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miércoles, 13 de julio de 2011

La caída de Acre: IIIª parte


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el tercer y último capítulo dedicado a la caída de Acre.

Nuevamente hemos seleccionado un texto del escritor Piers Paul Read de su libro “The Templars” donde nos habla de la batalla final por la defensa de la ciudad y su posterior pérdida en beneficio de los mamelucos.

Desde Temple Barcelona, deseamos que hayáis encontrado a bien este apartado.

El sitio comenzó el 6 de abril con el bombardeo de las catapultas y mangonelas del sultán. Cubiertas por una lluvia de saetas apuntadas a los defensores, las máquinas mamelucas avanzaron para minar las torres y murallas.

Aunque adecuadamente abastecidos de comida por mar, los cristianos estaban escasos de armas y soldados para controlar las murallas. La noche del 15 de abril, Guillermo de Beaujeu dirigió una salida para atacar el campamento musulmán pero, tras un éxito inicial, los caballeros se enredaron entre las cuerdas tensadoras de las tiendas y fueron forzados a la retirada, dejando dieciocho muertos. El 8 de mayo, la primera de las torres debilitadas por las máquinas musulmanas estaba a punto de desmoronarse, lo que obligó a su guarnición a prenderle fuego y replegarse.

En el curso de la semana comenzaron a derrumbarse otras torres, y el 16 de mayo los mamelucos lanzaron un ataque a la puerta de San Antonio, rechazado por los Templarios y Hospitalarios. El 15 de mayo, mientras descansaban, a Guillermo de Beaujeu le avisaron de que los mamelucos habían capturado la Torre Maldita. Sin ni siquiera ponerse la armadura, salió a conducir un contraataque, pero fue repelido y cayó herido. Sus hermanos templarios lo llevaron de vuelta a la fortaleza de la Orden, en el extremo suroeste de la ciudad. Murió esa misma noche.

El mariscal de los Hospitalarios, Mateo de Clermont, que había estado con Guillermo de Beaujeu, regresó a la batalla y fue aniquilado. El gran maestre del Hospital, Juan de Villiers, también fue herido pero no mortalmente, y sus hermanos lo llevaron a una galera del puerto. En los muelles todo era confusión y, los que podían, trataban de abandonar la ciudad ya sentenciada. El rey Enrique y su hermano Amalrico zarparon a Chipre. Otto de Grandson y Juan de Grailly se apropiaron de un barco. Multitud de fugitivos desesperados se arrojaban al agua para nadas hasta las galeras ancladas a cierta distancia de la costa. El patriarca, Nicolás de Hanape, subió a tantos en el bote que lo llevaba hasta una galera que la pequeña embarcación volcó y el patriarca se ahogó.

Roger de Flor, el comandante de una galera templaria, forjó su posterior carrera como pirata pidiendo extorsivamente grandes sumas de dinero a las ricas matronas de Acre a cambio de un lugar en un barco. Pero finalmente el puerto fue aislado por las fuerzas mamelucas que se abrían paso peleando por las calles, matando hombres, mujeres y niños, sin distinción. Los que se escondieron en sus casas hasta que hubiera pasado la furia de la batalla fueron apresados y esclavizados: eran tantos que el precio de una muchacha en el mercado de esclavos de Damasco cayó a un dracma, y “muchas mujeres y niñas desaparecieron para siempre en los harenes de los emires mamelucos”.

Al anochecer del 18 de mayo, toda Acre estaba en manos de los musulmanes, salvo la fortaleza costera del Temple, en el extremo suroeste de la ciudad. Allí, los Templarios que aún quedaban bajo el mando de su mariscal, Pedro de Sevrey, resistían con civiles que se habían refugiado detrás de los macizos muros del fuerte. De Chipre llegaban galeras para abastecerlos, y su fuerza residual fue suficiente para inducir al sultán al-Ashraf a negociar. Se acordó que los Templarios rendirían la fortaleza, a cambio de lo cual todos los que estaban en el complejo podrían embarcar sin obstáculos con todas sus posesiones. Pero el emir, con un centenar de mamelucos que fueron admitidos para supervisar esa tregua, se adueñó inmediatamente de los bienes de los civiles y comenzó a maltratar a las mujeres y a los niños cristianos. Enfurecidos, los Templarios mataron a los mamelucos y arrancaron el estandarte del sultán que habían izado en la torre.

Esa noche, protegido por la oscuridad, el comandante templario, Teobaldo Gaudin, siguiendo órdenes del mariscal, se hizo a la mar con el tesoro de la Orden y algunos de los civiles, rumbo al fuerte templario de Sidón. A la mañana siguiente, el sultán al-Ashraf pidió reanudar las negociaciones por la rendición. El mariscal, Pedro de Sevrey, con un pequeño grupo de caballeros, salió de la fortaleza con un salvoconducto y se dirigió al campamento del sultán. Al llegar, fueron apresados y decapitados. Los que quedaban detrás de los muros del Temple cerraron las puertas y esperaron el asalto final de los musulmanes. El 28 de mayo, parte de la muralla que daba al mar se desmoronó y los mamelucos ingresaron en gran cantidad por la brecha. Los últimos defensores fueron masacrados. Acre fue finalmente tomada.

En Sidón, Teobaldo Gaudin fue elegido gran maestre, como sucesor de Guillermo de Beaujeu; era un soldado experimentado que había servido en Tierra Santa, primero como capitán de los turcopoles de la Orden y luego como comandante de Acre, durante treinta años. Permaneció en Sidón un mes más después de la caída de Acre y, cuando apareció un ejército mameluco ante los muros de la ciudad, se replegó con la guarnición templaria a la ciudadela que estaba frente a la costa. Tiro ya se había rendido a los mamelucos; Acre, en tanto, había sido demolida por orden del sultán, quien hizo llevar a El Cairo el portal de la iglesia de San Andrés para rememorar la gloriosa victoria de al-Ashraf.

Todavía con la idea de resistir, Teobaldo de Gaudin se embarcó a Chipre para buscar refuerzos, llevándose con él el tesoro de la Orden. No regresó. Aconsejado por sus hermanos de Chipre de dejar Sidón, y al ver que los mamelucos habían empezado a construir un paso elevado, los Templarios abandonaron el castillo y navegaron por la costa hasta Tortosa. Haifa cayó el 30 de julio; Beirut, un día más tarde, cuando fueron demolidas sus murallas y convertida en mezquita su catedral. Tortosa fue evacuada el 3 de agosto, y once días después, los Templarios se retiraron de su mayor fortaleza, el inexpugnable Castillo Peregrino. Todo lo que quedaba era la guarnición de la isla de Ruad, a tres kilómetros y medio de la costa frente a Tortosa.

Allí los Templarios mantuvieron una guarnición durante doce años. En ese período, los musulmanes demolieron las ciudades y arrasaron la tierra del litoral mediterráneo.

En poco tiempo la presencia de los francos en tierras de Asia eran ruinas en medio de la arena. (fin del apartado)

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