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martes, 18 de octubre de 2011

La Segunda Cruzada: los turcos recuperan Edesa


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el apartado dedicado a conocer mejor las andanzas de las Cruzadas.

Para ello hemos seleccionado un texto del periodista e investigador Don Juan Ignacio Cuesta de su libro “Breve historia de las Cruzadas”, donde hace hincapié en la Segunda Cruzada, concretamente para recuperar nuevamente Tierra Santa.

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura os sea entretenida.

Recreación pictórica medieval de la lucha entre cristianos y musulmanes.

El Atabeg (especie de gobernador militar selyúcida) Imad al-Din Zangi, señor de Alepo y Mosul que sería considerado como “un regalo de la providencia divina para los musulmanes”, era un tipo especialmente rudo y cruel que combatía a todo el mundo, tanto a sus propios correligionarios como a los cristianos. Se le conocía principalmente por haber castigado con mucha dureza al califa de Bagdad que anteriormente se levantó contra él. Tras una serie de escaramuzas decidió marchar con un ejército poderoso a conquistar todo el condado de Edesa, incluida la capital, una empresa complicada dada su fuerte muralla triangular fuertemente apoyada en las colinas circundantes. Sin embargo, en su interior no había prácticamente tropa. Simplemente un obispo francés rodeado de tejedores, zapateros, sastres y otros artesanos.

Zangi hizo múltiples ofrecimientos para conseguir una rendición pacífica e incondicional, pero un comerciante imprudente los rechazó y el atabeg preparó sus tropas para el asalto, tal y como nos cuenta un cronista de excepción de la época, el emir Usama.

“Los turcos arrancaron los cimientos de la muralla septentrional y colocaron en su lugar maderas diversas. Luego rellenaron los huecos con nafta, brea, grasa y azufre para que se inflamara violentamente y cayeran todas las piedras. A la orden de Zangi, prendieron fuego. Los combatientes se dispusieron a la lucha en cuanto se abriera una pequeña brecha por la que colocarse en la ciudad. Les habían prometido que saquearían la ciudad durante tres días…el viento del norte ayudó al fuego y la muralla se tambaleó y se derrumbó. Tras haber perdido muchos combatientes turcos en la brecha, entraron y empezaron a matar a sus habitantes sin detenerse ni a mirarlos. Murieron seis mil en un solo día… Las mujeres, los niños y jóvenes se precipitaron hacia la ciudadela alta para escapar a la matanza. La puerta estaba cerrada porque el obispo había mandado a los guardias que no la abrieran si no veían su rostro. Todos subían atropelladamente y se iban pisoteando…perecieron atrozmente unos cinco mil y quizá más.

Aunque Zangi intervino en persona para parar la matanza, el daño ya estaba hecho y la ciudad había caído en manos turcas. Cuando la noticia llegó a Europa, todos quedaron consternados, porque allí era donde las tropas imperiales habían encontrado la Sábana Santa, reliquia muy valiosa, tanto para unos como para otros. Melisenda, la reina de Jerusalén, envió al obispo de Jabala, Hugo, a pedir ayuda al papa Eugenio III, que por otra parte tenái dificultades con una sublevación contra su política. Sin embargo, se empeñó en predicar una nueva Cruzada mediante una bula enviada al rey de Francia y a la nobleza, conminándoles a recuperar Edesa a cualquier precio.

Al principio no recibió respuesta, porque era época de prosperidad y nadie quería abandonar sus ricos feudos con los campos a punto de dar todo su fruto. Pero insistió y convocó una nueva reunión en Vézelay, que contó además con una arenga de san Bernardo, la conocida como “la de 1146”. El abad de Citeaux desplegó todas sus habilidades como orador, emulando al mismísimo Jesucristo, empleando gestos exagerados, afectados e impresionantes que conmovieron a los burdos caballeros franceses. El auditorio quedó plenamente convencido de que algo había que hacer y así, en caliente, se lanzaron por las calles buscando cruces, enteramente dispuestos a marchar para liberar Tierra Santa una vez más.

Bernardo de Claravall recorrió el territorio franco animando a las gentes a participar y consiguiendo nuevos reclutamientos. Tras su paso por Renania, donde predicó el odio a las demás religiones, se produjeron grandes matanzas de judíos que fueron, en definitiva, las víctimas inocentes de la pérdida de Edesa. Se encontró también con el rey Conrado, pero éste no le hizo demasiado caso porque consideró que se estaba comportando en ese momento como un fanático peligroso, un tanto irracional. Sin embargo, el pueblo alemán tenía muchas ganas de partir para Tierra Santa y el rey acabó convenciéndose de la conveniencia de una alianza con su homólogo francés para emprender una nueva Cruzada, la Segunda.

La noticia no le hizo demasiada gracia al Papa, que veía en él un freno contra su adversario Roger de Sicilia, dispuesto a tratar de hacerse con sus propiedades.

El año 1147 no sólo fue el de la predicación de san Bernardo, sino el de la preparación de la campaña militar. El ejército alemán estaba formado por los propios alemanes, a los que se añadieron gentes de Lorena que hablaban en francés y algunos otros de procedencia eslava. La abigarrada composición provocaba incidentes todos los días que tenían que ser apaciguados convenientemente por Federico, duque de Suabia, hombre de carácter mucho más firme que el del rey Conrado.

El paso por Hungría no fue especialmente complicado, puesto que el rey Geza facilitó enormemente las cosas para que se marcharan cuanto antes. Se mostró amable y cordial, pero en el fondo deseaba que todo ese ejército saliera pronto de su reino ante la más que segura posibilidad de que se ocasionaran incidentes graves e irreversibles. Además, el basileus Manuel Comneno había enviado a Demetro Macrembolites y a Alejandro de Gravina para que tomaran juramento de lealtad al rey alemán, que se molestó bastante por tanta suspicacia. Sin embargo lo hizo prudentemente, y el Emperador respondió ayudándole y agasajándole con diversos regalos, costumbre propia de todos los mandatarios bizantinos.

El ejército cruzó el Danubio en julio del año 1147 y fue recibido por Miguel Branas, gobernador de Bulgaria, que proporcionó los medios necesarios para que pudieran seguir adelante. También fueron bien recibidos por Miguel Paleólogo, primo de basileus y gobernador de la ciudad de Tesalónica. De momento las cosas estaban resultando razonablemente tranquilas, pero la calma no duraría mucho. Los soldados, repentinamente, como si un resorte hubiera liberado toda su energía latente, comenzaron a realizar todo tipo de tropelías, desmanes y saqueos enervados por el consumo abusivo de alcohol. Incluso intentaron asaltar Filipópolis, cosa que no consiguieron, puesto que se trataba de una ciudad bastante bien amurallada y abastecida para resistir durante todo el tiempo que fuera necesario. (fin 1ª parte)

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