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viernes, 2 de diciembre de 2011

Conociendo a Jesucristo: La doctrina en el Evangelio según Juan


Desde la encomienda de Barcelona recuperamos el apartado dedicado a conocer mejor a la persona y la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. Gracias a la visión del teólogo protestante J.R. Porter en su obra “Jesus Christ”, nos acerca al Hijo y al Hombre para que disfrutemos de su Palabra y podamos llegar a entender el sentido del cristianismo.

Desde Temple Barcelona confiamos que estas breves líneas os serán clarificadoras.

Imagen del evangelista San Juan.

La doctrina de Jesús en el Cuarto Evangelio es transmitida básicamente a través de seis extensas prédicas (Jn 3; 4, 7-26; 5, 19-46; 6, 25-65; 8, 12-59; 10), además de sus palabras de despedida a los discípulos (Jn 14-17). No sólo es la forma de enseñar en Juan lo que difiere mucho de la que caracteriza a Mateo, Marcos y Lucas, sino que su contenido también es distinto. No obstante, estas divergencias no deben exagerarse, ya que además hay pasajes en los que el evangelista parece desarrollar temas y conceptos que también están presentes en los evangelios sinópticos. O bien el autor conocía directamente uno o más de los otros evangelios o bien se basó en un grupo compartido de tradiciones.

En los evangelios sinópticos, la prédica de Jesús se centra en el reino de Dios y las demandas morales que hace en aquellos que quieren entrar en él. Sin embargo, en los discursos del Cuarto Evangelio, Jesús expone en primer lugar el significado real de su propia persona y lo que implica el reconocimiento de su verdadera naturaleza. Juan utiliza la expresión “el reino de Dios” sólo dos veces, y en el mismo contexto (Jn 3, 3; 5) e incluso entonces le da su interpretación particular. En otros lugares del Cuarto Evangelio, Jesús habla de “mi reino” y acepta el título de “rey” (Jn 18, 36-37). Pero en los evangelios sinópticos también existen indicaciones de que el reino está unido a la persona y la obra de Jesús (Lc 11, 20), y él se presenta como su soberano en algunos dichos que Mateo y Lucas le atribuyen (Mt 16, 19; 16, 28; 25, 31-46; Lc 22, 29).

En el Cuarto Evangelio, Jesús se refiere predominantemente a él mismo como el Hijo y a Dios como su Padre. Los sinópticos también representan la relación Padre-Hijo como un hecho central en su retrato de Jesús, pero el concepto va todavía más lejos en el Evangelio según san Juan. En éste, Jesús es el Hijo de Dios en un único sentido; él mismo es de naturaleza divina y se describe como tal en el prólogo del evangelio (Jn 1, 1-18), donde se dibujan los temas principales de la obra, y en la confesión (declaración de fe) del discípulo Tomás (Jn 20, 28), justo antes del que probablemente era el final original del evangelio (Jn 20, 31).

Jesús dice repetidamente que Dios es desconocido e insondable para el hombre (Jn 5, 37; 6, 46) pero se ha revelado en su Hijo, y que éste es todo el propósito de su ministerio. Para Juan, simplemente ver a Jesús es reconocer su identidad como Hijo de Dios y recibir el presente de la vida eterna (Jn 6, 40), y la misma recompensa está asegurada para aquellos que escuchen sus palabras (Jn 5, 24). Aquellos que ven al Hijo ven también al Padre (Jn 14, 8-10); sólo se puede acercar al Padre a través del Hijo (Jn 14, 6), porque ambos están en completa y perfecta unión (Jn 10, 30; 14, 11). La obra del Hijo no es suya y él no hace nada por propia voluntad (Jn 5, 19; 8, 28-29), sino que simplemente cumple la voluntad del Padre con una completa obediencia filial (Jn 5, 30; 6, 38). El Padre confía en el Hijo con total autoridad porque le ama (Jn 3, 35). La doctrina característica de Juan sobre el Padre y el Hijo probablemente representa la evolución de una tradición sobre Jesús que también puede adivinarse en dos de los evangelios sinópticos (Mt 11, 27; Lc 10, 22).

Difícilmente puede sorprender el hecho de que el título “Hijo de Dios” para referirse a Jesús se utilice con mayor libertad en el Evangelio según Juan que en los de Mateo, Marcos y Lucas. Sin embargo, Juan también saca a relucir claramente la naturaleza humana de Jesús. Mientras que en los evangelios sinópticos se le menciona en alguna ocasión con el término “Hijo del Hombre”, Juan confiere a esta expresión un sentido especial: expresa la doctrina característica del evangelista sobre la persona de Cristo, en la que Jesús es percibido como el salvador celestial que descendió del Padre, y ascendió al Padre (Jn 3, 13; 6, 62).

Fe y creencia en el Cuarto Evangelio

La totalidad del Evangelio según Juan está escrita con el propósito de despertar la fe (Jn 20, 31): el evangelista utiliza el verbo “creer” con mayor frecuencia que todos los demás evangelios juntos. Creer no consiste tanto en aceptar un cuerpo de enseñanzas sino en la convicción de que el propio Jesús es la única revelación auténtica del Padre, y el único camino hacia él. Los milagros de Jesús no son tan sólo obras de poder, sino, sobre todo, “signos” que indican quién es Jesús en realidad (Jn 9, 3).

Según la compleja teología del evangelista, el presente que los creyentes reciben de Jesús es la vida eterna (Jn 10, 10). Los creyentes se incorporan a la vida y el cuerpo de Cristo, y este concepto se expresa de varias maneras. Por ejemplo, hay ramas de la “verdadera vid” (Jn 15, 1 y ss.). La incorporación en la vida de Jesús se consigue participando de su carne y su sangre (Jn 6, 53-57).

Una vez que Jesús haya dejado la Tierra, el “Espíritu de la verdad entará en sus discípulos (Jn 14, 16-17). La verdad es el propio Jesús (Jn 14, 6), de manera que el Espíritu conducirá a los discípulos a un completo conocimiento de Jesús, y así de Dios, y les permitirá continuar glorificando a Jesús y llevar el testimonio de él (Jn 14, 26; 15, 26-27; 16, 13-15).

Durante la vida encarnada de Jesús, el mundo está mayoritariamente en la oscuridad del error (Jn 3, 19). Creer en Jesús, la “luz del mundo” (Jn 8, 12), es salir de las tinieblas. Los creyentes son hijos de la luz (Jn 3, 21; 12, 35-36; 46). Ante todo, los creyentes en Cristo forman una comunidad distinguida por el amor mutuo. El único mandamiento explícito de Jesús en el Cuarto Evangelio es el de que los seguidores deben amarse (Jn 13, 34; 15, 12). Este amor crea una unión perfecta (Jn 17, 23), porque es una respuesta tanto el amor de Jesús por sus discípulos como el amor del Padre por su Hijo (Jn 17, 26).

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