© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

viernes, 29 de julio de 2011

El Templo de Salomón: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona, proseguimos con la segunda parte dedicada al antiguo Templo de Salomón. Esta vez nos adentramos en la polifacética vida de Herodes. Para ello echamos mano de otro texto del escritor y novelista Piers Paul Read de su libro “The Templars”; donde claramente acentúa la importancia que tuvo este curioso mandatario en la regeneración del “Templo de los judíos”.

Desde Temple Barcelona deseamos que os sintáis atraídos por su lectura.

El reinado de Salomón marcó el apogeo de un estado judío independiente. Tras su muerte, Israel fue conquistada por las poderosas naciones del este: asirios, caldeos y persas. El Templo de Salomón fue destruido por los caldeos al mando de su rey, Nabucodonosor, 586 a. C., y los judíos fueron llevados como esclavos a Babilonia. Los caleos fueron conquistados a su vez por los peras, cuyo rey, Ciro, les permitió volver a Jerusalén y reconstruir el templo en 515 a. C.

En el siglo IV a. C., la marea de conquistas bajó en el este y subió desde el oeste: los persas fueron derrotados por los macedonios, comandados por su joven rey Alejandro III, el Magno. Tras la prematura muerte de Alejandro, el imperio fue dividido entre sus generales y, durante un tiempo, los tolomeos asentados en Egipto y los seléucidas asentados en Mesopotamia se disputaron el control de Palestina. En ausencia de un rey, el sumo sacerdote de Jerusalén asumía entre los judíos muchas de sus funciones.

En 167 a. C., una revuelta en contra de los griegos por motivos religiosos terminó en una lucha exitosa por la independencia política. Sus líderes, tres hermanos macabeos, fundaron la dinastía de los Asmoneos, reyes judíos que recuperaron la mayor parte del territorio gobernado en el pasado por David y Salomón. En el curso de sus constantes conflictos con los estados vecinos, se recurrió al nuevo y naciente poder de Roma. El rey de Judea, Hircano, y su ministro Antípatro se pusieron bajo la protección del general romano que había conquistado Siria, Cneo Pompeyo, o Pompeyo Magno.

Jerusalén fue defendida por Aristóbulo, el pretendiente rival al trono. Tras un sitio de tres meses, la ciudad fue tomada por las legiones de Pompeyo. Los romanos sufrieron pocas bajas, pero el conflicto dejó unos 12.000 judíos muertos. Según el historiador judío Josephus, sin embargo, esa pérdida de vidas fue una calamidad menor que la profanación del templo efectuada por Pompeyo.

Los romanos eran ahora los árbitros del poder en el estado judío. Pompeyo restituyó a Hircano como sumo sacerdote, pero, viendo que era un gobernante ineficiente, puso el poder político en manos de su primer ministro, Antípatro. Julio César, cuando llegó a Siria en 47 a. C., le confirió a Antípatro la ciudadanía romana y lo nombró procurador de Judea: el hijo mayor de Antípatro, Fasael, se convirtió en gobernador de Judea, y su segundo hijo, Herodes, en ese momento de veintiséis años, en gobernador de Galilea. El entonces cónsul de César, Marco Antonio, mantuvo con Herodes amistad de por vida.

En 40 a. C., los partos invadieron Palestina. Herodes escapó a Roma vía Arabia y Egipto. En Roma, el senado le proporcionó un ejército y lo nombró rey de Judea. Herodes derrotó a los partos y, pese a apoyar a su amigo Marco Antonio en contra de Octavio, fue confirmado por éste como rey de Judea tras la victoria de Octavio sobre Marco Antonio en la batalla de Accio.

Ahora en la cumbre de su gloria, Herodes embelleció su reino con magníficas ciudades e imponentes fortalezas, bautizadas muchas de ellas con nombres de protectores y miembros de su familia. En la costa mediterránea entre Jaffa y Haifa construyó una nueva ciudad a la que llamó Cesarea; y en Jerusalén, la fortaleza llamada la Antonia. Amplió la fortificación de Masada, donde su familia se había refugiado de los partos, y levantó una nueva fortificación en las colinas que miran a Arabia, a la que llamó Herodium, en honor a sí mismo. […]

[…] Herodes, aunque ciudadano romano y árabe de origen, fue escrupuloso en su observancia de la ley judía; y para granjearse más el favor de los adeptos a su religión adoptada, anunció que reconstruiría el Templo. La reacción de los judíos fue de sospecha: para garantizarles que cumpliría ese ambicioso proyecto, Herodes debió prometer que no demolería el viejo templo hasta haber juntado todos los materiales necesarios para la construcción del nuevo. Como sólo los sacerdotes podían entrar al recinto del Templo, capacitó a un millar de levitas como albañiles y carpinteros. Los cimientos del segundo Templo fueron sensiblemente agrandados con la construcción de enormes muros de contención al oeste, al este y al sur. Alrededor de la gran plataforma, sustentada sobre relleno o soportes abovedados, corrían galerías cubiertas. Una cerca rodeaba el área sagrada, y en cada una de sus trece puertas había una inscripción en latín y griego advirtiendo que todo gentil que le traspasara sería castigado con la muerte.

En el centro, enmarcado por las columnatas, estaba el templo propiamente dicho. A un lado se hallaba la Corte de las Mujeres, y al otro lado de la Puerta Preciosa estaba la Corte de los Sacerdotes. Dos puertas de oro conducían al Tabernáculo: delante de ellas había una cortina de tapicería babilonia bordada con dibujos en azul, púrpura y escarlata que simbolizaban toda la creación. El sagrario interior, envuelto por un enorme velo, era el sanctasantórum al que sólo el sumo sacerdote podía ingresar determinados días del año. La roca sobre la cual Abraham había preparado a Isaac para el sacrificio era el altar donde se mataban niños o palomas: la cavidad que todavía puede verse en el extremo norte de la roca se usaba para recoger la sangre propiciatoria.

La dimensión del Templo era formidable, alcanzando una altura majestuosa en la parte que dominaba el valle de Kidron. Su esplendor no podía dejar de causar en los súbditos de Herodes la impresión de que su rey, a pesar de su origen árabe, era un digno judío. Pero Herodes no dejaba nada al azar. La fortaleza Antonia formaba parte del muro norte del complejo del templo y estaba permanentemente guarnecida con un contingente del ejército romano. Durante las festividades importantes, el contingente era desplegado a lo largo de las columnatas, armado.

El templo fue el logro culminante de una de las figuras más extraordinarias del mundo antiguo. Herodes, en su apogeo, llevó el estado de Israel a un nivel de esplendor jamás visto antes y no repetido después. Su munificencia se extendió a ciudades extranjeras como Beirut, Damasco, Antioquía y Rodas. Diestro en el combate, experto cazador y muy buen atleta, Herodes patrocinó y presidió los Juegos Olímpicos. Usó su influencia para proteger a las comunidades judías en la Diáspora, y fue generoso con los necesitados en todo el Mediterráneo oriental. Pero no pudo establecer una dinastía duradera porque, conforme avanzaba su vida, fue cayendo presa de una paranoia que convirtió al déspota benevolente en un tirano.

No puede dudarse de que Herodes estaba rodeado de intriga y conspiración. Su padre y su hermano tuvieron finales violentos, y él tenía poderosos enemigos tanto entre la facción de judíos fariseos que se resistían al gobierno de un extranjero al servicio del emperador pagano de Roma, como entre los seguidores de los Asmoneos que reclamaban el trono de Judea. Para aplacar a estos últimos, Herodes se divorció de Doris, su novia de la juventud, y se casó con Mariamna, la nieta del sumo sacerdote Hircano. […]

[…] Lo que pudo ser políticamente expeditivo, domésticamente fue desastroso. Herodes se había enamorado profundamente de Mariamna, quien, después del trato de Herodes a su hermano y su abuelo, lo odiaba con la misma pasión. Sumado a ese resentimiento estaba el desprecio de una princesa real judía por un árabe advenedizo, lo que atormentaba a Herodes tanto como enfurecía a su familia, en particular a su hermana Salomé. Haciendo el papel de Yago con el Otelo de Herodes, Salomé convenció a su hermano de que Mariamma le había sido infiel con su esposo, José. Herodes ordenó la inmediata ejecución de ambos. Su paranoia se volvió luego hacia los dos hijos que había tenido con Mairamna: convencido de que estaban conspirando contra él, los hizo estrangular en Sebaste en 7 a. C. Hacia el final de su vida, mientras yacía agonizante con “una insoportable comezón en todo el cuerpo, constantes dolores intestinales, hinchazón en los pies como de hidropesía, inflamación de abdomen y putrefacción de los genitales que le producía gusanos”, le dijeron que su hijo mayor y heredero, Antípatro, había planeado envenenarlo. Antipatro fue ejecutado por el guardaespaldas de su padre. Cinco días más tarde, el mismo Herodes expiraba. (continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario