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jueves, 21 de julio de 2011

La guerra santa en la península Ibérica


Desde la encomienda de Barcelona hemos querido compartir con todos vosotros la importancia que tuvo la Orden del Temple en la guerra santa que se libró durante siglos en la península Ibérica.

Para ello hemos seleccionado un texto de la historiadora y especialista en la Orden del Temple, Mrs. Helen Nicholson de su libro “The Knights Templar”, donde gracias a una lectura sintetizada, nos explica algunos detalles que nos sirven de ayuda, a la hora de esclarecer un poco más lo que fue la “Reconquista”.

Desde Temple Barcelona, deseamos que disfrutéis de su lectura.

Al mismo tiempo que se dedicaba a la defensa de los peregrinos y a librar batallas contra los enemigos de la Cristiandad católica en Oriente Medio, la Orden del Temple también empezaba a verse envuelta en guerras santas en otras fronteras de Europa. En la península Ibérica y en el este de Europa participó en unas guerras santas contra los no cristianos y en la expansión económica de esos territorios. En ese sentido cabe preguntarse si actuó como una orden religiosa de la Iglesia católica que sólo debían rendir cuentas al papado, o si sus funciones fueron las de una especie de milicia al servicio de reyes u obispos, utilizada para cumplir los objetivos –que podían ser religiosos o territoriales- de las autoridades seculares o los príncipes de la Iglesia. El hecho de que los templarios colaboraran con frecuencia con las órdenes militares locales, aunque también suponía ciertos inconvenientes.

La orden fue muy utilizada en la península Ibérica desde los primeros años de su existencia; en Europa oriental no empezó a ser empleada hasta el siglo XIII, y de una forma mucho más limitada.

La península Ibérica había formado parte del Imperio Romano y fue convertida al cristianismo en el siglo IV. A comienzos del siglo V fue conquistada por un pueblo cristiano, los visigodos. Tras la batalla de Guadalete en 711, los musulmanes conquistaron la mayor parte de la península Ibérica, aunque nunca consiguieron ocupar los territorios del norte. Los príncipes cristianos del norte peninsular y los musulmanes desarrollaron diversos medios de coexistencia: por ejemplo, establecían pactos entre ellos en virtud de los cuales se pagaban unos tributos llamados parias a cambio de mantener la alianza y no ser atacados. El historiador Angus Mackay ha denominado acertadamente este sistema el “negocio de la protección”. La situación era parecida a la de Tierra Santa durante los siglos XII y XIII, en la que los señores cristianos latinos se aliaban con los príncipes musulmanes en beneficio mutuo. Al igual que en Tierra Santa, los príncipes cristianos de España también establecieron alianzas con los musulmanes en contra de otros cristianos.

Se dio un alto grado de cooperación entre cristianos y musulmanes dentro de sus respectivas sociedades. En la España musulmana sin haberse convertido al Islam; esos cristianos recibían el nombre de mozárabes. En la España cristiana, cuando los musulmanes eran derrotados, se les permitía conservar su religión y sus mezquitas. Los conquistadores cristianos lo hacían porque, al igual que ocurría en los estados cruzados, no había suficientes cristianos para repoblar el territorio reconquistado.

Pese al negocio de la protección, la tolerancia y las alianzas, los príncipes cristianos del norte se mostraron firmemente determinados a avanzar hacia el sur y ocupar los territorios que los musulmanes no habían colonizado adecuadamente. Aunque presentaban esos avances ante sus súbditos y ante los cristianos como una expansión religiosa a un territorio que pertenecía a la Cristiandad por propio derecho (de ahí el término “reconquista”), también pretendían ganar más territorios y riquezas. Fueron varios los factores que permitieron a los príncipes cristianos expandir sus territorios con mayor rapidez.

Como en Oriente, el factor más importante fue la división existente entre los propios musulmanes. Desde 756 la península Ibérica fue independiente del resto del Islam, y en 929 tuvo a su propio califa o líder religioso. Pero a finales del siglo X el poder del califa empezó a derrumbarse, y a partir de 1031 ya no hubo más califas en la península Ibérica. Los territorios musulmanes se dividieron en reinos de taifas, o “estados facciosos”, identificados con distintos grupos étnicos, como los bereberes en la costa sur peninsular. Eran reinos rivales, y no había un frente unido contra el ataque cristiano.

Este vacío de poder atrajo a los príncipes cristianos del norte. En el siglo XI los principales reinos de la península eran León, Castilla y Aragón; además estaban los condados de Portugal y Barcelona. En 1085 Alfonso VI de León y Castilla (muerto en 1109) tomó Toledo, la antigua capital de los visigodos antes de la invasión musulmana. Este hecho supuso un gran golpe de efecto, pues Alfonso pudo declarar que estaba restaurando el imperio visigodo, proclamándose verdadero soberano de toda la península Ibérica, al igual que lo habían sido los reyes visigodos. La conquista redundó en beneficio del prestigio de Castilla porque Toledo poseía una gran biblioteca, y los monarcas de este reino se convirtieron en afamados protectores del saber.

El apoyo del papado también aceleró la “reconquista”, pues los pontífices colaboraron en el reclutamiento de soldados para las campañas en tierras españolas. Ha llegado a nuestras manos una carta del papa Alejandro II (1061-1073) en la que se declara que quienes tengan la intención de ir a combatir en España deberán confesar sus pecados, pero no tendrán que cumplir ninguna penitencia porque su viaje a la península Ibérica será su propia penitencia porque su viaje a la península Ibérica será su propia penitencia. El pontífice ofrece a los guerreros que vayan a España unos incentivos similares a los que más tarde serían propuestos a los cruzados, aunque no asegura la remisión total de los pecados. A la península Ibérica llegarían guerreros de Normandía, Aquitania, Borgoña y otros lugares de Francia.

Después de la primera cruzada, el sumo pontífice reconoció la guerra contra el musulmán en España como una cruzada. Los reyes de la península Ibérica se quejaron ante el pontífice de que sus hombres querían ir a las cruzadas de Tierra Santa, pero que los necesitaban en la frontera ibérica para combatir a los moros. En 1100 y 1101, el papa Pascual II (1099-1118) prohibió a los caballeros españoles marchar a las cruzadas mientras los moros siguieran siendo un peligro en la península Ibérica. Declaró asimismo que todo aquel que fuera en una cruzada contra los moros obtendría la misma remisión de los pecados que los que iban o acudían a Jerusalén. Durante las primeras décadas del siglo XII la frontera española pasó a ser reconocida por todos los cristianos de la península Ibérica y del resto de Europa occidental como un escenario de cruzadas.

Sin embargo, los musulmanes de la península no eran una fuerza agónica. Tras la pérdida de Toledo en 1085, el rey moro de Sevilla solicitó la ayuda de los almorávides del norte de África. Los almorávides se adueñaron de la España musulmana, derrotaron a los cristianos y detuvieron durante un tiempo el avance de éstos hacia el sur peninsular. También consiguieron imponer cierta unidad entre los moros de la península. Pero en la década de 1140 empezaron a perder el control, y la España musulmana comenzó a fragmentarse de nuevo. En tiempos de la segunda cruzada se pusieron también en marcha expediciones contra los moros de la península Ibérica apoyadas por los cruzados de fuera de España. Fueron reconquistados algunos territorios, destacando la toma de Lisboa en el oeste y la de Tortosa en el este. A finales del siglo XII, los almohades entraron en España desde el norte de África y volvieron a imponer la unidad entre los moros de la península, obligando a los cristianos a tomar posiciones defensivas.

El punto de inflexión se produjo en 1212, cuando las fuerzas musulmanas fueron derrotadas en la batalla de las Navas de Tolosa por un ejército formado por los distintos cristianos de la península. Los musulmanes perdieron el control de España; y los monarcas cristianos empezaron a avanzar hacia el sur con suma rapidez. En 1300 habían ocupado toda la península Ibérica a excepción del reino de Granada, que siguió siendo independiente hasta su conquista por parte de Fernando e Isabel de Aragón y Castilla en 1492.

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