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martes, 14 de junio de 2011

Aragón, Cataluña y Navarra en el siglo XII


Desde la encomienda de Barcelona seguimos aportando claridad a uno de los períodos más importante de la historia de España: la Reconquista.

Gracias al arduo trabajo de D. Juan Antonio Cebrián, que fue periodista y locutor, y al mismo tiempo, buen amante de la Edad Media. Esta vez nos lleva hasta el siglo XII, época donde aparecerán los Pobres Caballeros de Cristo para dar apoyo y cobertura a las tropas cristianas peninsulares, en la recuperación de las tierras hispanas que fueron invadidas por los musulmanes, cinco siglos antes.

Para ello hemos extraído de su libro “La Cruzada del Sur”, el siguiente texto que deseamos os ayude a entender mejor, las luchas entre moros y cristianos.

Escena de los esponsales en el año 1137, entre la todavía niña Doña Petronila de dos años de edad y Ramón Berenguer IV de veintitrés años.

El reino de Aragón vivió un excitante siglo XII. El primer monarca de este período Pedro I, que había emprendido una serie de campañas sobre los musulmanes de la antigua marca superior andalusí, conquistó Huesca gracias a su tremenda victoria sobre las tropas del rey zaragozano, Mostaís II, y más tarde, en la batalla de Alcoraz en 1101, tomó la importante plaza de Barbastro, muy apreciada por los mahometanos. Las huestes de Pedro I cabalgaban libremente por el somontano y llanura de Aragón, pero no consiguieron el objetivo principal de cruzar el Ebro hacia su margen izquierda, donde se encontraba la emblemática ciudad de Zaragoza. Por el momento, Jaca seguí siendo capital de un reino cada vez más influyente.

En 1104 fallece sin descendencia el rey Pedro I: sus matrimonios con Inés de Aquitania y con María, la hija de su amigo el Cid, no dieron herederos que le pudieran suceder, y en consecuencia, fue su hermano Alfonso I quien tomó las riendas desde ese momento.

Alfonso I el Batallador mantendrá el vigor aragonés en la Reconquista. Su fallido matrimonio con la reina Urraca de Castilla y León lo empuja a la difícil tarea de mantener en solitario el esfuerzo bélico contra los musulmanes. Para ello pide al papa la proclamación de una Cruzada internacional que ayude a las huestes aragonesas y navarras en la difícil misión de tomar Zaragoza. Su petición es atendida acudiendo miles de caballeros desde Francia, Castilla y Cataluña. Éstos vienen dirigidos por líderes insignes como Gastón de Bearn, don Diego López de Haro o el conde de Pallars.

El ejército cruzado puso sitio a Zaragoza en 1114; durante cuatro años los musulmanes refugiados en la plaza ofrecieron una heroica resistencia. Finalmente, tras la muerte de su líder Ibn Mazladí, la oposición mahometana se vino abajo sin quedarles más remedio que ofrecer la rendición incondicional. El 19 de diciembre de 1118, Alfonso I el Batallador entraba de forma triunfal en Zaragoza, ciudad recuperada definitivamente para la cristiandad y nueva capital del reino. De este modo Aragón dejaba de ser un territorio montañés convirtiéndose en una potencia de sólido peso en la península Ibérica.

Tras la caída de Zaragoza muchas plazas satélite se quedaron sin el sustento principal para su defensa, por eso no fue difícil que los aragoneses las capturaran sin apenas combatir. Al año siguiente toma Tudela y Tarazona, en 1120 caen Calatayud y Daroca. Llegó hasta Monreal del Campo amenazando Lérida y Tortosa. En 1125 lanza una terrible razia sobre Valencia, Murcia y Andalucía que, si bien no supuso ninguna anexión territorial, sí en cambio consiguió atraer el interés de unos 15.000 mozárabes que le sirvieron para repoblar algunos territorios aragoneses.

En 1133 el Batallador asedió Fraga, sin embargo, en esta ocasión la fortuna no le fue propicia, sufriendo una considerable derrota a manos musulmanas. Fue la última campaña del gran rey aragonés, la enfermedad hizo estragos en su cuerpo falleciendo sin descendencia en julio de 1134. Su testamento causó estupor entre los súbditos del reino, dado que entregaba el gobierno de Aragón y Navarra a las órdenes militares extranjeras del Temple, Santo Sepulcro y Hospital de San Juan. Los primeros habían hecho acto de presencia en la península Ibérica cuatro años antes cuando los condes catalanes les cedieron la posesión de algunas plazas y castillos. Tras la muerte de Alfonso I el Batallador, se inician negociaciones que culminarán con el establecimiento de la orden del Temple por todo el reino aragonés. Se les entregará más de una treintena de castillos y plazas como Monzón, Montgai, Barberà, Belchite, Chalamera, Corbins y Remolins. La relación entre Aragón y los templarios se estrechará en los dos siglos siguientes. Los monjes participarán decisivamente en las empresas guerreras del reino, ejercerán de árbitros en las cuitas internas y tutelarán la educación de monarcas como Jaime I. A pesar de su forzosa desaparición a principios del siglo XIV, en Aragón mantendrán su prestigio y buena imagen acabando muchos de ellos en la orden militar de Montesa.

Pero volvamos al año 1134: como sabemos, los nobles no aceptaron la desconcertante última voluntad de Alfonso y los monjes guerreros no quisieron verse involucrados en la disputa dinástica, por tanto se iniciaron intensas negociaciones que dieron como fruto magros beneficios para las órdenes militares y la división del reino en dos Estados. Navarra recuperaba su independencia con el nombramiento de García Ramírez IV el Restaurador, mientras que Aragón era asumido por Ramiro II el Monje, hermano del monarca fallecido.

De esta insólita manera el reino pamplonés quedaba al margen de la Reconquista y ubicado en un territorio muy parecido al de la actual Navarra.

Por su parte Ramiro II, dedicado por entero a la vida religiosa, se vio obligado a ceñir la corona para evitar males mayores. Incapaz para la guerra, comprobó cómo las tropas del castellano Alfonso VII ocupaban sus dominios amenazando la integridad aragonesa. Sin esperar más, adoptó una decisión trascendental en la historia de España: casar a su pequeña hija Petronila, de tan sólo dos años, con el conde catalán Ramón Berenguer IV; de ese modo quedaban sellados los destinos de Cataluña y Aragón. Ramón Berenguer IV no quiso utilizar el título de rey; tan sólo el de príncipe de Aragón que ejerció cuando en 1137 Ramiro II se retiró a su monasterio de San Pedro el Viejo en Huesca, para reposar las amarguras provocadas por muchos nobles disconformes con la medida adoptada, a quien el monje tuvo que eliminar en una jornada de infausto recuerdo. Las campañas de Huesca todavía tañen por ese dolor.

Ramón Berenguer IV amplía los dominios catalano-aragoneses con la conquista de Tortosa y posteriormente Lérida, ciudades a las que dota de fueros especiales con el fin de facilitar su repoblación. En 1153 ha completado ya la total expulsión sarracena del reino catalano-aragonés. Por el Tratado de Tudillén fija con Castilla las futuras intervenciones reconquistadoras: Aragón orientará sus acciones hacia Valencia, Denia y Murcia. En otros ámbitos el magnífico gobernante fundará más de 300 iglesias y procurará la entrada del Císter con la construcción del monasterio de Poblet. Su habilidad diplomática fortalecerá el reino sentando las bases oportunas para su expansión internacional. Fallece en 1162 siendo relevado por su hijo Alfonso II el Casto, quien ya figurará como rey de Aragón.

A lo largo de su reinado formalizará y romperá algunos tratados con Castilla y los otros reinos cristianos. En 1174 fundará la ciudad de Teruel y, más tarde, realizará algunas operaciones bélicas sobre le levante musulmán. A su muerte en 1196 el reino de Aragón se encuentra plenamente consolidado con posesiones a uno y otro lado de los Pirineos. Mientras tanto, Navarra lucha por la supervivencia. Los reyes de este período, García Ramírez IV (1134-1150) y Sancho VI el Sabio (1150-1194), avanzan o retroceden su frontera según las circunstancias, pero siempre sometidos a la fuerte presión de los potentes reinos vecinos. No obstante, se recupera Tudela, perdiendo parte de La Rioja a favor de Castilla, reino al que también se le entregarán Álava y Guipúzcoa en el año 1199.

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