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martes, 12 de julio de 2011

La caída de Acre: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona, proseguimos con la segunda parte dedicada a la caída de Acre. Para ello hemos seleccionado un texto del escritor y novelista Piers Paul Read de su libro “The Templars”.

En esta ocasión nos habla de los preparativos de la batalla final, donde las órdenes militares, entre ellas los Templarios, asumieron el papel de protagonistas en la defensa de la ciudad de Acre.

Desde Temple Barcelona, deseamos que disfrutéis de su lectura.

De modo más arbitrario, Guillermo de Beaujeu involucró además al Temple en una prolongada disputa entre Bohemundo VII de Trípoli y su principal vasallo por la mano de una heredera, que condujo a una pequeña guerra civil. Ese conflicto intestino entre los cristianos latinos, en un momento en que su reino ya estaba en una situación peligrosa, escandalizó a la opinión europea y debilitó la autoridad moral del gran maestre templar, creándole “una imagen de parcial y poco digno de confianza, una imagen que más tarde se vería reflejada en algunos de los juicios ulteriores sobre él y sobre los últimos años de los Templarios en Palestina”.

A finales de marzo de 1282, toda la base de la política de Guillermo se vio debilitada por la revuelta de los sicilianos contra Carlos de Anjou. Comenzó con un altercado a las puertas de la catedral de Palermo durante el canto de vísperas que terminó en un ataque a la guarnición francesa. Carlos, un hombre arrogante y frío sin ninguna de las prudentes cualidades de su piadoso hermano, Luis IX, ya había tenido problemas con los sicilianos en general a causa de su gobierno opresivo, y con el pueblo de Palermo en particular por mudar su capital a Nápoles, acelerando con ello la decadencia económica de la ciudad. Incitado por el pretendiente rival al trono de Sicilia, Pedro III de Aragón, el pueblo de Palermo completó el ataque a los soldados franceses fuera de la catedral con la masacre de los 2.000 franceses que vivían en la ciudad.

El desembarco de un ejército aragonés en Trapani, unos meses más tarde, inició una guerra que terminó con todas las esperanzas de ayuda que abrigaban los latinos de Tierra Santa. El papa Martín IV proclamó una cruzada, no contra los sarracenos sino contra los aragoneses. Como otras cruzadas proclamadas contra los enemigos del papado en el siglo XIV, envilecía el concepto entero de guerra santa. No es que simplemente Europa se escandalizara ante una guerra contra los enemigos cristianos del Papa, sino que había además una explícita desviación de recursos. El 13 de diciembre, el papa Martín IV –un francés, Simón de Brie- autorizó al rey Felipe III de Francia a retirar 100.000 livres tournois del Temple de París, producto del impuesto destinado a la cruzadas, para financiar la guerra contra los sicilianos y los aragoneses. El impuesto del diez por ciento a la Iglesia que se había recaudado en Hungría, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Provenza y Aragón, y que sumaba unas 15.000 onzas de oro, le fue cedido a Carlos de Salermo, el hijo y heredero de Carlos de Anjou. Las consecuencias para Tierra Santa eran claras, o lo eran en todo caso para los propagandistas opositores del Papa. Bartolomeo de Neocastro describe a un caballero templario reprochándole al papa Nicolás IV: “Podríais haber liberado Tierra Santa con el poder de los reyes y la fuerza de los demás fieles de Cristo… pero preferisteis atacar a un rey cristiano y a los sicilianos cristianos, armando a reyes contra un rey para recuperar la isla de Sicilia.” […]

[…] Un factor que hasta allí había obrado a favor de los latinos en Palestina era el caos que siempre seguía a la muerte de un gobernante musulmán; por ejemplo, tras la muerte de Saladino. Sin embargo, después de la muerte de Baybars en 1177, en menos de tres años sus ineptos hijos fueron reemplazados por Qalawun, el comandante más competente de Baybars. La principal inhibición del nuevo sultán para no atacar a los francos había sido un miedo residual a Carlos de Anjou: eliminada la misma por las Vísperas Sicilianas en 1282, ya no había nada que le impidiera proseguir con la ambición de Baybars de echar a los francos al mar.

En 1287, Qalawun envió a uno de sus emires a atacar Latakia, el único puerto de Antioquía que todavía permanecía en manos de los cristianos. No se hizo nada por ayudarla, y Latakia cayó después de una resistencia simbólica. En 1288, aprovechando una disputa por el gobierno de Trípoli tras la muerte de Bohemundo VII, Qalawun preparó en secreto un asalto a la ciudad. Su plan fue delatado por un espía pagado por el Temple, el emir al-Fakhri, y Guillermo de Beaujeu escribió para advertir a los ciudadanos de Trípoli pero, por su fama de doble intencionado, no le creyeron, y así el ejército de Qalawun los tomó desprevenidos. Cuando las tropas mamelucas irrumpieron en la ciudad, el comandante templario, Pedro de Moncada, se quedó y fue asesinado junto con todos los prisioneros varones: las mujeres y los niños fueron tomados como esclavos. Cuando la ciudad estuvo en sus manos, Qalawun ordenó arrasarla por completo para evitar cualquier retorno de los francos.

En teoría, el reino de Acre aún estaba protegido por la tregua, pero Qalawun pronto encontró un pretexto para romperla. Un entusiasta pero indisciplinado grupo de cruzados, recién llegados del norte de Italia, respondió al rumor de que una mujer cristiana había sido seducida por un sarraceno atacando a todos los musulmanes de la ciudad de Acre. Los barones latinos y las órdenes militares hicieron lo posible para detener la matanza, pero muchos musulmanes fueron asesinados. Cuando Qalawun se enteró de la masacre, exigió que los responsables le fueran entregados para su ejecución. Las autoridades de Acre se negaban a entregar cruzados cristianos a los infieles. Guillermo de Beaujeu propuso enviar en su lugar a todos los condenados encerrados en las cárceles de la ciudad, pero la sugerencia fue rechazada. En vez de ello, el rey Enrique envió emisarios ante Qalawun para explicar que los lombardos eran recién llegados que aún no habían comprendido la ley, y que de todos modos habían sido los mercaderes musulmanes quienes habían empezado los disturbios.

Eso no era suficiente para Qalawun. Según sus asesores, tenía una causa justa para romper la tregua. Qalawun ordenó entonces a su ejército prepararse en secreto para un asalto a Acre. El emir al-Fakhri le pasó de nuevo la información a Guillermo de Beaujeu, y una vez más al gran maestre templar no le creyeron. Desesperado, Guillermo de Beaujeu envió a su propio emisario a El Cairo para negociar con Qalawun, quien le ofreció la paz a cambio de un sequin (antigua moneda de oro) por cada habitante de Acre. Guillermo aconsejó esa oferta a la Corte Suprema de Acre, que la rechazó con desdén. El mismo Guillermo fue acusado de traición y maltratado por la multitud cuando abandonó la sala.

El 4 de noviembre de 1290, Qalawun partió hacia Acre a la cabeza de su ejército, pero cayó enfermo y murió una semana más tarde. Fue sucedido por su hijo al-Ashraf, quien, mientras su padre agonizaba, le prometió que continuaría la guerra contra los francos. Nuevos emisarios de Acre, entre ellos un caballero templario, Bartolomeo Pizan, fueron encerrados en prisión; y en marzo de 1291, varios ejércitos de al-Ashraf de Siria y Egipto comenzaron a converger en Acre, con más de cien máquinas de guerra, catapultas y mangonelas gigantes. El 5 de abril al-Ashraf llegó ante las murallas de Acre y comenzó el sitio.

La cristiandad se había enterado de los planes musulmanes para Acre desde hacía más de seis meses, pero había hecho poco por reforzar sus tropas en Tierra Santa. Las órdenes militares habían pedido caballeros de Europa; el rey Eduardo I había enviado algunos al mando de Otto de Grandson; y el rey Enrique, un contingente de tropas de Chipre. A los sumo, las fuerzas cristianas sumarían en total unos mil caballeros y mil cuatrocientos soldados de infantería, entre ellos los indisciplinados lombardos. La población de la ciudad se calculaba en cuarenta mil personas, y todo hombre no discapacitado ocupó su lugar en la muralla. Al norte se hallaba el suburbio de Montmusard, protegido por una doble muralla y un foso; y entre Montmusard y la propia Acre había otra muralla con foso que unía torres fortificadas construidas por destacados cruzados, como el príncipe Eduardo de Inglaterra.

A cada contingente de las fuerzas defensoras se le asignó un sector de las murallas. Los Templarios, a las órdenes de Guillermo de Beaujeu, controlaban el extremo norte, donde las murallas de Montmusard llegaban hasta el mar. A su lado estaban los Hospitalarios y, en la unión con las murallas de Acre, los caballeros reales comandados por Amalrico, el hermano del rey, reforzados por los Caballeros Teutónicos; luego venían los franceses, los ingleses, los venecianos, los pisanos y finalmente las tropas de la Comuna de Acre. (continuará)

2 comentarios:

  1. La batalla de Acre fue decisiva y crucial para los latinos en oriente y la supervivencia de la cristiandad...con su perdida...se perdio el alma de las Cruzadas.

    Godofredo Villaleonpardo
    Maestre de la Sacra Orden del Temple
    Ecuador

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  2. La Batalla de Acre fue sin lugar a dudas el momento historico más epico de todos los tiempos su sombra se proyecta hasta nuestros dias como un simbolo de Lucha y Defensa por la cristiandad en Tierra Santa.

    Alberto Villamarín
    Maestre de la Sacra Orden del Temple
    Portoviejo-Ecuador

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