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miércoles, 2 de noviembre de 2011

El mito de los Templarios: Iª parte


Desde la encomienda de Barcelona queremos compartir con todos vosotros las conclusiones de una historiadora especializada en la Orden del Temple como es mrs. Helen Nicholson, acerca de la mitificación gradual que ha tenido el Temple desde su injusta caída hasta nuestros días.

Para ello hemos seleccionado un texto de su libro “The Knights Templar” donde con gran claridad, expone sus ideas.

Desde Temple Barcelona deseamos que estas líneas aporten claridad al asunto.

El impacto del proceso de los templarios varió de una zona a otra. En la Marca de Brandeburgo, donde no fue detenido ningún caballero de la orden, las personas que no estuvieran relacionadas directamente con el proceso no habrían notado el menor cambio. En las zonas en las que se produjo el arresto de caballeros del Temple, como las tierras de la orden pasaron a custodia del rey y los pensionistas y otros acreedores se quedaron sin cobrar, los extraños desde luego tuvieron que notar el cambio. No se sabe la suerte que corrieron muchos hermanos; en Alemania y el este de Europa hubo muchos que no fueron detenidos, y se desconoce lo que fue de ellos con posterioridad. Algunas tierras pasaron a manos del Hospital de San Juan, pero otras no. En Francia, cualquier caballero de la orden que lograra escapar a la detención, era perseguido y encarcelado; en Inglaterra, el sheriff de York no se dio demasiada prisa ni siquiera en encerrar a los integrantes de la orden. Como para un caballero resultaba deshonroso darse a la fuga, la mayoría de los templarios se quedaron donde estaban y no huyeron. De todas maneras, el hermano Bernardo de Fons se refugió en Túnez y se convirtió en embajador del príncipe musulmán de esta ciudad; es posible que otros hicieran lo mismo.

Algunos templarios permanecieron cautivos de los musulmanes en Oriente, tras ser capturados durante la caída definitiva de Acre o en Arwad. El clérigo alemán Ludolfo de Sudheim encontró a dos de esos cautivos ex templarios durante su peregrinación a Tierra Santa hacia 1340. Otros se fueron a vivir a otras casas de religión de Occidente, recibiendo una pensión diaria para su sustento. Otros cuantos emprendieron nuevas carreras, como sucedió con el nigromante templario fracasado del que hemos hablado en el capítulo anterior. En definitiva, el fin de la orden del Temple fue bastante desigual.

Las opiniones de los contemporáneos acerca de la caída de la orden son muy variadas, dependiendo de su localización geográfica: los habitantes de las regiones controladas por el rey de Francia o sus parientes o por príncipes a su servicio apoyaron el proceso; otros, en cambio, lo condenaron. Las opiniones no se suavizaron con el paso del tiempo, y a finales del siglo XIV el cronista de Saint Albans Tomás de Walsingham seguía condenando el proceso. Los bienes de los templarios continuaron siendo llamados “el Temple” incluso mucho después de que pasaran en manos del Hospital de San Juan. Los autores de obras de ficción acabaron confundiendo la relación que existía entre las dos órdenes: Joanot Martorell, que escribió su gran novela Tirant lo Blanc hacia 1460, creía que el Hospital de San Juan había sido fundado después de que la Orden del Temple pereciera a manos de los musulmanes, y que el Hospital había reconstruido el Templo de Salomón en Rodas.

Los templarios siguieron apareciendo en la literatura de ficción a lo largo de la Edad Media, aunque desempeñando habitualmente papeles pacíficos, y no luchando contra los musulmanes; quizá porque el público no estaba completamente seguro de cuál había sido el papel de los caballeros de la orden en Tierra Santa. Continuaron apareciendo como defensores del castillo del Grial en las obras alemanas escritas en la tradición del Parzival de Wolfram von Eschenbach, pero no en otros relatos del Grial. Su imagen en la literatura de ficción sería casi invariablemente buena: eran hombres santos, dedicados al servicio de Dios.

De la caída de los templarios cabía extraer obviamente diversas lecciones de moral: la fortuna rige todas las cosas del mundo; con cuánta rapidez pueden perder los grandes el favor; o cómo se enriquecieron y se volvieron orgullosos los pobres caballeros de Cristo, y de ese modo encontraron la ruina. Los comentaristas no tardaron en emitir tales juicios siempre que lo creyeron apropiado. En efecto, en la naturaleza humana está intentar encontrar alguna explicación razonable de la repentina e inesperada ruina de los templarios en un momento en el que todavía eran una orden religiosa activa y piadosa. Desde la Edad Media hasta la actualidad, los historiadores han desarrollado un “modelo” de la ascensión y caída de los templarios: los ideales puros de los primeros caballeros se contaminaron cuando la orden se enriqueció y se metió en política; la orden se volvió corrupta, avariciosa y cada vez más impopular, y mientras tanto Occidente perdía interés por las cruzadas; de ese modo, cuando Felipe IV de Francia arremetió contra la orden para quedarse con su dinero, nadie la defendió y el Temple se vino abajo. Este “modelo” ha tenido mucha aceptación a pesar del hecho indiscutible de que es falso, pues ofrece una explicación cómoda y sencilla de la caída de la orden, por lo demás injusta e inexplicable.

La acusación de hechicería vertida contra los templarios no volvería a aparecer de nuevo hasta el siglo XVI en la obra de Enrique Cornelio Agripa, en la que este autor mencionaba de pasada a los templarios diciendo que era un grupo que había sido exterminado tras ser acusado de hechicería. Agripa era desde luego un hombre que sabía lo que significaba una acusación de este tipo. Sus contemporáneos señalaron la supuesta relación de los templarios con la magia, pero no hicieron demasiado caso de ella como no fuera para “probar” su culpabilidad. Hasta el siglo XVIII, con el desarrollo de las sociedades secretas como los francmasones, la Orden del Temple no llamó la atención del profano culto de clase alta como ejemplo de sociedad secreta que había sido aniquilada debido a sus conocimientos esotéricos. Al principio, los francmasones no se atribuyeron ningún parentesco con los templarios: fueron los masones alemanes los que hacia 1760 introdujeron la idea de que los templarios debían de haber poseído una ciencia secreta y poderes mágicos, aprendidos mientras habían sido dueños del llamado Templo de Salomón en Jerusalén. Este conocimiento y esos poderes, decían, habían sido transmitidos a lo largo de una línea de sucesión secreta hasta los masones de la época. (continuará)

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