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miércoles, 18 de mayo de 2011

Federico de Hohenstaufen: IIIª parte


Desde la encomienda de Barcelona queremos concluir con el apartado dedicado al controvertido emperador Federico de Hounstaufen. Para ello hemos seleccionado el siguiente texto del novelista Piers Paul Read de su libro “The Templars”, donde nos relata con meridiana claridad el enfado que sufrían los Templarios en las polémicas decisiones tomadas por éste.

Desde Temple Barcelona confiamos que el texto os será interesante.

Tras negarse en un principio, Federico aceptó. La joven de dieciséis años fue coronada en Acre reina de Jerusalén, y luego partió hacia Europa, donde se casó con Federico en la catedral de Brindisi el 9 de noviembre de 1225. A pesar de su fe en la razón, Federico obedecía las predicciones astrológicas y pospuso gozar de la joven novia hasta la mañana siguiente a la boda, momento propicio para engendrar un hijo varón, según las estrellas. Posteriormente sedujo a la prima de Yolanda y rompió la promesa hecha a Juan de Brienne de que podría seguir gobernando como regente de su hija, reclamando como esposo de Yolanda su propio derecho a ser rey. Cuando se supo que Yolanda estaba encinta, Federico la envió a su harén de Palermo donde la joven dio a luz a un niño, Conrado, y falleció unos días más tarde.

En marzo de 1227 le llegó la hora de la muerte al papa Honorio III. Fue sucedido por otro miembro de la familia Segni, Ugolino, que tomó el nombre de Gregorio IX. Al igual que su tío, el papa Inocencio III, Gregorio IX era abogado canónico y, como legado papal, le había dado la cruz a Federico II en su coronación de 1220. Profundamente espiritual, el amigo y defensor de Domingo de Guzmán y Francisco de Asís era también, en contrate con el apacible Honorio III, resuelto, inflexible, inusualmente enérgico y políticamente hábil. En un tiempo amigo de Federico hizo escala en Otranto porque estaba enfermo, después de partir a Tierra Santa en agosto de 1227 como había prometido, Gregorio lo excomulgó por no cumplir su voto. […]

[…] Desde la perspectiva de Federico, esa división de las lealtades latinas sólo habría importado si hubiese tenido en mente una guerra. En realidad, la debilidad de las fuerzas a su disposición reforzó su idea de obtener por la diplomacia lo que no podía ser tomado por la fuerza. Los augurios eran buenos. Antes de dejar Sicilia, Federico había recibido en su corte de Palermo al emir Fakhr ad-Din ibn as-Shaikh, un emisario del sultán de Egipto, al-Kamil, el sobrino de Saladino. El sultán ofrecía devolver Jerusalén a los cristianos a cambio de ayuda militar contra sus enemigos del este. Federico envió entonces al obispo de Palermo y a Tomás de Acerra a El Cairo con valiosos obsequios y declaraciones de amistad; Fakhr ad-Din regresó una vez más a Palermo y entabló una estrecha amistad con Federico.

Para cuando Federico llegó a Palestina, las circunstancias habían cambiado en el Imperio ayubí, y al-Kamil había adquirido plena conciencia del daño que le significaría en el mundo islámico devolver Jerusalén a los francos. Federico envió emisarios ante al-Kamil, ahora en Nablus, para recordarle su promesa de someter Jerusalén. Mientras al-Kamil se andaba con rodeos, Federico hizo intentos esporádicos y totalmente infructuosos de afirmar su autoridad. En un momento, trató de tomar posesión del castillo Peregrino, pero los Templarios le cerraron las puertas en la cara. El ánimo de la Orden para con el emperador posiblemente se vio exacerbado por el favoritismo que éste había mostrado hacia los Caballeros Teutónicos; y por la presencia entre los Templarios de un grupo de caballeros de Apulia que se habían rebelado contra Federico refugiándose luego tras el hábito blanco del Temple.

En noviembre de 1228, Federico decidió coaccionar a su amigo al-Kamil mediante una demostración de fuerza. Partió de Acre en dirección al sur. Los caballeros del Temple y del Hospital se negaron a ponerse bajo sus órdenes, pero lo siguieron a un día de marcha. Cuando el ejército llegó a Arsuf, Federico aceptó delegar su mando a líderes que no estaban bajo impugnación de la Iglesia, y las órdenes militares se unieron entonces a la fuerza principal. […]

[…] En la que fue probablemente la máxima ironía de la historia de las cruzadas, dos hombres esencialmente no religiosos discutían por una ciudad que a ninguno le importaba como tal, aunque sabían lo que la misma significaba en términos de su prestigio. “Fuiste tú quien insistió en hacer este viaje”, le escribió Federico a al-Kamil, según cronistas árabes. “El Papa y todos los reyes de Occidente saben ahora de mi misión. Si vuelvo con las manos vacías, perderé mucho prestigio. Por piedad, dame Jerusalén para que pueda mantener mi cabeza en alto”. A lo cual respondió al-Kamil: “Si te entregara Jerusalén, podría costarme no sólo la condena de mis acciones por parte del califa, sino una insurrección religiosa que amenazaría mi trono”. Al final, prevaleció el sentido del honor de al-Kamil. Federico había ido a Oriente invitado por él, y debía obtener algo a cambio. El 18 de febrero de 1229 fue firmado un tratado que devolvía Jerusalén al dominio cristiano. También se cedía Belén, un corredor de tierra hasta la costa de Jaffa, Nazaret y parte de Galilea, incluidos los castillos de Montfort y Toron. En Jerusalén, el Monte del Templo con la Cúpula de la Roca y la mezquita de al-Aqsa continuarían en manos musulmanas, con libre acceso para los musulmanes que quisieran ir allí a rezar. Todos los prisioneros serían liberados, y se firmó una tregua por los siguientes diez años.

Ninguno de los dos gobernantes recibió las gracias por alcanzar ese histórico acuerdo. Los imanes execraron a al-Kamil por traicionar al Islam, mientras que por el lado cristiano sólo los partidarios de Federico, sobre todo los sicilianos y los germanos, elogiaron el tratado. “¿Qué más pueden desear los pecadores –preguntaba el poeta y cruzado germano, Friedank- que el sepulcro y la gloriosa cruz?”. La respuesta, en la mente del patriarca, los cruzados peregrinos y las dos principales órdenes militares, era un triunfo militar. Que el voto cruzado fuera cumplido sin derramamiento de sangre parecía rebajar el valor penitencial del mismo. En el tratado no se hacía ninguna mención de Cristo ni de la Iglesia; y tampoco habría en la ciudad una limpieza de infieles. A los Templarios los enfurecía particularmente que sus cuarteles del Monte del Templo siguiera siendo una mezquita. […]

[…] Federico no se demoró en Jerusalén. Las noticias de contratiempos en Italia hacían imperativo su retorno a Europa. Dejó en la ciudad una guarnición de caballeros teutónicos y la orden de reconstruir sus torres y murallas, y regresó a Acre. Allí, el patriarca Geroldo, junto con los Templarios, estaba reclutando un ejército para tomar posesión de Jerusalén en nombre del Papa y avanzar contra el sultán de Damasco, que no había aceptado la tregua. Federico se opuso. Geraldo se negó a escuchar al emperador excomulgado. La ciudad de Acre se hallaba en estado de agitación. La nobleza local estaba furiosa por no haber sido consultada sobre el acuerdo; los venecianos y genoveses estaban resentidos por la preferencia mostrada por Federico a favor de los pisanos, sus aliados en Italia; y había disturbios entre la población contra la guarnición imperial.

Para afirmar su autoridad, Federico convocó a todos los ciudadanos, prelados, barones y peregrinos, para justificar sus acciones y quejarse de la enemistad del patriarca y de los Templarios. La asamblea no fue un round ganado. Federico optó por la coerción. Ordenó a sus tropas que cerraran las puertas de la ciudad a sus enemigos, incluidos los Templarios, y que rodearan el palacio del patriarca y la fortaleza de la Orden. Tenía planes de secuestrar a Pedro de Montaigu, el gran maestre templarios, y a Juan de Ibelin, el señor de Beirut, pero ambos estaban demasiado bien protegidos para llevarlos a cabo. Tras nombrar baillis que representaran sus intereses (aunque la estima en que los tenían sus oponentes exponía la realidad de su derrota) y destruir todas las armas que pudieran caer en manos de sus enemigos, Federico fijó como fecha de su partida el 1 de mayo. Al amanecer de ese día, mientras caminaba desde su palacio hasta el puerto por la calle de los carniceros, los ciudadanos de Acre, entre abucheos, le arrojaron desperdicios. (fin del apartado)

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