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martes, 13 de septiembre de 2011

Creación del reino nazarí de Granada


Desde la encomienda de Barcelona queremos compartir con todos vosotros un texto escrito por el fallecido periodista D. Juan Antonio Cebrián, donde gracias a su libro “La Cruzada del Sur”, pone de manifiesto la importancia que tuvo la Reconquista para frenar el avance musulmán en Occidente.

En este apartado podemos disfrutar de las luchas y pactos que tuvieron que darse entre cristianos y musulmanes durante el siglo XII para perpetuarse en el tiempo; organizándose económicamente para tal fin.

Desde Temple Barcelona confiamos en que su lectura os trasportará en el tiempo.

Fotografía del interior de la Alhambra.

Tras la muerte sin herederos del califa almohade Yusuf II la marginal provincia de Al-Andalus quedaba olvidada a su suerte y en manos de varios caudillos locales, quienes en lugar de proteger la débil frontera con los cristianos, se dedicaron a conspirar buscando la mejor candidatura para ocupar el trono de Marrakech. En Jaén apareció Abu Muhammad al Bayasi, mientras que en Murcia lo hacía Al-Adil; estos dos líderes pugnaron durante algún tiempo por el control del territorio andalusí. Finalmente, la ambición del primero, que lo llevó a pactar con el rey castellano Fernando III y los enemigos del segundo, ocasionaron un asesinato rápido de ambos a cargo de descontentos o rivales de sus respectivos gobiernos; es aquí cuando surge poderosa la figura de Muhammad Ibn Yusuf Ibn Hud, descendiente de una antigua familia zaragozana y gran magnate popular que pronto fue secundado por miles de entusiastas seguidores. Con sus tropas Ibn Hud se extendió por buena parte del sur y del levante peninsular, constituyendo el último intento de unificación musulmana en la península Ibérica. Tomó el reino de Murcia en 1228, tras esto cayeron otras ciudades como Córdoba, Sevilla, Granada, Almería, Algeciras y Ceuta. No obstante, ya era demasiado tarde para la enflaquecida Al-Andalus. Las constantes ofensivas militares de Fernando III agrietaron cualquier tipo de cohesión defensiva apareciendo múltiples fisuras por las que entraron a riadas las tropas castellanas; eran tiempos de algaras y razias periódicas cubiertas por una crueldad despiadada. Los avances castellanos devastaban todo lo que se ponía a su alcance; ante esto los musulmanes se mostraban incapaces de ofrecer una respuesta bélica organizada con las mínimas garantías. En 1236 caía inesperadamente la ciudad de Córdoba. El hecho sorprendió a todos, empezando por el propio rey Fernando III, quien tuvo que acudir presto con su hueste para protagonizar el capítulo de la entrada triunfal en la antigua capital del califato. Lo cierto es que la plaza no pudo ser defendida adecuadamente por Ibn Hud al encontrarse por tierras valencianas con el grueso de su ejército guerreando contra los aragoneses de Jaime I. con gran pesar el caudillo sarraceno tuvo que aceptar la irremisible pérdida de la emblemática sultana.

Un año después de estos acontecimientos moría Ibn Hud llevándose el último sueño unificador de Al-Andalus.

Tras la desaparición de Ibn Hud los dominios musulmanes de la península Ibérica parecían abocados a un fin muy previsible. Sin embargo, el carisma de un nuevo gobernante surgió con brillo para conceder a los mahometanos una tregua que duraría más de doscientos cincuenta años. En 1231 aparece en la historia Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nars, proveniente de la antigua dinastía árabe de los Al-Hamar; personaje dotado para el gobierno, consiguió ese mismo año hacerse con el mando de Arjona, su ciudad natal. Meses más tarde, extendía su influencia hacia Jaén y Guadix; no hay que descartar que sus tropas participaran aliadas con las de Fernando III en la conquista de Córdoba, asunto que le granjeó la amistad del monarca castellano y que le permitió en 1238 tomar Granada y sus posesiones para fundar un reino. Nacía de ese modo la dinastía nasrí o nazarí con Muhammad I como gran arquitecto de aquel último solar de los musulmanes en Europa occidental. Muhammad I tuvo un mandato muy longevo caracterizado por su aguda visión política. En este sentido, sus mejores cualidades fueron la diplomacia y el buen uso que hizo de la razón de Estado. Fue nombrado emir de los musulmanes, título que luego cambió por el de sultán y altísimo emir de los creyentes.

No obstante, sus primeros años de gobierno se vieron amenazados por la fortaleza castellana, aragonesa y portuguesa que golpe a golpe iba arrebatando importantes pedazos de los territorios andalusíes.

Por el este los aragoneses habían conquistado las Baleares entre 1229 y 1235. Valencia había caído en 1238 y, seis años más tarde, se firmaba entre aragoneses y castellanos el Tratado de Almizra por el que se señalaban las áreas de influencia peninsular de unos y otros. Murcia fue conquistada por los castellanos entre 1243 y 1246, ese mismo año caía la ciudad de Jaén. En 1248 el ejército de Fernando III entraba, con él al frente, en la importante plaza de Sevilla. Por otro lado el reino de Portugal se había expandido por la franja oeste de la Península conquistando Silves y el Algarve, finalizando esta campaña en 1250. Tantos avances cristianos eran motivo de profunda preocupación entre los súbditos de Muhammad I; el territorio musulmán era cada vez menor y todo el mundo hacía cábalas sobre cuándo caería el último reducto granadino. Sin embargo, el buen talante demostrado por el emir aplacó considerablemente el ímpetu conquistador de Fernando III; una vez más la promesa de fiel vasallaje y de un anual pago de inmensos tributos permitió un aliviador respiro para las esperanzas mahometanas en la península Ibérica.

De este modo el magnífico rey Fernando III permitió al reino de Granada seguir vivo a cambio de unas parias muy necesarias para la endémica crisis económica castellana. Por entonces la corona de Castilla abarcaba unos 360.000 Km², mucho territorio para pocos pobladores acuciados por la falta de recursos. No es de extrañar que el futuro “Santo” viera con buenos ojos las espléndidas promesas del gobernante nazarí.

En 1252 fallecía Fernando III; por entonces, las fronteras andalusíes se trazaban en una geografía que comprendía una franja costera que iba desde Tarifa hasta Almería, incluyendo ciudades tan importantes como Málaga o la propia Granada, y extendiéndose hacia el interior por zonas de Jaén, Córdoba y Sevilla. Por otra parte, en el oeste peninsular se mantenía a duras penas el reducido reino musulmán de Niebla, aunque tardaría poco tiempo en ser conquistado por las huestes de Alfonso X el Sabio.

En este período el gran Muhammad I favoreció el comercio con el norte de África, asunto del que iba a obtener magníficos beneficios que le permitieron no sólo pagar el oro prometido a los castellanos, sino también incentivar todo tipo de manifestaciones culturales y arquitectónicas. En este sentido, es obligado destacar la construcción de la Alhambra. Muhammad I había conquistado en 1238 una pequeña alcazaba ubicada en un promontorio de unos 750 m de altitud que dominaba la ciudad de Granada. El sitio fue tan de su gusto que lo eligió como futura residencia palaciega de su dinastía. El recinto no guardaba desde luego las dimensiones requeridas para ser albergue de emires; en consecuencia, se ordenó el levantamiento de algunos edificios que fueran acordes con el esplendor que se pretendía dar a aquel flamante reino. El nombre Al-Hamrá y su derivación “Alhambra” pasarán a la historia, desde entonces, como una de las construcciones más hermosas que el Islam creará en tierras europeas. Los sucesores de Muhammad I se encargarían a lo largo de las décadas posteriores de embellecer la Alhambra dotándola de mezquita, jardines y lugares dignos de ensueño. La Alhambra se convirtió en una regia fortaleza palatina receptora de embajadas y foco catalizador de grandes acontecimientos culturales. La suntuosa decoración y el equilibrio de sus estanques, fuentes y monumentos, desataron las más encendidas loas de una época demasiado acostumbrada a la actividad guerrera y no a lo propuesto por la insuperable Alhambra.

En estos años iniciales del reino nazarí, Muhammad I se vio sometido a dos presiones muy molestas: la primera la constituía el eterno empujo de las huestes cristianas; la segunda, y no menos importante, llegó casi al final de su reinado con el emergente poder magrebí de los benimerines, facción islámica que pretendía recuperar lo perdido por los almohades. […]

[…] En 1275 los benimerines irrumpieron por la Península a sangre y fuego devastando numerosos parajes andalusíes; dos años antes había fallecido Muhammad I, dando paso al heredero Muhammad II, quien rompió su vasallaje con la corona de Castilla buscando protección en la fortaleza benimerí, lo que provocó años de auténtica desolación en los pagos castellanos y granadinos.

Los norteafricanos eran las primeras tropas que llegaban a la península Ibérica desde la derrota de las Navas de Tolosa y albergaban la secreta ambición de una nueva conquista territorial sobre la totalidad de Al-Andalus. Muhammad II se percató muy pronto de las aviesas intenciones de sus presuntos aliados magrebíes, pero poco pudo hacer por impedir que en 1278 los africanos se hicieran con el control de Málaga y Algeciras, localidades fundamentales para facilitar el desembarco de las tropas benimerines; una vez más Al-Andalus quedaba expuesta a la amenaza de un nuevo poder musulmán nacido en África.

Alfonso X no estaba dispuesto a permitir la expansión benimerí, a tal efecto, organizó un ataque marítimo y terrestre contra Algeciras. Las escuadra castellana estaba compuesta por más de cien naves entre galeras, naos y otros buques de menor envergadura; por tierra, miles de guerreros cercaron la ciudad en agosto de 1279. Algeciras resistió el asedio más de una año hasta que finalmente una flota de auxilio musulmana logró forzar el bloqueo destruyendo la práctica totalidad de los buques cristianos. El asedio a la plaza gaditana se convirtió en un auténtico desastre para las tropas de Alfonso X, quien tuvo que firmar una tregua con Abu Yaqub, hijo del sultán Abu Yusuf y responsable de los ejércitos benimerines que operaban en la península Ibérica. El pacto dejaba al margen al estupefacto Muhammad II de Granada, lo que permitió a los enfurecidos castellanos lanzar a despecho una ofensiva sobre el reino nazarí que, por cierto, también termino en tragedia cuando buena parte de la nobleza y de las órdenes militares sucumbieron derrotados en la batalla de Moclín celebrada en 1280. […]

[…] En 1284 fallece Alfonso X siendo sucedido por su segundo genético Sancho IV, quien lanzó numerosos ataques contra los invasores benimerines hasta hacerles pactar una forzosa tregua a la espera de situaciones más favorables. De esta manera, en 1288 los magrebíes se quedaron tan sólo con las plazas de Tarifa y Algeciras.

En 1292 Sancho IV se aliaba con aragoneses y granadinos para asaltar las defensas de Tarifa. La gesta se consumó con éxito y el rey castellano elegía al caballero leonés don Alonso Pérez de Guzmán como alcaide de la plaza. Don Alonso se convirtió en el héroe de aquellos años como ya sabemos. Éste fue sin duda el principal hecho acontecido a fines del siglo XIII para Al-Andalus.

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