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viernes, 8 de abril de 2011

Conociendo a Jesucristo: Las sanaciones


Desde la encomienda de Barcelona, hoy proseguimos con el apartado dedicado a entender a la figura más importante para todo cristiano: la vida y obra de Nuestro Señor Jesucristo.

Para ello hemos seleccionado un nuevo texto del teólogo protestante, J.R. Porter, de su libro “Jesus Christ”, donde trata sobre las sanaciones que produjo Jesús de Nazaret.

Desde Temple Barcelona, deseamos que su elección sea de vuestro agrado.

Imagen de la obra "La resurrección de Lázaro" de Juan de Flandes (1516-1518)

En tiempos de Jesús, por regla general las enfermedades eran achacadas a espíritus malignos, por lo que es difícil diferenciar en los evangelios entre nación y exorcismo (la expulsión de los espíritus que habían poseído a un individuo). Por ejemplo, la suegra de Pedro sufrió unas fiebres que “la abandonaron” después de que Jesús “la riñera” (Lc 4, 39). No obstante, varios pasajes parecen reconocer una diferencia entre las sanaciones y los exorcismos, especialmente en Mateo, el cual demuestra un considerable conocimiento diagnóstico en la clasificación de las enfermedades (Mt 4, 24; 10, 8). En tiempos de Jesús existían dos tipos principales de sanadores: los médicos profesionales, los cuales eran mal considerados y los “curanderos”, que gozaban de gran popularidad. Éstos últimos realizaban sus curaciones mediante el uso de ancestrales métodos y productos mágicos, como hechizos, encantamientos, partes de animales, pociones y sangre. No existe ninguna indicación de que Jesús hiciera uso de estas prácticas, aunque en tres ocasiones se dice que curó a una persona mediante la aplicación de saliva (Mc 7, 33; 8, 23; Jn 9, 6). Sin duda se trataba de un remedio popular habitual, pero el punto esencial es que creaba una unión física entre Jesús y el enfermo. Muchos de los relatos de sanaciones realizadas por Jesús incluyen algún tipo de contacto físico, tocar o imponer las manos. De forma parecida, los evangelios recogen el hecho de que hubo personas que se curaron palpando a Jesús o incluso simplemente tocando sus ropas, como en el caso de la mujer con la hemorragia. Cuando Jesús sanaba, salía virtud de Él (Lc 6, 19); ésta era la manera en que él mismo sabía cuándo alguien le había tocado en medio de una multitud (Lc 8, 46). En esos momentos, Jesús aparecía como un hombre santo parecido a diversos profetas de Israel, en posesión de una misteriosa fuerza casi física que podía dirigir en beneficio de los demás.

Para Jesús, un aspecto igualmente importante de las sanaciones era su palabra autoritaria. En ocasiones una simple orden era suficiente: “Sé limpio” (Mc 1, 41 y paralelos). La palabra de Jesús actuaba incluso a distancia (Mt 8, 5-13; Lc 7, 2-10).

Sin embargo, más habitualmente, el contacto y la orden iban unidos, lo que parece que constituía la práctica habitual de los sanadores populares. Un ejemplo es el relato de la curación de un hombre ciego en Bethsaida, en el que Jesús hizo ambas cosas, aplicó saliva en los ojos del hombre y le impuso sus manos (Mc 8, 22-25).

Resucitar a los muertos

Los evangelios recogen tres ocasiones en las que Jesús devolvió la vida a una persona muerta. En el Nuevo Testamento, esta habilidad milagrosa forma parte del papel de profeta de Jesús, y le relaciona sobre todo con las figuras bíblicas de Elías y de Eliseo. Estos dos grandes profetas devolvieron la vida al hijo de una viuda (1 Re 17, 17-23; 2 Re 4, 18-36) y el relato de estos milagros presenta un paralelismo con las historias de los evangelios sobre la vuelta a la vida de la hija de Jairo, un príncipe de la sinagoga (Mc 5, 22-24: 35-42 y paralelos).

Los tres evangelios citan a Jesús diciendo que la hija de Jairo “no está muerta sino dormida”. Esto podría entenderse literalmente, pero en cada evangelio existe una gran preocupación por dejar claro que la muerte de la muchacha era real, tal y como hace Juan en el relato de la vuelta a la vida de Lázaro, donde Jesús utiliza palabras similares (Jn 11, 11-14). En este casos parece evocarse el libro de Daniel, el cual dice que “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados” (Dan 12, 2): los muertos duermen plácidamente, esperando la resurrección general en el día del Juicio Final. En la epístola de Pablo a los efesios están los requerimientos: “Despiértate, tu que duermes y levántate de los muertos” (Ef 5, 14).

Así pues, la vuelta a la vida de la hija de Jairo es un aperitivo de la resurrección prometida a todos aquellos que creen en Jesús. Ésta es también la interpretación de Juan de la resurrección de Lázaro, una historia que sólo aparece en este evangelio (Jn 11, 1-44); el propio Jesús es “la resurrección y la vida” (Jn 11, 25).

La resurrección del hijo de una viuda en Nain, sólo presente en el evangelio de Lucas (7, 11-15), es aún más parecido a las historias de Elías y Eliseo. El milagro prepara el camino para la respuesta de Jesús a los mensajeros de Juan el Bautista (Lc 7, 20-23) y dibuja a Jesús como un profeta tan granda como sus dos predecesores bíblicos. Su procedencia trae la gracia de Dios a su gente (Lc 7, 16).

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