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jueves, 7 de abril de 2011

Ricardo Corazón de León: IIIª parte


Desde la encomienda de Barcelona proseguimos con el apartado dedicado al rey inglés, Ricardo Corazón de León. Para ello nos valemos de la pluma de Piers Paul Read, de su libro “The Templars”.

Desde esta vuestra humilde casa, deseamos que el texto os sirva con agrado.

Justo cuando los cruzados occidentales convergían en Tierra Santa en 1190, Conrado de Montferrat derrocaba a Guy de Lusignan como rey de Jerusalén. A pesar de su audaz invasión de Acre, convertido en el foco de la nueva cruzada, los barones de Outremer nunca le perdonaron que fuese el consorte de la reina Sibila ni el haber encabezado la partida de advenedizos conduciéndolos a la derrota de Hattin. Sus dos principales triunfadores, Reginaldo de Châtillon y Gerardo de Ridefort, estaban muertos, y en 1190 su posesión se debilitó más aún con el fallecimiento de su esposa y sus dos jóvenes hijas por causa de enfermedad. […]

[…] El rey Felipe Augusto II de Francia había llegado siete semanas antes. Los dos monarcas partieron de Vézelay en julio de 1190; Felipe y su ejército se embarcaron luego en Génova, mientras Ricardo se reunía con su flota inglesa en Marsella. Ambos se dirigieron entonces a Messina para visitar al rey Tancredo dio como resultado que los reyes invitados tomaran la ciudad de Messina, y se pelearon luego por la distribución del botín. Felipe también estaba enojado porque Ricardo se negaba a casarse con su hermana Alicia, a la que estaba prometido en matrimonio desde hacía años, argumentando que se su padre, el rey Enrique II, la había seducido y había tenido un hijo con ella.

En la primavera, el rey Felipe Augusto abandonó Messina y, tras un viaje sin incidentes, arribó a la ciudad de Tiro. El viaje de Ricardo fue menos sencillo: su flota se vio obligada a hacer escala en Creta, y llevada luego por los vientos a Rodas. Mientras uno de sus barcos naufragaba frente a las costas de Chipre, otro, en el que navegaba su prometida, Berengaria de Navarra, llevada a Sicilia por la madre de Ricardo, Leonor de Aquitania, y acompañada ahora por su hermana viuda, la reina Juana de Sicilia, debió refugiarse en el puerto de Limassol.

El autonombrado gobernante de Chipre, un príncipe bizantino renegado, Isaac Ducas Comneno, había hecho una alianza con Saladino y encarceló a los náufragos cruzados. Con mucha prudencia, Juana y Berengaria declinaron la oferta de bajar a tierra. Ricardo, cuando los alcanzó una semana más tarde, exigió la liberación de los prisioneros y, ante la negativa de Isaac Ducas, se dispuso a pelear. Reforzado por una flota de Acre que llevaba a Guy de Lusignan, el príncipe León de Cilicia, Bohemundo de Antioquía, Hunfredo de Toron y la jerarquía templaria de Outremer (a pesar de la muerte de Gerardo de Ridefort, los Templarios seguían respaladando al rey Guy), Ricardo se embarcó en una conquista relámpago de la isla. Despreciado por sus súbditos griegos, Isaac Ducas sólo pudo oponer una débil resistencia y pronto se rindió al rey inglés, a condición de que no le pusieran hierros: Ricardo aceptó y lo hizo encadenar con grilletes de plata.

Enormemente enriquecido por esa conquista, Ricardo dejó guarniciones latinas en las fortalezas, nombró dos funcionarios ingleses encargados de la administración y partió hacia Palestina. Ancló cerca de Tiro pero, por orden del rey Felipe Augusto y de Conrado de Montferrat, no se le permitió desembarcar. Prosiguió entonces hacia Acre, adonde llegó el 8 de junio. Su llegada levantó allí la moral de los cruzados. Felipe Augusto, aunque inteligente y apasionado por la ingeniería de sitios, era también sarcástico e hipocondríaco, cualidades que difícilmente inspirarían a los combatientes. Era también más pobre que Ricardo, quien antes de saquear Chipre había vaciado los tesoros de Inglaterra y sus posesiones francesas para financiar la campaña. Con esos recursos y su reputación marcial, se acordó que Ricardo asumiera el mando de la cruzada. Los Templarios admitieron como hermano al amigo y vasallo Ricardo, Roberto de Sablé, y lo eligieron gran maestre.

Una de las primeras medidas del gran maestre fue comprarle Chipre a Ricardo por 100.000 besants. A Ricardo le habían llegado noticias de que los funcionarios dejados allí no podían controlar la población griega: quería sacarse de encima el problema y debía saber que los Templarios, a pesar de las recientes depredaciones sufridas, aún disponían de fondos considerables. Hecho el arreglo, Roberto de Sablé despachó veinte caballeros apoyados por escuderos y sargentos para tomar el control de la isla.

El grueso de la fuerza templaria continuó en Acre con el ejército cruzado. El 12 de julio de 1191, la guarnición musulmana se rindió: Saladino no había podido levantar el sitio. El precio a pagar por la vida de sus habitantes fue de 200.000 besants, la liberación de los cristianos prisioneros y la devolución de la reliquia de la Vera Cruz. Conrado de Montferrat entró en la ciudad con los cruzados victoriosos. El rey Ricardo se dirigió al palacio real; y el rey Felipe a la fortaleza que antes estuviera en manos de los Templarios. El duque de Austria puso su estandarte en las murallas, cerca de los de los reyes de Inglaterra y Francia, reivindicando así el derecho de compartir el botín: los ingleses, por orden de Ricardo, lo quitaron y lo arrojaron al foso por las murallas. El rey Guy y Conrado de Montferrat llegaron a un acuerdo: el primero reinaría hasta su muerte, y el último sería su sucesor. Mientras tanto, compartirían los ingresos reales. […]

[…] Ricardo Corazón de León quedó como el comandante indiscutible del ejército cruzado. Se impacientó cuando surgió una complicación en el intercambio de prisioneros y el pago de la indemnización. Según una fuente, Saladino pidió a los Templarios que garantizasen los términos de un arreglo provisional pactado con Ricardo porque, por mucho que los odiara, sabía que mantendrían su palabra. Los Templarios estaban poco seguros de Ricardo y rehusaron darle a Saladino la garantía que éste requería. Ricardo se exasperó ante la demora de Saladino y supervisó personalmente la ejecución de los prisioneros musulmanes: 2.700 en total, entre hombres, mujeres y niños, fueron asesinados por los soldados ingleses.

Para los musulmanes supuso una clara violación del tratado de Ricardo con Saladino; para los cronistas francos, fue una medida necesaria y hasta digna de elogio dentro de las convenciones aceptadas de la guerra. Saladino, después de todo, había masacrado a los caballeros de las órdenes militares tras su victoria en Hattin. Ricardo seguramente debió procurarse la conformidad de los demás príncipes cristianos antes de tomar esta drástica medida: vigilar a los prisioneros habría absorbido a una buena parte de las fuerzas latinas –algo que sin duda entró en los cálculos de Saladino- evitando así que la cruzada extendiera su avance.

Tras disponer de los prisioneros y afianzar las fortificaciones, el ejército cruzado dejó Acre y marchó hacia el sur por la ruta costera que iba a Haifa y Cesarea, constantemente hostigado por las fuerzas de Saladino. La caballería avanzaba en formación cerrada, con los Templarios a la vanguardia y los hospitalarios a la retaguardia. La infantería cristiana, en particular los arqueros de Ricardo, la protegía por el flanco de tierra; a su vez, la caballería protegía a la flota de carga que acompañaba el paso del ejército. Cuando las fuerzas cristianas salieron del bosque de Arsuf, al sur de Cesarea, Saladino lanzó un ataque frontal. Fue repelido y, aunque las pérdidas fueron escasas en ambos bandos, el resultado constituyó una derrota para Saladino, la primera en una batalla abierta desde su victoria en Hattin.

Pero el ejército de Saladino, si bien debilitado y con algunas deserciones, no estaba acabado. Ricardo prosiguió la marcha hasta Jaffa, donde reconstruyó las fortificaciones. Estaba claro que ninguno de los dos ejércitos tenía poder suficiente para destruir al otro, de manera que el conflicto sólo podía resolverse mediante la negociación. Se mantuvieron frecuentes conversaciones con el hermano de Saladino, al-Adil. Pese a la masacre de la guarnición de Acre, Saladino conservaba un profundo respeto por el rey inglés. La inicial cortesía derivó en confraternización: Ricardo propuso que al-Adil se casara con su hermana Joanna y que Saladino no tomó en serio.

Después de pasar la Navidad en el monasterio de Latrun, en las colinas de Judea, Ricardo condujo su ejército hacia Jerusalén, deteniéndose a unos dieciocho kilómetros de la ciudad. Los cruzados procedentes de Europa querían sitiar la Ciudad Santa, pero los barones de Outremer y los grandes maestres de las órdenes militares aconsejaron prudencia: incluso si tomaran Jerusalén, ¿cómo podrían mantenerla una vez que Ricardo y los cruzados se hubiesen ido? Sin defensas de vanguardia entre Palestina y el Sinaí, siempre sería vulnerable al ataque desde Egipto. (continuará)

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