gloria, destruyéndose así la colaboración y la disciplina, tan esenciales en el campo de batalla. No obstante, algunos templarios que perecieron combatiendo al musulmán con arrojo fueron “descritos” como mártires, y quizás fueran muy recordados en el seno de la orden. Encontramos dos casos en la primera versión del Itinerarium peregrinorum. […]

[…] El sacrificio personal por la gloria de Dios probablemente no resulte atrayente para las personas de nuestra época, pero fue el ideal secundado por los caballeros del Temple.

Lejos de los campos de batalla, los templarios llevaban una vida muy parecida a la de las demás órdenes religiosas, y tal era el papel que desempeñaban en la sociedad. La Regla de la orden no les exigía que cuidaran de pobres y enfermos, aunque daban hospitalidad a los viajeros. Fueron responsables de algunos hospicios en Occidente y se dedicaron a hacer obras de caridad tanto a hombres como a mujeres. En las actas del proceso de la orden se recogen dos historias contadas por terceros acerca de la utilización que hicieron algunos monjes templarios de las reliquias que poseía la orden para sanar tanto a hombres como a mujeres. Al igual que otras órdenes religiosas nuevas de los siglos XII y XIII, en concreto la del Císter y la del Hospital de San Juan, los templarios tenían privilegios especiales concedidos por el papa que los protegían de las exigencias de obispos y nobles y les permitían cumplir con su vocación de una manera más efectiva. La concesión de tales privilegios llegó a través de una serie de bulas papales (las órdenes de los sumos pontífices recibían el nombre de “bulas” por el sello papal o bullum, que certificaba los documentos) emitidas a partir del año 1139. Dichas bulas dieron a los templarios una gran libertad de acción en sus operaciones, fomentaron el ingreso de nuevos miembros, ayudando a conservarlos en el seno de la orden, y les permitieron hacer acopio de numerosos asociados y donaciones. Sin embargo, también fueron causa de fricción con los obispos. Durante los siglos XI y XII, impulsados por los debates que se entablaban en las nuevas universidades como París y Bolonia, los conceptos de espiritualidad sufrieron una importante transformación.

Los religiosos podían ser regulares, que seguían una regla religiosa (monjes), o seculares, que vivían en el mundo exterior (arzobispos, obispos y sacerdotes). Desde los tiempos del Bajo Imperio Romano se creía que los monjes eran los mejores cristianos, y que los que deseaban plenamente seguir una vida en Cristo debían abandonar la sociedad y entregarse en cuerpo y alma a la oración y a la vida contemplativa. Como los monjes estaban considerados el ejemplo perfecto de buen cristiano, tenían derecho a autogobernarse y a no tener que sufrir la intromisión de los obispos. Pero desde mediados del siglo XI, debido al interés cada vez mayor por el derecho canónigo (las leyes y normas de la Iglesia), esas ideas empezaron a cambiar. Actualmente muchos pensadores religiosos destacados consideran que el concepto más importante es el de la sucesión apostólica. Cristo nombró al apóstol Pedro cabeza de su Iglesia, y desde entonces la autoridad de Cristo se manifiesta en la tierra a través de los sucesores de Pedro como papas de Roma. El papa ordenaba a los arzobispos, y éstos a su vez a los obispos, que eran los encargados de la ordenación de los sacerdotes (de modo que toda la autoridad de la Iglesia emanaba de la del papa, y ésta a su vez de Pedro y, en último término, de la de Cristo). De ahí que todos los clérigos incluidos los monjes, tuvieran que someterse a la autoridad de sus obispos. Las órdenes religiosas que estaban exentas de esta obligación suponían un desafío a este concepto, suscitando así numerosas críticas por parte de clérigos seculares como Guillermo, arzobispo de Tiro, Juan de Salisbury o Walter Map.

No obstante, en la vida cotidiana, la relación entre templarios y obispos era normalmente buena, y sabemos de obispos que realizaron donaciones a la Orden del Temple, que ordenaron a monjes de la orden y que se alojaron en las casas de los templarios durante los viajes que emprendieron por su diócesis. En el ámbito local, en el mundo cristiano de Occidente los templarios debieron de ser en su mayoría individuos de la zona que estaban familiarizados con la jerarquía eclesiástica local y deseaban llevarse bien con ella. La estrecha relación existente entre las encomiendas de los templarios de Occidente y sus obispos queda patente en el hecho de que incluso las liturgias utilizadas por la Orden del Temple en sus capillas eran las mismas que las de sus respectivas diócesis; no era una liturgia especial de los templarios impuesta desde instancias superiores. […]

[…] ¿Cómo se desenvolvía en la práctica la fe religiosa de los templarios? ¿Eran los templarios particularmente devotos por término medio? No cabe la menor duda de que los templarios de Oriente sentían profundamente su vocación y la ponían en práctica en la vida cotidiana. En Occidente, lejos de las fronteras del mundo cristiano, la llamada al martirio y al propio sacrificio por Cristo no tuvo una importancia tan clara y evidente en la vida cotidiana de los hermanos. Las actas del proceso de la orden indican que algunos de ellos eran increíblemente ignorantes acerca de los principios básicos de su vida religiosa. Por ejemplo, muchos no sabían que el cordón que llevaban atado a la cintura era un símbolo de castidad. Uno creía que habría servido para pagar el rescate si caía en manos de los sarracenos.

No obstante, la mayoría de los hermanos sabían cuál era su propósito y lo llevaban con orgullo, e incluso a oídos de un hermano llamado Humberto de Puy, donde le había llegado la noticia de que el hermano Elías Aymery, en su celo por la castidad, llevaba el cordón atado tan fuertemente alrededor de la cintura, que se había malherido.

La gente de la época consideraba que la orden era una institución piadosa, dado el elevado número de donaciones importantes que recibieron, y es evidente que tuvo muchas oportunidades de observar cómo vivían los hermanos. Nadie se quejaba de que éstos fueran poco piadosos. Durante el proceso de Chipre muchos de los testigos dijeron que habían visto a los hermanos en la iglesia, demostrando su gran devoción en el transcurso de los servicios, y algunos declararon que incluso habían vivido en casas de la orden. En 1251 la reina Margarita de Francia dio a luz a su hijo, el conde de Alençon, en la fortaleza templaria de Chastel Pèlerin, y Reginaldo de Vichiers, maestre del Temple, fue el padrino de la criatura a pesar de la prohibición que se establecía en la Regla. De modo que las casas de los templarios no estaban cerradas a personas ajenas a la orden , ni siquiera a las mujeres. Algunos hermanos mantuvieron contacto con su familia, pues ésta era la encargada de suministrarle el cordón que debía llevar atado a la cintura. El hermano Esteban de Troyes, que fue interrogado en Poitiers a finales de junio de 1308, dijo que siempre había estado en contacto con su madre, a la que fue a visitar cuando abandonó la orden. Camino de la casa materna, fue detenido y encarcelado por los templarios por haber abandonado ilegalmente la orden, pero su progenitora pagó un rescate de doscientas livres (libras) con la condición de que viviera con ella a partir de entonces. […]

[…] No hay ninguna prueba de que los templarios participaran en movimientos heréticos en Europa. Aunque poseían grandes extensiones de tierra en el sur de Francia, donde en los siglos XII y XIII la herejía de los cátaros tuvo una amplia difusión, la Orden del Temple no apoyó a la nobleza local durante la cruzada albigense. Un comentarista del lugar, Bernardo Sicart de Marjevols, criticó duramente a los templarios por no haber prestado ayuda a sus antiguos patronos. De hecho, los templarios acompañaron al ejército cruzado y en algunas ocasiones le dio cobijo. No lucharon en la cruzada albigense, aunque esto no debería sorprendernos, pues su vocación no les exigía que combatieran a los herejes, y Oriente ya había acabado prácticamente con todos sus recursos.

Templarios y hospitalarios fueron acusados a menudo de estar siempre muy predispuestos a firmar treguas con los musulmanes y de intentar prolongar la guerra en Oriente con el fin de acumular más dinero. Matthew Paris, cronista de la abadía de Saint Albans, formuló esas mismas acusaciones, pero en su relato de la batalla de al-Mansura (febrero 1250) añadió la respuesta de la orden. Esa batalla supuso una terrible derrota, pero la reputación de las órdenes militares salió bien parada porque habían aconsejado al conde Roberto de Artois, comandante de las tropas de vanguardia, que no atacara al enemigo. Su consejo fue pasado por alto, y la batalla se perdió: era evidente que la culpa era del conde, y se reivindicó la inocencia de las órdenes. […]

[…] ¿Por qué iba a ingresar alguien en una orden religiosa con la intención de condenar su alma a las llamas eternas del infierno? Se entraba en una orden religiosa para salvar el alma según la doctrina de la Iglesia de Cristo. La Orden del Temple estaba considerada una buena orden en la que poder salvar el alma y ganarse un lugar en el cielo. (fin del apartado)

jueves, 28 de abril de 2011

Benedicto XVI: “La Resurrección de Cristo sobrepasa ciertamente la historia”


Desde la encomienda de Barcelona queremos compartir una noticia publicada en la página Forum Libertas, donde Su Santidad el papa Benedicto XVI apoyó a los gitanos rumanos y también negó que la Resurrección de Nuestro Señor sea fruto de una especulación, aclarando que ese acontecimiento histórico la convierte en una huella indeleble.

Desde Temple Barcelona deseamos que la noticia os sea interesante.

ForumLibertas.com

El Papa ha aprovechado la Semana Santa y a la repercusión que tiene en todo el mundo para reivindicar solidaridad y acogida para los refugiados norteafricanos. El Santo Padre, en su mensaje urbi et orbi declarado en la Plaza de San Pedro, con motivo de su bendición apostólica ante los más de 150.000 fieles que se congregaron ante el Vaticano.

Pero las palabras del Papa no se quedaron en un llamamiento, por la tarde el pontífice, en un gesto de coherencia con su posición, ayudó a solucionar el conflicto derivado del centenar de gitanos rumanos que llevaban tres días en la Basílica de San Pablo Extramuros después de que el alcalde de Roma, Gianni Alemanno, les hubiera ofrecido dinero para que regresaran a su país después de que se les desalojara de un poblado marginal.

Alemanno había afirmado: “Si todo el que viene a la ciudad considera que tiene derecho a un alojamiento, la situación sería insostenible. Roma no se puede transformar en una gran chabola. Estas personas tienen casa en Rumanía y la han dejado para venir a trabajar aquí a cambio de un sueldo”.

En contraste, sin entrar en el terreno político, Benedicto XVI envió al sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, monseñor Fernando Filoni (número tres de la diplomacia vaticana) a entrevistarse con los gitanos y mostrarles la “cercanía” del Papa, y además cursó orden a Caritas Roma, por medio de la asociación Domus, para que se dispusiese un alojamiento para ellos, de forma que abandonasen pacíficamente la basílica, según narra Religión en Libertad. Así sucedió en la tarde del domingo, previa identificación de los asaltantes por la policía italiana.

La solución fue aplaudida por Alemanno, quien considera que la intervención de Cáritas garantiza una solución estable al problema, aunque ha mostrado su disposición a seguir eliminando los asentamientos ilegales en Roma.

El mensaje pascual del Papa

El obispo de Roma ha centrado su mensaje de Pascua Benedicto XVI en subrayar que “la resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística”, sino un hecho.

Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble”, afirmó el pontífice en la Pascua al dirigirse desde el balcón de la Basílica de San Pedro a los más de 70 mil peregrinos que llenaban la plaza vaticana.

Una vez más, como ha venido haciendo en cada domingo de resurrección desde el inicio de su pontificado, destacó el hecho histórico en el que el cristianismo encuentra su fundamento.

“Hasta hoy -incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas- la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío”, aseguró.

La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble”, concluyó.

miércoles, 27 de abril de 2011

La Semana Santa de Alcobendas


Desde la encomienda de Barcelona queremos agradecer la acogida que por parte del priorato de Madrid hemos tenido los hermanos que muy gustosos hemos asistido a la Semana Santa de Alcobendas. Donde a pesar de haber sufrido la fatalidad de la lluvia a la hora de proceder a la salida de los pasos, pudimos ser testigos de la fantástica organización a la cual nos tienen bien acostumbrados nuestros amigos y hermanos madrileños.


Con gran devoción nos dimos cita en el mencionado municipio madrileño, hermanos de diversos puntos de la geografía española. Así pues asistimos templarios de Andalucía, Baleares, Castilla La Mancha, Cataluña y como es lógico de la Comunidad de Madrid.


Como no puede faltar en toda Semana Santa, buena parte del tiempo la pasamos mirando al cielo. ¿Lloverá o aguantará? ¿Podremos sacar los pasos o bien deberán cobijarse en la iglesia? El tiempo se tornaba intermitente, lógico, estamos en primavera y lo mismo se entreveían los rayos del sol como te acababas empapando con el agua que caía en forma de lluvia.


Curiosamente durante el Jueves Santo, el único municipio madrileño donde se pudo pasear a las distintas imágenes propias del día, fue precisamente el de Alcobendas. Pero no salió gratis, la lluvia irrumpió a mitad de la procesión y los cálidos mantos blancos se tornaron húmedos y hasta coloridos del rojo que se desprendían de alguna cruz quíntuple que dejaba diferenciar a los templarios del resto de cofrades. Rápidamente se procedió a acelerar la marcha de la procesión para evitar que los pasos pudieran deteriorarse por la humedad de la lluvia, replegándose antes de la hora prevista en la iglesia de San Pedro.


Así llegamos al Viernes Santo, pero esta vez no se pudo repetir la salida del día anterior y ante la fina lluvia que no cesaba de caer, se optó por la prudencia y las imágenes permanecieron en el interior de la Iglesia a la espera del próximo año. Las gentes allá congregadas no cesaban de animarse unas a otras ante la tristeza de no poderlas sacar en sus calles. La frase más repetida fue “El Señor no quiere salir, sus motivos tendrá”. Aún así, los templarios, acompañando a la banda municipal de Salamanca y a los cofrades allá presentes, con paso firme recorrimos una parte del trayecto para honrar a la memoria de Nuestro Señor Jesucristo en el momento de la Pasión, su Muerte y su posterior Resurrección.


Durante el Sábado Santo, todo buen cristiano permanece simbólicamente fiel junto al sepulcro del Señor, tal como hicieran los primeros discípulos tras depositar el maltratado cuerpo de Jesús en el Santo Sepulcro, por ello la Iglesia se abstiene de la misa y el altar de la iglesia de San Pedro, tal y como manda la tradición, permaneció desnudo esperando los gozos de la Pascua.


De esa manera, llegaba el solemne Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor y esta vez sí, pudimos notar como la luz del sol acariciaba nuestros rostros. Así para el mediodía el Cristo resucitado, buscaría a su Santa Madre en procesión para anunciarle que Él, su Hijo, había derrotado a las tinieblas y marcharía con la luz del Padre. Esa luz que permaneció calentando nuestros frágiles cuerpos mientras los templarios acompañábamos la imagen del Jesús Resucitado por las calles de la localidad, mientras sus vecinos se asomaban a ventanas y balcones acompañando con su mirada tan emotiva procesión.


Tras la conclusión de los actos conmemorativos propios de la Semana Santa, los pocos hermanos que todavía permanecíamos en Alcobendas, nos fuimos despidiendo entre cálidos abrazos con la alegría del trabajo bien hecho y con ganas de volvernos a ver y compartir reflexiones y risas que consiguen acercarnos en la distancia, preparando con mayor ilusión, si cabe, los próximos eventos que nuestra amada fraternidad llevará a cabo si Dios lo quiere.


Enhorabuena hermanos y vecinos de Alcobendas, os agradecemos de corazón vuestra cálida y hospitalaria acogida propia de todo buen templario.


Non Nobis Domine, Non Nobis Sed Nomini Tuo Da Gloriam.

martes, 26 de abril de 2011

La vida religiosa de los Templarios: IIIª parte


Acabada ya la Semana Santa y después de haber realizado con alegría el compromiso de asistir a las procesiones de la Semana Santa en Alcobendas (Madrid) con el resto de hermanos venidos de distintas partes de España, recuperamos la normalidad con un nuevo texto de la especialista en la historia del Temple, Mrs. Helen Nicholson.

Retomando el apartado dedicado a la vida religiosa de los templarios, nuestra escritora ahonda en la importancia que tuvieron la veneración de reliquias por parte de la Orden del Temple, así como el intento por parte de algunos mandatarios templarios en intentar instruir a sus hermanos en el conocimiento de los textos religiosos.

Desde Temple Barcelona, deseamos que su lectura os reconforte.

Se creía que un santo podía actuar en la tierra por medio de sus reliquias. Si éstas eran cuidadas adecuadamente, el santo se sentía satisfecho y hacía lo que estuviera en sus manos para ayudar a los propietarios de las reliquias, de modo que todo debía de ir bien para ellos. Pero si eran abandonadas u objeto de malos tratos, el santo se enfadaba y castigaba a sus propietarios. Los templarios se sentían muy orgullosos de conservar con gran esmero las reliquias que poseían.

La Orden del Temple afirmaba tener en Chastel Pèlerin las reliquias de la ilustre santa Eufemia de Calcedonia, martirizada en 303, que habían sido trasladadas milagrosamente hasta Palestina desde Constantinopla (halladas presumiblemente durante el saqueo de Constantinopla en 1204, o cedidas posteriormente a la orden por las tropas victoriosas). Durante el proceso de la orden en Francia un grupo de templarios defendió su institución ante los comisionados papales aduciendo que el cuerpo de santa Eufemia había llegado a Chastel Pèlerin por la Gracia de Dios, y que a través de los restos de la santa el Señor había obrado milagros allí; dijeron que las reliquias no habrían estado en manos de los templarios si éstos hubieran sido unos criminales, como tampoco lo habrían hecho las demás reliquias que estaban en manos de la orden. La Orden Teutónica había utilizado una justificación parecida para hacerse con la cabeza de santa Bárbara, arrebatada a los pomeranos en el transcurso de una incursión al castillo de Sartowitz en la décad de 1240: la santa, afirmaban, había abandonado deliberadamente su antiguo lugar de reposo para ir con la orden, dando así fe de la elevada espiritualidad de sus miembros.

No se sabe con certeza si la Orden del Temple afirmaba tener todo el cuerpo de santa Eufemia o simplemente la cabeza de la santa; las distintas versiones difieren entre sí. Algunos testigos oculares dijeron que la cabeza estaba guardada en un relicario de plata que en 1307 se encontraba en la iglesia de la casa de los templarios en Nicosia, Chipre. Tras la disolución de la orden, la reliquia pasó al Hospital de San Juan junto con las demás posesiones de los templarios y, según la información que ha llegado a nuestras manos, en 1395 se encontraba en la iglesia de San Juan de Rodas; en el siglo XVII estaba en Malta con las otras reliquias del Hospital de San Juan. Este relicario, como tal, probablemente se encontrara entre los objetos saqueados por las tropas de Napoleón en junio de 1798 y se perdiera al saltar por los aires el buque insignia de la flota napoleónica durante la victoria de Nelson en la batalla del Nilo el 1 de agosto de 1798. Sin embargo, las verdaderas reliquias de santa Eufemia siguen en Constantinopla, la actual Estambul, en la iglesia patriarcal de San Jorge. No sabemos con claridad en qué consistían las reliquias que estuvieron en posesión de la Orden del Temple, pero lo importante aquí es que los templarios creían que se trataba de los verdaderos restos de santa Eufemia.

La denominada “cabeza de los templarios” probablemente fuera el cráneo de santa Eufemia. Durante el proceso del temple en Chipre, el pañero de la orden y dos caballeros declararon que nunca habían oído hablar de la existencia de ídolos en la orden, pero que ésta custodiaba la cabeza de santa Eufemia. Algunos templarios franceses declararon que habían oído decir que la orden tenía una cabeza en Chipre, y es posible que fuera el ídolo que la orden era acusada de venerar. El hermano Guido Delphini declaró lleno de orgullo ante los comisionados papales que el cordón que llevaba atado a la cintura había tocado las reliquias de san Policarpo y de santa Eugenia (la orden guardaba las del santo en nombre del abad del Templo del Señor de Jerusalén, que las había confiado a los templarios para su custodia). Pero las reliquias de san Policarpo no eran propiedad de la orden, y ningún otro templario las menciona. Era la cabeza de santa Eufemia la que la orden estaba tan orgullosa de poseer. Sin embargo, santa Eufemia era una mujer joven, y los templarios fueron acusados en 1307 de venerar la cabeza de un hombre barbudo. Esta curiosa discrepancia entre la devoción de los templarios y los cargos que les fueron imputados la estudiaremos con el proceso de la orden.

Durante el proceso del Temple en Francia hubo otros hermanos que declararon que había una cabeza guardada en la capilla de la casa de París, y que tal vez fuera ése el ídolo en cuestión. No obstante, las investigaciones efectuadas por los comisionados papales revelarían que se trataba también de una cabeza de mujer.

El hermano Guillermo de Arreblay, antiguo limosnero al servicio del rey Felipe IV de Francia, testificó haber visto a menudo una cabeza de plata sobre el altar de los templarios en París, y a los principales oficiales de la orden adorándola. Le habían dicho que se trataba de la cabeza de una de las once mil vírgenes martirizadas con santa Úrsula en Colonia a comienzos del siglo IV, pero que desde que había sido detenido se había dado cuenta de lo equivocado que estaba. Que siempre le había parecido la cabeza de una mujer, pero que ahora se daba cuenta de que la cabeza en realidad tenía dos rostros y barba (¡curiosa confusión!). Los comisionados papales le preguntaron si sería capaz de identificar la cabeza si se la mostraban de nuevo, a lo que el hombre respondió que sí; así pues, se envió a los funcionarios pertinentes a buscar la cabeza.

Cuando llegó la cabeza, su apariencia coincidía perfectamente con la descripción original. En un gran relicario de plata había el cráneo de una joven envuelto con tela de lino blanco, cubierta con un retal de muselina roja: los dos colores que simbolizaban el martirio. Y para colmo de colmos, había un trozo pequeño de pergamino cosido a la tela que decía: “Cabeza nº 58”. La cabeza de la mártir llevaba su certificado de autenticidad.

Según parece, tras la disolución de la orden, la cabeza de los templarios parisienses pasó a manos del Hospital de San Juan. Se cree que los caballeros teutónicos también tenían la cabeza de una de las once mil vírgenes en su encomienda de la Santísima Trinidad de Venecia. El culto de santa Úrsula y su doncellas se difundió mucho durante toda la Edad Media, y no es de sorprender que los templarios estuvieran en posesión de algunas de sus reliquias, pues todas las órdenes religiosas deseaban tener ese tipo de objetos para demostrar su piedad y santidad.

Los templarios también sentían una gran devoción por san Jorge, santo que, como ellos, había sido un activo guerrero. Había sufrido con resignación un martirio terrible a manos de los paganos por su fe cristiana. La vida de san Jorge fue para los templarios un modelo a seguir. El santo aparece representado en varios sellos de la orden; había una estatua suya en la capilla del castillo templario de Safed, y, según los documentos que han llegado a nuestras manos, la orden creía que era el protector de dicho castillo; su imagen aparece también en un fresco de la capilla de la orden de Cressac (departamento de Charente), Francia. En diversas anécdotas relacionadas con la actividad militar de los templarios se habla de san Jorge. Una de las oraciones de la orden citadas en las actas del proceso del Temple hace referencia a san Jorge.

Hasta aquí, parece que los templarios fueron un modelo de católicos piadosos de los siglos XII y XIII. Veneraban a los santos, asistían piadosamente a los servicios religiosos y eran constantes en la oración. No obstante, no constituían un modelo de religiosos de una orden monástica, porque no observaban la clausura y tampoco habían recibido una instrucción teológica. La clausura implicaba que todos los miembros de la orden tenían que vivir en un convento cerrado, y no se les permitía salir de él salvo en circunstancias excepcionales. Las órdenes militares no podían llevar una vida de clausura porque sus miembros debían salir de las casas religiosas para ir a la guerra; del mismo modo, las nuevas órdenes de canónigos y posteriormente de frailes tampoco llevaban una vida de clausura porque también salían a trabajar al mundo exterior. El relato de Jocelin de Brakelond acerca de la vida cotidiana a finales del sigo XII en la abadía benedictina de Bury Saint Edmunds, en Suffolk, pone de manifiesto los inconvenientes de la clausura, con sus murmuraciones, cotilleos y envidias, y sus reuniones capitulares acabando en verdaderos alborotos y escándalos. En una casa abierta, en la que se podía entrar y salir, era más difícil que se produjeran disputas entre los distintos miembros, de modo que las relaciones entre ellos solían ser más armoniosas. Sin pensamos de nuevo en el ejemplo de Bury, es fácil comprender por qué muchos individuos de la época preferían realizar donaciones a las nuevas órdenes religiosas que no eran de clausura.

La falta de instrucción era algo más que un simple obstáculo. Las órdenes religiosas eran centros de enseñanza cristiana; de hecho fueron las órdenes religiosas las que se encargaron de preservar el desarrollo cultural entre los siglos V y XI, época en que las escuelas seculares brillaban por su ausencia y la mayoría de los laicos no sabían ni leer ni escribir. Sin embargo, la función de la Orden del Temple consistía en luchar en la defensa de la Cristiandad, y sus máximas autoridades no consideraban prioritaria la educación. Los hermanos procedían en su mayoría de las clases guerreras más bajas y, aunque podían leer y escribir en su propia lengua, desconocían el latín, la lengua culta. En efecto, parece que la formación cultural fue un aspecto que se pasó por alto en la orden, pues inducía a que los hermanos pensasen demasiado por ellos mismos y discutieran las órdenes de sus superiores, socavando así la disciplina.

No obstante, sí hubo algunos intentos formativos. La provincia inglesa tomó la iniciativa de producir traducciones de obras religiosas en latín al francés anglonormando, lengua que los hermanos podían entender. Esas traducciones fueron realizadas durante la segunda mitad del siglo XII, al mismo tiempo que el priorato ingles de la Orden del Hospital de San Juan procedía a la traducción de su Regla y sus leyendas al francés anglonormando. La Iglesia católica todavía no se había afianzado y no había emprendido su labor de traducción de obras religiosas (que no empezaría hasta el 1230), por lo que seguía aceptándose comúnmente que las obras religiosas fueran traducidas a una “lengua vulgar” siempre y cuando se contara con la autorización correspondiente. El libro de los Jueces del Antiguo Testamento en latín fue traducido al francés por dos de los principales hermanos de la Orden del Temple en Inglaterra, a saber, Ricardo de Hastings y Osto de Saint-Omer, entre 1150 y 1175. En él se cuenta cómo los hijos de Israel defendieron la Tierra Prometida que había sido conquistada en el Libro de Josué. Como el papel de los templarios consistía en defender Tierra Santa, que había sido conquistada por la primera cruzada, el paralelismo existente resulta más que obvio. Esa traducción podía ser leída a los templarios en voz alta durante las comidas, como preceptuaba la Regla (apartado 288). (continuará)

jueves, 21 de abril de 2011

VIA CRUCIS


Desde la encomienda de Barcelona, aprovechamos para desearos que paséis una buena Semana Santa, bajo la reflexión de lo que supone para nosotros, los cristianos, esta sagrada conmemoración de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Deciros también que esta página permanecerá también en silencio hasta el próximo martes, veintiséis de abril; mientras tanto hemos seleccionado el siguiente “Via Crucis”, extraído de la página web de los monjes franciscanos (http://www.franciscanos.org)

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura nos ayude tanto individual como también colectivamente, a acercarnos al Misterio del Verbo Encarnado.

VIA CRUCIS

Oración inicial

Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar... Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]

Primera Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.

Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Segunda Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Tercera Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Quinta Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Sexta Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Séptima Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.

Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Undécima Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Duodécima Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimotercera Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y
PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.

Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimoquinta Estación
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Pasado el sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y trataron resucitado.

En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén