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miércoles, 7 de septiembre de 2011

Las órdenes militares en Occidente: IIª parte.


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con la segunda parte del apartado dedicado a las órdenes militares en Occidente. En este capítulo se centra básicamente en la influencia que tuvieron tanto templarios como hospitalarios en el reino de Aragón.

Para ello hemos seleccionado nuevamente un texto de la especialista en la orden del Temple de la historiadora Helen Nicholson de su libro “The Knights Templar”, donde con su claridad de ideas nos adentrará a las sutilezas tanto de unos como de otros para controlar y ampliar sus dominios.


Desde Temple Barcelona deseamos que su contenido os siga atrayendo.


La historiadora Elena Lourie ha defendido la idea de que a Alfonso le preocupaba la posibilidad de que su hijastro, Alfonso VII de Castilla (1126-1157), se apropiara del trono de Aragón, y decidiera entregar su reino a las órdenes militares que estaban bajo el amparo directo del papa. El rey aragonés sabía que el sumo pontífice protegiera los intereses de las órdenes militares y evitaría que Alfonso VII emprendiera la invasión de Aragón. Y en efecto así fue. Mientras el papa impedía que Alfonso VII entrara en Aragón, el hermano del difunto Alfonso I, Ramiro, salía del monasterio en el que había profesado, se casaba y engendraba una hija, Petronila, que inmediatamente fue prometida en matrimonio a Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, hombre ya mayor. El príncipe catalán asumió el gobierno de Aragón, y Ramiro pudo retirarse de nuevo a su monasterio.


La teoría de Lourie no ha sido ampliamente aceptada, y la mayoría de los historiadores consideran que el testamento de Alfonso debe ser interpretado al pie de la letra. Pero fueran las que fuesen las intenciones de Alfonso, lo cierto es que Ramón Berenguer IV se convirtió en príncipe de Aragón y tuvo que compensar por ello a la Orden del Temple, a la del Hospital y a la del Santo Sepulcro.


Su primera carta para la Orden del Temple intentaba por un lado compensarla y por otro convencerla de que emprendiera actividades militares en Cataluña-Aragón. Ramón Berenguer IV pedía al maestre, Roberto de Craon, que le enviara diez hermanos que sirvieran de punto de partida de una fuerza templaria en Aragón. Él iba a darles todo su apoyo y, además, prometía la cesión de tierras y de colonos y una décima parte de todo lo que conquistara en la península Ibérica. El maestre no aceptó ese propuesta, y las negociaciones continuaron. En 1143 Ramón Berenguer IV promulgó una carta que establecía los términos acordados. Cedía a la Orden del Temple los castillos, entre otros, de Monzón, Montjoy y Barberá, además de otras propiedades; una décima parte de todas sus rentas y el cobro de cien sueldos anuales a Zaragoza; una quinta parte del botín obtenido en todas las expediciones que emprendieran los templarios; una décima parte de todo lo que le príncipe “consiguiera justamente con la ayuda de Dios” y una quinta parte de la tierra reconquistada a los musulmanes. Asimismo ayudaría a los templarios a construir castillos y fortificaciones para defenderse de los moros, y no firmaría tratados ni treguas sin recibir previamente su visto bueno. Además, la orden quedaba exenta de diversas obligaciones.


Este acuerdo marcó el inicio de la participación militar de los templarios en Aragón y coincidió con el comienzo de sus actividades militares documentadas en Portugal. Es evidente que en los primeros años de la década de 1140 la Orden del Temple se había hecho con suficientes propiedades tanto en Occidente como en Oriente y había reclutado los soldados necesarios para poder emprender operaciones militares en dos frentes: el de Tierra Santa y el de la península Ibérica. Por lo general, los hermanos formaban parte del ejército del rey de Aragón en las campañas que éste llevaba a cabo contra los musulmanes. También destacaron como consejeros, aunque esta faceta apenas se cita en las crónicas cristianas o musulmanas. Su importancia no residía en el número de sus fuerzas, que nunca fue elevado, sino en el hecho de que podían movilizarse rápidamente y permanecer en el campo de batalla durante mucho tiempo, a diferencia de los nobles seculares y sus hombres, que regresaban a sus hogares después de un servicio de cuarenta días o debían participar en la recogida de las cosechas.


Ramón Berenguer IV no dejó de favorecer a los templarios. En 1153 les concedió el castillo de Miravet porque consideraba que eran unos guardianes merecedores de toda confianza; también mantuvo su promesa de cederles una quinta parte de los territorios reconquistados. Su sucesor, Alfonso II (1162-1196), fue menos escrupuloso en el cumplimiento del acuerdo de 1143; en vez de territorios reconquistados, entregó a la orden el equivalente en tierras lejos de la frontera. Probablemente considerara que los templarios se estaban haciendo demasiado poderosos en Aragón, y no quiso que acumularan un poder potencialmente independiente en zonas demasiado extensas. No obstante, los templarios podían seguir conquistando tierras por propia iniciativa, de modo que no dejaron de aumentar sus territorios. El sucesor de Alfonso II, Pedro II (1196-1213), fue incluso más cauto a la hora de ceder a la orden nuevos territorios reconquistados, pero realizó diversas concesiones a cambio de ayuda militar. El cambio en el modo de patrocinio no se debió totalmente a la preocupación de la monarquía por el poder excesivo que pudieran acumular los templarios, sino que tuvo más bien que ver con la competencia planteada por otras órdenes militares.


Los hospitalarios empezaron a participar en operaciones militares en la península Ibérica durante la década de 1140; junto con los templarios, pusieron sus tropas a disposición de Ramón Berenguer IV para atacar Tortosa en 1148. en apenas cuarenta años se convirtieron en la orden religiosa más favorecida por la familia real de Aragón.


Templarios y hospitalarios desempeñaron un papel muy significativo en las campañas de Jaime I de Aragón (1213-1276), participando en la conquista de las islas Baleares (Mallorca y Menorca), que estaban en manos del príncipe almohade Abu Yahya, en 1229-1230, y en la del reino de Valencia, concluida en 1238. Sin embargo, los templarios no sacaron el provecho de la ayuda prestada que probablemente esperaban obtener. En 1228 y 1229, antes del ataque a Menorca, las Cortes se reunieron y decidieron que las tierras conquistadas durante esa expedición fueran repartidas según los contingentes aportados por cada grupo. No obstante, los hospitalarios, como indica el propio rey Jaime I, recibieron lo mismo que los templarios pese a haber legado tarde y no haber participado en el combate.


Según la autobiografía del monarca aragonés, los templarios llevaban a cabo en España las mismas funciones que las que desempeñaban en el Oriente latino y en Portugal, pero además proporcionaban asesoramiento militar, y tropas que podían ser movilizadas con gran rapidez y hacían un buen papel en el campo de batalla. Por consejo del comendador templario de Mallorca (sobrino del comendador de Monzón), el rey Jaime I atacó Menorca. Los maestres de la Orden del Temple y de la Orden del Hospital en Aragón también avalaron un préstamo que el soberano quiso obtener, y templarios y hospitalarios acompañaron al monarca cuando éste partió para las cruzadas en 1269, aunque se vio obligado a regresar debido a las malas condiciones climáticas reinantes durante la travesía por mar. En ese viaje, la nave de los templarios perdió su timón, y Jaime les envió el de repuesto de su barco, aunque uno de sus consejeros se opuso a esto, alegando que los templarios debían haber llevado su propio timón de repuesto. Los maestres del Temple y del Hospital en Aragón formaban parte de la junta que aconsejó a Jaime regresar a Aragón. No obstante, en la autobiografía de Jaime los hospitalarios se ven más favorecidos que los templarios. El prior del Hospital de Aragón, Hugo de Forcalquier, era amigo personal de Jaime (el monarca había pedido al maestre del Hospital en Oriente que nombrar a Hugo prior en Aragón). El maestre del Temple, en cambio, no mantenía una amistad tan estrecha con Jaime. Cuando el rey quiso convencer a los templarios de que lo avalaran, urdió con Hugo de Forcalquier en secreto un plan para lograr persuadirles. Si bien los maestres de las dos órdenes en Aragón formaban parte del Consejo Privado del soberano, Hugo de Forcalquier podía conversar en privado con Jaime I en calidad de amigo, pero el maestre de la Orden del Temple no. (continuará)

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