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miércoles, 29 de junio de 2011

Padre Gabriele Amorth: una vida consagrada a la lucha contra Satanás


Continuamos con la segunda y última parte de este episodio tan escalofriante vivido por el padre Amorth en uno de sus numerosos encuentros con el mal. Les aconsejamos desde la encomienda de Barcelona que si son personas influenciables al miedo y tienen una sensibilidad delicada ante los tormentos provocados a las personas, no sigan leyendo y absténganse de continuar con este apartado. Si por el contrario se ven con corazón de intentar proseguir con esta lectura, recuerden que esto no es ficticio y que está basado en las experiencias de toda una vida combatiendo al Maligno y a sus fuerzas.

Desde Temple Barcelona deseamos que con su lectura, tengamos una mayor conciencia en rechazar el mal y vivir en el amor y la paz de Cristo Nuestro Señor.

Demonios y almas condenadas (IIª parte)

Después del oficio religioso preguntó qué había ocurrido. Le conté que mientras yo estaba en la iglesia, después de la procesión, la vi entre la multitud, sonriente, lo cual era raro, porque no sonreía desde hacía mucho tiempo. Entonces interrumpí la letanía, anuncié que el milagro se había producido y dimos gracias al Señor. Durante una semana reinó la calma; luego la mujer comenzó a sentir fuertes dolores en el abdomen, le salieron ampollas en todo el cuerpo y tantas llagas en la boca que no podía comer. Y si lograba comer algo lo vomitaba al instante. Vomitó pelos, clavos y hasta excrementos. Además, el demonio la obligaba a hacer cosas humillantes: la hacía orinar en todas partes, o, si iba a una tienda, le tiraba al suelo las botellas que estaba comprando, o hacía que le saliera sangre de la nariz o de abajo.

La mujer, con la ayuda de su marido, rezaba, pero no era eso lo que quería el demonio. Un día, durante el exorcismo, me gritó muy enfadado: “¿Sabes qué ha hecho? Ha gritado. ¡Que no lo haga! A partir de hoy, le provocaré mucho sufrimiento”. Desde entonces la pareja empezó a encontrar bajo la almohada billetes de mil liras con un clavo en los ojos, la boca, las orejas o la garganta de la imagen impresa en el anverso. Eran avisos de que, al día siguiente, la mujer tendría dolores en las partes señaladas con el clavo. Y así ocurría.

Unos días después de la fiesta de la Asunción, regresó el demonio Serpiente y entró en la barriga de la mujer. Cuando yo le imponía las manos sobre el estómago, ella sufría mucho y yo sentía bajo mis manos algo duro, que me rehuía; si lo apretaba, se quejaba: “Me estás estrangulando, me estás ahogando”. Yo le decía que no podía seguir en aquel cuerpo, que pertenecía a Dios, y él me contestaba, con rabia: “Ahora la cabeza es tuya, pero el cuerpo es mío”.

Un día me llamó su marido, muy asustado, para decirme que una serpiente se había enroscado en el cuello de su mujer y la había mordido. Fui enseguida a su casa y encontré a la mujer en un profundo estado de nervios; corría por la habitación e intentaba arrancarse algo que le apretaba el cuello. Decía que era una serpiente y que la había mordido. Tras echar agua bendita vimos dos pequeños orificios. El demonio Serpiente empezó a vanagloriarse de haber mordido a la mujer; dijo que ésta moriría sin remedio, pues era suya y él iba a cumplir su misión, que era matarla.

Entonces el marido me contó un recuerdo: “Hace mucho tiempo, mi mujer solía ver una serpiente en lo alto de un árbol, delante de nuestra antigua casa. Pero sólo la veía ella”. Tras la mordedura y las amenazas decidí practicar exorcismos dos veces a la semana. Estábamos a principios de diciembre. Ahora sólo hablaba Serpiente; tenía una voz cavernosa, profunda, aunque cada día sonaba más débil y sumisa. Al fin prometió que el domingo siguiente al día de la Inmaculada se iría para siempre, y que mandaría una señal muy evidente.

En aquella etapa yo oía una voz nueva durante el exorcismo. Pregunté con fuerza: “¿Quién eres?”, y una voz femenina contestó: “Soy Vanessa, una chica de veintitrés años. Iba a la universidad, pero luego conocí a un joven que me llevaba a misas negras, cerca de la iglesia derruida, y empecé a servir al demonio. Una noche bebí sangre y salí enfebrecida del rito; entonces crucé la calle, me atropelló un coche y morí”.

Durante el exorcismo les pregunté a Michelle y a Vanessa si estaban bautizadas y les recordé el día de la Primera Comunión; ellas me contestaron con rabia y amargura. Mientras, en la casa seguían produciéndose extrañas señales. En la pared, la almohada y las sábanas había calaveras dibujadas: el signo de la muerte. La victoria del demonio Serpiente consistía en la muerte de la mujer; eran sus últimos intentos. La mujer estaba exhausta, no podía más, y resolvió dejar de rezar y de someterse a exorcismos. La convenimos para que pronunciase la oración de exorcismo de León XIII. Lo hizo con gran esfuerzo, pues, al llegar a la parte en que se pide al demonio que se vaya, le apretaron tanto el cuello que no podía hablar.

Le dije a su marido que siguiera rezando con su mujer; cuando ella se ponía violenta, él hacía la señal de la cruz sobre su cuerpo y sus brazos para aplacarla. Un día el demonio le dijo: “¿Qué haces? ¡Tú no eres cura!”. Pero era evidente que las señales de la cruz le molestaban. A veces el marido se quejaba de insomnio y su mujer le decía: “No me extraña. ¿No has visto que él estaba entre nosotros?”. En la habitación contigua había una cama de invitados en la que nadie dormía. Y, sin embargo, en esa cama podía verse la forma de una persona, como si alguien hubiera dormido en ella; yo mismo pude constatarlo en varias ocasiones.

Durante aquellos largos meses sucedieron más cosas raras. De pronto, la mujer empuñaba una pistola que, en teoría, estaba encerrada en la caja fuerte, pese a que el marido llevaba siempre encima la llave de la caja. Los trajes más bonitos de la mujer aparecían llenos de agujeros y rotos. Habían arrancado cuentas del rosario, las imágenes sagradas tenían los bordes quemados, y muchos otros hechos inexplicables: la foto de la madre de la mujer aparecía vuelta hacia el otro lado, o invertida, en la mesilla; forzaron la puerta de la casa, pero no robaron nada; encontraban bajo la almohada anillos y pendientes que no pertenecían a ningún miembro de la familia; el permiso de conducir y la documentación del marido desaparecieron. Antes olvidé decir que, durante los exorcismos, la mujer chillaba de pronto y se tocaba una parte concreta; entonces nos acercábamos a mirar y veíamos una cruz en la carne, como si se la hubiesen grabado con un trozo de cristal.

Durante los exorcismos del mes de diciembre, a veces el diablo, desconsolado, exclamaba: “Tú ganas. No puedo quedarme más, hay demasiada luz dentro de ella”. Yo insistía para saber qué lo obligaba a irse, y él contestaba a regañadientes: “La oración de la mujer. Es buena, y tú has venido muchas veces. Vosotros ganáis, me tengo que ir”. Le pregunté dónde iría a hacer más daño, y respondió: “A otro lugar, pero tened cuidado, porque puedo regresar”.

En las últimas oraciones de exorcismo, sucedieron dos hechos extraños. En la frente de la mujer se dibujó una cruz de un rojo descolorido. Creí que sería carmín o algo así, pero cuando su marido la tocó vio que era sangre. Preguntamos qué había ocurrido y la respuesta nos dejó mudos de espanto, horrorizados: “Es la sangre de un bebé de cuatro días. Su madre, que es una adepta, vino al templo a ofrecérmelo”.

El segundo hecho es el siguiente. Durante un exorcismo el demonio me dijo: “Mira qué le he hecho a tu monigote”. En el jardín de la casa había una pequeña estatua de la Virgen. Le dije al marido que fuera a ver. Al volver me dijo que la Virgen lloraba sangre. Tras el exorcismo salimos todos al jardín; yo mismo pude constatar que era cierto: de sus ojos brotaba sangre. Fuimos a por una Polaroid e hicimos varias fotografías que aún conservo. Después limpiamos el rostro de la Virgen, pero al día siguiente ocurrió lo mismo.

El 10 de diciembre, el diablo prometió que al día siguiente, “el día de tu Señor” (era domingo) por la tarde, se marcharía para siempre durante el exorcismo. Al día siguiente, fui a casa de la mujer sobre las 15:30h. En cuanto empezamos a rezar el demonio gritó: “San Miguel se acerca con la espada desenvainada…se acerca y yo no puedo huir. ¿Quién es esa mujer rodeada de luz? ¡Se está acercando!”. “¡Es la Virgen!”, grité yo. Y él prosiguió: “Veo una luz muy grande…con doce estrellas y la luna debajo…No puedo, no puedo quedarme”. Entonces lanzó el chillido más fuerte que he oído en mi vida. La mujer salió de su estado de trance, y preguntó: “¿Qué ha pasado?”. Le gritamos: “¡Todo ha terminado!”. Y nos abrazamos, conmovidos.

Unos meses después de la liberación de la mujer ocurrió un hecho singular. Junto a la estatua de la Virgen, en el seto de un metro de altura, su marido vio una serpiente grande, enroscada sobre sí misma. El hombre le pidió ayuda a un vecino y éste acudió con una horca. Tiraron al suelo a la serpiente sin que el animal reaccionara y le aplastaron la cabeza. Fue un episodio bastante raro; sin embargo, cuando se lo contaron al exorcista que llevaba el caso, dijo que tal vez fuera una señal. No olvidemos que la mujer solía ver una serpiente cuando tendía la ropa junto al seto; sólo la veía ella y por eso le daba miedo ir hasta allí.

Durante los últimos meses de la posesión, el marido echó en falta dinero y unas acciones bancarias; además, varios pagos del alquiler no se habían hecho efectivos. La mujer salía de la casa con el dinero, pero los billetes tomaban otros caminos. Un día le pregunté al demonio por qué ocurría eso y me dijo que él robaba el dinero para dárselo a sus adeptos, pues quería que éstos fuesen ricos y felices. Luego me prometió que, poco a poco, lo devolvería todo. Los últimos días, cuando el demonio no dejaba de repetir que iba a marcharse, le dije que no había cumplido su palabra de devolver el dinero, a lo cual respondió: “¿Y tú te crees lo que dice el demonio?”. Acompañé al marido al banco, y también a una empresa en la que debían dinero; él creía que su mujer había efectuado los pagos, pero no era así. Apenas les quedaba dinero en el banco, aunque todas las operaciones se habían hecho correctamente; y a la empresa no le habían pagado nada. Su marido echó cuentas y calculó que habían perdido unos 20 o 25 millones de liras. Además, la mujer, tiempo atrás, les había pedido dinero a unos amigos para pagar unas letras, recalcando que no le dijeran nada a su marido, de modo que aún habían contraído más deudas.

Después de estos hechos, el marido comprendió en un sentido más profundo varios episodios acontecidos en el pasado, desde el día de su boda: primero la mujer tenía un carácter dulce y afable; luego adquirió un temperamento fuerte y polémico. La mujer veía a su padre muerto junto a la cabecera de su cama y oía ruidos extraños. Se volvió insoportable y adelgazaba a ojos vistas. Me contó que, diecisiete años después de la muerte de su suegro, la caja reventó en el cementerio, como si lo hubiesen enterrado hacía poco, y por las grietas brotó sangre negra. Llamaron a un médico, quien declaró que se hallaban ante un hecho inexplicable. El marido también recordaba haber sentido escalofríos de frío injustificables y un hormigueo en todo el cuerpo.

Gracia a Dios todo ha terminado y en aquella casa reinan la paz y la sonrisa. La mujer está muy bien; sólo le dan crisis de melancolía de vez en cuando. Según el exorcista de la diócesis, son incursiones del demonio; por eso le aconseja que siga rezando y que, una vez a la semana, vaya a que la bendigan. (fin)

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