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martes, 29 de noviembre de 2011

El pueblo templario: IIIª parte


Desde la encomienda de Barcelona queremos concluir el apartado dedicado a saber cómo eran las zonas dominadas por la Orden del Temple y cuál fue el pensamiento de los templarios en aquel tiempo.

Por ello hemos vuelto a seleccionar un texto del catedrático de historia medieval, Alain Demurger, de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”.

Desde Temple Barcelona esperamos que estas líneas os hayan servido para entender mejor el pensamiento de aquellos hombres míticos.

Sin embargo, no nos engañemos. Los grandes batallones de los que entran en el Temple y, más ampliamente, los que hacen donaciones al Temple, provienen de la pequeña y mediana nobleza. En Vaours, el señor del país, el poderoso conde de Tolosa aparece naturalmente a la cabeza de los bienhechores, pero, detrás de él, los señores de Saint-Antonin se codean con los caballeros de Penn, los de Montaigut con los clérigos de los establecimientos religiosos de la región (que reclutan sus monjes en el mismo medio nobiliario). En Montsaunès, todos los comendadores conocidos son originarios de la aristocracia de Comminges, y todas las familias feudales del condado han contribuido a la expansión de la orden, a ejemplo del conde Dodon, entrado en el Temple n 1172. En Velay, las familias de la Roche-Lambert, de Faye, de Marmande, de Dalmas, todas ellas profundamente enraizadas en la región, han proporcionado preceptores, hermanos caballeros y hermanos capellanes. El caso del país de la Selve, Rouergue, es más revelador todavía. Los templarios se hallan presentes en él desde alrededor de 1140, y se ha creado una encomienda en 1148. Una distinción muy clara se establece entre las familias señoriales más poderosas, los “ricohombres”, que favorecen a los cistercienses, y los caballeros de la pequeña nobleza, que pueblan y enriquecen la casa del Temple. Los primeros están en relación constante con el Bajo Languedoc y sus ciudades, Béziers, Narbona. Conocen los lazos feudales y hacen redactar sus actas en latín. Los segundos, de no tan buena extracción, viven replegados sobre sí mismos y tienen una mentalidad prefeudal. Sus actas están redactadas en provenzal. Los abades cistercienses son extraños al país, mientras que todos los preceptores templarios han nacido en Rouergue.

En Cataluña, el Temple mantiene lazos estrechos con las familias de la mediana nobleza, los condes de Urgell, por ejemplo los Torroja, uno de cuyos miembros, Arnaldo, llegó a ser maestre de la orden de 1180 a 1184, después de haber ejercido el maestrazgo de la provincia de Provenza-España, o los Moncada. En Inglaterra, la pequeña aristocracia proporciona lo esencial del reclutamiento, mientras que los templarios de Escocia provienen principalmente de la nobleza Normanda que el rey David ha traído de Inglaterra.

Las motivaciones invocadas por los que ofrecen su persona y hacen donaciones al Temple –ambas cosas van a la par- presentan algunos rasgos originales, además de las características tradicionales. Los estudiaré al mismo tiempo que el movimiento de las donaciones. Aquí me limitaré a la regla y algunas excepciones.

La regla, invocada de un extremo al otro de la cristiandad por los que dan y se dan, es la salvación del alma y la remisión de los pecados.

Las excepciones consisten en algunas “conversiones” dudosas, como la de un escocés, “Guillermo, hijo de Galfredo, que, prefiriendo la ociosidad al trabajo”, cede al Temple, a título vitalicio, la tierra de Esperton (que pertenece al patrimonio de su mujer). A cambio de eso, vive tranquilamente en la casa del Temple del lugar. ¿Y no fue un poco de vanidad lo que impulsó a Ricardo de Harcourt a hacer donación de Saint-Étienne de Renneville y entrar en el Temple, con lo que pudo inscribir sobre su lápida, situada en el coro de la iglesia, este magnífico epitafio: “Aquí yace el hermano Ricardo de Harcourt, caballero, del mando de la caballería del Temple, fundador de la casa de Saint-Étienne”?

Se trata, sobre todo en el siglo XIII, de decisiones dependientes de la coyuntura política y religiosa del momento. Ciertos caballeros languedocianos, sospechosos de catarismo o temiendo simplemente que se les acusase de ello, entraron tal vez en el Temple por precaución. No contamos con hechos seguros, pero la cuestión debe ser planteada, aunque sólo sea porque, durante le proceso, se acusó a la orden de herejía.

Los conflictos entre Federico II y el papado –por no hablar del que opone ese mismo Federico al Temple- tuvieron consecuencias sobre el reclutamiento de la orden. En 1220, el papa reconoce a Federico II como emperador. Al hacerlo, abandona a aquellos que, en el reino de Sicilia, del que era dueño Federico, sostenían las tesis pontificias. Desorientados, los partidarios del papa se someten al rey, huyen o se esconden. “Y hubo algunos que se dirigieron al Temple.”

Del Examen detallado del reclutamiento en la orden del Temple y, más en general, del movimiento de las donaciones, se deduce claramente un hecho: el éxito prodigioso de la creación de Hugo de Payns da testimonio de su perfecta adaptación al medio social y mental que deseaba la Iglesia, la caballería de Occidente.

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