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viernes, 15 de abril de 2011

La vida religiosa de los Templarios: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona, damos comienzo con un nuevo apartado dedicado a la vida religiosa de los templarios. Y para ello hemos seleccionado el siguiente texto escrito por la historia y especialista en la Orden del Temple, Mrs. Helen Nicholson en su libro “The Knights Templar”.

Con su detenida lectura, iremos indagando en cómo ejercitaba un templario sus inquietudes religiosas.

Desde este humilde rincón, deseamos que su lectura os sea provechosa.

Las encomiendas del Temple eran lugares bulliciosos, una combinación de graja secular y/o centro industrial y/o comercial, además de llevarse a cabo en ellas diariamente las observancias religiosas de rigor. Una vez a la semana los miembros de la orden de cada casa celebraban su propio capítulo. En los monasterios tradicionales los monjes se reunían todos los días en un cabildo construido específicamente para sus asambleas, pero las casas de los templarios no podían permitirse semejante gasto, y celebraban sus capítulos en el edificio más apropiado del que disponían, con frecuencia la capilla. Las reuniones capitulares semanales empezaban y terminaban con una serie de plegarias dirigidas por el capellán (si la casa contaba con uno), y en ellas se discutía el andamiento de la casa y se trataban las cuestiones relacionadas con las faltas contra la Regla cometidas por los hermanos, imponiendo los pertinentes castigos. La disciplina de la orden era muy estricta, pero los errores podían ser perdonados, siempre y cuando confluyeran circunstancias atenuantes.

A las asambleas capitulares sólo podían asistir los miembros de la orden, estando vetada la participación de personas ajenas al Temple, lo cual era de práctica común en todas las órdenes religiosas. Era una norma razonable, pues en esas reuniones se trataban asuntos privados de la casa, problemas y malas acciones que podrían haber representado un verdadero escándalo para la orden de haberse hecho públicos, además de otras cuestiones que sólo interesaban a la orden. Como los capítulos eran verdaderas asambleas de junta directiva, no había ningún motivo para admitir a personas ajenas a la orden o para que éstas quisieran participar en ellos. Del mismo modo que se supone que los directivos de la actualidad no deben comentar con extraños los temas tratados en las juntas de su empresa, se suponía que los asistentes a los capítulos no debían hablar con extraños de las cuestiones tratadas en ellos. El Hospital de San Juan tenía unas normas semejantes que, según parece, fueron introducidas después de que llegaran a oídos del papa Gregorio IX ciertos rumores acerca de diversos escándalos y algunas fechorías cometidas en el seno de la orden. Las órdenes religiosas en general eran conscientes de la necesidad de proteger su reputación, y trataron de impedir que el mundo exterior se enterara de los escándalos y problemas de sus casas, aunque los rumores eran casi imposibles de evitar.

A juzgar por la Regla, n i siquiera los miembros asociados que vivían en una de las casas de la orden podían asistir a las reuniones capitulares que se celebraban cada semana. En la práctica, como representaban una parte importante de la comunidad, resulta extraño que no participaran en esas asambleas, aunque presumiblemente, de haberlo hecho, no habrían podido votar.

Los templarios no sólo siguieron la tradición monástica de celebrar asambleas capitulares, sino que toda su jornada estaba estructurada según la jornada monástica establecida en la Regla de San Benito del siglo VI. Como se suponía que las casas disponían de una capilla en la que celebrar los servicios, los hermanos debían asistir cada día a todos los oficios divinos (“las horas”, divididas en prima, tercia, sexta y nona), además de participar en otros servicios. En Oriente o en la península Ibérica, si se encontraban en plena campaña o en un lugar donde no podían asistir a las horas, tenían que rezar el padrenuestro un número establecido de veces.

Los estatutos de la orden especifican los detalles de una jornada de los templarios, empezando por los servicios religiosos a los que debían asistir diariamente (apartados 279-312, 340-365), además de establecer otras disposiciones relativas a la vida cotidiana. El tono de dichos estatutos es monástico y hace hincapié en el silencio y en la obediencia humilde: las órdenes debían llevarse a cabo con las palabras de par Dieu, expresión que significa literalmente “Por Dios”, o también podríamos decir en castellano, “como si Dios lo mandara” (apartado 313). Los hermanos debían hablar entre ellos en voz baja y con educación (apartados 321, 325). No podían blasfemar (apartado 321), ni participar en juegos de azar (apartado 317), ni emborracharse: los que estaban habitualmente ebrios podían ser expulsados de la orden. Tenían que evitar la compañía femenina: el hermano que era encontrado yaciendo con una mujer podía perder los hábitos, esto es, podía ser expulsado o, cuando menos, marginado de cualquier cargo de responsabilidad en la orden. Todo acto sexual estaba prohibido.

Sin blasfemias, juego, bebida y mujeres, los templarios difícilmente habrían podido ser identificados como caballeros, cuyas vidas estaban asociadas con todas esas cosas. Es evidente que las estrictas normas de la orden debieron suponer una verdadera conmoción para algunos hermanos, y durante el proceso del Temple en Francia un antiguo miembro contó que habían dejado la orden porque “era joven y no podía abstenerse del contacto carnal”. Otros declararon que los templarios podían disfrutar de una mujer siempre que querían, a pesar de lo que dijera la Regla. No obstante, a diferencia de otras órdenes religiosas, en la historia del Temple no hay escándalos públicos de carácter sexual. Durante el proceso de los templarios en Chipre uno de los testigos hizo una broma que daba a entender que los templarios eran unos mujeriegos, pero fue el único que dijo algo semejante. En la literatura de ficción, los templarios aparecían prestando ayuda a los amantes, pero esta imagen se basaba más en su amor por Dios que el que pudieran profesar por una mujer. No podemos decir que hubo verdaderos escándalos en la Orden del Temple, especialmente si consideramos lo ocurrido, por ejemplo, en los conventos de frailes y monjas dominicos de Zamora, donde, según parece, los primeros consideraban la casa de sus hermanas de la orden como un nido de mujeres para su goce y disfrute. Nadie escribió una historia relacionada con los templarios como El hermano Denise, es escabroso relato del poeta Rutebuef acerca de los frailes franciscanos en el que uno de los clérigos seduce a una joven diciéndole que salvará su alma si se aviene a hacer todo lo que le mande. Los templarios, a diferencia de los caballeros teutónicos, no fueron acusados nunca de violar mujeres sistemáticamente. No hubo quejas de ellos como las manifestadas por el papa Gregorio IX a propósito de la actuación de la Orden del Hospital de San Juan en Oriente en 1238, cuando el sumo pontífice declaró haber oído rumores de que los hospitalarios tenían rameras en sus pueblos. Entre los miembros del Temple tampoco encontramos a ningún personaje como Ramón de Ampurias, prior del Hospital de San Juan en Cataluña, que fue acusado en 1314 de haber intervenido para impedir que dos de sus escuderos pudieran confesarse antes de morir en Rodas y evitar así que hicieran pública las relaciones homosexuales que mantenían con él. Ramón de Ampurias fue acusado también de haber violado a muchas mujeres y de tener numerosos hijos ilegítimos. Al final, tras presentar una fuerte resistencia armada y ser excomulgado por el papa, fue cesado de su cargo. Parece, pues, que los templarios fueron más castos que otros muchos hombres religiosos.

En la Orden del Temple las relaciones sexuales con hombres se castigaban con la expulsión automática. El único caso de sodomía en la orden del que tenemos constancia acabó con el encarcelamiento de dos de los imputados, mientras que el tercero consiguió escapar, refugiándose en zona musulmana. Incluso durante el proceso de la Orden del Temple, cuando se animaba activamente a los hermanos a confesar prácticas de sodomía, fueron muy pocos los que estaban preparados para ello: de todos los testimonios del juicio (en total más de novecientos), sólo he podido identificar tres confesiones de sodomía de las que puedo plantearme su probable veracidad. Se trata de un número notablemente bajo para una gran organización de ámbito internacional, dado que los hombres de la época consideraban que en las órdenes monásticas tradicionales, como benedictinos y cistercienses, abundaban las prácticas homosexuales.

En resumen, la mayoría de los templarios observaba debidamente la Regla. Muchos hombres de su época los consideraban piadosos. Fue práctica común entre los nobles “entregarse” a la orden poco antes de morir. En sus últimos días de vida podían redimir sus pecados; y la orden se hacía responsable de su enterramiento y recibía parte de sus posesiones o la totalidad de ellas, además del honor de tener entre las tumbas de sus iglesias, la de un noble personaje, lo que garantizaba el apoyo financiero continuado por parte de la familia del difunto. Muchos guerreros ancianos o moribundos se entregaron a la Orden del Temple, entre ellos algunos muy ilustres, como, por ejemplo, Guillermo Marshal, conde de Pembroke (muerto en 1219). En Oriente uno de los nobles más importantes, Juan de Ibelin, señor de Beirut, ingresó en la orden en 1236 cuando estaba a punto de morir, mientras que Garnier l’Aleman (Werner de Egisheim) lo hizo en sus últimos años de vida, en 1233. muchos donantes regalaron capillas a los templarios para que los sacerdotes de la orden dijeran misa por su alma y la de los parientes, o para que hubiera siempre en ellas una lamparilla encendida, como la costeada por la confraternidad de Metz para que ardiera delante de la estatua de Nuestra Señora que tenían los templarios, o las pagadas por algunos donantes para que estuvieran encendidas en la capilla de Santa María en la casa de los templarios de Sandford y de Cowley, en Oxfordshire. Estas donaciones se efectuaban porque se creía que los templarios eran piadosos y que sus plegarias y servicios eran del agrado de Dios. Aunque las encomiendas de la orden en Occidente eran generalmente pequeñas y poco impresionantes, sus capillas estaban perfectamente equipadas. (continuará)

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