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miércoles, 19 de octubre de 2011

El Oriente latino: defensores de la Santa Iglesia


Desde la encomienda de Barcelona, hemos seleccionado un nuevo texto de la especialista en la Orden del Temple, la historiadora Mrs. Helen Nicholson de su obra “The Knights Templar”.

En esta ocasión, la autora nos acerca al Oriente latino y cómo las órdenes militares se convierten en un pilar para los Papas, ganándose su estima.

Desde Temple Barcelona os invitamos a viajar hasta Oriente Próximo en un agradable recorrido a través del tiempo.

En 1289 el poeta satírico flamenco Jecquemart Gielée compuso su Renart le Nouvel (“El nuevo Renart”), donde cuenta cómo Renart, un zorro amoral y sin escrúpulos, se apodera de toda la sociedad, incluida la Iglesia. Al final la fama de Renart llega hasta el reino de Jerusalén, donde el patriarca y los maestres de la Orden del Temple y la Orden del Hospital de San Juan quieren que gobierne sobre ellos para poder derrotar al enemigo. Reunidos ante el tribunal papal para exponer sus respectivos casos, los abogados de las dos órdenes no tardan en entablar un dur debate. El templario declara:

“[…]Tenemos oficiales y caballeros, nos vemos obligados a contratar a muchos mercenarios y a gastar grandes cantidades de oro y plata, todo ello para defender la Santa Iglesia […] Pues si no aumentamos nuestras riquezas y bienes, tendremos muy poca fuerza para mantener a la Santa Iglesia; y nos veremos obligados a retirarnos y abandonar la región de Siria. Entonces el sultán de El Cairo vendrá hasta aquí con una flota. Santo Padre, debéis daros cuenta de que nuestros hombres defienden la Santa Iglesia y la Cristiandad frente al infiel.”

Es una buena descripción de la situación que atravesaba la Orden del Temple en 1289, justo antes de que se perdiera definitivamente el reino de Jerusalén en beneficio de los mamelucos de Egipto. La indicación de los hermanos de que, si no se mandaba ayuda, la orden se vería obligada a abandonar Tierra Santa, era una amenaza que en realidad ya habían hecho en numerosas ocasiones a lo largo de los siglos XII y XIII. El hecho de que Gielée incluyera dicha indicación pone de manifiesto que era bien conocida por su público (tan conocida que se había convertido en tema de broma). No obstante, esto no quiere decir que lo que manifestaba el templario de Gielée no fuera cierto. La orden se consideraba, y era considerada por los demás, la defensora de la Cristiandad; si no la única, seguramente la más importante. Era tan prominente en el papel que desempeñaba, que el autor Wolfram von Eschenbach identificaba el castillo del Santo Grial de su novela de caballerías Parzival con Jerusalén presentando a los templarios como sus guardianes. Aunque la Orden del Temple recibió las críticas de diversos comentaristas por varios aspectos de sus actividades en Tierra Santa, siguió siendo considerada la principal fuerza militar de la Cristiandad y el grupo con más responsabilidad en la defensa de Tierra Santa, incluso una vez perdidos definitivamente los estados cruzados en 1291.

¿Fueron los templarios un activo para los estados cruzados?

El arzobispo Guillermo de Tiro, que compuso su obra entre 1165, el año de su regreso al reino de Jerusalén tras haber seguido una trayectoria universalista en Italia, y 1184, el año de su muerte, consideró a los templarios y a los hospitalarios una fuerza de desintegración y anarquía del reino. Aunque sus inicios habían sido buenos, pensaba que en su época se habían hecho demasiado ricos y orgullosos, y se negaban a obedecer a las autoridades designadas por Dios a las que debían obediencia: el patriarca de Jerusalén y el rey. Cuando cuenta las hazañas que llevaron a cabo a partir de 1150, les quita importancia y minimiza el papel que las órdenes desempeñaron en su consecución, haciendo hincapié en sus fracasos. El desastre de la campaña contra Egipto de 1168 lo imputa exclusivamente a los hospitalarios; y el de las negociaciones con la Secta de los Asesinos a los templarios. Sin embargo, si estudiamos y comparamos la versión de Guillermo con otras fuentes a menudo más contemporáneas, observamos que el retrato de las órdenes militares que nos ofrece no es muy correcto. Si doce templarios desafiaban a su rey, y entregaban rápidamente un castillo, el monarca podía ordenar colgarlos, restaurando así su autoridad; y ni el Papa ni la orden podrían haber hecho nada para impedirlo. Su relato acerca de la temeraria codicia de los templarios en Ascalón se basa cuando menos en una interpretación equivocada de los hechos; incluso su relato del homicidio del enviado de la Secta de los Asesinos no es totalmente preciso, a juzgar por la versión ofrecida posteriormente por Jacques de Vitry. Tal vez los templarios se negaran a secundar la campaña contra Egipto de 1186, pero el relato de Lambert Wattrelos no deja lugar a duda de que tuvieron que participar en ella, les gustara o no, porque el rey así lo mandaba. Es evidente que a Guillermo de Tiro no le gustaba Odón de Saint Amand, maestre de la Orden del Temple, pero, según paree, la razón de ese desencuentro debe buscarse en una incompatibilidad de personalidades: en Montgisard Odón demostró su valía al rey de Jerusalén. No cabe duda de que los maestres de la Orden del Temple tenían sus propias estrategias militares, pero al menos tres de ellos habían estado al servicio del rey antes de ocupar su cargo, y difícilmente se habrían opuesto a la voluntad regia de su antiguo señor.

La postura de Guillermo de Tiro frente a los templarios y también frente a los hospitalarios formaba parte del mensaje que quería transmitir en su Historia. Escribía para el pueblo del reino de Jerusalén con el fin de difundir entre sus gentes el amor patrio, de mostrarles lo que se había hecho mal y cómo podía ser salvado el reino. Tras su participación en el Tercer Concilio de Letrán en 1179, escribió para los pueblos de la Cristiandad de Occidente, para mostrarles asimismo cómo podía ser salvado el reino de Jerusalén. Demuestra una y otra vez que los cristianos de Occidente –como, por ejemplo, Thierry de Flandes y su hijo Felipe de Alsacia- no entendían el reino y no actuaban a favor de sus verdaderos intereses. Cuando cuenta la infancia y el reinado de Balduino IV, de quien había sido tutor y era canciller, es consciente de que está escribiendo contra un contexto de preocupación papal en el sentido de que la lepra del rey era indicio de la ira de Dios, de que Dios había abandonado el reino de Jerusalén a los musulmanes y de que sólo la Cristiandad de Occidente podía salvarlo. Los papas pedían a los templarios, a los hospitalarios y a los cruzados en vez de a los nativos del reino. El mensaje de Guillermo era que esa postura era absolutamente descabellada. Los cruzados y las órdenes militares constituían el peor de los peligros para el reino. Los nativos del reino eran los que sabían realmente cómo salvar la región y merecían el apoyo de la Cristiandad de Occidente.

Desde la perspectiva que ofrecen los setecientos años trascurridos desde entonces, las órdenes militares en general, y la del Temple en particular, parecen haber sido beneficiosas para los estados cruzados. Fueron una fuerza militar esencial: con sus incursiones, mantuvieron la presión militar sobre los vecinos musulmanes de los estados cruzados; formaron parte de las fuerzas militares de los estados cruzados cuando los líderes seculares condujeron sus ejércitos a los campos de batalla; protegieron a los peregrinos, que llevaron dinero y personal al reino. La piedad y el poder de la orden y sus magníficos edificios en Jerusalén, y más tarde en Acre, impresionaron profundamente a los peregrinos. Los templarios también desempeñaron profundamente a los peregrinos. Los templarios también desempeñaron un importante papel político, aconsejando al rey de Jerusalén (hasta 1225) o emprendiendo una política en ausencia de un monarca.

Sin embargo, los maestres del Temple y de las demás órdenes militares tuvieron sus propias opiniones acerca de cuál era la mejor política a seguir, y esto sí fue una fuente de problemas para los estados cruzados. Como los nobles seculares y la Iglesia perdieron muchos recursos después de 1250 y fueron incapaces de conservar sus fortificaciones y proteger su territorio, las órdenes militares se encargaron de custodiar casi todas las fortalezas y se convirtieron no sólo en la unidad efectiva más eficaz de los estados cruzados, sino prácticamente en la única unidad militar de dichos estados. Ése nunca había sido el plan, y se convirtieron –como Guillermo de Tiro había previsto- en una fuerza de desintegración en vez de unidad. No obstante, supieron unirse ante el peligro común, en 1260 contra los mongoles y en 1291 en Acre. Pelearon con arrojo y murieron con honor en la última batalla por Acre, cumpliendo con lo que la Cristiandad latina esperaba de ellos. E incluso una vez perdidos ya los estados cruzados de Tierra Santa, se confiaba en que, después de realizar ciertas reformas necesarias para hacerlas más eficientes, las órdenes militares capitanean el ejército que habría de reconquistar Tierra Santa.

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