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jueves, 20 de octubre de 2011

Padre Gabriele Amorth: Una vida consagrada a la lucha contra Satanás


Desde la encomienda de Barcelona seguimos informándoos de lo peligroso que tiene el practicar todo tipo de ritos que nada tengan que ver con la doctrina de la Iglesia.

Así el invocar el nombre de otros pseudo-dioses trae más perjuicios al alma que hipotéticos beneficios. Para que seamos más conscientes, hemos recuperado una nueva selección de experiencias del exorcista de Roma, el padre Gabriele Amorth, de su libro “Memorie di un esorcista – la mia vita in lotta contro Satana-“.

Desde Temple Barcelona les invitamos a que lo lean cuidadosamente.

Caminos y formas del Mal

Don Gabriele, ¿podría hablar de las distintas modalidades con las que se puede causar un maleficio, de las formas en que el Mal puede afectar al hombre?

Para contestar esta pregunta, utilizaré un esquema del maleficio extraído de varios autores y de mis reflexiones personales sobre los casos tratados.

El maleficio es un daño causado a través del demonio. Según su objetivo, puede ser:

  • Amatorio: favorece o destruye una relación amorosa.
  • Hostil: causa daños físicos, psíquicos, económicos o familiares.
  • De legamen: crea impedimentos a la acción, los movimientos y las relaciones.
  • De transferencia: los daños infligidos a un muñeco o una foto de la persona a quien se desea perjudicar se transfieren a dicho individuo.
  • Putrefacción: causa un daño moral, pues hace que se pudra un material expuesto a la putrefacción.
  • Posesión: introduce una presencia diabólica en la víctima, lo cual constituye una auténtica posesión.

Según la modalidad, un maleficio puede ser:

  • Directo: la víctima entra en contacto con el objeto portador del mal (por ejemplo, alguien le da comida o bebida embrujadas).
  • Indirecto: la acción maléfica se realiza sobre un objeto que representa a la víctima.

Según la acción:

  • Por implantación y tortura: con alfileres, clavos, martillos, pinchos, fuego, hielo…
  • Por sujeción o atadura: con cintas, nudos, correas, tiras, aros…
  • Por putrefacción: enterrando el objeto o animal símbolo tras haberlo embrujado.
  • Por maldición: directamente contra la persona, o contra una foto o símbolo de la misma.
  • Por rito satánico: por ejemplo, un culto satánico o una misa negra realizados con el fin de dañar a alguien.

Según el medio:

  • Con hechizos: muñecos o carne con alfileres, huesos de muertos, sangre, pollos, sapos.
  • Con objetos embrujados: regalos, plantas, almohadas, muñecas, cintas, talismanes.
  • Con la mirada (mal de ojo), contacto por manos, abrazos.
  • Por teléfono: en silencio, soplando o de otras formas.

Misas negras

Para prevenir a nuestros lectores contra los riesgos de consultar con brujos, quisiera preguntarle si éstos usan algún tipo de estrategia para que los clientes, inconscientemente, caigan en sus maléficas trampas.

Claro que se usan estrategias. Una de ellas es atacar en los momentos de debilidad. Por ejemplo, en algunas discotecas (no todas, nunca se puede generalizar) hay un itinerario fijo. Un chico o una chica van allí; empiezan con el tabaco, luego pasan a las drogas, al sexo, a la secta satánica. Es algo infalible; al final, acaban en una secta satánica.

Podría poner muchos ejemplos de este tipo. Para un joven, es una gran desgracia tener amigos que se droguen. Y más tarde se descubre que hacen cultos satánicos, misas negras.

La característica principal de las misas negras es que siempre se desprecia la Eucaristía. Además, en la auténtica misa negra una mujer desnuda hace las veces de altar. En teoría, tiene que ser virgen; primero debe violarla el que hace de sacerdote y luego los demás. Después de esto, hacen de todo entre ellos, como si estuvieran en un burdel. En realidad, muchos asisten a la misa negra por el después, o sea, por el burdel.

En tales situaciones, ¿existe el peligro real de que se produzca una entrada maléfica?

Por supuesto. Cuando se hacen misas negras, o se ofrece culto a Satanás, existe el peligro de una entrada maléfica, y a menudo ocurre. No es ninguna broma, el diablo toma las cosas muy en serio. Y Dios no tiene por qué impedirlo; nos creó libres. Los curas deberían predicar sobre estos temas, pero no lo hacen. No dicen nada de la existencia del diablo, ni de los peligros que conlleva tomar el camino de las drogas y el tabaco, o consultar con brujos y cartománticos. Según algunas estadísticas, catorce millones de italianos consultan con cartománticos.

Ritos satánicos en el cementerio

El interesado es un joven de veinte años. Llega acompañado de sus padres. Padece fuertes dolores en los testículos y en todo el cuerpo; chilla como un obseso. Ha salido momentáneamente del hospital donde está ingresado para asistir a una plegaria de liberación. Los médicos no se explican la causa de tanto sufrimiento y el joven ha decidido pedirnos ayuda a nosotros.

Me cuenta su historia con mucho esfuerzo, entre espasmos, sujetándose el bajo vientre.

“Hace unos tres años, unos amigos de mi edad me propusieron hacer ritos satánicos. Yo no creía en eso, sólo participé por curiosidad. Los ritos se realizaban en un cementerio; éramos diez personas, y uno era el jefe. Todos llevábamos capuchas durante el rito sacrificial y la misa negra. Los ritos sacrificiales se efectuaban en el sótano del cementerio, sobre la tapa de piedra de una tumba abierta. Lo hacíamos de vez en cuando, con intervalos de varios meses. El sacrificio de animales consistía en matar un gato, ave o serpiente mezclado con huesos de muertos que cogíamos del osario. Comíamos la carne de ave o gato calentada al fuego, mezclada con sangre de serpiente o huesos triturados. Yo comí ave y bebí sangre de serpiente. Por cierto, la serpiente es el símbolo de la secta. Luego, durante el rito, manteníamos relaciones sexuales con una muchacha virgen a la que habíamos llevado engañada. El rito solía durar unas tres horas. Le ofrecíamos el sacrificio al dios Abu Katabu, al que sentíamos presente, junto con el dios indio Zei.

El último rito lo celebramos el domingo pasado. Fui solo, ningún amigo vino a recogerme. Sentía que me llamaban, pero ahora veo que soy una víctima designada y tengo miedo.”

Le pregunto: “¿Cómo te las arreglaste para entrar en el sótano, abrir el osario y cumplir con los ritos sin que los vigilantes del cementerio se dieran cuenta?”. Me dice que, anteriormente, ya había robado las llaves, que conocía bien el lugar, sabía abrir y cerrar la reja del pasillo del sótano y que, después del rito nocturno, volvió a dejarlo todo en su sitio.

También le pregunto cómo lograban embaucar y desvirgar a las chicas. Me dice que el pretexto más común es proponerles que vayan a rezar a la iglesia o al cementerio, junto a la tumba de un conocido. Suelen llevar una o dos cada vez; las obligan a asistir al rito y luego se unen a ellas. Les pagan con dinero, les imponen silencio. Según el joven, las chicas suelen respetar el trato; algunas incluso vuelven, pero los chicos siempre quieren muchachas vírgenes para los ritos y sólo se sirven de las otras si no encuentran vírgenes.

Le pregunto cómo se llama la secta, cómo se entra en la misma y si existe algún pacto entre ellos. Me responde que se llama Serpiente Negra y que adoran al dios Abu Katabu. También me dice que, una vez se entra, es difícil salir. A dos chicos que salieron, el resto los maldijo durante un rito. Al cabo de dos días, uno de aquellos chicos murió en un accidente de moto y el otro se fracturó el cráneo. El jefe de la secta tiene veinticuatro años.

Me interesa saber cómo celebran las misas negras. Me dice que utilizan hostias robadas. Él mismo robó varias en su iglesia, donde lo conocían; había sido monaguillo, sabía dónde estaban las llaves y cogía las hostias directamente del sagrario. Últimamente, la cosa se había puesto más difícil, de modo que hacía cola para tomar la comunión y luego se metía la hostia en el bolsillo.

La misa negra la celebra un ex monje, quien se viste de rojo para la ocasión. Escupen sobre las hostias y después las queman. También emplean huesos de muertos y profieren maldiciones contra sus enemigos. Él las profirió contra sus familiares y, según dice, las maldiciones siempre surten efecto.

Tras este diálogo preliminar, empiezo con el exorcismo. Al escuchar las letanías de los santos, el chico se pone hecho una furia, patalea, grita y es un peligro. Invoca a Abu Katabu. Noto presencias demoníacas y echo agua bendita. El joven grita e invoca a sus dioses, Abu Katabu, Zei y otros. Grita por el dolor en los testículos, arremete contra su abuela y su madre. Esta última está presente, y le dice a su hijo que su abuela y su tía siempre lo han querido. Él responde que necesitaba el amor de su madre, no el de su abuela ni el de su tía, y que por eso los ha maldecido a todos. Advierto que un fuerte componente psicológico impulsa al chico a reaccionar ante las carencias de afecto. Tras sus maldiciones, a la abuela la operaron de un cáncer de mama, a la madre, de apendicitis, y el padre sufrió una fuerte descarga eléctrica que hubiese podido ser mortal. El joven atribuye estas desgracias a sus maldiciones.

En determinado momento, pierde la vista; luego habla en varios idiomas y me hace cuernos con la mano. Vomita, y así es como empieza a liberarse; se siente más ligero, llora, pide ayuda, se santigua.

Uno de mis ayudantes, amigo del vigilante del cementerio, va al lugar de los hechos y saca una fotos. Los detalles que ha narrado el joven son ciertos.

Llegamos al segundo exorcismo. Gritos desgarradores, fortísimos dolores en el bajo vientre. El chico invoca a sus dioses y se siente rodeado de llamas que lo queman. Chilla a más no poder, pide que le echemos agua en el pecho y los hombros, pero el agua bendita aumenta su dolor. Luego empieza a desembuchar; tiene muchos remordimientos. Sigo observando un fuerte componente psicológico en su tormento. Dice que el puntapié en el bajo vientre se lo dio su chica durante la violación. Ahora, después del rito satánico, ella está ingresada en el hospital, en estado de coma.

El joven vomita de nuevo; le doy agua bendita para que siga vomitando. Se calma, recobra el sentido, pide que lo salvemos. Quiere ver a su padre, su madre, su abuela, su hermano. La escena es conmovedora; les pide perdón a todos, los abraza llorando. Me abraza a mí también, invoca el nombre del Señor, reza con nosotros.

Sigue temiendo que lo maten. Se cree una víctima designada y necesita protección, cuidados especiales.

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