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viernes, 28 de octubre de 2011

La tercera cruzada: asesinos y templarios


Desde la encomienda de Barcelona seguimos incorporando más datos acerca de las cruzadas. Para ello hemos elegido de nuevo un texto del escritor y periodista José Ignacio Cuesta publicado en su libro “Breve historia de las cruzadas”, donde esta vez nos habla de las intrigas entre Templarios y Asesinos.

Desde Temple Barcelona estamos seguros que con su lectura os entretendréis.

Recreación del video-juego de acción “Assassin’s Creed” donde puede observarse la lucha entre Asesinos y Templarios.

Aquella era una época en que no importaba tanto la religión profesada, ni las lealtades prometidas, como los recelos, las ambiciones, y una capacidad ilimitada para la intriga y el cambalache. La Iglesia siempre ha tratado de ofrecernos a una visión idílica de las Cruzadas, en la que los nobles caballeros parecen empeñados en liberar los Santos Lugares del yugo musulmán. A estas alturas ya sabemos que hubo más cosas. El principal afán de los nobles europeos fue el de conquistar tierras y poder y enriquecerse a cualquier precio para satisfacer sus ambiciones y un ego desmedido. Los peregrinos les importaban bastante poco, excepto como carne de cañón en las batallas.

Ha llegado, la hora de tomar contacto con unos interesantes personajes que protagonizaron una serie de episodios que influyeron decisivamente en el desarrollo de algunas Cruzadas, liderados por Hassan as-Sabbah. Hablamos de los “hashashin”, palabra que fue transformándose hasta convertirse en el término occidental “asesinos”.

En ellos se inspiran los actuales suicidas que tantos desastres causan hoy. Merece la pena conocer su origen y algunas anécdotas que se les atribuyen. Nos resultarán esclarecedoras para reflexionar en cómo pasa el tiempo sin que cambien las intenciones de quienes se consideran especialmente elegidos por un dios…por cualquier dios, para matar en su nombre.

La biografía de Hassan nos permite comprobar que estamos ante un hombre sensible y culto. Nació en la ciudad persa de Rayy. Desde niño hizo gala de gran sensibilidad lírica. Se cuenta que acompañó a un poeta, Umar al-Jayyam, que también era astrónomo y matemático. Fundó su temible secta en el año 1090.

Eran momentos de transición, cuando Asia Menor pasó del dominio chií al sunní. Los chiítas quedaron como un grupo marginal que sufría persecución frecuentemente por parte de los turcos selyúcidas.

Huyendo del acoso, Hassan se refugió en el año 1071 en Egipto, pero allí las cosas no fueron mejor. El anciano califa al-Mustanzir estaba entonces en manos de su visir Badr al-Yamali, de origen armenio. Allí pudo reclutar un buen número de descontentos que querían reestablecer el chiísmo. Nació así un movimiento de apoyo decidido a Nizar, el hijo del califa. Era éste un hombre de intenciones y costumbres ascéticas que será nombrado su heredero, apoyado por los enemigos de los sunnitas que estaban dispuestos a ayudarle a cualquier precio. Para ello, Hassan diseñó un método temible que requería un lugar de entrenamiento apartado de todo.

Fue en el año 1090 cuando asaltó un bastión de muy difícil acceso situado en la sierra de Elburz (Irán). Hay allí un pico llamado Alamut en una zona inhóspita y desértica. En él, Hassan instruía a sus seguidores en el arte de matar de un modo muy peculiar. Debían realizar su misión en solitario o formando pequeños grupos. Tenían que suprimir a personas importantes, ya fueran políticos, clérigos o comerciantes. Su aspecto era el de ascetas itinerantes que venían de meditar en el desierto.

Tenían que acabar con sus víctimas ante el mayor número de personas posible, ya fuera en el interior de una mezquita, en un haman o en medio de una plaza. Los días preferidos para ejecutar a sus víctimas eran los viernes, y la hora la de máxima luz, al mediodía. Eran asesinatos rituales con intención ejemplarizante.

El ejecutor normalmente moría en el acto, pero esto no era un inconveniente, sino que mostraba el heroísmo del ejecutante en defensa de la fe. Era un “fedah”, o sea un “mártir” que elegía el suicidio para cumplir su misión, tal y como sucede hoy con los hombres-bomba.

Es muy probable que la leyenda que les atribuye ser consumidores de hachís, que habría dado origen a su nombre, sea cierta. Utilizarían no sólo los derivados del cáñamo, sino también algunos otros alcaloides, para conseguir estados alterados de conciencia que les ayudaran a cumplir su misión eficazmente.

Su “presentación en sociedad”, su primer crimen, tuvo lugar en el año 1092, a mediados de octubre. Nizan al-Mulk, el viejo califa que llevó al poder a los sunníes, murió apuñalado por un “asesino”. Su efectividad fue tanta que se firmó que este crimen “había desintegrado el estado”.

Hasan decidió trasladar su cuartel principal a Siria, donde podría enemistar a unas ciudades con otras para que fueran destruyéndose mutuamente sin demasiado esfuerzo por su parte. Para ello, envió allí un nigromante, médico y astrólogo, que se hará amigo del gobernante de Alepo, Ridwan. Pondrá a su servicio algunos miembros de la secta para que le ayuden a matar a algunos de sus más odiados enemigos. Le sucedió un misterioso “orfebre” que influirá mucho más que su predecesor sobre la voluntad del mandatario.

Los “hashashin” eran conocidos también con el nombre de “batiníes”, una corriente filosófica despreciada por los sunníes como traidora al Islam. Sus interpretaciones de los textos religiosos estaban basadas en los significados ocultos de las palabras, algo que atrajo a los soldados del Temple, que visitaban con frecuencia Alamut.

Allí aprendían no sólo técnicas para eliminar a sus enemigos, sino que probaron también sustancias capaces de modificar estados de percepción utilizadas por los “asesinos”. Por otra parte, estos persas manejaban una serie de conocimientos de alquimia que, como sospechamos, les fueron transmitiendo poco a poco en su extraordinaria biblioteca.

Todos estos saberes y prácticas llegaron a Europa por dos vías, los propios hermetistas árabes que los introducían a través de España, y de los caballeros templarios.

Hassan falleció en su fortaleza en el año 1124. Lejos de terminarse la actividad de los “batiníes”, se recrudeció y realizaron atentados mucho más sutiles y clandestinos. Por ejemplo, terminaron asesinando a Ibn al-Jasab, el cadí de Alepo, uno de sus más encarnizados enemigos.

Otro importante dirigente de la secta, sobre todo por su apodo, el “Viejo de la Montaña”, fue especialmente famoso. No sabemos el año de su nacimiento, pero sí que falleció en el año 1192. Se trata de Sinan ibn-Salman ibn-Muhammad, o también, Rashid al-Din Sinan, afincado también en Siria, en otra fortaleza inexpugnable, la de Masyaf. Su apelativo le fue puesto por su avanzada edad, por su sabiduría, su energía y su carácter impecable. Pero sobre todo por su empeño en el asesinato, tanto de cristianos como de musulmanes.

El mismo Saladino se convirtió en 1275 en objetivo permanente de los “asesinos”. El “comando” que trató de matarlo fue detenido y sus miembros ejecutados inmediatamente. El día 22 de mayo del año siguiente recibió una puñalada en la cabeza, pero llevaba una protección dentro del turbante y logró sobrevivir al atentado. Inmediatamente sitió Masyaf (tan inexpugnable como Alamut), y sólo levantó el asedio cuando amenazaron de muerte a todos los miembros de su familia.

A pesar de ser aliados de los templarios, estos mismos irían poco a poco exterminando a todos sus miembros. Los “batiníes” habían perdido poder y empezaban a ser desleales. Su promesa de convertirse al cristianismo se dilataba demasiado tiempo y ellos ya habían obtenido los conocimientos que querían. El último gran dirigente de la secta fue el “Viejo de la Montaña”. El resto de miembros corrieron suerte parecida a la de sus aliados cristianos.

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