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lunes, 19 de septiembre de 2011

Evangelio dominical: ¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno?


Desde la encomienda de Barcelona, como cada lunes, continuamos con la meditación del evangelio dominical. Esta vez el sagrado texto nos habla sobre el trabajo y su salario. Precisamente por su contenido, no he podido resistirme a explicaros lo que este sábado pasado sucedió en la ciudad condal.

Paseaba por una céntrica avenida de Barcelona, en mi reloj pasaban pocos minutos de las ocho de la tarde, cuando de pronto, en las escalinatas de la Bolsa de valores, situada en el barrio de L’Eixample (“El Ensanche” en castellano) de la capital catalana, encontré a los llamados “Indignados” manifestándose con pancartas y sentados en los peldaños de la mencionada escalinata.

Protestaban por lo que ellos consideran “injusto”. Se quejaban de la “especulación económica” y para ello centraron sus reivindicaciones en “La Bolsa”. Ninguno de los allí presentes parecía superar los treinta años de edad, y algunos, dejaban entrever una cara perfilada por la inocencia natural de su juventud. Con escasa experiencia laboral y de otras índoles, estaban preocupados por encontrar una imprenta abierta que les pudiera editar sus propuestas en un panfleto.

Aquella escena que presencié a escasos centímetros, me llevó a razonar que muchas veces nos llenamos la boca en explicar a los demás que sería conveniente “un mundo más justo”. Esa reflexión está muy bien, pero deberíamos preguntarnos a nosotros mismos: Qué es lo primero que hoy voy a hacer para conseguir ser un poco más justo con los demás, un poco mejor persona que ayer, un poco más acertado en mis decisiones que hace unas semanas atrás, etcétera.

Lejos de preocuparnos por ser cada día mejores personas, nos conformamos con esperar una señal venida de otro, una rectificación ajena, un esfuerzo procedente de otras manos. Esa no es precisamente la manera más acertada de intentar cambiar la sociedad. Nuestro entorno sólo podrá cambiar si nosotros cambiamos.

Imagen del reparto de un denario a cada obrero.

‘Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?". Ellos les respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada". El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?". Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos’.(Mt 20, 1-16)

Reflexión

Señor, nos cuesta entender tu manera de actuar. En lo que hacemos, miras la calidad y el amor que hemos puesto en lugar de fijarte en la cantidad. También nos cuesta mirar a los demás como tú lo haces.

Señor, que nuestra actividad dentro de la comunidad cristiana sea discreta y eficiente. Que busquemos el bien de los hermanos y no la paga del elogia o de la alabanza.

Plegaria

Que tu auxilio, Señor, nos acompañe siempre a los que alimentas con tus sacramentos, para que por ellos y en nuestra propia vida recibamos los frutos de la redención.

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