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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Conociendo a Jesucristo: La llamada del Reino


Desde la encomienda de Barcelona os acercamos nuevamente el apartado dedicado a conocer a la figura del Salvador. Por ello hemos elegido un nuevo capítulo del teólogo protestante J.R.Porter de su libro “Jesus Christ”. En su contenido nos ayudará a comprender la ética de la prédica de Nuestro Señor de un modo sencillo.

Desde Temple Barcelona deseamos que estas líneas os sirvan para entender mejor las ideas de Nuestro Señor Jesucristo.

Jesús y el Joven Rico (Mc 10, 17-22)

La prédica de Jesús en Galilea se centró en el “evangelio del reino” (Mt 4, 23; Lc 8, 11), y las expresiones sinónimo “el reino de Dios” y “el reino de los Cielos” aparecen alrededor de unas cien veces en los evangelios sinópticos. En ningún pasaje se define explícitamente la naturaleza de este reino, lo que sugiere que Jesús hablaba de un concepto familiar para su público. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta las numerosas referencias al reino, parece que Jesús nunca habló de Dios como “rey”, y existe una marcada ausencia de imaginería real en sus dichos sobre el reino.

El debate erudito sobre el reino en los evangelios se ha centrado principalmente en la cuestión de si Jesús lo vía como un fenómeno futuro o como una realidad del presente. Existen ciertos pasajes que sugieren que el reino está por aparecer, como en la petición “Venga tu reino” del Padre Nuestro, o en la promesa de Jesús a algunos de sus discípulos de que vivirán para ver la llegada del reino (Mc 9, 1 y paralelos). En la Última Cena, Jesús afirma que no volverá a beber vino hasta que lo haga en el reino de Dios (Mt 26, 29; Mc 14, 25), lo que hace referencia al gran banquete con el que se esperaba celebrar el inicio de la era mesiánica. El banquete también se menciona en un versículo que habla de la futura entrada de todas las naciones en el reino (Mt 8, 11; Lc 13, 29), lo que recuerda algunas ideas de las Escrituras hebreas (Is 2, 3; Mi 4, 3). El uso de un tiempo futuro en la versión de Mateo de las bienaventuranzas sugiere que el goce de los discípulos del reino está por venir.

Por otro lado, numerosos pasajes (como Mc 1, 15) hablan del reino como presente. Los exorcismos de Jesús son una evidencia de que esto es así (Mt 12, 28; Lc 11, 20), y no es necesario ver signos del acercamiento del reino, porque ya está aquí (Lc 17, 21). Las parábolas de la semilla que crece (Mc 4, 26-29), el grano de mostaza (Mc 4, 30-32 y paralelos), la levadura (Mc 13, 33; Lc 13, 20), el sembrador de malas hierbas (Mt 13, 24-30) y la red (Mt 13, 47-50) dan una visión del reino como una realidad presente.

En la cuestión de si los evangelios ven el reino como presente o como futuro, muchas veces los entendidos se han limitado simplemente a optar por una u otra alternativa. Sin embargo, en la actualidad cada vez se reconoce más que los evangelios no se contradicen necesariamente a sí mismos, ya que la noción del reino de Dios como una realidad tanto presente como futura ya existía en el judaísmo. El impulso de la doctrina de Jesús es que el reino ya existe pero que sólo será apropiadamente “activado” por el mensaje y el ministerio, lo que llevará a su consumación final en algún momento del futuro cercano. Pero el último triunfo del reino depende de los hombres y mujeres que acepten sus exigencias y que se entreguen por completo a su servicio (Mt 6, 33), no sólo como colaboradores de Jesús para conseguir que otros se arrepientan y conozcan sus enseñanzas (Mt 10, 7; Lc 9, 2).

La mayor parte de los dichos de Jesús sobre el reino se centran en las cualidades religiosas y morales de las personas que quieren entrar en él, lo que forma el núcleo de su doctrina ética. Como muchas personas han observado, Jesús no dijo nada directamente sobre cuestiones sociales, ni tampoco se le puede atribuir ninguna doctrina política. En lugar de constituir un sistema ético redondo y sistemático, de aplicación universal, la doctrina de Jesús, tal y como se recoge en los evangelios, era el resultado de situaciones planteadas en el momento, con frecuencia en respuesta a cuestiones particulares que se le planteaban. Con ello no quereos decir que muchos de su contemporáneos no consideraran que sus enseñanzas tenían significativas consecuencias sociales. Las peticiones radicales de Jesús eran con frecuencia motivo de conflicto porque rompían con las convenciones y se consideraba que desafiaban las prioridades sociales aceptadas.

La primera petición que Jesús exigió a las personas fue la necesidad de arrepentirse y creer en la buena nueva de la llegada del reino. Los evangelios presentan este punto como un núcleo esencial de su prédica (Mt 4, 17; Mc 1, 14-15). El simple arrepentimiento por los pecados pasados no eran suficiente, y es en este punto donde posiblemente puede detectarse una diferencia entre Jesús y Juan el Bautista, para el que el arrepentimiento era primordial (Mt 3, 6; Mc 1, 4-5). Aunque la idea de dar la vuelta al pecado ciertamente está presente en la doctrina de Jesús, el concepto central de la misma es más positivo: dar la vuelta a toda la vida de una persona para servir incondicionalmente a Dios. Ésta es la condición para entrar en el reino, donde los creyentes conocerán y disfrutarán de la misericordia divina, tema crucial en el mensaje de Jesús.

La entrada en el reino debe ser completa e incondicional: sus demandas son primordiales y nada debe interponerse en su camino. Esto implica el deshacerse de las posesiones y los lazos familiares y un cambio completo de las distinciones sociales habituales (Mc 10, 29-31 y paralelos). El chocante lenguaje con el que Jesús expresaba cómo una persona debía someterse a Dios no debería entenderse como la prescripción de modos específicos de comportamiento externo. Éste apunta al hecho de que la doctrina ética de Jesús se centra básicamente en la disposición interior de la persona y su compromiso. Así, el Sermón de la Montaña no llama sólo a la observancia de cara al exterior de los mandamientos de la ley, sino a la obediencia del espíritu a estos mandamientos.

Junto con el arrepentimiento debe haber una confianza absoluta en Dios, quien, cuando las personas renuncien a todo excepto a servirle, cubrirá todas sus necesidades, liberándolas de toda preocupación. El modelo para aquellos que esperan entrar en el reino es la confianza incuestionable de un niño (Mc 10, 15 y paralelos; Mt 11, 25; Lc 10, 21). En su comportamiento personal, los niños del reino deben mostrar la verdadera naturaleza de su Padre Celestial, reflejando su perfección en ellos mismos (Mt 5, 48; 19, 21). De la misma manera que el Padre ama a todos los hombres y es misericordioso con ellos, con independencia de sus méritos, todos los hombres deben practicar la benevolencia universal, incluso con sus enemigos (Mt 5, 43-48; Lc 6, 27-36), y mostrar misericordia con todo aquel que esté necesitado (Lc 10, 29-37). Así pues, el primer principio ético de Jesús es fundamentalmente el del amor, cristalizado en su resumen de la ley: “Amarás pues al Señor tu Dios, de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas” y “amarás al prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 29-31 y paralelos).

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