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miércoles, 25 de mayo de 2011

El Temple al servicio de la Corona: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona deseamos continuar con un nuevo texto de la especialista de la Orden del Temple, la historiadora anglosajona Mrs. Helen Nicholson y cuyo texto hemos extraído de su libro “The Knights Templar”.

En él nos narra a unos caballeros comprometidos con las distintas coronas de la Cristiandad, financiándolas y prestándoles recursos económicos que las ayudaran a continuar con sus proyectos.

Desde Temple Barcelona, deseamos que podáis disfrutar de su lectura.

Como las órdenes militares desempeñaron un papel tan importante al servicio de príncipes y papas, este aspecto de su historia ha sido estudiado en detalle por diversos especialistas. En las páginas precedentes ya hemos hablado de algunos de los servicios que prestaron los templarios a los reyes de Jerusalén y de la península Ibérica, e incluso a los del este de Europa. En este sentido, su servicio a los príncipes fue principalmente militar, pero en otras regiones de Europa –las islas Británicas, Francia o Italia- normalmente no fue así.

Sus miembros fueron nombrados para ocupar cargos de la máxima confianza: a partir del reinado del papa Alejandro III, aparecen de manera sistemática un templario y un hospitalario como chambelanes pontificios, esto es, los individuos encargados de atender al papa en sus aposentos privados. Esto significa que los dos caballeros estaban constantemente al lado del sumo pontífice y podían hablar con él en privado, tal vez para obtener sus favores. También podían ofrecerle su ayuda: cuando el papa Alejandro III se enfrentó al emperador Federico I Barbarroja (1155-1190) y a una sucesión de “antipapas” o falsos papas nombrados por el emperador, pudo confiar en la lealtad y el consejo de templarios, hospitalarios y cistercienses. De ahí que no nos deba extrañar el hecho de que en 1179, durante el Tercer Concilio de Letrán, el papa hiciera muy poco para apaciguar las críticas que lanzaron las órdenes cuando los obispos se lamentaron amargamente de los privilegios de los templarios y los hospitalarios, en virtud de los cuales quedaban fuera de la jurisdicción de los prelados.

Además de mariscales y porteros de la corte del papa, encontramos a miembros de la Orden del Temple entre los mensajeros, los tesoreros y los jueces delegados de la Santa Sede. Los hospitalarios y los caballeros teutónicos desempeñaron también cargos similares. Pero si por algo destacan los servicios que prestaron los templarios a los príncipes, es por el carácter financiero de muchos de ellos. Los caballeros del Temple tuvieron que desarrollar toda una serie de sistemas para manejar grandes sumas de dinero, pues la orden se dedicaba a reunir efectivo en Occidente para poder enviarlo a Oriente. Estos conocimientos financieros, sumados a la naturaleza caritativa de la orden, hizo que sus miembros se convirtieran en candidatos lógicos para puestos como portadores de dinero del papa, limosneros (los funcionarios encargados de dar limosnas a los pobres) y tesoreros. En julio de 1220 un templario y un hospitalario fueron los encargados de llevar hasta Egipto la aportación económica del papa Honorio III a la quinta cruzada: el sumo pontífice así lo ordenó porque no había nadie en quien pudiera tener más confianza.

Los príncipes seculares emplearon a los templarios en puestos parecidos. Guillermo Marshal, conde de Pembroke, nombró a un templario, al hermano Godofredo, su limosnero. En 1177 Enrique II de Inglaterra elegió también como su limosnero al hermano Roger el Templario; y los caballeros del Temple seguirían apareciendo como limosneros del rey de Inglaterra hasta 1255. Los limosneros podían hacer mucho más que distribuir arenques salados entre los necesitados de Londres: durante la guerra del rey Juan con sus barones (1214-1216), este monarca encomendó a su limosnero, el hermano Roger el Templario, la tarea de supervisar el comercio marítimo y recaudar los derechos de flete. En su calidad de limosnero, Roger probablemente estuviera acostumbrado a manejar dinero y a la distribución de bienes y dinero en efectivo, pero el impresionante aumento de sus responsabilidades no deja de poner de manifiesto la falta de hombres de confianza que tuvo el rey durante la guerra. A partir de 1229 el hijo de Juan, Enrique III, contó con un limosnero particularmente influyente, el hermano Godofredo el Templario (presumiblemente no se trata del mismo hombre que había trabajado al servicio de Guillermo Marshal), que, además de ser nombrado camarero mayor del rey y, por lo tanto, poder controlar el tesoro personal del monarca, también ejerció de principal ministro del gobierno. Matthew Paris lo hace responsable de muchos de los errores de Enrique III, y cuenta que al final fue destituido, pero en realidad el hermano Godofredo se retiró con todos los honores en 1240. Los reyes de Escocia, al igual que los de Francia, también tuvieron como limosneros a miembros de la orden. Por su parte, Jaime II de Aragón nombró limosnero suyo al templario Pedro Peyronet, que también actuó como agente de la Corona.

Los templarios en concreto también ofrecieron diversos servicios financieros a los monarcas. Estos servicios eran de distinta índole, y podían ir desde la concesión de préstamos y la custodia de objetos de valor, hasta la administración del tesoro del rey en países como Francia. Los templarios no eran como un banco en el sentido moderno de la palabra, puesto que sus operaciones financieras fueron simplemente un negocio complementario, fruto de su necesidad de acumular grandes cantidades de dinero en efectivo para transportarlas por el mundo cristiano. El dinero depositado en sus arcas no se acumulaba para volverlo a invertir, sino que permanecía guardado en las cajas fuertes de sus legítimos propietarios junto con el tesoro de la orden, y no se podían acceder a él sin la autorización del titular. En 1148, durante la segunda cruzada, los templarios y los hospitalarios prestaron al rey Luis VII de Francia un dinero sin el cual (como escribiría el propio monarca al abad Suger, nombrado regente de Francia en su ausencia), sus tropas no habrían podido permanecer tanto tiempo en Oriente. En 1250, durante la cruzada de Luis IX, los templarios hicieron posible que el rey tuviera el dinero suficiente para pagar su propio rescate al sultán de Egipto. En un primer momento el tesorero de la orden se negó a conceder el préstamo, pero Jean de Joinville, que se había presentado allí para recoger el dinero, lo amenazó con abrir una de las arcas que tenían depositadas los templarios para su custodia, y tomar el dinero por la fuerza. El mariscal del Temple llegó en ese preciso momento y le dijo al tesorero que entregara a Jean la llave. En rigor, no debía haberse prestado el dinero en aquellas circunstancias, pero la violenta amenaza de Jean de Joinville permitió que la orden optara por ajustar sus reglas a beneficio del soberano francés.

En 1263 se produjo un episodio parecido en el cuartel general del Temple en Londres, pero en esa ocasión sin la connivencia de los hermanos. El rey Enrique III atravesaba una grave crisis financiera y su gobierno estaba amenazado por los miembros más críticos de la nobleza.

Los templarios habían prestado con frecuencia dinero a Enrique III, especialmente durante los años de crisis de comienzos de su reinado, pero es evidente que en esta ocasión se negaron a hacerlo, siendo el resultado este “atraco a mano armada”. La petición inicial de Eduardo de ver las joyas de su madre era perfectamente razonable, en el sentido de que las joyas estaban depositadas en el New Temple para su custodia; los templarios, al estar desarmados, no pudieron oponer resistencia a Eduardo y a sus hombres cuando éstos decidieron recurrir a la fuerza.

En 1232 la orden había tenido más éxito a la hora de reafirmar su independencia. El rey Enrique había degradado a Huberto de Burgh, un alto funcionario del reino encargado de los asuntos judiciales, y había confiscado todas sus propiedades. Según cuenta Roger de Wendover, cronista de la abadía de Saint Albans, Enrique oyó decir que Huberto tenía muchísimo dinero depositado en el New Temple, en Londres, de modo que mandó llamar al maestre del Temple en Inglaterra y quiso saber si eso era cierto. El maestre admitió que era verdad, pero que desconocía la suma depositada. El rey exigió que se le entregara aquel dinero, aduciendo que Huberto lo había malversado del tesoro real, pero los hermanos replicaron que no podían hacer entrega de ninguna cantidad de dinero depositada en su cuartel general sin la autorización expresa de su titular. El rey debía obtener permiso de Huberto para que los templarios le entregaran las llaves de las arcas del funcionario real.

En Inglaterra el tesoro real formaba parte de la casa del rey y era administrado por funcionarios reales; el New Temple ofrecía simplemente un espacio adicional en el que guardar dinero y objetos de valor. Aunque los templarios y los hospitalarios participaron en la recaudación del “diezmo de Saladino” para la tercera cruzada, normalmente no intervenían en la administración de las finanzas de la Corona. En Francia los templarios se encargaron de la tesorería real. El tesorero de la orden en París ejercía también de tesorero del rey. La orden se encargaba de recibir los impuestos y de organizar los pagos a los oficiales y a los soldados de la Corona entre otros. El rey de Francia no establecería su propio tesoro en el Louvre hasta 1295, e incluso entonces siguió utilizando la tesorería del Temple. Es evidente que la orden era esencial para el buen funcionamiento de la administración de la Corona de Francia. (continuará)

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