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martes, 20 de septiembre de 2011

El primer rey cristiano de Jerusalén


Desde la encomienda de Barcelona queremos abordar cómo se vio en Occidente la conquista de Jerusalén. Para ello hemos seleccionado un texto del periodista e investigador Juan Ignacio Cuesta de su libro “Breve historia de las cruzadas”.

Queremos tratar cómo se vivió el nombrar a un rey cristiano tras la conquista de la Ciudad Santa y con gran síntesis nuestro autor lo consigue y nos conduce por los rincones agridulces de la historia de las cruzadas.

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura os sea placentera.

Imagen de Godofredo de Bouillon

Estamos en un pueblo muy pequeño, Saint Hilarie, en el Languedoc. Hay unas veinte casas y una abadía rodeada de cuervos que vuelan a su alrededor graznando continuamente. Un peregrino andrajoso llega por la carretera. El único adorno que resalta en su pobre indumentaria es una cruz roja marcada toscamente con algún pigmento sobre los andrajos. Se apoya para andar en un cayado desgajado de una rama de freno, del que cuelgan una calabaza y una cinta de color azul oscuro, coronado por una ramilla atada en forma de cruz.

En sus ojos hay un brillo especial, una especie de luz que chisporrotea. Sube hasta el pórtico de la iglesia y allí empieza a dar grandes voces, vehemente y seguras. En el mediodía, por el calor, las gentes se agolpan buscando las escasas sombras. La más confortable es la del claustro, donde una fuente rumorosa proporciona un ambiente más fresco. El caminante trae una historia que pretende contar a la gente que, poco a poco, va poniendo atención en escucharla.

-¡Venid, venid todos! Os traigo una buena noticia.

El orador, con ademanes de profeta, gesticula notoriamente con pomposos aires de juglar.

-¡Acudid todos y escucharme! Traigo buenas nuevas de Tierra Santa.

La gente, descansa de las faenas agrícolas, y se va arremolinando en el claustro porticado, abierto a esas horas, bajo la hierática mirada de los personajes representados en los capiteles y canecillos. Cuando el orador considera que hay un número suficiente de oyentes, empieza a contar su historia en el tono con el que los antiguos rapsodas griegos relataban las aventuras de Ulises (la Odisea), y las peripecias de la conquista de Troya.

-‘Los judíos fueron sus primeros moradores, luego fueron los árabes y, …ahora, en el año 1100 somos los cristianos. En el verano anterior, un hombre bueno y piadoso, al mando de sus hombres, desde una torre de asalto hecha con palos, consiguió penetrar en la ciudad donde mataron a Jesús, el Cristo, y conquistarla para que por fin allí se pudiera oír en todas las esquinas, en todas las iglesias, las palabras del Hijo de Dios. Ese fue el heredero de Eustaquio II de Bolonia, dado a luz por Ida, primogénita de Godofredo el Barbudo, señor y duque de la Baja Lorena. El héroe se llama Godofredo de Bouillon, y murió hace muy pocos días, el 18 de julio, y aquí estoy para contaros sus admirables hazañas.’

La gente le mira boquiabierta y cada vez escucha con más atención. Alguno se presigna apresuradamente. Otros juntan las manos y miran al cielo.

-‘Godofredo fue el primer caballero de la Cruzada. Con sus hermanos Balduino y Eustaquio, marchó en 1096 al mando de otros 10.000 compañeros, reforzados por casi 30.000 infantes valones y flamencos. Entre ellos destacaba la espada de Tancredo, el mejor de todos los luchadores de su tiempo. Llegaron al río Danubio a comienzos del otoño. Acampó allí y envió emisarios al rey de Hungría, Colomán, para que les franqueara el paso por sus dominios. Pero éste le exigió que se presentara personalmente ante su trono. Habéis de saber que así lo hizo, aunque tuvo que pasar por la humillación de dejar como rehenes a su hermano Balduino y a su esposa.’

Se escuchaban murmullos asombrados entre el público, entusiasmado con el relato de las hazañas de los soldados de la cristiandad en Tierra Santa. Hacía tiempo que tenían grandes esperanzas en poder volver a visitar el Santo Sepulcro sin los peligros de antaño.

-‘Los soldados, que iban pregonando a los cuatro vientos ¡Dios lo quiere!, llegaron con todos sus pertrechos hasta las puertas de Bizancio. El basileus Alejo Comneno les rogó que apaciguaran su violencia a cambio de ayuda. Porque habéis de saber que…, de tan enardecidos que estaban, se excedían a veces en su furor guerrero y cometían algunos desmanes. El día 26 de noviembre llegaron hasta Filípolis y el 8 de diciembre de Adrianópolis. Luego fueron a cruzar el brazo de mar que los viejos marinos llaman el Helesponto.

Godofredo sabía que el príncipe Hugues estaba allí retenido. Así que pidió su liberación, pero no se la concedieron. Entonces fue presa del pecado de ira, y con gran furor saqueó Salabra. A partir de entonces, y hasta que llegaron a Constantinopla, estuvieron vigilados de cerca por las tropas imperiales, que no se fiaban de aquellos cristianos dispuestos a todo.

Al general Alejo le inquietaba que sus tropas se unieran allí con las del líder de los normandos Bohemundo, así que les puso algunos pretextos y dificultades. Entonces, nuestro príncipe se irritó y hubo algunos combates y escaramuzas, pero acabó siendo derrotado y tuvo que rendir homenaje al Emperador.

Pero habéis de saber que, antes de llegar a la Ciudad Santa, fue herido gravemente durante una cacería, lo que le debilitó notablemente. Así que se sometió a las órdenes de Bohemundo, quién se hizo cargo de las tropas. Aprovechó entonces para ir a visitar a su hermano Balduino a Edesa, recientemente conquistada. Allí se repuso, y dicen que tan bien, que con tan sólo doce caballeros rompió los nervios de ciento cincuenta turcos, tras seccionar a uno de ellos por la mitad de un solo tajo.’

Como quiera que la historia se hacía algo larga y algunos empezaban a aburrirse y marcharse, elevó el tono de la voz y trató de enfatizar más y mostrarse mucho más vehemente.

-‘El día que debéis recordar es el 15 de junio del año de gracia del 1099.

Cuando no eran aún las nueve de la mañana, Godofredo y Eustaquio, uno de sus hermanos, adosaron una torre de madera a los muros de Jerusalén, tras meses de sitio, y entraron como abanderados en la ciudad. Fue tal la mortandad que ocasionaron entre los musulmanes que algunos incluso relatan que la sangre llegaba a las rodillas de los conquistadores.

Una vez rendidos los enemigos, el caudillo cristiano se despojó de sus ropas y armas, y con sólo una camisa de lino blanco, descalzando sus pies, marchó a rezar al Santo Sepulcro y después reunió a las tropas con el fin de nombrar un rey, el primer monarca cristiano que había de reinar en la Ciudad Santa de Jerusalén.’

Alguien entre el público, elevando la voz le interrogó:

-‘¿Y a quién nombraron para llevar la corona?’

-‘Tened paciencia, porque fueron varios los candidatos. El primero fue Raimundo IV de San Gilles, cuyo título, según él “pertenecía a otra ciudad”. Luego se la ofrecieron a Roberto Courte-Heuse, quien tampoco quiso asumir una responsabilidad tan grande. Así que decidieron que el más idóneo sería el propio Godofredo, quien aceptó la dignidad “por amor a Nuestro Señor Jesucristo”, pero no quiso tocar su cabeza con la corona, porque “ya había habido una de espinas más digna de ser puesta en más noble cabeza”. No se llamó a sí mismo rey, sino duque y “Abogado del Santo Sepulcro.’

La historia que les estaban relatando parecía llegar a su conclusión, pero aún no había quedado claro cómo y dónde había muerto el caudillo de los cristianos. Así que todo el mundo quedó expectante para saber qué sucedió después. Así que el peregrino continuó su pregón y satisfizo las ansias de saber algo más de sus oyentes.

‘Aunque Godofredo estaba muy enfermo, tuvo la mano firme para atender a los asuntos del nuevo reino. Así, el 12 de agosto del año 1099 se dirigió a la ciudad que era la puerta de Egipto, Ascalón, que conquistó en pocos días, cerrando así la puerta a los enemigos del sur.

Hizo algunas otras cosas, como reconstruir Jaffa, que sería a partir de entonces el puerto por el que llegaban los peregrinos, gracias a su alianza con los barcos fletados en la Venecia de los mil canales.

Fue entonces cuando experimentó un recrudecimiento de su enfermedad, y tuvo que volver a Jerusalén para ser ingresado en el hospital que había creado él mismo.

Tras unos cuantos días de agonía en que su empeño era rezar continuamente, murió el 18 de julio. Su trono pasó a manos de su hermano Balduino.

¡Tendrías que haber visto los fastos de su entierro, cuando fue conducido hasta el Santísimo Sepulcro que había conquistado para la cristiandad!

Las gentes seguían a la comitiva a través de las calles de Jerusalén. Sonaban tambores, zanfonas, chirimías, crótalos, rezos y lamentaciones, imprecaciones y Padrenuestros. Se improvisaron altarcillos para celebrar la Eucaristía a su paso, deteniéndose el féretro y mostrando su contenido ante el Santísimo pan convertido en Cuerpo de Cristo.

Todo sucedía bajo la luz de las miles de antorchas y el olor a incienso arrojado a las hogueras por los cristianos y sus sacerdotes.

Así murió y fue enterrado el que fuera primer rey cristiano de Jerusalén. ¡Descanse en paz, y sea acogido en el seno del Altísimo! ¡Amén!’

¡Amén!, respondieron todos los presentes y poco a poco fueron acercándose tímidamente para depositar unos maravedíes herrumbrosos en el sombrero del juglar, alejándose más tarde hacia sus casas.

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