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miércoles, 7 de diciembre de 2011

La recepción en la Orden del Temple


Desde la encomienda de Barcelona, deseamos compartir un nuevo texto del catedrático de historia, Alain Demurger, de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”. Esta vez su autor nos habla de los pasos que debían realizar los profanos que deseaban ser admitidos como templarios.

Desde Temple Barcelona deseamos que disfrutéis de estas breves líneas.

Sigamos ahora al que ha llamado a la puerta de una de las casas del Temple y ha pedido ser admitido en ella. Dejemos de lado por el momento los absurdos, reales o inventados, que el acta de acusación redactada en 1308 ha incluido para culpabilizar a los hermanos. Seguiremos a Gerardo de Caux, quien, interrogado el 12 de enero de 1311, hizo en sustancia el relato siguiente.

Gerardo fue recibido en la orden, al mismo tiempo que otros dos caballeros, el día de la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, hace de eso doce o trece años, o sea, en 1298 o 1299. Era una mañana después de la misa, en la casa del Temple de Cahors, Gerardo había sido armado caballero cinco días antes. El hermano Guigue Ademaro, caballero, entonces maestre de la provincia, dirige la ceremonia en presencia de varios hermanos de la orden.

Gerardo es introducido con sus dos compañeros en una pequeña habitación cercana a la capilla. Dos hermanos se dirigen a él (artículo 657):

-¿Buscáis la compañía de la orden del Temple y queréis participar en sus obras espirituales y temporales? (artículo 658).

Gerardo responde afirmativamente. El hermano vuelve a tomar la palabra:

-Buscáis lo que es grande y no conocéis los duros preceptos que se observan en la orden. Nos veis con hermosos hábitos, con hermosas monturas, con gran lujo, pero no podéis conocer la vida austera de la orden; ya que, si queréis estar de este lado del mar, estaréis en el otro y recíprocamente, di deseáis dormir, tendréis que levantaros, y andar hambriento cuando hubierais deseado comer (artículo 661). ¿Soportaréis esto por el honor de Dios y la salvación de vuestra alma? (artículo 659).

-Sí –respondió Gerardo.

El hermano empieza entonces a formular preguntas:

-Deseamos saber si creéis en la fe católica, si estáis de acuerdo con la Iglesia de Roma, si habéis entrado en otra orden o estáis atado por los lazos del matrimonio. ¿Sois caballero y nacido de matrimonio legítimo? ¿Estáis excomulgado, por vuestra culpa o por otro motivo? ¿Habéis prometido algo o hecho un regalo a un hermano de la orden para ser admitido en ella? ¿No tenéis alguna dolencia oculta que haría imposible vuestro servicio en la casa o vuestra participación en el combate? ¿No estáis cargado de deudas? (artículos 658 y 669-673).

Gerardo responde que cree en la fe católica, que es libre, noble, nacido de matrimonio legítimo y que no sufre ninguno de los impedimentos nombrados.

Los dos hermanos se retiran, dejando a Gerardo y a sus dos compañeros para que recen en la capilla. Vuelven después y preguntan a los tres postulantes si persisten en su demanda. Se retiran por segunda vez, para informar al maestre de la voluntad claramente afirmada de los tres hombres. Luego les llevan ante el maestre, con la cabeza descubierta. Caen de rodillas, con las manos juntas (artículo 667), y hacen la petición siguiente:

-Señor, hemos venido ante vos, y ante los hermanos que están con vos, para pedir la compañía de la orden (artículo 660).

El hermano Guigue Ademaro les pide que confirmen las respuestas dadas anteriormente a las preguntas de los dos hermanos. Los postulantes juran sobre “cierto libro”. A continuación, el maestre dice:

-Debéis jurar y prometer a Dios y a la Virgen que obedeceréis siempre al maestre del Temple, que observaréis la castidad, los buenos usos y las buenas costumbres de la orden, que viviréis sin propiedad, que sólo conservaréis lo que os haya dado vuestro superior, que haréis todo cuanto sea posible para conservar lo que se ha adquirido en el reino de Jerusalén y por conquistar lo que no se ha adquirido todavía, que no iréis nunca por vuestra voluntad allí donde se mata, pilla o deshereda injustamente a los cristianos. Y si os confían bienes del Temple, juráis guardarlos bien. Y no abandonaréis la orden, ni en la felicidad ni en la desgracia, sin el consentimiento de vuestros superiores (artículos 674-676).

Gerardo y sus dos compañeros juran. Guigue continúa entonces:

-Os recibimos, a vosotros, a vuestro padre y vuestra madre y a dos o tres amigos vuestros que deseéis que participen en la obra espiritual de la orden, del principio al fin (artículo 677).

Y dichas estas cosas, les pone la capa y les bendice y, para ello, el hermano capellán Raimundo de la Costa canta el salmo Ecce quam bonum…, recitando después la oración del Espíritu Santo. El maestre les levanta con sus propias manos, les besa en la boca y hace que el sacerdote y los caballeros presentes les besen en la boca de la misma manera (artículo 678).

Todos se sientan. El maestre enumera para los nuevos hermanos el código disciplinario de la orden, les describe las faltas que conducen a la pérdida de la casa o la pérdida del hábito (artículo 679); después pasa revista a las principales reglas de la vida cotidiana de los templarios: obligaciones religiosas (artículos 682, 684), conducta en la mesa (artículo 681), cuidado de los caballos y las armas, etc. Les recuerda “que deben llevar a la cintura unas pequeñas cuerdas”, signo de que han de vivir en castidad, que les está prohibido el trato con mujeres. Y por último, concluye: “Id, Dios os hará mejor” (artículo 686).

Esta ceremonia no recuerda en nada una ceremonia iniciática, cargada de secretos. El futuro hermano pronuncia sus votos al entrar en la orden. La ceremonia resulta notable sobre todo por el hecho de que sigue punto por punto el ritual del homenaje feudal: la declaración de voluntad, las manos juntas, el arrodillarse, el maestre que, lo mismo que el señor, levanta al hermano, el beso en la boca, símbolo de paz, la entrega de la capa… Todo esto se encuentra ya en la ceremonia del vasallaje, cosa que no debe sorprendernos, ya que la orden del Temple fue concebida y creada por y para la aristocracia feudal de la Europa de los siglos XII y XIII.

Todos los templarios no soportaron hasta el fin el rigor de su compromiso. Hubo desertores, y los fiscales del Temple se sirvieron de ellos en 1307. ¿Fueron numerosos? Imposible precisarlo, pero se conocen muchos ejemplos, pertenecientes a todas las épocas. En el siglo XII, el príncipe armenio Mleh rompió su voto y se convirtió en enemigo declarado del Temple. Se conoce el caso de un caballero que se pasó a los musulmanes, aunque sin apostatar. Pero otros, para salvar la vida, ¿no se vieron obligados, según la fórmula consagrada, a “alzar el dedo y jurar la ley”, es decir, adoptar la religión musulmana? Ese rumor se corrió, en efecto, en lo que se refiere a Ridefort, curiosamente perdonado por Saladino. Se sabe de cierto en lo que respecta a Lion le Casalier, el traidor que vendió a los templarios de Safed en 1268. No significan más que excepciones. El número de cabezas templarias que ornamentaron las picas musulmanas después de Hattin, después de La Forbie, después de la caída de Safed e incluso en 1302, después del desastre de Ruad, lo demuestran.

En Occidente, las deserciones no son raras, y el Temple castiga severamente a los fugitivos que captura. Para ello, no vacila en pedir ayuda de la justicia real, como en el caso de Guillermo de Monzón, buscado por la policía del rey de Aragón en 1282 a petición del Temple.

¿La reacción de la orden fue siempre tan severa? Interrogado en 1309, el templario escocés Roberto el Scot confiesa que ha sido recibido dos veces en la orden, la primera en Château-Pèlerin, en el reino de Jerusalén, la segunda, después de haber desertado y manifestado luego su arrepentimiento, en Nicosia, en la isla de Chipre. ¿Esta mansedumbre fue la regla? ¿No se tratará más bien de una actitud tardía?

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