© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

jueves, 5 de mayo de 2011

Federico de Hohenstaufen: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona hemos encontrado interesante un texto del novelista y escritor Piers Paul Read en su libro “The Templars”. Esta vez nos habla de los entresijos de la cuarta Cruzada y el papel fundamental que tuvo la Orden del Temple, en el devenir de los hechos, así como también la relevancia que mostraron los caballeros teutónicos en la alianza cristiana en Tierra Santa.

Desde Temple Barcelona, os animamos a que disfrutéis con su lectura.

En 1213, el papa Inocencio III publicó una bula, Quia maior, por lo que llamaba a una nueva cruzada contra los sarracenos de Oriente. Una serie de factores sugerían que el momento era propicio: Simón de Montfort estaba en la cúspide de su trayectoria en Languedoc, se había derrotado a un ejército musulmán en las Navas de Tolosa, y el extraordinario fenómeno de la cruzada de los niños, en el que siete mil jóvenes de Francia y de Renania habían partido a liberar el Santo Sepulcro, aunque mal concebido, desventurado y desalentado por la Iglesia, había demostrado la fuerza del entusiasmo popular por la causa de un guerra santa.

Incluso la escandalosa desviación de la cuarta Cruzada a Constantinopla le parecía al Papa un mal que encerraba un bien: todas las potencias de la cristiandad estaban unidas bajo su mando. Hasta las desventajas como los continuos conflictos entre los Capetos y los Plantagenet en Francia, y los Güelfos y los Hohenstaufen en Germania, sirvieron a los fines de Inocencio al eliminar a todos los rivales en el comando de la cruzada. Su llamamiento fue repetido por los 1.300 obispos que se reunieron en Roma para el IV Concilio de Letrán en 1215, y se tomaron importantes medidas legales y administrativas para recaudar el dinero con el que financiar el proyecto, incluyendo la extensión de la indulgencia, que abarcaría ahora no sólo a aquellos que pelearan sino también a aquellos que pagaran. Esto posibilitaría que las mujeres tomasen la cruz a través de donaciones y legados. Las mujeres fueron usadas también para persuadir a sus esposos de unirse a la misión: Jaime de Vitry, a quien unos genoveses le requisaron caballos para una excursión militar, sermoneó en cambio a sus mujeres. “Los burgueses se llevaron mis caballos y yo convertí en cruzados a sus mujeres”. El dinero recaudado era depositado en una cuenta manejada por el hermano Haimard, el tesorero del Temple en París.

Inocencio murió en 1216, antes de ver concretados sus planes. Con el mismo entusiasmo los asumió su sucesor, el cardenal Savelli, quien adoptó el nombre de Honorio III. De avanzada edad en el momento de ser elegido, Honorio no poseía la capacidad de liderazgo y empuje de Inocencio. No obstante, la nueva cruzada ya tenía su propio impulso: las caballería de Francia e Inglaterra podían estar distraídas por las guerras de sus reyes y la represión de herejes, pero contingentes de austríacos y húngaros se reunieron en Spoleto para ser transportados por los venecianos a Palestina.

Por aquel entonces, el rey de Jerusalén era ahora un anciano caballero de Champagne, Juan de Brienne. Que fuera el mejor candidato disponible para la princesa María, la heredera del reino, era, para la nobleza europea, una señal de mala situación de Outremer. Cuando se casaron, en 1210, él tenía sesenta años y ella diecisiete. Dos años más tarde, María murió tras dar a luz a una hija, Isabella, conocida como Yolanda. Juan reinaba ahora como regente de su hija, siguiendo una prudente política con el hermano y sucesor de Saladino, al-Adil. En 1212, por mutuo interés, renovaron la tregua. Cuando el rey Andrés llegó en 1217 con su contingente de húngaros, se hicieron algunas incursiones en territorio musulmán sin ningún resultado significativo. Tras haber cumplido sus votos, los húngaros regresaron a casa por Anatolia llevando de vuelta una serie de reliquias, entre ellas la cabeza de san Esteban y una de las jarras de las bodas de Caná.

En Tierra Santa, los peregrinos húngaros y austriacos habían ayudado a los Templarios y a los Caballeros Teutónicos a construir una nueva fortaleza en Atlit que, en homenaje a su contribución, fue llamada castillo Peregrino. Construido sobre un promontorio en la costa al sur de Haifa para proteger el camino –así como los viñedos, los bosques de frutales y los campos cultivados de la localidad, vulnerables a los ataques musulmanes-, era una formidable fortaleza con un foso y una doble muralla en el flanco que daba a su interior. El dominico germano Bruchard de Monte Sión consideró “tan fuertes y almenadas las paredes y murallas y barbacanas, que ni el mundo entero podría conquistarla”. Dentro de las murallas había tres grandes salones y una iglesia templaria con su rotonda. Según el cronista Oliver de Paderborn, la fortaleza almacenaba suficientes provisiones para alimentar a 4.000 combatientes.

En abril de 1218 llegó a Acre una flota frisia, que le proporcionó el rey Juan los medios para invadir Egipto. La flota zarpó el 24 de mayo, y el día 27 desembarcó en las costas del Nilo, frente a la ciudad de Damietta. Allí montaron campamento y el 24 de agosto lanzaron un exitoso ataque contra el fuerte que protegía la entrada del río. El gran maestre Guillermo de Chartres, a cargo de un importante contingente templario, murió de fiebre dos días más tarde. Fue sucedido por un experimentado Templario “de carrera”, Pedro de Montaigu, quien había sido maestre en Provenza y España y había peleado en la batalla de Navas de Tolosa.

Establecida frente a Damietta una cabecera de playa, se sumaron a los cruzados nuevos contingentes llegados de Europa, entre ellos los de los condes franceses de Nevers y la Marche, los condes ingleses de Chester, Arundel, Derby y Winchester, los obispos de París, Laon y Angers, y el arzobispo de Burdeos; y por último, una fuerza de italianos conducidos por el legado del papa Honorio, el cardenal español Pelagio de Santa Lucía.

Pelagio, como legado papal, estaba ahora al mando. Era un hombre enérgico y decidido, aunque petulante, sin tacto y autocrático. El sitio de Damietta continuó urante el verano de 1219, con la enfermedad cobrándose sus víctimas entre los cruzados. Incapaz de expulsarlos, el sultán al-Kamil buscó acordar la paz y, como prueba de sus buenas intenciones, le permitió a Francisco de Asís, que estaba visitando a los cruzados, atravesar las líneas y predicar para él y su campamento en Fariskur. Ambos se trataron con exquisita cortesía, pero ninguno persuadió al otro de aceptar sus creencias. Sin embargo, aunque no deseaba convertirse al cristianismo, al-Kamil estaba dispuesto a sacrificar Jerusalén si los cristianos levantaban el sitio de Damietta.

Ese ofrecimiento provocó una fisura en el campamento de los cruzados: Pelagio y el patriarca de Jerusalén estaban en contra de cualquier pacto con el infiel, mientras que el rey Juan, apoyado por los barones de Palestina y de Europa, quería aceptarlo. Los grandes maestres de las órdenes militares decidieron que Jerusalén no podría ser sostenida a menos que los musulmanes cedieran también Transjordania. Para al-Kamil, esa condición era inaceptable. Los cruzados rechazaron en consecuencia sus términos y lanzaron un exitoso ataque a Damietta: su guarnición y sus habitantes estaban muy debilitados para oponérseles.

Establecidos en Damietta, los cristianos aguardaban ahora el arribo de un ejército conducido por el emperador germano, Federico II de Hohenstaufen, antes de continuar remontando el Nilo. En 1221 llegó el duque Luis de Bavaria con 500 caballeros, supuestamente la vanguardia del ejército de Federico. Al ver que no había más refuerzos en camino, Pelagio ordenó el avance a Egipto, pese a los recelos de Juan de Brienne y de aquellos Templarios a cuyo juicio los recursos de os cruzados se hallaban al límite y no eran suficientes para emprender la conquista de Egipto. Sus objeciones fueron desestimadas. El ejército cruzado marchó por la ribera del Nilo hacia Mansurah, adonde llegaron una semana más tarde. Mientras se instalaban en las afueras de la ciudad, los contingentes del ejército de al-Kamil se acercaron por detrás y varios barcos egipcios partieron del lago Manzalah para cortar la retirada de los cristianos. Los cruzados habrían podido abrirse paso peleando si los egipcios no hubiesen abierto las compuertas e inundado el terreno que aquéllos debían cubrir. Fueron, como el gran maestre templario escribió más tarde al preceptor templario de Inglaterra, “atrapados como peces en una red”. (continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario